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Próxima parada. (Ricardo Fernández

PRÓXIMA PARADA…

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RICARDO FERNÁNDEZ

Una mañana anodina, similar a la anterior y donde todo transcurría tranquilamente, me llamó la atención ese viajero al que nunca había visto; simplemente un buenos días para dejar entrever una voz tranquila, cargada de amabilidad y una educación que lo convertía en una rara avis en un mundo actual cargado de prisas, de dudas, de desconfi anzas y en ocasiones de falta de los valores más elementales.

No era el típico viajero habitual de todos los días, así que paso una semana hasta que lo volví a ver, eso sí, en la misma parada que la semana anterior, del paseo de Santa María de la Cabeza, en dirección al Batán. Otra vez sus buenos modales acompañados de una sonrisa y, después de pasar su abono transporte se acomodaba allí donde no molestase a nadie. Ya entonces me comenzaba a intrigar tal personaje, me decía a mí mismo: debe ser buena persona.

Bajaba siempre en la parada de la calle La Oca, y desaparecía de nuevo hasta la siguiente semana. Yo quedaba pensativo entonces…, -algún día tengo que entablar una conversación con él-, seguían llamando mi atención sus modales y su saber estar. Un día subió en su parada habitual, hizo lo que las semanas anteriores. Para mí todo normal, pero cuando transitábamos hacía la mitad del trayecto sentí una voz que me hablaba desde el lateral y un poco detrás de mí. Su voz era fácilmente reconocible, sus primeras palabras hacía mí fueron para alabar mi forma de trabajar; me estaba felicitando, yo me quedé un poco sorprendido pues son muy pocos los que hacen este tipo de comentarios Después de darle las merecidas gracias y hacerle saber que solo cumplía con mi cometido de la mejor manera posible y que había distintas opiniones al respecto, entablamos una conversación en la que el principal tema era acerca de mi trabajo. Apenas tuvimos tiempo de cruzar unas palabras, él llegaba a su parada donde se apeaba todos los días, se despidió con suma amabilidad y educación y de nuevo a mí me dejo intrigado. De dónde había salido esta persona…. Durante unos instantes seguí dándole vueltas en mi cabeza, pero debía continuar con mi trabajo y todo eso pasó a otro plano. No volví a acordarme de él hasta el día de la semana siguiente en que le tocaba coger el autobús, entonces, antes de llegar a su parada, ya prestaba atención a ver si le veía. Yo me preguntaba, me hablará hoy o no… Me di cuenta de que sí me hablaría. Al observar el detalle de que se quedaba el último para subir. Detalles del día a día.

- Buenos días, qué tal está usted -me dijo. - Buenos días, y usted qué tal… - Pues bien, gracias a dios, para mi edad no me puedo quejar. - Ya, pero a trabajar no creo que vaya. - No, jajaja, ya hace años que no trabajo - Entonces a dar una vuelta. - Sí, mire, yo tengo un local ahí en la calle Tintas. Allí me entretengo haciendo cuatro cosillas que me ayudan a pasar el tiempo. - Pues le veo muy bien, la actividad le sienta bien. - Bueno muchas gracias; se hace lo que se puede, pero los años están ahí. Cuántos años diría usted que tengo –añadió. - A mí no me llame de usted, que

me hace más mayor y soy un chaval, jajaja, - A ver.., usted no aparenta más de sesenta y ocho o sesenta y nueve… - Pues ya tengo ochenta y dos, pero me alegra que me quite años.

Era tan corto el trayecto que realizaba, que apenas nos daba tiempo a hablar de muchas cosas, pero era muy campechano y agradable y se echaba de menos la semana que faltaba para volver a coincidir con él; o dos semanas si es que a mí me coincidía librando.

Llego el día en que subía también en el viaje de vuelta a su casa. Nuestras conversaciones eran más acerca de lo que hacía en su local-taller. Me contó que ese era el primer local que había tenido y que ahora mismo tenía alguno más; que se había dedicado a la reparación electrónica: televisores y demás aparatos del sector; también me contaba que había sido el primero en llevar la delegación en Madrid de las marcas Inter y Duval… Cada día las conversaciones eran más interesantes, ahora se dedicaba a grabar en cd películas antiguas o éxitos actuales, biográficas y documentales, y yo doy fe de ello ya que fueron muchas las que a mí me grabó, con carátulas especificando todo sobre lo grabado y sin ningún tipo de interés económico Nunca me aceptó nada más allá de algún libro que yo le prestase, así que ya siempre teníamos de qué hablar.

- Buenos días, cómo estamos hoy. (Su, buenos días, era ya como el saludo entre dos amigos). - Pues ya ve, aquí donde todos

los días y haciendo lo mismo. - Bueno, lo importante es poder hacerlo. - Y que lo diga. Y qué… ¿vamos al taller un rato? - Sí, voy a ver si le bajo alguna biografía interesante. Por cierto, aquí le traigo estas dos. - Pues muchas gracias, pero no se moleste. (Ese día me obsequió con Gandhi y Cromwell) - No es molestia, y si usted tiene interés en algo concreto, dígamelo y se lo busco (era difícil conseguir que dejase de tratarme de usted). - Pues mire, tengo unos videocasetes que yo grabe de mi familia, si me los pudiese pasar a cd, se lo agradecería. - Eso está hecho, tráigamelos el próximo día.

Y así fue, me los pasó a cedé, yo veía como ese hombre irradiaba actividad y alegría a pesar de ser muy correcto en todo lo que hablaba y hacía. Pero faltaba una gran sorpresa. La verdad que podías esperar cualquier cosa de este hombre que su única pasión era vivir haciendo aquello que más le gustaba. Me lo soltó una mañana y me fascinó desde el primer momento.

- ¿A usted le gustan las maquetas? - Hombre, por lo general sí… - Pues tiene que venir a ver la que yo tengo en mi local. - ¿De qué es? - De trenes. - Me gustan esas maquetas, alguna vi en el museo del ferrocarril.

Así que un día que yo libraba, quedamos. No me esperaba lo que vi. Era impresionante, había tardado más de un año en construirla. Después de accionar un interruptor, todo comenzaba a funcionar. Los trenes, unos en una dirección, otros en dirección contraria, se escondían en túneles excavados en una enorme montaña, con su hierba y sus desniveles. Aparecían con sus luces de las entrañas de ésta y, cuando en la vía algún semáforo, les impedía el paso, se paraban; al igual que al llegar a alguna estación, hacían su correspondiente parada. Era una verdadera simulación de la realidad, alucinante. Me comentó que le habían ofrecido una sustanciosa cantidad de dinero por ella, pero declinó tal oferta. Como detalle, me contaba que algunas de las máquinas que allí había, eran casi imposible de encontrar y su precio superaba los trescientos euros. Me invitó a que llevase a mi familia a verla, y otro día así lo hice. Les fascinó. De qué manera más sencilla apareció esta persona tan maravillosa en mí vida… A veces piensas que son cosas que el destino nos tiene guardadas. Un día me comentó que tenía un cadillac antiguo, de esos que tienen como dos aletas en las esquinas de la parte trasera, y que de vez en cuando debía de arrancarlo, pues apenas lo utilizaba. Cómo no, me invitó a verlo, pero no llegué a verlo Se conoce que eso ya no entraba dentro del destino.

Comenzaron a pasar los días y las semanas y José Antonio Pavón (así se llamaba) no acudía a nuestra cita matutina. Comencé a temerme lo peor. Supuse que alguna enfermedad lo retenía en casa. Me dije que si en una semana no aparecía,

le llamaría. Qué le pasaría a ese hombre que todas las semanas, un día pasaba a echar su partida de ajedrez, o damas con Santiago Segura (tío del actor Santiago Segura)… Que era feliz contándome historias…, me hablaba de su familia y que me había regalado su amistad… Una mañana estaba yo en casa. Sonó el teléfono. Un número nada más, sin nombre, soy un poco reacio a atender dichas llamadas, pero algo dentro de mí decía que debía hacerlo.

- Buenos días, ¿es usted Ricardo? - Sí, yo soy. - Soy el hijo de José Antonio Pavón - Ah, sí! ¿y qué tal está? Estaba a punto de llamarle, pues hace días que no le veo (ingenuo de mí) - Falleció la semana pasada. De repente me quedé en blanco. No asimilé cómo una persona que no presentaba síntomas de nada, se había ido. Reaccioné como pude. - Pero si no parecía tener ninguna enfermedad… - Un infarto.

Entonces le transmití el pésame de parte de mi familia. Él me dijo que estaba llamando a todos aquellos que estaban en la agenda del teléfono de su padre y a partir de ese momento ya nunca hemos vuelto a hablar. Pasaron semanas, meses, y yo aún seguía mirando antes de llegar a esa parada en que subía un viajero diferente al resto. Pero no aparecía. Era imposible atajar la sensación de vacío que se producía en ese momento en mi interior. Al menos tuve la suerte de conocer a ese viajero especial. Una buena persona.

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