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EL MISTERIO DEL DELFÍN DORADO

Había pasado un año desde que Lucía, Luis, Tomás y Miguel formaron la pandilla de Cuco con la intención de descubrir los secretos que escondía la preciosa y

misteriosa playa de Mazagón. Reunidos en la cabaña que el padre de Luis le había construido sobre un enorme árbol del jardín de su casa, conversaban sobre sus libros de misterio y aventuras favoritos deseando desentrañar algún secreto ese verano. Para ello, cada día irían en Ilustración. SONIA GARCÍA

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bicicleta a un lugar diferente de Mazagón y observarían con detenimiento la zona por si hallaban algo interesante. Los días pasaban sin encontrar nada especial, sin embargo, ellos estaban convencidos de que con su interés atraerían algún enigma que descifrar.

Una tarde, cuando se encontraban en el Muelle del Vigía, contemplaron a un grupo de delfines que, alegremente, saltaban entre las aguas del océano Atlántico. Divertidos, comenzaron a saludarlos con las manos intentando llamar su atención para que se acercaran. Sabían que ello era muy difícil, pero la ilusión que tenían era más fuerte que la realidad y ello lo transmitían.

Inesperadamente, un delfín se aproximó hasta el final del muelle y se acercaron a contemplarlo.

—¡Es precioso! —dijo Lucía al verlo de cerca, maravillada —. Y lleva un objeto en su boca...

—Sí, es algo de color dorado y parece que nos lo está enseñando —comentó Miguel, observándolo con detenimiento.

El delfín comenzó a dar saltos muy altos ante el asombro de la pandilla de Cuco, hasta que de su boca curvada salió un objeto que fue a parar a la altura de los pies de los chicos. Seguidamente, planeando por encima del agua, se alejó del lugar. Luis lo cogió del suelo y, boquiabierto, observó que se trataba de un delfín dorado del tamaño de una mano con forma de la letra ‘L’.

—¡Es la figura de un delfín en miniatura! —exclamó Miguel al verlo, entusiasmado—. ¿Será de oro?

—Déjamelo, Luis —le pidió Tomás, inquieto por tenerlo entre sus manos.

—¿De dónde habrá cogido este pequeño delfín dorado? —se preguntó Lucía, observándolo ¿Y por qué nos lo ha dado a nosotros?

—Ya tenemos un misterio para resolver este verano... Creo que deberíamos enseñárselo a mi padre, quizás él haya visto alguno igual —propuso Luis.

Todos estaban de acuerdo y en sus bicicletas se marcharon a casa de Luis. Cuando su padre vio el delfín dorado se quedó más sorprendido que ellos. 52

—Como mi hijo sabe, me apasionan las historias sobre Mazagón y leo toda la información y anécdotas que han ocurrido desde hace años. Este delfín me ha recordado a una historia del siglo XVII que, más que real, parecía un relato ficticio. Unos escritos antiguos que encontraron hace tiempo narraban que un noble muy rico, llamado Alfonso, frecuentaba esta zona para avistar delfines. Los adoraba y decía que contemplarlos le traía buena fortuna. Cada vez que veía un delfín algo positivo ocurría en su vida. En agradecimiento a los delfines dejó escondido un tesoro en esta playa, pero nadie lo encontró, por lo que los entendidos concluyeron que esa historia no era real, pero... viendo este delfín dorado, puede ser que realmente haya un tesoro —explicó el padre de Luis al que le gustaban aún más los misterios que a su hijo—. Interesante, muy interesante. Mañana iré a la biblioteca para buscar información. Me llevaré la figurita del delfín para consultar de qué material está hecho.

Al día siguiente, los cuatro amigos regresaron al Muelle del Vigía a la misma hora con la esperanza de volver a ver a los delfines. Pasada una hora sin verlos, cuando se disponían a marcharse, el delfín apareció y, juguetón, saltó alegremente varias veces para llamar su atención.

—¡Ahí está el delfín! —gritó entusiasmada Lucía, señalándolo con la mano derecha—. ¡Hola! ¿Has venido a vernos? ¿Nos traes otro regalo?

El delfín comenzó a mover la cabeza de arriba abajo como si estuviera asintiendo.

—¡Dice que sí! —exclamó Miguel, emocionado. ¿Qué nos traes hoy, amigo?

El delfín se sumergió y, al cabo de unos segundos, dando un gran salto, depositó sobre el muelle un objeto y después de marchó. Con curiosidad lo cogieron del suelo y, desencantados, comprobaron que era un alambre oxidado con forma de un círculo.

Los días siguientes estuvieron yendo al muelle y el delfín les dejaba alambres con formas de letras, pero ninguna figurita de delfines. El padre de Luis había comprobado que era de oro. Estaba tan entusiasmado con el descubrimiento que les pidió que le entregaran todos los alambres que les había dejado el delfín. Colocándolos sobre la mesa comenzó a moverlos para darle algún sentido...

—Tienen que significar algo; pero, ¿qué?

Lucía, que tenía buena percepción espacial, comenzó a mover los alambres hasta que formaron la palabra ‘Torre del Loro’.

—¡Qué lista eres, Lucía! —le felicitó el padre de Luis—. ¡Ahí debe de estar el tesoro! ¡Tenemos que ir para allí!

—Papá, es mejor que vayamos solos, pues si te ve el delfín con nosotros puede que no nos entregue nada más.

—Llevas razón, hijo. Este es vuestro descubrimiento, pero estoy disfrutando tanto que me encantaría ir con vosotros.

bucear, el padre de Luis, emocionado, se fue con la pandilla de Cuco a la playa Torre del Loro.

Una vez allí, buscaron por el exterior de la antigua torre almenara alguna señal — como dibujos de delfines— que les pudiera indicar dónde estaba el tesoro, pero no encontraron nada.

—¡Mirad! ¡Son delfines! —gritó Tomás al verlos en el mar—. ¡Y parece que vienen hacia aquí!

Los delfines se situaron a unos metros de la orilla formando un círculo. Desde el centro del círculo, un delfín comenzó a dar saltos para llamar su atención.

—¡Creo que quieren que vayamos para allí! —exclamó entusiasmada Lucía.

—¡Voy yo! —se ofreció el padre de Luis, tomando sus gafas de bucear, introduciéndose en el agua.

El padre de Luis nadó hasta llegar a los delfines y, en ese instante, los delfines se alejaron del lugar. Siguiendo una intuición, comenzó a bucear por la zona y, maravillado, descubrió un cofre de madera cerrado con un boquete del tamaño de una pelota de tenis en el lado izquierdo. Tomándolo entre sus manos salió a la superficie.

—¡Mirad lo que he encontrado! ¡Debe ser el tesoro! —gritó, entusiasmado.

Todos corrieron hasta la orilla deseando ver de cerca el hallazgo. La apertura del cofre era muy antigua y estaba oxidada, por lo que no podían abrirla con facilidad. El padre de Luis introdujo su mano derecha por el boquete y sacó una figura de un delfín con la forma de la letra ‘C’. Deseando ver el contenido completo del cofre se fueron a casa de Luis y, después de abrirlo con las herramientas adecuadas, comprobaron que en su interior había varias figuritas de delfines dorados con forma de letra y una carta. Con curiosidad comenzaron a leerla:

«Los delfines me hicieron muy feliz y, en agradecimiento, ordené tallar figuras de oro de estos maravillosos animales con forma de letra. El tesoro lo deposité en el mar para que siempre estuvieran cerca de ellos. Colocando las letras en su sitio hallarás su significado. A.M.C»

—¡Es de Alfonso! ¡La historia era cierta! —gritó incrédulo el padre de Luis—. ¡Vamos a ordenar los delfines con forma de letras!

Pasado un rato, Lucía, después de hacer combinaciones de palabras, encontró la solución:

«A quién elijan los delfines pertenecerá mi preciado tesoro».

—¡Los delfines nos han elegido a nosotros! —exclamó Miguel—. ¡Ahora somos los dueños del tesoro! Pero... ¿Qué vamos a hacer con él? ¿Tendremos que comunicar que lo hemos encontrado?

—Los tesoros ocultos que se descubran en propiedad ajena, o del Estado, y por casualidad, la mitad se aplicará al descubridor —explicó el padre de Luis.

Todos se quedaron contemplando los dorados delfines y decidieron que tenían que comunicar el hallazgo. Pero, lo que más valor tenía para ellos era que los delfines los habían elegido para descubrirlo. Otro verano más, la pandilla de Cuco había resuelto un misterio en la fabulosa playa de Mazagón. 54

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