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Pregón Semana Santa 2021
Sergio Puerto Manchón. | 27de marzo de 2021.
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado…”
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Saludos y agradecimientos:
Muchísimas gracias por tus palabras que ciertamente me han abrumado querida Gracia… sabes que el cariño es mutuo. Gracias, de corazón.
D. Carlos Mendiola, Rector de la Basílica Nuestra Señora del Socorro, Sr. Vicario, D. José Manuel Bascuñana, D. Juan Antonio Córdoba.
Sr. alcalde, Antonio Puerto, Sra. Jueza de Paz, estimada Trini, presidente de la Junta Mayor de Hermandades y Cofradías, César Mira, Rosa, Concejala de cultura y fiestas, portavoces y compañeros de corporación, José Vicente, Miguel Ángel y Antonio Emmanuel, cronista de fiestas, D. Carlos Aznar, Marías y Magdalena, M.ª de las Nieves, Verónica y María, Caballero Portaestandarte, Miguel Alcantud Cerdán, miembros de la Junta Mayor de Cofradías y Hermandades, presidentes y miembros de las Hermandades de nuestra Semana Santa, querida familia, amigos y vecinos, muy buenas tardes.
Quiero agradecer la presencia de los medios de comunicación que nos acompañan y cuya labor posibilita que muchas personas, que por diversas circunstancias no pueden salir a la calle, asistan desde casa a este y muchos otros actos y eventos que tienen lugar en nuestro pueblo.
Aprovecho también estos instantes preliminares para mandar desde aquí un fuerte y cariñoso abrazo a quienes han sufrido y sufren todavía los estragos de esta maldita pandemia. Un emocionado recuerdo para quienes han fallecido a lo largo de estos meses y a sus familiares, muchos de los cuales no han podido siquiera despedirse de sus seres queridos. Y un mensaje de ánimo y esperanza a quienes los efectos de la crisis que atravesamos, que de nuevo se ceba con los más vulnerables, les están avocando a una profunda sensación de desesperanza en el seno de sus familias.
Querido presidente, amigo, y compañero cofrade, César, quiero agradecerte públicamente la oportunidad que me ofreciste hace ya muchos meses, más de los que todos hubiéramos deseado, de poder estar aquí, esta noche, para anunciar nuestra Semana Santa, esa Semana Santa que tantos años llevamos compartiendo desde la amistad, la devoción y la fe. Te ha tocado a ti y a tu junta gestionar un periodo ciertamente complicado, pero las adversas circunstancias que venimos atravesando no pueden ni deben empañar vuestra entrega y voluntad. Gracias por vuestro trabajo, gracias por, a pesar de las dificultades, ofrecernos la posibilidad de poder vivir, este año, algunos de los momentos más cruciales y emocionantes de nuestra Semana Santa.
María, M.ª de las Nieves, Verónica… ¡Qué bonitos y apropiados nombres para dar vida a las mujeres que acompañaron a Jesús durante su pasión y muerte para después ser testigos privilegiadas de su resurrección! Este año tampoco vamos a tener procesiones, pero sí podréis vivir esos momentos tan entrañables y emocionantes que quedarán para siempre en vuestra memoria. Vais a dar continuidad a una de nuestras más queridas tradiciones en un año que quedará, sin duda, marcado para siempre en la historia de nuestra Semana Santa.
Introducción:
Antes de comenzar el pregón propiamente dicho, me veo en la necesidad de compartir con todos vosotros la extraña sensación que ha supuesto para mí la elaboración de este. El año pasado tenía un pregón “casi” acabado que no pude pronunciar por las circunstancias que todos conocemos. Con la esperanza de que este año la Semana
Santa se celebrara “como toda la vida”, ese texto se quedó esperando su momento para ser levemente retocado y por fin transmitido esta noche. Pero la difícil realidad que nos está tocando vivir ha querido que aquí estemos hoy, víspera del Domingo de Ramos, dispuestos a comenzar una Semana Santa distinta a todas las que hemos vivido con anterioridad a 2020. Pero eso sí, la Semana Santa llega y los cristianos la vivimos y la celebramos porque no puede ser de otra manera. Porque como D. Pedro Luís Vives nos recordaba en su pregón del año 2018, la Semana Santa es el acontecimiento que nunca pasa; “El paso del tiempo nunca puede arrebatar el encanto de la Semana Santa” nos decía, independientemente de las circunstancias en las que nos toque vivirla, añado yo. Porque, en definitiva, “Cuando llega su hora, Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del padre” y eso, siempre es motivo más que suficiente para conmemorar y celebrar.
Desde el momento en que César me propuso, en los días previos a la Navidad de 2019, dar el Pregón de Semana Santa, tuve muy claras algunas de las ideas que quería transmitir y cuál iba a ser la base sobre la que ir añadiendo las palabras adecuadas que me permitieran hacerlo. Algo que siempre tuve muy claro es que mi pregón iba a girar en torno a la figura de “La Madre”, es algo que ni siquiera pensé y que vino a mí como de forma natural. Seguramente el hecho de que nos encontremos en la Basílica, “Casa de la Reina”, como le gusta enfatizar a nuestro querido D. Fernando, seamos de Aspe y tengamos como Madre a nuestra queridísima “Virgen de las Nieves”, a la que tanto echamos de menos el año pasado pero que sin embargo tan honda emoción nos hizo sentir a todos con su “ausencia”, física, claro, porque una madre siempre está, junto a que mi cofradía sea “La Dolorosa” tenga algo que ver en esta determinación.
Cuando esta primera idea me vino a la cabeza reparé en que el Belén de casa llevaba unos días puesto a la espera de que María envolviera en pañales a su hijo para depositarlo en la paja de un humilde pesebre. Y pensé que esa María que había aceptado la misión que Dios le encomendó,
- “he aquí la esclava del señor, hágase en mí según su palabra”- es la Madre que en compañía de su esposo S. José tendrá que partir a Egipto con su hijo en brazos para evitar que el poderoso y a la vez temeroso Herodes lo mate. Y no pude reprimir un hondo sentimiento de compasión al comprobar que, por supuesto, también es nuestra M.ª al Pie de la Cruz, donde Jesús nos la ofrece definitivamente como Madre, es nuestra Dolorosa a la que Simeón ya le dijo “una espada te atravesará el alma” y es nuestra Madre de las Angustias que deposita en su regazo a su hijo muerto cuando hace unos meses lo envolvía en pañales tras traerlo al mundo.
Llegado a este punto es cuando confirmé la evidencia de que, a pesar de que durante el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en los evangelios la referencia a la figura de María es prácticamente inexistente, “La Madre”, al igual que lo es de nuestra tradición de la Semana Santa, sería la piedra angular de mis palabras, palabras que quiero dedicar a todas las madres porque, como dice la canción que recordamos desde niños, “una madre no se cansa de esperar” y de manera especial a mi madre, responsable sin duda de haber transmitido y alimentado en el seno de nuestra familia unos valores cristianos basados en el amor, la preocupación por los más desfavorecidos y un marcado sentimiento mariano que sin duda forman parte de lo que soy o por lo menos de lo que pretendo ser. Gracias, mamá. sociedad. Nazaret pertenece a la red social de la Compañía de Jesús cuyo pilar principal es la intervención social desde la perspectiva cristiana. Por lo tanto, a la hora de pregonar la Semana Santa, donde los actos de entrega, sacrificio, humildad y amor por los demás de Jesús son tan evidentes, la dimensión social del compromiso cristiano y cofrade tenía que estar presente.
Es por eso por lo que intentaré transmitir lo que siento y lo que vivo durante el desarrollo de las celebraciones y procesiones de Semana Santa y las enseñanzas y mensajes que, desde mi particular perspectiva, esos actos son capaces de transmitirnos a poco que seamos capaces de evadirnos del ruido y bullicio cotidianos y prestemos un poco de atención a lo realmente importante. Aún sin procesiones, debemos de ser capaces de ser verdaderos cofrades, de encontrar durante estos días los momentos adecuados para, como D. Fernando Navarro nos pedía el año pasado, tener nuestro personal encuentro con Jesús y con el compromiso social. No puede existir cofradía sin encuentro personal con Cristo y sin dimensión social nos recordaba.
Como es lógico, también habrá lugar en mis palabras para el relato cercano, amable y cariñoso de algunos de los momentos y anécdotas que año tras año se dan en el seno de mi cofradía, como en todas, antes, durante y después de las procesiones y que tan necesarios son para seguir alimentando nuestra tradición.
Y reflexionando en voz alta me pregunté, ¿cuántas madres siguen hoy dando a luz a sus hijos con poco más que los pañales en los que los envuelven después de nacer? ¿Cuántas madres han de salir huyendo con sus hijos al brazo para salvarlos de la muerte? ¿Qué madre no acompañaría a su hijo en las dificultades y el sufrimiento hasta el extremo de que “una espada le atraviese el alma” movida por un amor que sólo ella es capaz de experimentar?
Tras hacerme estas preguntas, adiviné qué quería y debía transmitir desde aquí con mi pregón de Semana Santa. Yo he crecido profesionalmente a lo largo de más de 20 años como educador de menores en “Nazaret”, un lugar donde todos los días pasan cosas increíbles, aunque muchas sean imperceptibles a los ojos de buena parte de nuestra Así, con la atención puesta en “La Madre” y la intención de transmitir la necesidad de amarnos los unos a los otros como Jesús nos amó, haciendo de nuestra vida un verdadero ejercicio de respeto y servicio a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos, me dispongo a relatar cómo, con el paso de los años y en el seno de mi Cofradía desde hace 40 años, el que os habla ha vivido y vive cada vez con mayor intensidad cada uno de los momentos de nuestra Semana Santa.
RELATO:
Domingo de Ramos:
El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa, tras la cuaresma comienza un tiempo nuevo, de ahí la
tradición popular de “estrenar”, de renovar el vestuario. Los recuerdos de nuestra infancia vienen a nuestra memoria año tras año al observar la alegría e inocencia de los niños, principales protagonistas de nuestra procesión de “Las Palmas”. Jesús triunfante aparece ante nosotros entre vítores y alabanzas, “¡Hosanna al Hijo de David!, ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, alabanzas que a cualquiera de nosotros nos habrían cegado, pero que sin embargo Jesús convierte en la primera lección que nos ofrece la Semana Santa, ante la adulación, humildad. Por eso decide hacer su entrada triunfal a lomos de una borrica. No es más el que más aparenta, sino aquel que está dispuesto a dar por los demás.
Posteriormente, al igual que en la misa, tras la procesión, se da lectura a la Pasión del Señor que viene a anticiparnos lo que sucederá en los próximos días, nuestro Domingo de Ramos nos ofrece momentos e imágenes que nos ayudan a reflexionar sobre el verdadero sentido de todo lo que está a punto de suceder.
Por la tarde, la “Procesión de las Mantillas”, con la imagen de La Madre de las Angustias, nos permite contemplar a María, la Madre, sola, sentada sobre una roca, con su hijo muerto en su regazo, anticipándonos que, en el momento más difícil, Ella se hará cargo, asumiendo, una vez más, su papel de Madre y la voluntad de Dios. Soportará el dolor y mostrará fortaleza por todos nosotros convirtiéndose así en auténtico sustento de nuestra fe. Aún nos depara la noche del Domingo de Ramos la Estación de Penitencia de Nuestro Padre Jesús del Ecce Homo y María Santísima del Amor y la Misericordia. El paso del Ecce Homo nos muestra a Jesús solo, rodeado de quienes le acusan y condenan. Las alabanzas de la mañana se convierten en acusaciones y la multitud que le vitoreaba ahora pide su muerte. La injusticia nos hiere cada vez que la pensamos, pero, ¿alguna vez no hemos sido y somos también nosotros partícipes de injusticias similares? ¿Acaso no hemos alabado a alguien para después darle la espalda simplemente porque nuestros intereses han cambiado? Pensémoslo.
Lunes Santo:
El Lunes Santo tiene lugar la “Procesión de La Samaritana”. Jesús, de regreso a Galilea, tiene sed y le pide agua a La Samaritana, cuando judíos y Samaritanos eran enemigos irreconciliables. No se la pide a uno de sus amigos, no, si no a alguien con quien, en teoría, no debía ni cruzar palabra “¿Cómo tú siendo judío me pides a mí que soy Samaritana que te dé de beber?” le dice ella, pero Jesús no ceja en su empeño y le ofrece “agua de vida”, a lo que la mujer le dice, “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed”. Jesús nos vuelve a dar ejemplo y nos pide el más difícil todavía, ayudemos a quien lo necesita, sin importar si es amigo o enemigo, de donde viene o hacia dónde va. Espíritu de ayuda y voluntad de reconciliación que deberían presidir nuestra vida.
Acompaña al paso de La samaritana de la Cofradía de San Juan, la imagen de la Esperanza Macarena, de “La Dolorosa”, mi Cofradía. El día anterior, durante la tarde del Domingo de Ramos ha tenido lugar el traslado de la Virgen hasta la Basílica desde nuestra improvisada “Casa de Hermandad”, ese almacén que tan generosamente nos viene prestando ya desde hace años la familia Lara. Ese momento de la tarde del Domingo de Ramos es siempre especial. Los niños se afanan en ayudar a empujar el carro y a los mayores, entre comentarios y pronósticos siempre optimistas sobre la meteorología que nos ha de acompañar durante los próximos días, se nos adivina un gesto de satisfacción, de alegría, porque nuestra Semana Santa ya ha llegado.
El lunes por la noche, La Macarena, con su manto verde, traspasa la puerta de nuestra Basílica, presentándose ante nosotros como Reina y garante de nuestra Esperanza, de nuestra fe.
Martes Santo:
El Martes Santo, la procesión de la “Oración en el Huerto” parte desde la Parroquia del Buen Pastor.
El Paso de la Oración en el Huerto nos ofrece otra imagen que nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud ante el que sufre. Jesús sólo, ante el Ángel que le ofrece el cáliz del sufrimiento que ha de beber mientras sus discípulos duermen; duermen como hacemos muchos de nosotros cuando el que sufre está sólo y a oscuras, pues son muchas las veces que decimos; “total, como nadie nos ve, allá se las apañe…” sin reparar en el hecho de que es precisamente en ese momento, cuando alguien está sólo y a oscuras, cuando más necesita de nuestra compañía y cercanía.
El Martes Santo también nos ofrece la ocasión de contemplar la bellísima imagen de “M.ª al pie de la Cruz”. El rostro de María, de nuevo sola, de pie ante la cruz vacía, es la imagen de la ternura, de la bondad de una madre; afligida pero serena, triste pero fuerte. La que siempre está, la que nunca se cansa de esperar.
Miércoles Santo:
El miércoles tiene lugar la procesión de la “Pasión de Cristo”. Desde la 8:30 de la tarde, las distintas cofradías trasladamos nuestros pasos e imágenes a las inmediaciones de la Plaza Mayor según nuestro orden de salida, Plaza que se convierte en un hervidero de gente que viene y va y donde los tambores y cornetas atruenan en cuanto la procesión se pone en marcha. Los más pequeños ya están de vacaciones y eso se nota en la “nómina” de capuchos. “La Dolorosa” espera inmóvil su momento en la Calle Sacramento, junto a la puerta de San Juan. Es precisamente el paso de San Juan por delante de nosotros lo que nos pone en guardia, ya que una vez que pase San Juan, saldrá el Nazareno y después arrancaremos nosotros.
Para mí son momentos especiales a pesar de repetirse año tras año; en cuanto pasa San Juan, sale nuestro estandarte, yo organizo a los costaleros y las costaleras, les doy unos mínimos consejos y les pido seriedad durante todo el recorrido. Mi toque de campana indica que empezamos a centrar a la Dolorosa en la Calle Sacramento. Una vez ahí, me marcho a la esquina del campanario para ver salir al Nazareno a los sones del Himno Nacional y, un año más, un ya familiar escalofrío de emoción me recorre de arriba abajo, no hay duda, es Miércoles Santo y vamos a empezar la procesión.
A partir de ese momento, mi mirada estará pendiente de la imagen de La Dolorosa, prácticamente pegada a mí y de la del Nazareno, unos metros más adelante. Mi misión es que La Madre no pierda nunca de vista a su Hijo cargado con la cruz. Cada paso que da el Nazareno es respondido por el movimiento de la Dolorosa y cada parada, supone también el descanso de la Virgen. Y así, con este sentimiento de acompañamiento y protección vamos realizando el recorrido.
Al término de la procesión del miércoles, tiene lugar para nosotros, los cofrades de la Dolorosa uno de esos momentos especiales que se repiten año tras año y del que yo quiero seguir siendo partícipe mientras pueda. Es uno de esos momentos que refuerzan el sentimiento de hermandad y afianzan la tradición, permitiéndote percibir
que uno, tras más de cuarenta años, forma ya parte de esa tradición. Tras reponer fuerzas, se forma una, aparentemente, improvisada tertulia, (digo lo de aparentemente porque de improvisada, la verdad, es que no tiene nada) en la que Antonio, Florentino, y Paco Pujalte, “el coca” llevan la voz cantante. Es el momento en que un rosario de anécdotas, no por sabidas y repetidas año tras año menos interesantes, empieza a surgir como hilo conductor de una entrañable charla en la que todos intentamos aportar nuestra opinión. Entrañable, sí, pero que no en pocas ocasiones ha estado a punto de terminar como el rosario de la aurora.
Quiero aquí dedicar unas palabras de entrañable recuerdo y agradecimiento para Salvador, el de la Dolorosa, como popularmente le conocíamos y quien, durante años, junto con Antonio y Paco era la otra voz autorizada para transmitir la historia y curiosidades de la cofradía. Gracias Salvador por transmitirnos tu amor a nuestra Virgen y a nuestra hermandad.
Jueves Santo:
Llega el Jueves Santo, el día que reluce más que el sol, el día del amor fraterno, el día en que Jesús nos deja a modo de legado definitivo el mandamiento que deberíamos tener siempre presente en nuestras vidas; “Ama-
ros los unos a los otros como yo os he amado”.
¡Una frase!, ¡una decena de palabras! Jesús no nos entrega un voluminoso código de estricto cumplimiento, no, nos pide que hagamos aquello que él ha hecho, y hace, con nosotros. Qué sencillo, ¿verdad?, una frase, qué sencillo… y qué complicado. ¿Os imagináis por un momento que fuéramos capaces de cumplir esa única regla? ¿Os imagináis como sería nuestra vida, nuestra sociedad si fuéramos capaces de hacerlo? Es cierto que no podemos responder por los actos de los demás, pero, como cristianos, sí tenemos la responsabilidad de, al menos, intentar el cumplimiento de esta única y fundamental norma. Si de verdad queremos una sociedad mejor y más justa, intentemos, de verdad, amarnos los unos a los a otros como Jesús nos amó.
Con la Tarde del Jueves Santo se inicia para mí una especie de rutina que procuro mantener inalterable con el paso de los años. La misa “mayor” de la tarde, siempre me fascinó, desde pequeño, con toda su liturgia, con el acto del lavatorio de los pies, donde Jesús nos da ejemplo de la necesidad de actuar con humildad y vocación de servicio a los demás. Nos invita a levantarnos de la comodidad de nuestra mesa, arremangarnos, echar agua en la jofaina, ceñirnos una toalla y lavarle los pies a quienes más lo necesitan. ¡Qué ejemplo!
Al finalizar la eucaristía, el traslado del Santísimo al monumento, y la posterior reverencia de las Marías y la Magdalena son momentos que para mí siempre han tenido una carga emocional que permanece e incluso se acrecienta con el paso de los años.
Desde hace unos años, tras la misa, y tal y como Jesús se reunió con los suyos en torno a la mesa, yo invito a mi familia a cenar en casa para, posteriormente, poder presenciar desde un lugar privilegiado la “Procesión de Difuntos y Ánimas” de la Hermandad del Pueblo Hebreo con la imagen del Cristo de la Salvación, y que, a su paso por la Plaza de Santa Bárbara nos ofrece, en mi opinión, uno de los momentos más bellos a la vez que sobrecogedores, que son muchos, de nuestra Semana Santa cuando la imagen de San Juan, en la calle, espera el encuentro con el crucificado.
Tras el paso de la procesión, toca volver a la Basílica para contemplar la salida del Cristo de La Buena Muerte en la Procesión del Silencio. El día que comenzó brillando más que el sol acaba con las tinieblas que se ciernen sobre el huerto de los olivos donde Jesús sale a orar antes de ser entregado.
Una vez que el Cristo dobla la esquina de la calle Santa Teresa, regresamos a casa, toca descansar, mañana es Viernes Santo.
Viernes Santo:
El Viernes Santo comienza pronto, a pesar de ello no necesito despertador y yo sigo cumpliendo paso a paso mi rutina. El portón del almacén de Antonio y Carlos se abre como todas las mañanas, pero hoy no hay mercado, hoy es Viernes Santo y cuando los “san juaneros” se ponen
en marcha es la señal para empezar a ponerme el traje y disponerme así a vivir con intensidad la “mañanica de Viernes Santo”. Al salir de casa me dirijo a la Plaza al son del ligero “repiqueteo” de la matraca, antes, entro a la Basílica por la puerta de Santa Teresa y permanezco un rato rezando ante el monumento. Cuando el “Nazareno” está casi preparado, salgo a la plaza. Allí ya aguardan mis cofrades junto con “La Dolorosa”, acompañada a ambos lados por La Verónica y San Juan. En cuanto la imagen del “Nazareno” llega a la cancela, las tres imágenes saludamos su salida hasta que llega a la esquina de la basílica, otro momento de honda emoción, emoción que se percibe en los rostros de todos los presentes. Ahora toca prepararnos para realizar la ceremonia del encuentro, “Las Cortesías”.
Ese acto tan emotivo y querido por todos nosotros también me ofrece cada año momentos entrañables y anécdotas que tanto voy a volver a echar de menos este año. Antes de comenzar “las cortesías” con la Dolorosa, esas que mi amigo César prefiere no ver porque le pueden los nervios, Paco, me dice, “no pares la Virgen hasta que no llegues donde yo esté”, “de acuerdo” le digo yo.
Mientras empezamos a aproximarnos a la imagen del Nazareno por el centro de la Avda. Constitución al son de la marcha “La Dolorosa” compuesta por nuestro querido y admirado Daniel Abad, busco a Paco entre la gente, enseguida, la voz de mi hermano Alfonso, que es el encargado de marcar la longitud de los pasos durante las tres reverencias, que me dice; “si paramos donde está Paco, nos subimos encima del Nazareno”. De nuevo el conflicto de todos los años, ante la advertencia de mi hermano, los gestos de Paco con “la vara” para que no me queden dudas sobre su posición, y mientras, seguimos andando. Aún no hemos llegado a la altura de Paco, pero mi hermano me insiste; “toca Sergio, toca o le damos a la Magdalena”, y yo, claro, toco. Todo esto, con todo, no resta un ápice de emoción y recogimiento para vivir el momento crucial: El rostro del Nazareno a escasos pasos de nosotros, justo delante La Magdalena con los ojos entrecerrados y a nuestros hombros La Madre con el corazón traspasado que se inclina al ver a su hijo cargar con la cruz. Un año más se cumple la tradición. Al finalizar las cortesías se inicia la “Procesión del Camino del Calvario” siendo la vía dolorosa, la calle de la amargura, la misma que nuestra patrona la Virgen de las Nieves recorre el día 5, un detalle, que, para mí, particularmente, dota a esta procesión de un significado especial que vuelve a girar en torno a la omnipresente figura de la Madre. Como hiciera durante la procesión del miércoles, procuro que La Virgen nunca pierda de vista a su hijo mientras carga con la cruz camino del calvario.
¿Y nosotros? ¿Qué hacemos nosotros ante los Nazarenos que a diario nos encontramos cargando con su cruz camino de su particular calvario? Nazarenos que a veces vienen de lejos, arriesgando su vida a bordo de pateras, o huyendo como pueden a través de miles de kilómetros de las bombas que caen a su alrededor, o que han sido abandonados a su suerte solo por haberla tenido bastante peor que la nuestra, o que sufren de soledad o enfermedad, o de malos tratos… ¿Cómo reaccionamos?, ¿somos Cireneos y Verónicas ayudándoles con su carga y aliviando su sufrimiento? ¿O preferimos mirar hacia otro lado, no vaya a ser que nos busquemos complicaciones? No perdamos la oportunidad de interrogarnos sobre esto durante los próximos días.
Jesús muere a las tres de la tarde en la Cruz, y es ahí, al pie de la Cruz, cuando nos entrega, para siempre, a su madre como madre nuestra; “Mujer he ahí a tu hijo,
hijo he ahí a tu Madre”.
Por la tarde nos preparamos para la solemnidad del entierro de Cristo. Quien hace unos días salía a la calle triunfante y 12 horas antes cruzaba la cancela de la Basílica cargado con la cruz, ahora lo hace envuelto en el sudario con el que va a ser sepultado. Para nosotros, los Cofrades de la Dolorosa llega nuestro momento más emocionante, la procesión más importante. La Virgen de “La Soledad”, vestida de luto sigue pegada a su hijo ahora muerto, llora por Jesús y las lágrimas que resbalan por sus mejillas, ahora que es Madre Nuestra, nos redimen a todos nosotros, nos redimen por no haber acompañado a su hijo en la soledad de la oración, por no haberle ayudado con el peso de su cruz, por haberle negado para evitar problemas. Y así, concluye el intenso Viernes Santo.
Sábado Santo:
El Sábado Santo es el día en que la Iglesia acompaña el duelo de María. El día en que parece que no pasa nada pero que a la vez todo está a punto de ocurrir. Con gran acierto, desde hace unos años, la Junta Mayor nos da la oportunidad de acompañar a María en el “velatorio” de su hijo. Se nos invita a compartir el silencio de María, a esperar con ella que nunca ha dejado de confiar. Aprovechémoslo, porque ¡qué escasos son los momentos que dedicamos a estar en silencio!, a sentirnos humildes ante los acontecimientos que nos desbordan día a día y qué necesario resulta hacerlo, por lo menos de vez en cuando, para liberarnos de la cultura de la apariencia, de las trampas del egoísmo, del querer cada vez más, de no estar nunca satisfechos, en definitiva, de tener el corazón cerrado a los pobres, como nos recuerda el Papa Francisco.
Domingo de Resurrección:
Y tras el sábado de silencio y vigilia, todo ocurre, todo cobra sentido. Igual que en la noche del 24 de diciembre nacía el niño, en la noche del Sábado Santo renace Jesús. Quien salió de nuestro templo cargado con su cruz primero y en su sepulcro después entra ahora, de nuevo triunfante, tras haber vencido a la muerte.
La Mañanica de Pascua nos aguarda para brindarnos toda la alegría de la resurrección. Los rostros compungidos de Las Marías y La Magdalena durante la pasión y muerte se tornan ahora radiantes de felicidad al ser testigos privilegiadas de la resurrección del Señor. Una corona de flores ciñe la cabeza de la Magdalena mientras derrama un lecho de pétalos a los pies del Santísimo.
Y la Virgen, La Madre que tanto ha sufrido, celebra ahora con su manto azul como reina del universo el reencuentro con su hijo.
Y así, un año más, el acontecimiento que nunca pasa, la Semana Santa, se nos muestra en el Domingo de Resurrección en todo su esplendor para celebrar la gran fiesta de nuestra fe. ver con las especiales circunstancias que van a rodear la Semana Santa, me vais a permitir una pequeña explicación o aclaración de lo que he pretendido al compartir con vosotros mis vivencias y reflexiones personales de cada uno de los momentos de mi Semana Santa. Hace unas semanas, veíamos en casa una película sobre un niño que juega al ajedrez, en un momento dado, su exigente maestro le pide que ante la disposición de las fichas que quedan en el tablero imagine los siguientes movimientos, pero el niño es incapaz de verlos. Curiosamente, solo cuando el maestro arroja las fichas al suelo y queda el tablero vacío, el niño visualiza todos y cada uno de los movimientos posibles.
Pues eso es lo que he pretendido desde mi más sincera modestia, ofrecer algunas pistas para que un año más, y en ausencia de lo visual, de las procesiones, que yo, particularmente tanto voy a volver a echar de menos, seamos capaces de vivir con plenitud todo aquello que, siempre, nos enseña y nos invita a pensar y reflexionar sobre nuestra vida como cristianos la Semana Santa.
Para ir concluyendo, y en relación con algunas de las cosas que decía al principio de este pregón y que tenían que Muchas gracias por vuestra atención, buenas noches y feliz Semana Santa.