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La ética carnavalera
[…] y como vivimos en un país de derechos, podemos hacer, decir, escribir y atacar a todo cuanto sea menester de hacer para ganar el favor de cierto sector del público que, enfervorizados aplaudirán, vitorearán y animarán a rabiar hasta el extremo del paroxismo. El otro sector, (el agredido verbalmente) a pesar de saber que vivimos en un país democrático y que la Constitución ampara los derechos de todos… se sentirán impotentes y sintiendo todas las miradas clavadas en la espalda a modo de dardos o de compasión.
Siempre oímos decir desde muy pequeños que en carnaval todo pasa; el carnaval hace y deshace y nos reímos; no hay que molestarse por nada, pero… siempre y cuando le ocurra al de enfrente. Si nos toca de lleno, caerán sobre las cabezas toda la ira del Averno de quienes hayan osado atacarnos.
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Se ha de construir (o volver a retomar) una ética alrededor de todos los apartados del carnaval. No todo vale. Cualquier cosa no es apropiada para salir dando la cara ante los medios de comunicación que, hoy por hoy pululan por cualquier parte, y lo malo (desgraciadamente) llega antes que lo bueno.
Debemos construir una ética carnavalera que vaya mucho más allá del hiriente verso contra las personas. Una cabalgata de las viudas que siga siendo el emblema de la risa negra y plañidera, pero, sin las constantes reivindicaciones de las groserías que pululan por doquier. El carnaval de Isla Cristina ha sido famoso por sus letras; por sus coplas entendidas con la doble intención; con sus disfraces callejeros donde el espectador vislumbraba a -la primera- las reivindicaciones de las mascaritas. Si miramos la Historia Oral del carnaval isleño… nos encontramos que ha sido uno de los más reivindicativos de España, incluso cuando el látigo dictatorial intentó doblegar al disfraz y no tuvo los arrestos suficientes. Se decía sin decir… muchísimo más que una ristra de palabras malsonantes y ademanes impropios de una mal entendida democracia y libertad de expresión. El buen gusto iba impreso en el marchamo de calidad que denotaba un pueblo educado en valores.
La ética que reclama quien esto escribe es la misma que se debía detentar en todos aquellos lugares donde hemos de dejar nuestra impronta, no hay que escudarse en una mal entendida libertad de expresión para destruir la ética tácitamente entendida desde que los primeros copleros comenzaron a escribir para los carnavales. He de argumentar también que, el carnaval marcha a la par de la sociedad que lo sustenta; de los copleros que entonan la bandera de la libertad sin acudir a las fuentes primarias… y en lugar de presumir de “valentía poética” amparada en agrupaciones que, en más de una ocasión no saben qué están cantando, hacer un examen concienzudo de qué estamos haciendo con nuestros carnavales.
Miguel Gómez Martínez Miguelín.