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El último camino de Antonio Machado
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Antes, en la escuela, los profesores de entonces nos ponían como ejemplo del encabalgamiento de versos, cuando el final de cada uno de ellos marca el arranque del siguiente, un sencillo poema de don Antonio Machado, un romance del “Cancionero Apócrifo”. Lo memorizas con leerlo solo un par de veces y, sin querer, se te viene a la cabeza cada vez que llegas a un pueblo que tiene una torre en la plaza. Posee esa belleza sencilla característica de muchos poemas suyos y dice así:
“La plaza tiene una torre, la torre tiene un balcón, el balcón tiene una dama, la dama una blanca flor. Ha pasado un caballero -¡quién sabe por qué pasó!-, y se ha llevado la plaza, con su torre y su balcón, con su balcón y su dama, su dama y su blanca flor.”
Republicano hasta la médula, aniquilado totalmente por la guerra, horrorizado por lo que había visto, humanamente destrozado, con una salud muy mermada, herido de muerte, el 22 de enero de 1939, ante el acoso de las tropas franquistas, cuando la guerra ya había tomado Barcelona, conocedor de la brutalidad fascista con los vencidos, Antonio Machado con su familia huye de la ciudad catalana. Tiene sesenta y tres años, mucho más delgado que nunca, sin brillo en los ojos, empapado de tristeza, envejecido, encorvado, casi arrastrándose, mal vestido y casi siempre fumando.
En los pocos días que vivió el exilio francés, aquel hombre bueno, totalmente acabado, ya no tenía ni ganas de hablar con nadie. Pocas semanas después de cruzar la frontera, en un viaje que quizá él mismo intuyera que sería hasta la muerte, se postraba en la cama de una modesta pensión de Colliure.
“Ligero de equipaje”, a las tres y media de la tarde del miércoles, día 22 de febrero de 1939, moría Antonio Machado. Al día siguiente, en su cama lo envolvieron con una bandera republicana. Esa fue su mortaja. Ya no había camino que andar. En esa misma habitación, había otra cama ocupada por su madre, Ana Ruiz, que, agonizante, desvariaba. Para ella fueron las últimas palabras del poeta antes de perder el sentido: “Adiós, madre”. Esta moría solo tres días después que su hijo. Esa noche, Manuel, en el bolsillo del gabán
de su hermano, encuentra un trozo de papel arrugado donde Antonio había escrito su último verso, cargado de añoranza: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
De esta triste historia se han cumplido ahora 80 años.
No fueron solo políticos e intelectuales de la vida pública, como Antonio Machado, quienes debieron exiliarse. Miles de héroes anónimos, ancianos y ancianas, mujeres y hombres, niños y niñas… Familias enteras, en una huida estremecedora y dramática, huyen de España. Enfermos y debilitados, muertos de hambre y frío, muchos se quedan en el camino. Dantesca situación que no conviene olvidar.
De inabarcable biografía, hemos querido al menos hacer una breve reseña de su semblanza humana y literaria.
SU VIDA Y OBRA
Quiso el destino que Ana Ruiz celebrase su onomástica dando a luz la madrugada de un lunes, día 26 de julio de 1875, al segundo de sus hijos, Antonio Machado, en Sevilla, en una vivienda de alquiler del Palacio de las Dueñas. Nació el pequeño en el seno de una familia liberal y progresista, que tuvo hasta cinco hijos. Once meses antes había nacido Manuel, el hermano mayor. Su padre se dedicaba a recopilar poesía popular andaluza.
Hasta la capital de España se traslada en 1883 toda la familia, cuando su abuelo es nombrado profesor de la Universidad Central de Madrid. Allí, Antonio completa su formación intelectual y liberal, lo hace en el Instituto Libre de Enseñanza, con cuyas ideas siempre estuvo comprometido.
En la revista “La Caricatura” publica en 1893 sus primeros textos en prosa. Con su hermano Manuel viaja en 1899 hasta París, donde trabaja como traductor de español. En la ciudad del Sena conoce a dos poetas franceses que lo introducen en el campo de la poesía. No tarda mucho en publicar. Lo hace en 1903 con “Soledades”, un conjunto de poemas que le hace triunfar. Crece su fama.
Cuatro años después se marcha a Soria, donde inicia su vida de maestro de pueblo, colabora en varios periódicos, y se enamora perdidamente de Leonor Izquierdo, hija de la dueña de la pensión en la que vive. Tiene ella quince años y él treinta y cuatro cuando se casan. El amor se impone y forman un matrimonio modélico de entendimiento y felicidad.
En 1910, consigue una beca de un año para estudiar en París la lengua francesa. Allí se va con su esposa. En este tiempo viajará varias veces a Segovia y Madrid.
Sólo dos años después de su boda, Leonor enferma gravemente de tuberculosis y muere, con tan solo 18 años, en 1911, aunque antes ha visto publicarse la primera edición de “Campos de Castilla”, un libro que, ilusionada, había visto crecer día a día. Será ésta su última alegría. Doctorado en Filosofía y Letras en 1918, es elegido miembro de la Real Academia Española en 1927, posesión que nunca llega a tomar. Vive en Madrid cuando el golpe de estado militar de 1936 hace estallar la Guerra Civil. Defensor sin fisuras de la República, para salvar su vida, huye primero hasta el pueblo valenciano de Rocafort y después hasta Barcelona. Finalmente, en un viaje sin retorno, tiene que salir de España. Aunque republicano como el que más, nunca militó en ningún partido político, quizá porque era demasiado romántico, pero su lealtad inquebrantable a la República le condujo hasta la muerte.
Perteneció a la Generación del 98, siendo su más joven representante, y aunque escribió varias piezas de teatro junto a su hermano Manuel, su obra es principalmente poética. Sus primeros libros “Soledades” y “Campos de Castilla” serán siempre cabeceras de la mejor poesía escrita en castellano.
La poesía de Machado profundiza en los graves problemas humanos latentes y lo identifica con su tierra. Él mismo lo escribió: “La poesía es diálogo del hombre con su tiempo”. Por eso, en los tiempos más duros y difíciles, sus palabras más importantes estuvieron al lado de los más desfavorecidos. Era esa la mejor muestra de su compromiso humano, el mayor legado que nos dejó.
Tolerante y sencillo, respetó siempre la opinión de los demás. Defensor de la democracia, el diálogo, la convivencia, la libertad y la dignidad, vivió y escribió de acuerdo con estos principios. Por eso, Antonio Machado es un poeta ejemplar, uno de los más grandes y admirables de nuestra literatura.
Para complementar este reconocimiento a uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, os dejamos con unos versos que publicó en su primer libro, “Soledades”. El poema es un elogio a lo cotidiano y va dirigido a la gente sencilla.
He andado muchos caminos
He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto caravanas de tristeza. soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas.
Mala gente que camina y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra.
Retrato de Joaquín Sorolla, de 1918. El pintor se lo regaló al poeta ´´como un poema personal``.
En 1905, cuando Antonio Machado tenía 30 años, el nicaragüense Rubén Darío le dedicó un poema, cuyos versos constituyen una de las mejores descripciones que se han hecho del poeta sevillano. Darío moría en 1916. Como homenaje a su amigo y maestro fallecido, Antonio Machado quiso que este poema, creado por otro autor, encabezara la publicación en 1917 de sus “Obras Completas”, y el deseo de esta Revista es que sea el poema de Rubén Darío el que ponga punto y final al sencillo homenaje que rendimos a don Antonio Machado.
, Oracion por Antonio Machado 1905 ( (
Misterioso y silencioso iba una y otra vez. Su mirada era tan profunda que apenas se podía ver. Cuando hablaba tenía un dejo de timidez y altivez. Y la luz de sus pensamientos casi siempre se veía arder. Era luminoso y profundo como era hombre de buena fe. Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez. Conduciría tempestades o traería un panal de miel. Las maravillas de la vida y del amor y del placer cantaba en versos profundos cuyo secreto era él. Montado en un raro Pegaso, un día al imposible fue. Ruego por Antonio a mis dioses, ellos le salven siempre. Amén.