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Abecedario O y
O P
Cuando éramos niños aprendimos a escribir la “o” sin ningún problema, antes incluso de saber que ese círculo era una de las letras del abecedario. La dibujábamos en el sol y en la luna llena. Practicábamos su hechura con las ruedas de los coches. Para muchos era la letra que más nos gustaba porque era fácil de hacer y pronunciar.
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Usamos la sencillez de la “o” para defi nir a los más torpes: no sabe hacer la o con un canuto.
Si le anteponemos la “n” nos sirve como negación, porque decir que sí no es siempre bueno.
Se utiliza además para expresar duda al tomar una decisión: no sé si quiero un bocadillo de jamón o de chorizo.
Marifé de Triana la hizo posesiva en su canción María de la O, no María de la A, o de la D, ni de la F.
Cuando algo nos causa sensación decimos “¡oh!”, y la adornamos con una hache que, aunque muda, dice mucho, y dos signos de admiración cuya postura resulta graciosa. La “¡oh! nos aviva el espíritu, nos da alegría. “¡Oh!” también sirve para sentir decepción. Es curioso que la misma expresión sirva para ambos estados de ánimo. En este segundo caso yo tengo mi propia iniciativa, consiste en poner los signos de admiración con los dos puntitos hacia abajo, así se vería claramente que muestra tristeza, porque parecerían dos lagrimones cayendo “!oh!” abajo.
La letra “o” tiene un hermanastro que se llama cero y se escribe “o” también, pero no podemos confundirlos porque éste pertenece al alfabeto numérico.
La “o” rueda por este texto, unas veces con acento y otras sin él.
Isabel Pavón Para pronunciar la letra “p” hay que unir los labios y su repetición resulta simpática, por eso he escrito la historia de Perico con todas las que he podido.
Pablo despojó a Perico del poco parné que tenía. Perico se quedó de piedra y quiso compensarse pidiéndole pipas para preparar un potingue. Se opuso Pablo y porfiaron un poco. Perico, vestido siempre de pana, se apoderó de un buen puñado y salió corriendo. Ya en casa, como no podía pelarlas, se propuso ponerlas en la ponchera para que se ablandaran pronto. Después, en el rellano estuvo de palique con su prójimo de al lado, que estaba pellejoso y más canijo que un palo con pelos en el pecho, mientras le contaba que le había tocado una peculiar pedrea. Un pellizco es un pellizco, le dijo Perico a su prójimo. Palmetazo a palmetazo, Perico espantaba a las impertinentes moscas que empezaban a aproximarse. Y de pronto, pí, pí, pí, punzaba el pito previniendo que las pipas estaban a punto para el potingue. Entró de nuevo en casa y, cuando se acercó a verlas, una paloma peleona paladeaba las pipas dentro del pote para ocuparse la panza. Perico palideció. La emplumada paloma picoteaba. Empujó al perverso bicho sin lograr que se fuera. Entonces Perico espurreó pimienta sobre el ponche y la paloma echó a volar sin parar de estornudar.
Isabel Pavón