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El burro y el olivo en la iconografía de la Pasión

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Cristo de Marfil

Cristo de Marfil

Dos acompañantes no humanos, cargados de simbólicos valores, acompañan la Pasión de Cristo. La fauna, representada en un burrillo; la flora, en el olivo. Por Félix Herráiz García

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DOMINGO DE RAMOS

La iconografía de nuestra Semana Santa recoge en este Domingo de Ramos “la entrada de Jesús en Jerusalén”. La borriquilla y los ramos de olivo fueron sus simbólicos acompañantes.

Quiso el Señor presentarse bendiciendo a la multitud, no en un presuntuoso caballo, sino a la grupa de un humilde asnillo por todos los valores inherentes a este animal manso, sencillo, obediente…

Si ya la tradición judía tenía como símbolo de paz la rama de olivo en recuerdo de la Alianza de Dios con el hombre tras el Diluvio Universal, ahora sabemos, además, que la cruz de Cristo fue de madera de olivo como atestiguan los restos encontrados de un hueso del tobillo con un clavo con residuos de partículas de madera de olivo en 1968 en Giv´at ha-Mivtar, cerca de Jerusalén, de una persona crucificada entre el 6 y el 65 d.C. Si en ella murió “El príncipe de la Paz” (Nueva Alianza entre Dios y los hombres), sea mayor motivo el que la rama de olivo lo simbolice. Por ello, recibamos a Jesús en su entrada a Jerusalén agitando ramos de olivo para ser como Jesús, promotores y amantes de la paz. Así lo entiende Blas de Otero en estos escogidos y breves versos:

Ramo de olivo, vamos a verdear el aire, que todo sea ramos de olivos en el aire. Puestos en pie de paz, unidos, laboramos. Ramo de olivo, vamos a verdear el aire.

El Papa Francisco se pregunta: “¿Qué le sucedió a aquella gente que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué sucedió? En realidad, -responde el Papa- aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él.

El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad.

También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia... y tantas cosas más. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”.

HUERTO DE LOS OLIVOS

Cuando la noche cae sobre la ciudad y la luna de Nissan la enseñorea, revivimos aquellos acontecimientos que se dieron en el HUERTO DE GETSEMANÍ. La iconografía lo recoge en tres “pasos”:

- “La Oración del Huerto”: El abandono. - “El Beso de Judas”: La traición. - “El Arresto”: La violencia.

LA ORACIÓN DEL HUERTO El abandono

Bajo el susurro de las hojas de un olivo, con su figura blanqueada de luna, arrodillado entre los terrones de aquel huerto, Cristo está inmerso en “agonía y oración” ante la cercana muerte. El sudor mezclado con sangre recorre su frente y un grito lanza al cielo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”. Cáliz del dolor y de muerte. El cielo mudo no responde. Se ve abandonado de su Padre Dios pero no cae en la tentación de la desconfianza, sino que remarca su súplica con las palabras: “Mas, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

En este Cristo de Getsemaní estamos representados todos cuando nos acucia el dolor lacerante, la enfermedad irreversible o la agonía de la muerte nos visita. Clamamos al cielo pero no responde. A veces, nos falta el consuelo de la compañía, del amor… y nos deshacemos en llanto. Solo nos queda la oración y la entrega hacia el Señor.

EL BESO DE JUDAS La traición

En el relente de la noche que el olivar engendra, las tinieblas del mal se abren paso empujadas por antorchas y una turba encabezada por Iscariote, “uno de los doce”. Judas no pronuncia palabra y en un intento de beso de entrega, acerca su cara, la piel de la traición que se enrojece e incendia al contacto con la piel del amor de Jesús, oyéndose en el silencio dramático las palabras tristes pero firmes de Jesús: “Con un beso entregas al Hijo del hombre”.

Esa traición es símbolo de todas las apostasías, engaños, mentiras, rechazos… expolios de amor, que produce en quienes lo sufren aislamiento, soledad, desengaño, dolor… personas despreciadas por su físico, raza, religión… ancianos olvidados por sus hijos, cónyuges engañados, enfermos que nadie visita, emigrantes, refugiados, que no sienten el calor del amor compasivo.

EL ARRESTO La violencia

Y se produce el tercer acto del Huerto de Getsemaní, el Arresto. El alboroto, el tumulto, incluso la violencia aparece. Jesús es consciente de que el mal envuelve la historia humana con su cara de prepotencia, de agresión, de brutalidad: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”.

Jesús afronta la violencia con un mensaje para nuestro tiempo: “La violencia es suicida –dice a Pedro, que echando mano de la espada cortó una oreja a Malco, uno de la turba– y no se vence con más violencia”. El antídoto que propugna Jesús contra el mal es el del “amor sanador”, como nos enseñó en el Monte de las Bienaventuranzas: “Amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen” (Mt 5,44).

VIERNES SANTO CRISTO EN EL MADERO DE LA CRUZ

Si el fruto del olivo es la aceituna, que triturada produce aceite, que es alimento, ungüento, luz, unción de sacramento… Meditando la agonía y muerte del Señor en el Árbol de la Cruz, nos descubre estos asombros que deben robustecer nuestra vida espiritual y consolidar nuestra fe.

Primer asombro: Jesús, su Luz no nos abandona ni en el dolor ni en la muerte.

Al ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona que es insultado y pisoteado, el Papa Francisco se pregunta: “¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?”. La respuesta llena de luz, nos la da el mismo Papa:

“Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. (…) Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. (…) Sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz”.

Segundo asombro: Descubrirnos amados para amar.

San Francisco de Asís, mirando al crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. No se llenaran de asombro. El Papa Francisco nos apremia a dejarnos sorprender por el amor de Jesús, y así nos dice:

“La vida cristiana, sin asombro, es monótona. ¿Cómo se puede testimoniar la alegría de haber encontrado a Jesús, si no nos dejamos sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace comenzar de nuevo? (…) La vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Esta es la grandeza de la vida descubrirse amados y la grandeza de la vida está en la belleza de amar. En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está allí en los últimos, en los rechazados”.

Tercer asombro: Dios se ha revelado y reina con la fuerza desarmada y desarmante del amor.

Al expirar Cristo aparece el asombro en su grado máximo, el estupor. Nos dice el Papa Francisco:

“Es la escena del centurión que, al verlo expirar así, exclamo: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. (Mc 15,39). Se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y esto lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor hasta el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. Su frase ratifica la Pasión. (…) En la cruz, Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor.

Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros:

“Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.

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