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Los puentes del Carreras

Hoy mi cabeza es un viejo almacén de recuerdos de lugares vivencias y cosas que formaron parte de nuestra vida y que ya no están físicamente entre nosotros, pero si en nuestro corazón y nuestro recuerdo.

Y me refiero a los puentes de la Ría Carreras; antes de 1889 se atravesaba la ría en lanchas que expresamente trasladaban a las personas de una a la otra orilla (una barcaza de Alcalá de Guadaíra de las que atravesaban el Guadalquivir para hacer este servicio a nuestro pueblo).

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En 1889 se construye el primer puente cuyo proyecto lo ejecuta Miguel Cordero Toscano, que unía las dos orillas desde la barriada Román Pérez a la calle Carreras, calle que toma nombre de la propia ría, siendo alcalde de nuestra pequeña isla Serafín Zarandieta Casanova; era un puente de entramado de madera, que estuvo cumpliendo sus funciones durante 43 años, y yo tengo una vaga y lejana idea de él. Por tanto, la calle Carreras era una de las principales vías de nuestro pueblo jalonadas de bellas casas, algunas de ellas de noble factura ya desaparecidas. Tiene esta calle un trazado largo y recto por donde también solía pasear la juventud de entonces, es una de las calles “SEÑORA” del pueblo que aun conserva la elegancia y el estilo de lo que fue entonces.

Al puente de madera lo sustituye nuestro bonito y añorado puede de hierro, uno de los mas hermosos y avanzados de la época. La ejecución de este puente se le atribuye a Juan Bautista Conradi, ingeniero del puerto de Huelva siendo alcalde por aquel entonces D. Antonio Noya Beltrán en 1932. Este puente quedaba un poco más a la derecha que el anterior, se accedía a él por la Avda. Argentina, un nombre muy pomposo para una calle que la mayoría de las casas eran puertas falsas o pequeñas casas sencillas y del otro lado, desde la camionetilla hasta el puente era una larga tapia que tapaba de alguna forma el zapal (hoy ronda norte).

Pienso que se le puso el nombre de Avda. Argentina en agradecimiento a toda la ayuda que desde allí nos envió el General Perón, en víveres, que nos vino muy bien a la España de aquellos años. Mas tarde se le cambió el nombre por el de Avda. de Huelva.

Este puente era la puerta de entrada o salida de nuestro pueblo, ya fueras andando, en burro, en damas o en la camionetilla para acercarnos al ferrocarril. Aquel tren de madera lento y largo que nos llenaba de carbonilla hasta los pelos, pero al que nos encantaba subirnos menos cuando teníamos que ir a examinarnos al Instituto la Rábida de Huelva, porque entonces no había institutos en ningún pueblo.

El puente era estrecho, alto y elegante con sus entramados laterales llenos de remaches que parecía que nos protegía de todo lo exterior. El puente era nuestra pequeña “Torre Eiffel”, señal de identidad del pueblo.

Puente antiguo de madera sobre el Carreras.

Era la puerta abierta o recibidor donde nos reuníamos para recibir a todas las personalidades que nos visitaban cuando había algún acontecimiento, donde el pueblo en masa esperaba la llegada de alguien importante que nos visitaba, entonces parecía que el pueblo era una sola familia en la que todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, ricos y pobres nos uníamos para recibir al que venia a visitarnos y traía alguna mejora para la difícil situación que padecíamos con la “barra”, y que era bastante peligrosa para los barcos y la gente de abordo.

Tengo una vieja fotografía de la visita del Conde de Vallellanos, Ministro de Obras Públicas que confirma lo que estoy diciendo. Desde el cura del pueblo hasta los chiquillos, todos estábamos allí.

Cada mañana muy temprano, veíamos atravesar el puente a los leperos y villablanqueros que venían con sus burros cargados de melones y otros frutas y verduras de sus campos, para venderlos aquí en la plaza que estaba entonces en la calle Mercado. Por las tardes-noches siempre había gente pescando, nadie tenía caña de pescar, cada uno se hacían sus propios aparejos, con cordeles y anzuelos, y tenían al lado una latita con albiñocas o trozos de sardinas, pues decía que con estas se pescaban mas y picaban mas ligero.

El puente tenía el suelo de adoquines de granito como muchas calles del pueblo y oíamos el resonar de los carros y los cascos de los jumentos que lo atravesaban, y como chirriaban y vibraban.

Tenía también unos pasillos laterales con el suelo de chapa que hacían mucho ruido al pisarlo, pero nos encantaba pararnos allí y soñar, y ver las magníficas puestas de sol y esa ría tan bonita llena de barquitas con esa agua tan azul, reflejo de nuestro cielo.

También había parejas que paseaban y quedaban atrapadas por la belleza y la magia del entorno, entonces el muelle era mucho mas estrecho y había pocas luces lo que hacía que las noches en el puente fueran mas románticas y visitadas.

Me gustaba muchísimo estar apoyada en la barandilla del puente a mirar las estrellas y a oler a mar y salitre, ese olor tan característico que tiene Isla Cristina y tan distinto a los olores de otros pueblos, olía a mojama colgada en los tendederos del Consorcio, a pulpo seco, al olor que venían de las calderas de las fábricas donde se cocían sardinas, caballas, bonito, jureles y berberechos para después estufarlas en las latas, era nuestro olor. Olía el pueblo a vida que se nos subía por la nariz como las mareas, ese olor de la salmuera de los almacenes de la salazón, donde se estibaban las sardinas.

Mirar el cielo rojo como si la tierra estuviese ardiendo antes de irse el sol. Ese sol que cada tarde se va a dormir a Portugal y nos deja luego el cielo con esos matices rosados y malvas que no lo he visto en ninguna otra parte y he visto muchas puestas de sol en muchos lugares diferentes y que me sorprende cada día por su belleza.

Hoy solo queda de ese puente unos viejos pilotes cubiertos de redes y balizas y otras cosas que dejan allí al sol la gente de la mar parecen los cuartos de red pero a cielo abierto.

El puente Infanta Cristina fue construido en el año 1978 paralelo a la actual ruina del anterior y que fue destruido a principios de los años 80. Este puente realizado en hormigón por el Ministerio de Obras Pública y proyectado por la octava jefatura regional de Carreteras y caminos vecinales, siendo alcalde Emiliano Cabot Castillo.

Con esto termina aquí mis recuerdos, pero hay un poema que me gusta de William Wordsworth, de una manera especial y dice:

“Aunque ya nada pueda devolver, la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo”

Recibimiento a las autoridades a la entrada del Puente de hierro.

Puente de hierro.

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