Mérida en la historia de la Medicina
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o cabe la menor duda de que existe en nosotros un fragmento de la divinidad, pero la incapacidad de comprender la conducta nos hace, muchas veces, dudar y vacilar de tal aserto. Este artículo pretende demostrar que ese fragmento existe, por lo menos en una época remota, y que ha pasado sin gloria arrastrado por el bullicio de los restos de un Imperio. Me estoy refiriendo, como todos ya sabéis, a una época dorada de nuestra ciudad: la Mérida visigoda. Este periodo emeritense supuso, para mí, un cambio en la visión de un tiempo oscuro, y que, poco a poco, se fueron abriendo caminos desconocidos para su comprensión con el esfuerzo de muchos especialistas en todas las artes, y que, ahora, podemos valorar con mejor medida. La existencia de un librito sobre la vida de los santos padres de Mérida, fue el filón para encontrarme con la historia de la medicina emeritense. En esos momentos, la ciudad estaba comenzando un lento descubrimiento de una etapa de su vida abandonada y perdida entre los escombros de la desidia y la ignorancia. Pedro Mateos era el mensajero de un visión novedosa y, con su investigación del hospital o xenodochium de Masona, culminó una tarea importante para la medicina visigoda en España. Mi modesto estudio sobre las Vitas, desde el punto de vista médico, me colocó en primera línea de investigación de esa etapa de nuestra historia, que el mismo Laín Entralgo había dejado un poco de lado.
Mérida entra de lleno en la historia de la medicina y viene a ocupar un lugar preferente en este apartado de la ciencia por los siguientes fundamentos: 1.- Por la existencia del opúsculo de las Vitas que ha dado un fruto importante en datos médicos y asistenciales. 2.- Por las aportaciones de tantos traductores que, con mejor o peor éxito, nos han informado; refiriendo, especialmente, la realizada por la profesora Isabel Velázquez, donde amablemente me cita. 3.- Por la investigación arqueológica realizada por Mateos Cruz, colocando el xenodochium en el urbanismo emeritense. 4.- Por la extensa bibliografía que Agustín Velázquez nos aporta en su laboriosa recopilación. 5. Y por la serie de aportaciones, muchas elementales, que me han precedido, destacando el texto embrionario de mi querido amigo y alcalde de la ciudad, Manuel Sanabria Escudero, que me empujó de manera exitosa. La historia comienza con la escuela de medicina emeritense, posiblemente ubicada en la iglesia de Santa Eulalia, donde, en época del obispo Paulo, existía un monasterio en el que se atendía a los enfermos del cenobio en su enfermería y que, en sus puertas, se daba asistencia social a cuantos se llegaba demandándola. Se ha querido dar como válida la existencia de una especie de Casa de Caridad, de amparo y pro-