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Jonatan Carrillo Pastor
El silencio de María
Jonatan Carrillo Pastor
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Los primeros rayos de sol despuntaban el alba de un nuevo día de primavera.
Por las estrechas calles que conducían a la casa del Pretorio en Jerusalén ya se agolpaba la gente, todos murmuraban lo mismo, la gente hablaba de un tal Jesús de Nazaret que habían apresado. De momento se abren las grandes puertas, una comitiva de soldados romanos encabeza el cortejo, tras ellos, un hombre malherido, con una corona de espinas en la cabeza, una túnica rasgada, con sangre en la frente, su espalda cruelmente azotada, cargando dos enormes maderos en forma de cruz, los soldados lo azotan a cada paso, le insultan, le escupen y lo empujan. echan encima de la cruz, y con fuertes martillazos clavan sus manos y sus pies al gran madero, Jesús grita de dolor, mientras “ella”, es testigo de la escena, siente como su alma se desgarra en dos, en cada martillazo su corazón se parten en dos, en cada grito de Jesús su cuerpo se parte en mil pedazos, en cada gota de sangre su corazón se queda sin latido…
Pero “ella” sigue allí de pie, apoyada en Juan, el gran amigo de su hijo y ayudada por María la de Magdala, en silencio, con sus ojos inundados de lágrimas, callada, asumiendo lo que el Padre tiene dispuesto para su hijo.
Muchas de las personas que ven el atroz cortejo se horrorizan al verlo, otros se burlan, otros lloran y otras gritan por tal injusticia.
De entre la muchedumbre agolpada, sigue la comitiva una mujer, apoyada en un joven y una mujer más joven que ella, de una de las personas que está viéndolo todo sale esta frase…
“Ella es su madre”… Su madre… Una madre que ve en silencio, el atroz tormento que está padeciendo su hijo, callada, en silencio, rota por dentro.
En una de las veces que Jesús cae vencido al suelo por el peso de la cruz, su madre intenta acercarse a él, lo acaricia, él la mira, sus miradas se entrecruzan, sobran las palabras, solo las miradas de madre e hijo hablan por sí solas. Jesús carga su cruz y se levanta, esa aliento, esa mirada que su madre sin hablar le acaba de hacer es la fuerza necesaria que le ayuda a levantarse.
Casi es mediodía ya, llegan al monte llamado Gólgota, desnudan a Jesús con fuerza entre golpes e insultos, lo En un afán por decir sus últimas palabras, Jesús le dice a su madre que está en los pies de la cruz: MADRE, HE AHÍ A TU HIJO… HIJO, HE AHÍ A TU MADRE…
En ese momento, Jesús nos hace otro de los regalos más grandes a la humanidad, no solo nos acaba de regalar por amor a la humanidad la mismísima salvación, que no basto con ello nos regala el amor de su madre, nos hace ser hijos de su Santísima Madre, el amor maternal de María se nos convierte a la humanidad en una realidad tan cierta como el sol que nace cada día.
Ya casi llega la hora nona, un fuerte grito se escucha en lo alto del Gólgota, Jesús ha expirado, los soldados clavan una lanza en su costado para cerciorarse de su muerte, el día se vuelve noche, un fuerte terremoto azota todo Jerusalén, todo el mundo huye aterrorizado…
Solo al pie de la cruz quedan María, Juan y Magdalena, María casi llega alcanzar el pie de su hijo, el cual toca con amor, toda su vida está rota, su alma no tiene consuelo, no quedan lágrimas en sus ojos que puedan consolar su dolor.
Bajan a Jesús de la cruz y María lo acoge en su regazo, lo abraza, lo lleva contra su pecho, como queriendo evocar lo que sucedió hace 33 años en un establo en Belén, ¿Dónde han quedado las caricias de Belén? María acoge entre su regazo a su hijo, muerto, yerto y sin color, abraza su cuerpo maltrecho y maltratado, sus lágrimas caen sobre las heridas de su querido hijo, como queriendo cicatrizarlas.
Con ese amor que solo una madre es capaz de hacer envuelve el cuerpo de hijo en una sábana, lo llevan a un sepulcro vacío excavado en la roca, un sepulcro nuevo donde nadie había sido colocado aun.
María entra, besa la frente de su hijo, lo cubre con la sabana y sale fuera, la piedra del sepulcro es rodada dejando sellado el sepulcro. María queda en silencio, callada, con la mirada puesta en el cielo, paciente…
Han pasado tres días, ha amanecido un nuevo día, los rayos del sol entran por la ventana, oye gritos en la habitación de al lado, es María Magdalena que nerviosa está diciéndoles a los apóstoles “lo ha visto”…
María dibuja una sonrisa en su rostro, su cara se ilumina, lo sabe, se ha cumplido su palabra, ¡HA RESUCITADO!
María sale, abraza a todos los apóstoles, a María Magdalena, esta radiante, su rostro irradia la felicidad de saber que su hijo ha resucitado…
De repente, una luz inunda la estancia, y aparece, ÉL, radiante como el sol, ¡PAZ A VOSOTROS!
María lo abraza, él le dice al oído madre estoy aquí, tu hijo ha resucitado…
María vuelve a dibujar en su rostro la sonrisa de una madre, atrás quedo el dolor el sufrimiento, la angustia y la soledad de la pasión, ha amanecido la mañana de la resurrección gloriosa de su hijo.
Alégrate María, bienaventurada eres tú entre todas las mujeres, madre del verbo, madre del salvador, madre de Dios, madre de la humanidad.