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HISTORIA DE MARÍA, LA GAVIOTA DE MAZAGÓN

/ Enrique Cabeza

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Historias y leyendas antiguas conforman los profundos cimientos de la cultura de un pueblo. Como una amorosa labor de artesanía entretejen lo real con los sueños, anhelos, creencias populares, y por tanto profundas, de una comunidad. Dejémonos pues llevar por esta historia que... ¿quién puede decir que no fue real?

A finales del siglo XVI, las villas

de Moguer y Palos de la Frontera vivían diferentes momentos de desarrollo tras la asombrosa gesta del descubrimiento de América. Mientras que en la primera se producía un feliz periodo de crecimiento, impulsado sobre todo por su decisiva participación en el tráfico marítimo y comercial con la España americana, la segunda veía emigrar a sus armadores y marinos más capaces para ofrecer sus servicios en la Casa de Contratación de Sevilla, que tenía el monopolio del comercio con las “Islas de Indias, Tierra Firme, Canarias y Berbería”. En cuanto al topónimo de la villa de Palos, fue medio siglo más tarde, en 1642, cuando, para recoger adecuadamente su carácter y singularidad, y coincidiendo con determinadas vicisitudes políticas relacionadas con la vecina Portugal, al nombre histórico original se le añadió “de la Frontera “, que ha conservado hasta nuestros días.

Todas las fronteras son fuente de intercambio y mezcla enriquecedora, así como también de conflictos, componentes

esenciales todos ellos para que se desarrolle y abra paso la vida en su mayor y plena intensidad. Pues es, por ejemplo, en las zonas costeras, zonas fronterizas entre la tierra y el mar, donde la pesca es más abundante; es en la tierra, a pocos metros de profundidad y donde a modo de frontera contacta ésta con el aire y con el agua, el lugar en el que crecen las raíces y se desarrollan las plantas. Y es en las zonas fronterizas entre reinos a lo largo de la historia donde se desarrollan los intercambios comerciales más productivos, se aprende a convivir con culturas y religiones diferentes y se pueden producir conflictos amorosos como el que dio pie a este relato.

Antonio, un mozo de Moguer, y Fátima, una linda morisca de Palos de la Frontera, son sus dos protagonistas. Se habían visto por primera vez en una de las ferias campesinas de la comarca cuando él tenía dieciocho y ella dieciséis años y se habían enamorado perdidamente. Pero, sus familias se oponían a semejante noviazgo. Cristianos y moriscos convivían en paz en aquellas tierras, pero la religión y las costumbres constituían una barrera infranqueable para los matrimonios entre miembros de las diferentes comunidades. una barcaza para recogerlos y llevarlos hasta el barco, que estaría esperándoles pasada la barra de Huelva. De la vigilancia de la Torre no debía preocuparse. Hacía ya tiempo que los corsarios no aparecían por allí y unos pocos días era un tiempo muy corto para que pudiera pasar algo malo…

Tanto y tan bien le habló, que el pobre Antonio quedó convencido, sin sospechar siquiera que ese falso amigo era en realidad un espía de Murat Reis, el temible corsario, que se había propuesto atacar Huelva a gran escala, saquear sus poblaciones costeras, entre ellas Moguer y Palos de la Frontera, y coger cautivos a sus pobladores para pedir luego rescate por ellos, como era habitual en aquellos tiempos. Su plan era asaltar de noche una de las torres, de forma sigilosa y con solo uno de sus barcos, para mejor pasar desapercibido, tomarla por sorpresa y simular que seguía en manos españolas, de forma que a la noche siguiente se hiciera el ataque general con toda su flota y con la seguridad de que ninguna de las otras torres sería avisada desde la torre ya tomada. ¡La magnífica oportunidad de la que le hablaba a Antonio no era en verdad para él, sino para el corsario Murat!

Así quedó decidido. Antonio recogió a Fátima en Palos de la Frontera y a lomos de una robusta mula se encaminaron hacia la Torre del Río del Oro. El camino discurría por un sendero de arena entre pinares; jara, romero, tomillo y abrótano lo perfumaban, intentando sosegar el corazón de los amantes que abandonaban para siempre el hogar paterno. Ya cerca de la Torre, una gaviota parece abalanzarse sobre ellos, les pasa a un palmo de sus cabezas y finalmente se posa en el brazo extendido de Antonio, que dice risueño - ¡No tengas miedo, es María! ¡Acaríciale la espalda y se hará amiga tuya! - Y mientras Fátima la acariciaba, le contó la historia de aquella singular gaviota.

El padre de Antonio era vigilante de la Torre del Río del Oro, más conocida popularmente como “Torre del Loro”, una de las catorce torres almenaras construidas a lo largo de la costa de Huelva por orden del rey Felipe II para tratar de protegerla de los regulares ataques de piratas y corsarios turco-berberiscos. Toda la línea de costa desde el Guadalquivir hasta el Guadiana estaba jalonada de estas torres que, separadas entre sí por una distancia media de unos diez kilómetros, permitían a sus servidores vigilar toda la zona y avisarse con fuego y humo de hogueras en caso de ataque, alertando a la población y movilizando a las tropas y milicias de las villas cercanas.

Ocurrió que, por una mala caída, el padre de Antonio tuvo que delegar en su hijo aquel trabajo de vigilancia. Solo iban a ser unos días. Antonio estaba preparando sus cosas para marcharse a la Torre cuando se encontró con un conocido amigo suyo que, en un aparte, le habló de la magnífica oportunidad que se le brindaba de huir con su amada Fátima en un barco mercante berberisco, de cuyo capitán era pariente, y que hacía la ruta de Huelva a Argel y otros puertos del Mediterráneo. Los dos amantes podrían ocultarse en la Torre y éste enviaría de noche María había tenido una infancia difícil. Al poco de nacer se había roto un ala y eso le había impedido desarrollarse normalmente con el resto de la colonia. El padre de Antonio se la encontró en la playa, muy debilitada, le curó el ala rota y se la dio a su hijo como mascota. María ya nunca le abandonó. Se quedó a vivir en la Torre, donde hizo un nido que todavía hoy puede verse, y se convirtió en un miembro más de su dotación de guardia; distinguía perfectamente los tipos de barcos

que navegaban por los alrededores, volando tranquila cuando se trataba de lanchas o barcos de pesca, pero graznando fuerte y violentamente cuando parecía tratarse de una embarcación armada.

Los dos amantes se instalaron en la Torre en espera de la noche y de la llegada de la barcaza que debía transportarles al barco mercante, tal como se había convenido. Aunque eran muchas las emociones que les embargaban, finalmente el sueño juvenil venció a su tensa vigilia y poco después de ponerse el sol, ambos dormían profundamente.

Los insistentes y fuertes graznidos de María les despertaron cuando ya era noche cerrada ¿Qué era aquello? Seguramente María habría visto la barcaza que venía a recogerles, pero ¿por qué graznaba así?, ¿por qué se alteraba de esa manera a la vista de una simple barca? Antonio subió corriendo a lo alto de la atalaya y allí vio a la barcaza y a María, que se lanzaba una y otra vez dando fuertes graznidos sobre… ¡un nutrido grupo de hombres armados que iban a bordo! No lo dudó ni un momento: “¡Piratas!” gritó, mientras bajaba a coger la antorcha encendida en el interior de la Torre para disparar los cañones y a decirle a Fátima que subiera con él y encendiera la hoguera de alarma.

El fuego encendido por Fátima fue contestado al poco tiempo por los fuegos de las torres vecinas ¡La alerta estaba dada y dentro de poco llegarían hombres armados a rechazar el ataque! Eso, unido a los cañonazos disparados por Antonio y también por Fátima, que manejaba con decisión la segunda pieza de artillería, y los fuertes picotazos que daba María aquí y allá, acabó convenciendo a los atacantes de que había que desistir del empeño y retirarse, no sin antes abandonar en la playa al espía, el falso amigo de Antonio que venía con ellos, enfurecidos por el fracaso de su plan.

Ya amanecía cuando llegaron las milicias. La de Moguer capitaneada por el padre de Antonio, que no había querido quedarse en casa de ninguna manera y venía con la pierna entablillada, y la de Palos de la Frontera dirigida por el padre de Fátima. Se asombraron todos de ver allí a la joven con el botafuego de la mecha en la mano y el rostro tiznado. El espía, bien atado por Antonio, confesó. Todo quedó aclarado. Cogidos de la mano, los jóvenes reconocieron con valentía que se habían ido de casa porque se amaban y querían casarse en otras tierras más tolerantes. Los dos padres se miraron, tornando sus duros rostros en una expresión comprensiva, sonrieron a su pesar… y se dieron la mano.

Al día siguiente, las campanas tocaron alegres celebrando la boda de Antonio y Fátima. Y eso no fue todo. Por una disposición municipal conjunta se le concedió el nombramiento de Vigilante Oficial de la Torre del Río de Oro a María la gaviota, con extensión a toda su descendencia y con orden de que fueran respetadas y protegidas por todos los vecinos de la comarca y visitantes de otros lugares.

Y en recuerdo de aquellos hechos se compuso una coplilla que fue muy popular en la época y cuyo estribillo decía así:

Pues ya veis, Murat Reis que Lanzarote arrasó con naves y galeotas, fue vencido en Mazagón por solo una gaviota.

Pues, esta es la historia de la gaviota María. Ahora ya sabéis en recuerdo de quien ha sido erigida la escultura que hay en la rotonda de la Avenida de los Conquistadores de Mazagón.

Y si vais a la Torre del Loro, si os fijáis en un hueco que hay en lo más alto, veréis el antiguo nido de María…

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