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Raúl Pérez Bonmatí
Pietas populi
El trascurso histórico de las procesiones a través de las obras de arte
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Raúl Pérez Bonmatí | Historiador del Arte
Dentro de unos días, se iniciarán en Aspe, y en todo el mundo, los desfiles procesionales de Semana Santa. La procesión es para muchos cofrades el momento central de la Semana Santa y aquel que marca la pertenencia a la cofradía o hermandad. Es el espacio en que muchos viven la fe de una manera intensa y fuerte. La procesión aúna la fe y la tradición, los aspectos sociales y turísticos, el folclore y la religiosidad, el pasado y la modernidad; pero ante todo es un momento de fe en Jesucristo muerto y resucitado.
Esta arraigada tradición de las procesiones no tiene un punto de partida claro y definido, no comienza en un momento determinado. Las procesiones de Semana Santa, son el resultado de un proceso largo y cambiante a través del tiempo, influido por la experiencia religiosa de muchas culturas. Por poner un ejemplo, ya los egipcios realizaban procesiones en las que trasladaban las imágenes de dioses de un templo a otro, utilizando para ello unas barcas procesionales en cuyo centro se colocaba la imagen del dios cubierta por un palio.
Relieve de la barca Sagrada de Amón en un relieve de la Capilla Roja del Templo de Luxor, que narra la fiesta de la Opet.
Siglos después, al otro lado del océano (por tanto, sin posible influencia), los incas sacaban en procesión a las momias de sus antiguos emperadores con motivo del Inti Raymi, celebrada durante el solsticio de invierno. Estos ejemplos hacen patente que un acto tan sencillo como el caminar puede convertirse para el hombre, de manera natural, en un rito cultural.
Abordar el origen de las procesiones es complejo porque, al igual que ocurría con la veneración de las imágenes, muchos parecen tener claro que se encuentra en la cristianización de los antiguos ritos de la religión del imperio romano. Curiosamente, el cristianismo adoptará en sus inicios un estilo militar a sus desfiles, imitando a los que realizaban las legiones romanas, en los que el águila legionaria que figuraba como distintivo al frente de la unidad militar, será sustituida por la cruz, símbolo de la Resurrección. Hay que tener en cuenta, que el vocablo processio viene a significar “marchar”, pero en el sentido militar del término.
Puede que alguien se sorprenda al pensar que pueden rastrearse los orígenes de las procesiones cristianas en una religión anicónica como la judía. Pero es innegable que la Biblia recoge varios testimonios de procesiones realizadas por el Pueblo de Israel, sin ser cortejos en los que se portara una imagen, tienen su valor y su importancia a la hora de entender y vivir las procesiones del cristianismo. Uno de los textos al que quiero referirme lo encontramos en el Pentateuco, concretamente en el Libro de los Números. En él, se narra la marcha de los israelitas por el desierto, en el que los levitas portaban el Arca de la Alianza, precedida por los banderines de cada una de las tribus y acompañada por el sonido de trompetas. Pero el detalle más importante se encuentra justamente al final del capítulo décimo, es decir, que el Arca era el trono de Dios, y que, aunque los israelitas no pudieran verlo, creían que él iba sentado entre las alas de los querubines. Una magnífica representación lo encontramos en este tapiz de Oncala (Soria), un tapiz de origen flamenco, tejido sobre
un cartón de Rubens, en el que nos muestra el Arca de la Alianza portada por los levitas, mientras se realiza el sacrificio de la ley Mosaica.
Tapiz “El sacrificio de la Ley Mosaica” de Oncala (Soria). Frans Van den Hecke, sobre cartones de Rubens, entre 1630-1665.
Aunque podrían citarse otros textos, es el momento de pasar del Antiguo al Nuevo Testamentos para ver que en los evangelios también podemos rastrear los orígenes de las procesiones cristinas. Por ello puede aludirse a dos pasajes o escenas, siendo una de ellas de carácter más devocional y piadoso y constituyendo la otra un claro antecedente de las procesiones de Semana Santa. El primero de ellos es el más devocional, recogido por el evangelista San Lucas, y se corresponde con la Visitación de la Virgen María a su prima santa Isabel. No faltan predicadores que afirman que aquel viaje que María, estando embarazada, caminó desde Nazaret hasta Ain Karem, fue la primera procesión del Corpus Christi de la historia, comparando a la Virgen como la primera custodia que portó el cuerpo de Cristo por el mundo.
La segunda de las escenas, aparece narrada en los cuatro evangelios y no es otra que la que abre las celebraciones de Semana Santa: La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. La entrada triunfal de Jesús a lomos de una borriquilla, cumpliendo las antiguas profecías, tiene un marcado carácter mesiánico y recuerda a las entradas de los reyes y emperadores victorioso en las ciudades de la antigua Roma. Además, este pasaje nos es muy próximo, más si cabe cuando el pasado 12 de febrero recibíamos a nuestro pastor, el obispo D. José Ignacio Munilla Aguirre, que siguiendo tradición heredada y la sucesión apostólica, entraba en la ciudad de Orihuela a lomos de una mula y bajo los vítores de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. La tercera de las escenas evangélicas con tono procesional lo constituyen los relatos de la Pasión en los que se narra el camino del Calvario, recorrido por Jesucristo cargando con la cruz sobre sus hombros. A los textos evangélicos que lo detallan, se agregarían después otras tradiciones, que acabarían conformando el ejercicio y devoción del Vía Crucis.
Aparte de las procesiones vistas hasta ahora, que se extendieron desde Jerusalén por toda la cristiandad, también existieron otras que nacieron en otros lugares donde el cristianismo comenzó a implantarse. Las más tempranas y famosas de todas fueron las que se desarrollaron alrededor de las reliquias de los mártires de Roma y en otras muchas localidades del imperio. Aunque en un primer momento era una veneración clandestina, con la tolerancia del cristianismo del emperador Constantino, en el año 313, y la declaración de esta como religión oficial del imperio por parte de Teodosio en el 380, las celebraciones cristianas podían celebrarse con toda libertad, y el traslado de las reliquias comenzó a solemnizarse, y en cierto sentido, a adquirir el esplendor que en otro tiempo habían tenido a los dioses paganos. Una muestra de estas procesiones de reliquias es el relieve en marfil (s. VI) que se conserva en la catedral de Tréveris (Alemania).
“Procesión de reliquias”. Placa de marfil conservada en la catedral de Tréveris (Alemania), s. VI.
En torno a esta época, comenzó a extenderse la costumbre de colocar algunas de estas reliquias dentro de una escultura del santo o mártir al que representaba y, en ocasiones, fueron estas imágenes las que empezaron a salir en procesión por las calles durante las fiestas en honor a Cristo a través de sus mártires. Si a todo esto añadimos que a partir del siglo V la cruz pierde su carácter negativo y comienza a ser el emblema y signo
de los cristianos, entenderemos fácilmente que en estos primeros años se creó un caldo de cultivo idóneo para que las procesiones pasaran a ser una parte importante de las celebraciones cristianas.
No es hasta bien entrada la Edad Media cuando entre los siglos XII y XIII surgen en la Iglesia las órdenes mendicantes, entre ellas los franciscanos y los dominicos, con un papel relevante en la configuración de las actuales procesiones de Semana Santa. Algunos afirman en que los propios frailes crearon procesiones penitenciales de disciplina, lo más probable es que lo que hicieran fuera aprovechar y encauzar una serie de paraliturgias y celebraciones anteriores a ellos. Este tipo de procesiones es común verlo en algunas miniaturas, como el que se representa en la Crónica de Aeqidius en la que aparecen unos flagelantes en procesión contra la peste en Doorjik (Bélgica), 1349. Hay que tener en cuenta que en esta época la mayoría de la población era analfabeta, y por tanto resultaba muy difícil seguir las grandes ceremonias que la Iglesia celebraba durante sus solemnidades. Pero este analfabetismo no estaba reñido con un espíritu de fe sencilla y un amor a Cristo, la Virgen y los santos. Así, celebraban por un lado la fe cristiana y por otro hacer algo para expiar sus pecados y experimentar en sus carnes el dolor que Cristo había sufrido en las suyas durante su Pasión. Aquí se encuentra el origen de las grandes procesiones de disciplinantes, flagelantes, o penitentes que recorrían las calles de las localidades castigando sus carnes con pequeños látigos o disciplinas, cargando cruces… Hoy en día aún quedan localidades españolas que mantienen esta tradición como “Los Empalaos” de Jerez de los Caballeros (Badajoz) y Valverde de la Vera (Cáceres) o “Los Picaos” de San Vicente de la Sonsierra en La Rioja.
Miniaturas de la “Crónica de Aeqidius Li Muísís”, 1349.
Los mendicantes vieron en estas formas sencillas, a veces exageradas de religiosidad popular, un gran amor y una gran fe. Es por ello que comenzaron a fundar cofradías y hermandades de carácter pasional y penitencial que salían a la calle en Semana Santa, acompañando a la imagen de un pequeño crucifijo, portado normalmente por un sacerdote. Aunque es una pintura romántica, representa muy bien ese momento medieval, en el que en las ruinas del Coliseo romano acogen una procesión, y así lo pintó el alicantino Francisco Bushell y Laussat durante una estancia de formación en la capital italiana, en su obra Procesión de Viernes Santo en el Coliseo de Roma (1864) y que podemos contemplar en el MUBAG. A este cortejo se fueron añadiendo algunas banderas o estandartes en los que se representaba las estaciones del Vía Crucis. Con el paso de los años, estas insignias serían sustituidas por grupos escultóricos que representaban estas mismas escenas y eran portadas a hombros por cofrades.
El cortejo procesional fue variando, en un principio conformado por los disciplinantes que con sus túnicas blancas abiertas por la parte de la espalda y sus rostros cubiertos, a ellos se les unieron los hermanos de luz, encargados de iluminar el tránsito de la procesión, que también velaban su identidad por medio de un antifaz. El periodo Barroco fue sin duda la Edad de Oro de la Semana Santa española y a él le debemos la gran solemnidad y la idiosincrasia de las procesiones que conocemos hoy. Fue probablemente en los albores de esta época cuando aparecieron los capirotes o antifaces de forma cónica que se han convertido en un icono característico de nuestra Semana de Pasión. Su origen no está del todo claro, aunque muchas teorías apuntan a que podría encontrarse en la coraza con la que el tribunal del Santo Oficio condenaba a sus penados a pasearse por las calles de las ciudades como símbolo de vergüenza y penitencia. Aquel era un símbolo de penitencia pública que probablemente fuera adoptado por las cofradías como signo penitencial de sus procesiones. Sin embargo como la penitencia de los cofrades debía ser privada, decidieron cubrirlo con una tela para así velar la identidad de quien lo portaba.
El siglo XVIII y la Ilustración supusieron una época muy difícil para las cofradías y las procesiones de Semana Santa, desapareciendo muchas de ellas, ya que los ilustrados no veían con buenos ojos estas prácticas que según su parecer eran irracionales, excesivamente sensibles y poco profundas. Por ello prohibieron la práctica de los flagelantes y disciplinantes, los hábitos penitenciales que cubrían la identidad de los penitentes y las procesiones
“Procesión de disciplinantes”, Francisco de Goya, hc. 1812-1819. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
nocturnas. El pintor maño Francisco de Goya, hacia 1812-1819, pintó el cuadro Procesión de disciplinantes, en el que hacía una crítica a las prácticas crueles, donde la efusión de la sangre en unos cuerpos iluminados de blanco, en el centro y en primer término, destaca sobre cualquier otro aspecto en esta tabla.
El renacer de las procesiones y las cofradías vino de la mano del Romanticismo a lo largo del siglo XIX, que restauró la celebración de las procesiones de Semana Santa. A veces, no solo consistió en restablecer nuevamente las procesiones como antaño, sino en una identidad más folclórica, popular e irracional de estas celebraciones. El pintor francés Alfred Dehodencq, inmortalizó en 1851 esa esencia dualista, donde discurre la procesión y la gente se agolpa en las calles para verla, como bien lo refleja en la pintura Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla, que podemos ver en el Museo Carmen Thyssen-Bornemisza de Málaga. A día de hoy se mantiene esta dualidad, hay quien busca un encuentro de fe en estas celebraciones y quienes lo hacen desde un aspecto antropológico, festivo y tradicional, pudiéndose armonizar estas dos sin que estén en una pugna constante.
“Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla”, Alfred Dehodencq, 1815. Museo Carmen Thyssen-Bornemisza de Málaga.
El siglo XX, con todos sus avatares, también contribuyó a la configuración actual de la Semana Santa. Por ello se vio a las cofradías como un instrumento de evangelización, no sin sus pormenores y sus auges, y el fruto es la Semana Santa de la que disfrutamos hoy. Esta reafirmación de un colectivo, está avalada y reforzada a través de una serie de sensaciones estéticas inigualables: música, arte, olores, flores, los propios pasos o tronos, su bella e irrepetible imaginería, sus tradiciones particulares, etc., suponen verdaderos emblemas, auténticos referentes simbólicos para los grupos que se congregan en las cofradías y que convierten las inigualables procesiones de Semana Santa, en una auténtica fiesta de la fe.
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