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Tarde entre costuras. Por Eva de la Fuente

TARDE ENTRE COSTURAS

EVA DE LA FUENTE

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DURANTE NUESTRA INFANCIA LAS ACTIVIDADES SE REPARTÍAN POR MESES. ALGO SIMILAR A LA CONOCIDA CAMPAÑA “DOCE MESES…DOCE CAUSAS”, PERO EN NUESTRO CASO SE TRATABA DE OCIO BUENO, BONITO Y SOBRE TODO BARATO.

El verano era exclusivo de río por la tarde, juegos seudorománticos por la noche y muchas, muchas pipas.

Los meses de otoño nos decantábamos por el pino y los santos, actividades que sólo requerían una buena pared, un suelo sin muchas piedras y una baraja con ochos y nueves.

El invierno se dedicaba al patinaje, cartas, picar puertas y tres navíos en el mar, juego que mejoraba mucho con niebla y frío. Entonces llegaba la primavera con aquellas tardes interminables, que hoy nos hubiesen parecido meses. Sin duda era un respiro para unos niños que nunca íbamos bien abrigados en invierno, teníamos por calefacción un simple brasero de leña y sacar un dedo en la cama era de osados. Aunque había muchas actividades mixtas en el colegio como la comba, la goma, el fútbol o el frontón; las primeras un suplicio para niños sin elasticidad y las segundas una agonía para niñas sin puntería, lo cierto es que las tardes se convertían en oasis para nosotras gracias a la costura.

Lo primero que había que hacer para que la tarde resultara perfecta era encontrar un sitio adecuado, con sol, sombra y sobretodo brigada. No era difícil considerando que generaciones anteriores a la nuestra ya practicaban el costureo y básicamente ya tenían seleccionadas las zonas perfectas (salvo cambios arquitectónicos de última hora, claro).

Después era muy importante el costurero. Esa pieza marcaba toda tu adolescencia ya que un costurero grande y completo aumentaba tu valor como costurera, mientras que una bolsa del CIELO, significaba tu ruina aunque hicieses encaje de bolillos…

Por último sólo nos queda la costura propiamente dicha, que era variopinta dependiendo de la pericia y la paciencia de la costurera. Las más relajadas se decantaban por cuadros con perros o rosas donde solo tenías que meter y sacar la aguja en el color correspondiente. Nuestras paredes aún adornan con rosales completos. Otras hacían tapetes a ganchillo con piñas o motivos florales. Más de una sigue arrepintiéndose de haber llenado la casa de estos seres, que a día de hoy siguen colocados encima de la mesa del comedor y que la fuerza de la costumbre hace que sea imposible deshacerse de ellos. Además aguantan impertérritos, buen hilo el de antes!!! También se hacían cojines a ganchillo con lanas multicolores, para ser exacto las que tuvieras por casa. Era complicado ya que muchos de ellos se acababan convirtiendo en gorros para la Nancy debido a que no se conseguía que fueran planos. Para evitar que la pobre muñeca terminase con el vestido de comunión con la que te la habían regalado y un gorro perroflauta estaban las abuelas, que cuando llegabas a su casa (donde prácticamente vivías durante las estaciones de labranza) te supervisaba lo que habías hecho esa tarde y si veía que el abombamiento era evidente te lo deshacía tranquilamente recitando como un mantra… HACER Y DESHACER LLAMA EL APRENDER…

Había piezas que eran moda durante un verano o dos y luego desaparecían. Por ejemplo los niquis hechos con tapones, que creaban un look muy alternativo, o el típico camisón con la parte de arriba de ganchillo y de tirantes que jamás ibas a estrenar.

Entre las cosas más prácticas estaban las bolsas del río. Sólo se necesitaba un saco de azúcar sin demasiados agujeros y elegir un bonito motivo veraniego para hacer a punto de cruz. Con estos ingredientes y si la costurera era un poco hábil, tenías bolsa del río para toda tu adolescencia.

No puedo dejar de comentar las labores estrella del costureo. Las personas que realizan estas actividades eran sin dudas las más valoradas y nunca nadie cuestionaba su trabajo. Se trataba de las mantelerías. Un mantel de mesa de comedor con sus doce servilletas (que por supuesto nunca nadie ha utilizado jamás). ¡Era una pasada!!!. Llevaba un motivo floral por esquina, otro más grande en el centro y la cenefa todo alrededor, todo ello aderezado con un borde por todo el contorno del mantel hecho a vainica. Suponía dos primaveras para el borde de vainica, otros dos para los motivos de las esquinas, otros dos para el centro y otros dos para la cenefa, en total ocho años. Empezando a los doce años, estaría para los veinte años que era la edad a la que nos pensábamos casar (esto al final no fue tan exacto). Como sucedáneo para las que no se veían con fuerzas para emprender esta heroicidad, estaba el TU y YO, que también da mucho prestigio entre las costureras. Ese no servía para nada, pero quedaba monísimo.

Lo único cierto es que aunque nos hagan reír estas anécdotas la realidad es que continuamos juntándonos para coser, aunque ahora lo llamen taller de costura. Así que muchos años después seguimos haciendo las mismas cosas que hacían nuestras abuelas y bisabuelas y como ellas charlamos, reímos y no nos engañemos COTILLEAMOS (la que esa tarde no va, ya sabe lo que hay…ja ja), todo ello aderezado de mucha, mucha ARMONÍA.

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