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LA REUNIÓN

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El autor

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Amador Moya

DÍA 27 DE AGOSTO DE 2018. LUNES. 20:30 H.

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La reunión empezó a torcerse desde el principio. No había forma de que la gente se callara y algunos se encontraban muy alterados; entre ellos, el señor Alonso.

A Mariana le extrañó ver tan pocos vecinos, pero luego se dio cuenta de que los que estaban eran precisamente los alborotadores, los que habían pedido la reunión, y que el resto se habían inhibido.

«Bueno, que sea lo que dios quiera», pensó. —Señores, si no se callan, doy la reunión por finalizada y nos vamos todos a casa —dijo Mariana gritando y, poco a poco, el silencio fue imperando.

Cuando pudo hacer uso de la palabra, comenzó a explicar los motivos por los que le parecía que no era adecuado tomar una decisión sobre la continuidad de la administradora: «No, hasta que se aclare este embrollo. En estos momentos no hay nada en contra de ella. Si ha tenido algo que ver, yo misma convocaré la reunión de inmediato, os lo prometo», sus palabras apenas se podían escuchar entre el murmullo de la

El Administrador de Fincas gente. «Tomar una decisión ahora me parece un disparate, por lo que propongo posponer la toma de un acuerdo y dar por finalizado el acto». Las protestas se hicieron aún más patentes si cabe. Si no era uno, era la otra que gritaban, «¡a votar!», o «¡aquí, ¿cuándo se vota?!».

La presidenta observó que Isidoro se encontraba entre los agitadores más activos. Tras una breve reflexión, lo entendió a la perfección. Aquello era más complicado de lo que parecía a primera vista.

«No sabes con quién te enfrentas, amigo mío, esto que estás intentando no lo conseguirás; de eso me voy a encargar yo, aunque tenga que ir puerta por puerta explicando tus miserias a cada uno de los vecinos», se dijo a si misma apretando los dientes, y volvió a intentar hacerse oír en medio del jaleo. —Hay información que ahora no puedo comunicaros, pero si la supierais, os levantaríais y os iríais todos de aquí; por eso, ¡esta reunión es nula! — dijo a voces. —Pues dilo ahora, tenemos derecho a saberlo —se escuchó a un vecino de la última fila. —Es mentira —se apresuró el señor Alonso—. No saben nada. —Lo dice solo para conseguir que no votemos — intervino Isidoro.

Algunos vecinos se miraron entre sí, otros apuntaban hacia las primeras filas de la sala mientras susurraban entre ellos. Se levantó un murmullo de asentimiento, pero en ese momento Isidoro gritó: «¡Aquí hemos venido a votar!» «¡Votemos ya!»

Mari vio la duda en algunos de los vocingleros y pensó que aquella era su oportunidad. Había estado haciendo recuento de los votos posibles en un sentido 8

Amador Moya y en otro, y sabía que con unas pocas abstenciones entre las filas de los alborotadores podía librar la votación a su favor. —Pues votemos. A ver, yo tengo quince delegaciones de voto aquí sobre la mesa, más los tres votos de los miembros de la junta, todos a favor de la continuidad de la administradora y en contra de la propuesta. ¿Alguno más está conmigo?

Una mujer que había al fondo y que no había alzado la voz hasta el momento, levantó su mano. —Yo —dijo. —Bien, diecinueve en total —concluyó Mari tras una leve espera. —No, yo no voto a favor.

Mari miró a su izquierda. Era el vocal del portal 35. Nunca debió fiarse de él y menos cuando no aportó ninguna delegación de voto. Su mirada fue a posarse en la cara de Isidoro que exhibía una amplia sonrisa. —Rectifico, dieciocho a favor de la continuidad de la administradora. Veamos cuántos hay en contra. —Todos los demás estamos en contra —dijo el señor Alonso, que ya se las prometía muy felices. —Yo me abstengo. —Y yo. —Y yo también. —La sorpresa se dibujó en la cara de los dos cabecillas de la reunión. —Hagamos recuento de los votos en contra de la administradora. —Mari se tomó su tiempo mientras contaba los votos y anotaba la identidad de su procedencia. También tomó nota del origen de las abstenciones como le había advertido Piedad—. Dieciocho también, incluyendo las delegaciones que ha traído el señor Alonso y tres abstenciones —dijo finalmente, sin saber cómo digerir aquel resultado.

El Administrador de Fincas —No me has contado a mí —volvió a intervenir el vocal del portal 35.

«¡La madre que te parió!» pensó Mariana mientras veía asomar de nuevo la sonrisa en la cara de Isidoro. «¡Qué hijo de puta traidor!». Y, como por inercia, volvió a repasar la votación para asegurarse, a la vez que crecía la incertidumbre entre los asistentes. —Bien, diecinueve en contra. Fin de la reunión. Todos a la calle. Pero os anticipo que no pienso hacer efectivo este acuerdo hasta que no se resuelva el caso. —¡Esto es un atropello! ¡Te llevaré a los tribunales! —dijo el señor Alonso dando grandes voces. —¡No puedes hacer eso! —intervino Isidoro—, ella ya no es administradora desde este mismo momento. No te queda más remedio que ejecutar el acuerdo. —Votemos ahora para elegir al nuevo administrador —voceó el señor Alonso que veía que era su oportunidad—, yo me ofrezco para el cargo, si me votáis lo dejamos ya acordado. —¡De ninguna manera! —gritó Isidoro levantándose de la silla muy nervioso porque temía que su plan podía irse al traste. —La sesión ya se ha levantado hace cinco minutos — advirtió Mariana de pie y dispuesta para marchar—. Lo que usted pretende no se puede votar en esta reunión, señor Alonso; y en cuanto a lo que se puede o no se puede hacer, señor Isidoro, eso lo iremos viendo poco a poco, ¿no le parece?

Mariana les dirigió estas palabras ya casi saliendo por la puerta. Tenía tal cabreo que se había olvidado de todos los demás vecinos.

Ya en la calle, Francisco apenas podía seguirla. El resultado de la reunión no era lo que más le dolía en ese momento.

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