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Cinco años soñando

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Cristo de Marfil

Cristo de Marfil

Por Pablo Muñoz Miranzo

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¿Recuerdan de cuando éramos felices y no lo sabíamos? De aquellas encendidas discusiones sobre qué hacer con los carros de los bebés en las procesiones, o de si el cartel era mejor o peor que el año pasado,… ¡Benditos problemas! Sólo pensar en aquellos aspectos que no nos gustaban de nuestra Semana Santa, los berrinches o las desilusiones parecen otra cosa con la perspectiva de la pandemia. Hace cinco años se hablaba, entre otras cosas, de las Marías.

Por aquel entonces pudieron verse por primera vez en Cuenca, el hábito blanquinegro de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías. Fue en la Procesión del Santo Entierro, cerrando el cortejo del resto de las Hermandades con sus respectivos guiones, ante la sorpresa de los espectadores y, por qué no decirlo, de nuestro propio asombro viéndonos culminar lo que no hacía tanto era una locura de juventud. Resultaba imposible ocultar la sonrisa en los minutos previos a la salida de aquella procesión, y más escuchando las felicitaciones y muestras de afecto que recibíamos del resto de representantes y miembros de las hermandades. El Domingo de Resurrección, ya sin capuz, la juventud de aquellos integrantes se hizo todavía más visible para el mundo nazareno: éramos lo que se veía, un grupo de jóvenes que irradiaban alegría e inocencia.

Hace un lustro la Junta de Cofradías abrió sus puertas y dejó paso a un torrente de ilusión. Aquel grupo de nazarenos entendían que pertenecer a la institución ya era en sí, una meta, y se debe a que la vocación de la Hermandad era la de complementar una Semana Santa a la cual amábamos como los que más, siendo nuestra misión la de buscar nuestro pequeño hueco, añadiendo un diente más al engranaje de la representación de la Pasión en Cuenca. Por aquel entonces parecía no haber nada que nos parase, teníamos ese punto de osadía y optimismo ciego que da la juventud. Aquellas procesiones y la presentación de las imágenes fueron el paso previo para desembocar en nuestra primera salida en procesión; nadie podía imaginarse por ese entonces, que iba a ser, hasta ahora, la única.

Convivimos permanentemente con un hecho inédito, como es que en cinco años de vida sólo hemos podido salir una vez en procesión. Hay que comprender las dimensiones de este hecho: más de 200 hermanos no han podido vivir una procesión de su hermandad, la cual, todavía no ha podido estrenar gran parte de sus enseres que fueron costeados precisamente por la única subasta que ha habido.

Si nos acercamos al plano personal el problema adquiere su verdadera dimensión, y es que la vida no ha parado para ninguno de nosotros, y vemos en cada uno de los banceros o los portadores de enseres de aquella procesión una pequeña historia: unos han acabado casándose; otros han terminado una carrera; niños que participaron con chupete y en los brazos de su madre, ahora ya corren por el patio del colegio;... Para todos y cada uno de ellos, el no haber podido añadir a sus vidas todos los momentos de las procesiones perdidas es, en cierto modo, un pequeño drama.

Aquella procesión ha cogido tintes casi míticos, como el eco de una estrella que estalló hace años, es algo que nos guía y nos motiva. Desde entonces la Hermandad ha tratado de continuar como si hubiera salido a la calle todos estos años. Por poner un ejemplo, en cada Cuaresma las camareras se han seguido reuniendo para diseñar el vestuario con el que iban a ir vestidas el Sábado Santo. Horas de pruebas y trabajo constante en busca de mejorar la puesta en escena que ha llegado, incluso, a modificar ligeramente la disposición de las imágenes en las andas. Toda esta labor silenciosa se verá reflejada, de manera muy notable, tan pronto Las Marías atraviesen de nuevo la puerta de San Esteban.

A pesar de las dificultades la hermandad ha seguido creciendo en todos los sentidos: nuestras Sagradas Imágenes han sido ungidas por los rezos de todas las personas que se han acercado a su Iglesia en todo este tiempo. Nuestra Señora, la piedra sobre la que se asienta el futuro de un proyecto que sigue sumando hermanos y ampliando su patrimonio. La ausencia de subastas ha sido paliada con las donaciones. Así, por ejemplo, este año Nuestra Señora de los Dolores estrenará una aureola diseñada por Adrián López, que ha sido costeada por varios hermanos, pero no será ésta la única novedad.

Los nazarenos de Cuenca contemplarán en 2022 una procesión del Duelo con las señas de identidad que ya mostró cuatro años atrás, pero con un empaque y una riqueza en matices fruto un trabajo en forzoso silencio durante todo este tiempo. Se podrá apreciar desde la cabecera de la procesión, completamente rediseñada para resaltar la Cruz de Guía desnuda. También se verán los faroles que se estrenan, inspirados en los que se utilizaban a principios de siglo. También se podrá escuchar, con un riquísimo repertorio de marchas procesionales, muchas de las cuales son inéditas por no haber podido estrenarse todavía.

Pero si hay algo que estrenamos es la ilusión por vivir de nuevo una procesión. En cierto modo recuperamos aquellas miradas de asombro de hace cinco años y la aplicamos tomando cada momento como si fuera el primero, y ver a nuestra Semana Santa con los ojos del que la descubre, del que rememora aquella época no tan lejana en la que éramos felices y no lo sabíamos.

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