La rebotica de don Luis
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a rebotica es, según la enciclopedia Espasa Calpe, “pieza que está después de la principal de la botica, y le sirve de desahogo”. Hay infinidad de definiciones que entran dentro del mundo de la ciencia, técnica, informática, electrónica, mecánica, ingeniería y todo lo relacionado con el robot. Nosotros, la palabra rebotica la utilizamos como lugar donde los boticarios hacían sus brebajes y pomadas para las distintas enfermedades, incluso como antídoto en picaduras de avispas y otros infectos o arañas de picaduras peligrosas, sobre todo para los que son alérgicos. Juan Valverde, farmacéutico que tenía su farmacia donde la regentan ahora las hijas de Ángel Fernández Chacón, antes fue de su padre, Ángel Fernández que compró a Valverde. Ángel tenía una pomada para las picaduras de avispas “Cureja” y Valverde un callicida, que ,con el sentido del humor de los primeros años del siglo XX, vendía en su botica y publicitaba en el periódico Plumas Nuevas donde aprovechaba para criticar al consistorio:
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“Con este tiempo infernal, Y este infernal empedrado: Chico, ya estoy condenado Por este callo, del mal, A estar en casa encerrado. No te tengo compasión Si eso es lo que pierde, Ni te quejes con razón, El callicida Valverde Te da a tu mal solución”
La farmacia de don Luis García Rubio en la calle Santa Eulalia, es historia de esta ciudad. Los potingues y ungüentos que hacía en ella era el auténtico trabajo del farmacéutico de entonces, ahora, todo está en manos de las distintos laboratorios que son los que manejas los productos farmacéuticos de toda clase de enfermedades. Se acabó hacer pomadas. En la rebotica Don Luis se reunían sus amigos de años. La hora de la reunión era la del vino. Había amigos que pasaban a saludarlo, pero los amigos de verdad, volvían a la rebotica para tomar en una probeta y escanciar un vino de Puebla de Sancho Pérez de las viñas de Matanegra. Había algún vaso que bajaba su esposa Petronila Pablo, siempre pendiente de todo. Era una mujer extraordinaria, como toda la familia. Bajaba unas bandejas con productos del cerdo como chorizo, salchichón y algunos amigos le traían para tomar algún lomo o jamón, siempre de la mejor calidad, Don Luis estuvo años comprando en Monasterio y le reservaban parte de la matanza que hacían en el establecimiento que se surtía cada año.
Don Luis García Rubio
Los había asiduos como, Don Feliz Matador, en su juventud fue alabardero de Alfonso XIII, le acompañó hasta su último día que marchó al exilio en Roma. Se jubiló como Comandante en el cuartel de Artillería de Mérida, donde tenía más recomendados que soldados en el acuartelamiento. Félix era abuelo de Paquita, mi mujer, media cerca de dos metros, era todo un poema verlos juntos ya que Don Luis era bajito. Entraba con un vozarrón tremendo diciendo: “Donde estas, ratón panzudo, donde estas que no te veo”. Don Luis le contestaba: “Pasa burranco”. Lo de burranco fue una historia que duró años, habían ido de caza, cerca de Aljucén, entre unos matorrales se movió algo, disparó y mató un burro. La burla y la francachela duraron años. La caza era uno de los motivos de conversación en la rebotica. No faltaba el Oftalmólogo Don Gonzalo Aparicio, el pediatra don Francisco Cartagena, se conocía todo lo que ocurría en la ciudad. Jugando al dominó decía: “Ni gestos ni exclamaciones ni conversación con los mirones”. Aunque era de Villamesías, un pueblecito cacereño que no llega a los trescientos habitantes, presumía de Mérida como su ciudad. Alfonso Rodríguez, regentaba el mejor comercio de ultramarinos de Mérida, estaba cerca de la farmacia y en la rebotica más de un producto que venía por primera vez a su establecimiento, lo probaban con el vino en la probeta. Iban con frecuencia don Antonio Otero, don Baldomero Pablo, Manuel Romero Martínez, dueño del Templo de Diana y como tal del palacio de los Corbos, Manuel Viciosa, Agustín Grajera de La Garro-