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Una ventana para tres (Eva de la Fuente
from Hacendera nº7_2018
by editorialmic
UNA VENTANA PARA TRES
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EVA DE LA FUENTE
La historia comienza un domingo cualquiera en una estrecha ventana de un pequeño pueblo leonés.
La tarde soleada acompañaba al asueto. Tres niñas sentadas en la ventana se distribuían todo el espacio sin dejar apenas un resquicio entre ellas, circunstancia que refl ejaba las muchas tardes de bocadillo de pan con chocolate que habían compartido a lo largo de su corta vida. Afortunadamente en el año en el que transcurre la historia no existían las meriendas industriales y tampoco había prendas de abrigo de pluma de oca, con lo que el espacio en el poyato era mucho más amplio. En sus manos se encontraba su TESORO!!!, un fl ash de cocacola que absorbían como si no hubiera un mañana.
Además, a buen recaudo en la cartera de bolitas, llevaban una bolsa de triskis, un chicle de boomer y un paquete de chimos.
A priori pueden parecer golosinas elegidas al azar, pero no era así. El proceso llevaba una planifi cación que comenzaba el
lunes, en cuanto el colacao mañanero conseguía despertarlas y que se prolongaba a lo largo de toda la semana.
Lo primero que hacían era analizar como había ido el día anterior con el fin de mejorarlo. Sin duda no tenían ni idea de lo que era la ISO 9001:2015, pero podían hacer sombra al mejor técnico de calidad. oducto de temporada muy arriesgado. Siempre se compraba en días de calor con el fin de meterlo en el congelador para hacer que se comían un helado entre semana, pero la incertidumbre de dejarlo solo, sin una vigilancia de veinticuatro horas era muy arriesgado, así que siempre optaban por comerlo in situ. Sin duda era mucho más barato que los helados de verano, que a no ser que te tocara premio no salían muy rentables, por lo que se conformaban pensando que rodeados de tantas pescadillas no podían ser trigo limpio.
En cuanto a los triskis, eran una apuesta segura, llenaban mucho y parecía que la bolsa no tenía fondo, algo parecido al caso de los panes y los peces. El chicle de boomer era el producto con mayor vida útil, si sabían esconderlo bien podía llegar hasta el sábado, era cuestión de no poner mucho énfasis al masticar (había gente que definitivamente no sabía hacerlo…)
Por su parte, el paquete de chimos había sido el producto fashion de esa semana. Había que pensarlo bien puesto que se llevaba una parte importante del presupuesto, circunstancia que se suplía con la conversación que daba… Que si qué sabor te comes, que yo dejo una de limón para después de la catequesis que me da mucho bajón… A veces hacían una Brains Torming, para decidir cual iba a ser la apuesta de ese domingo. La decisión era mucho más trascendente que los pecados que le soltaban al cura ese trimestre, ya que no existía la opción PRUEBA-ERROR, si no te gustaba algo no había nada más.
Por supuesto estaban supeditadas a las posibles entradas potenciales que podían aparecer en el mercado, mercado que se reducía a un par de ultramarinos. No era habitual, pero a veces repentinamente había un producto nuevo. En ese momento había que pensar deprisa y decidir si se arriesgaban a probarlo o esperaban una semana más y analizaban el resultado haciendo un estudio de campo, encuestas verbales a los clientes que lo habían probado, vida útil del producto… La entrada de los panchos (que no era un grupo musical, sino una especie de triskis grandes con un dibujo de un sombrero mejicano), fue espectacular.
La ventana, frente a la báscula, aún aguanta esperando tiempos mejores. Si te detienes un segundo y el viento ulula cerca se puede oír perfectamente “chimos es un agujero…rodeado de buen caramelo”.