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La víspera de la fiesta. Por Encarna Monje
from Hacendera nº6_2017
by editorialmic
LA VÍSPERA DE LA FIESTA
ENCARNA MONJE
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La víspera por antonomasia, viene siendo el día inmediatamente anterior a otro. Y esto no ha cambiado en la actualidad porque así lo define el diccionario de la Real Academia. Lo que yo creo que sí evolucionó es el uso que hacemos de este día, y si me apuras, no del día, sino de los días previos.
De cómo es actualmente es obvio que no merece la pena hablar porque todos lo hemos vivido, parece como si existiera una predisposición de cara a él, vamos que nos cambia un poco el chip y nos entra cierta euforia. Compramos comida, más de la habitual, para no dejar con hambre a nuestros invitados, se limpia la casa, también más de lo habitual, e incluso a veces,
ropa; es aquí donde ya ha habido un tremendo cambio.
Antes no había niño que no estrenara para la fiesta, ya su madre o incluso su abuela, se había encargado de este tema tanto en la fiesta del verano, como en la del invierno. Y es que antes no había rebajas, con lo cual, para renovar el vestuario la excusa venía siendo la fiesta. De ahí, que ese gran día nos preocupáramos en misa más que del sermón del cura, de preguntarnos a todos y cada uno: “¿tú que estrenas?” a lo que cada cual exponía con orgullo su equipamiento.
Otro hito que marcaba la víspera era un personaje muy singular, de pelo blanco y mandil largo, se llamaba Lucía, alias “la cacharrera”, ¡¡sí!!, no se concebía una festividad sin que esta mujer viniera a vender y nos deleitara con su inmensidad de artículos.
Su puesto se componía de todo tipo de útiles para la cocina, ya fueran cubiertos, cazuelas, platos, vasos…El material también iba cambiando, primero venían siendo de porcelana, a la que se le hacían agujeros con el uso, pero ella misma vendía la solución, parches del mismo material, para atornillarlos, obturar el agujero y aquello quedaba como nuevo. Luego esto evolucionó al cristal (platos y vasos) y por último, al duralex, ¡¡sí!!, ella fue la precursora del duralex, ¿Quién podía resistirse a cambiar la vajilla, viendo aquella gama de colores y dibujos que hasta gusto daba comer así?.
También vendía unos cuencos que llamaban “tanques” que nada tenían que ver con guerras, llevaban un asa adherida y se utilizaban para desayunar.
Tenía otra sección potencialmente de plástico en la que exponía escurridores, palanganas, calderos, orinales…(de todo menos tuppers, pues de aquella no existían) e infinidad de utensilios imposibles de definir en poco espacio.
Todos estos útiles los ordenaba o desordenaba (depende de cómo se mire) por el suelo “en la plaza del rollo”, las madres y abuelas se dirigen allí alertadas por el boca a boca, que funcionaba de maravilla, con una lista hecha previamente, parecida a la del supermercado, y le iban indicando lo que querían, ella, con sus largas sallas y una habilidad alucinante se movía por entre los cacharros para ofrecerte el que necesitaras sin pisarlos. Te cobraba y la recaudación iba a parar a su particular caja registradora, los bolsos intercomunicados de su mandil. Aquella mujer envejeció entre nosotros y cuando dejó el negocio, lo heredaron sus hijos pero aquesto se renovó y perdió parte de su gracia.
Otro hecho que suponía que aquello olía a fiesta era cuando tocaban las campanas y no para acudir a misa, a hacendera o a apagar un fuego, ¡¡no!! Era para hacer saber a los vecinos, que en una casa del pueblo se había matado una vaca y justo en ese momento se procedía al descuartizamiento y posterior venta. Ni que decir tenía que había que respetar un orden de llegada porque los primeros elegían la parte del animal que deseaban, luego a los últimos les quedaba lo que les dejaran, que a veces era nada, porque el animal daba para lo que daba. Ahí no existía matadero, ni exigencias sanitarias, pero doy fe que la carne eras fresca, fresca.
Este sin fin de actividades, mis queridos contemporáneos, estaréis de acuerdo conmigo en que tiene cierta analogía con la actual semana cultural, y aunque cultural era poco, llevaba intrínseca su gracia, ¿A que sí?.