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Entre sentimiento y emoción: descubrir el mundo interior

Cuando se aproxima la Semana Santa es frecuente contemplar, en nuestra geografía, un sinnúmero de preparativos que se van sucediendo, con mayor o menor ruido y presencia pública. Pequeñas y grandes corporaciones que se disponen para sacar a la calle sus pasos, imágenes que son expresión de una religiosidad que, en la mayoría de las ocasiones, está cargada de emotivos sentimientos.

Esa realidad, ese sentimiento afectivo, suele coincidir con una estética atemporal, cuando no abigarrada y barroca, donde brilla el oro y el olor a incienso… en una comprensión de que cuanto más se logre resaltar el entorno, más sobresaldrá también la figura del Cristo o de la Virgen que se va a procesionar… En el medio de todo ello, es preciso volver la mirada hacia una expresión aparentemente menos vistosa, pero profundamente importante en la expresión religiosa artística: la que genera el mundo interior. No se trata, por tanto, de mover a un sentimiento o lágrima fácil, sino de ayudar a entrar en el misterio que es la muerte y resurrección del Señor, que supone y precisa de una interioridad religiosa que, en la mayoría de las ocasiones, no resulta fácil de expresar por medio de palabras.

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Precisamente esto es lo que se ha planteado, a lo largo de su dilatada vida, el artista franciscanocapuchino Antonio Oteiza. Antonio nació en San Sebastián (Donostia) en 1926, ingresando más tarde en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Ha acompañado su vida religiosa con una atenta preocupación artística por plasmar lo más significativo de las acciones de Dios y de los hombres en lo cotidiano de la vida.

Esto lo ha expresado, fundamentalmente, por medio de sus esculturas elaboradas en arcilla o en bronce, pero que van siempre acompañadas de una particular fuerza expresiva. Con todo, esto lo ha completado también por medio de la pintura, e incluso de la escritura, donde ha relatado sus viajes a lo largo del mundo, siendo capaz de resaltar aquello que para otros podría pasar desapercibido. A Antonio no le ha preocupado tanto el soporte, la materia sobre la que confeccionar sus obras, sino lo que él quería reflejar en ellas. Precisamente por ello ha solido optar por materiales sobrios y pobres, frente a ese estilo purista del recurso a materiales nobles; como si las obras de arte fueran tales por los materiales usados en su confección, o las manos y las ideas del artista fueran elementos susceptibles, sin más, de una propuesta diferente.

Su expresión artística, fundamentalmente expresionista, ha estado en los últimos años especialmente preocupada por mostrar otras claves expresivas, superando el hiperrealismo que acompaña el arte religioso cristiano occidental. Entiende Oteiza que es necesario romper la naturalidad de la figura para poder centrar la atención en la auténtica emoción religiosa, que es capaz de ir a lo esencial, al misterio que se esconde y que pone en comunicación al hombre con una expresión trascendente. Por lo mismo, el arte sacro no es solo cuestión de motivos y temática religiosa, sino de la capacidad que tenga el artista para emocionar y llevar a una búsqueda sincera de lo bello.

En este sentido, Oteiza considera que no es solo cuestión de la elección de una temática que el autor selecciona para ser abordada y representada sino, ante todo, la capacidad para llegar a una auténtica expresión sacra que, como sucede con todo el arte, no siempre será captada y comprendida por todos, pero sí que tendrá la capacidad de emocionar a aquellos que se encuentran en búsqueda.

Precisamente es lo que él se propone hacer con esta figura o expresión del Ecce homo. No hay duda que en la representación artística, ese momento emotivo de la vida de Jesús ha captado la atención y ha sido fuente de meditación para infinidad de creyentes. Antonio, en esta obra, ha sido capaz de mostrar lo trágico de la escena, de toda la tensión existente en la misma, que la tradición artística ha identificado en el uso de unos colores determinados, que él ahora utiliza también —aunque con una gran liberalidad—. Incluso podríamos decir que, sin preocuparse realmente de los mismos, los pone en diálogo con otros menos frecuentes, que hablan también de su inspiración.

Y aquí se abre un diálogo con la Cofradía de la Expiración y del Silencio, donde se comparte también esa austeridad y sobriedad franciscana, que huye de alharacas y de ruidos, que cambia la música y los rumores por un silencio orante, capaz de ofrecer también otra perspectiva de lo que implica ser cristiano, en lo concreto, en lo cotidiano… ofreciendo lo que se es y no tanto lo que se tiene, que ayuda también

> “Se impone la necesidad de educar, de acompañar a la gente a entrar en esa realidad profunda y experiencial que implica el misterio de

Dios. Experiencia que ya no puede quedarse exclusivamente en una visión realista y atemporal, sino que ha de movernos a la acción”.

a reconocer lo que el otro nos puede aportar.

Antonio nos invita a contemplar un rostro en el que se trasluce tensión, oscuridad. Un rostro desfigurado y coronado con el peso y sufrimiento que produce la corona de espinas y, sobre todo, lo que ésta representa. No contemplamos ya el oro de los brocados y de los cordones que acompañan a esta representación tan querida de nuestras gentes. El milagro ya no se representa en las gracias concedidas, sino en la entrega que Dios hace de su propio Hijo, para la redención de todo el género humano. Ese sí es el verdadero misterio interior, la auténtica figura que supera lo puramente visual… que habla de lo que implica el Calvario y el camino hacia el mismo… que nos propone y orienta hacia una vida que es peregrinación… que se ha de completar en el encuentro total y definitivo con Dios.

Se impone la necesidad de educar, de acompañar a la gente a entrar en esa realidad profunda y experiencial que implica el misterio de Dios. Experiencia que ya no puede quedarse exclusivamente en una visión realista y atemporal, sino que ha de movernos a la acción. Se impone la necesidad de pasar de la contemplación inactiva a la implicación de una vida entregada y ofrecida al servicio de los hombres, tal y como se representa en las manos atadas del Ecce homo, que Antonio dibuja —siguiendo la preceptiva más clásica— en una cuerda larga amarilla. En ella el creyente, el penitente, puede asirse, pero en la que ya no se busca contemplar el misterio, sino adentrarse y aferrarse a Él, para vivir la profunda experiencia de ser hijos en el Hijo, tal y como todos hemos recibido por medio del bautismo.

Es claro que el arte sacro no es algo fácil, como tampoco lo es abrir nuestra vida a lo que el Señor de la Expiración y del Silencio representa al procesionar por las calles, haciéndolo también de una manera austera. Necesitamos una catequesis viva que nos acerque al arte de hoy, capaz de plasmar y dialogar con todo un mundo profundo, en medio de una sociedad que ya es difícil de sorprender. Donde las luces y las técnicas más sofisticadas nos han oscurecido la capacidad de vernos envueltos y maravillados. Por lo mismo, se impone la vuelta a lo más auténtico, a una expresión sacra capaz de transmitir la emoción de un Dios que se nos da y que acompaña nuestro caminar. De esta manera, la angustia de romper lo visual se ofrece como un reto humilde y confiado. Ojalá seamos capaces de descubrirlo. •••

Fr. Miguel Anxo Pena González

Catedrático de Historia de la Iglesia Universidad Pontificia de Salamanca

Fotografía: Javier Arias-Artfoto

Cofradía María del Dulce Nombre

Fotografía: Mª Edén Fernández Suárez

HISTORIA IMAGINERÍA

Año de fundación:

1991

Comisario:

Rvdo. Sr. D. Javier Díez González

Templo:

Parroquia de San Martín

Hermanas: 1.350

Indumentaria: Túnica negra de tablón sencillo, con capillo, bocamangas y cingulo verdes.

Emblema:

Representa el momento en que Jesús, descendido de la Cruz, reposa sobre el regazo de su Madre

Fundada el 11 de mayo de 1991, fecha en la que es erigida canónicamente, es la primera cofradía integrada exclusivamente por mujeres que solicita permiso para procesionar en la Semana Santa de León. El 16 de abril de 1992 las puertas del Convento de las Madres Benedictinas (Carbajalas) se abren para dejar paso a las 300 paponas que procesionan ese año portando a hombros el paso de su imagen titular, la Virgen del Camino, patrona de la Región Leonesa. • La Cruz Gloriosa. José Ajenjo. 1992.

• La Virgen del Camino.

Manuel Morán Flecha. 1993.

• María Santísima del Dulce Nombre y San

Juan Evangelista. Luis García Geute. 1994.

• Jesús consuela a las mujeres de

Jerusalén. Bartolomé Alvarado. 2003.

PECULIARIDADES

• Importante labor social en la parroquia de San Martín a través de la bolsa de caridad.

PROCESIÓN

• Jueves Santo:

María al Pie de la Cruz

Camino de la Esperanza.

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