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Consideraciones Cristo de la Columna de Francisco Salzillo

CONSIDERACIONES SOBRE EL “CRISTO EN LA COLUMNA”,

DE FRANCISCO SALZILLO

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JUAN ANTONIO LÓPEZ DELGADO C. de la Real Academia de la Historia

Vaya por delante que me refi ero al “paso” que procesiona el Viernes Santo por la mañana y no al Jesús que se venera en el Monasterio de Santa Ana de Jumilla, aunque no quedarán estas divagaciones enteramente exentas de cruzadas referencias y de su correspondiente fase de cotejo.

¡Instaba yo a los críticos, en un librillo que titulé “¡Erogaciones…”, a abrir las alamedas del espacio y los canales del tiempo y a no decir nunca, viendo este Cristo de “¡Los Azotes”, que, estando fechado en 1777 es, por lo tanto, un Cristo de decadencia!!! “¿No veis que así – continuaba con una interrogación retórica–, con esas infames: atonía y eclipse en que las milicias de vuestra mente han tenido que resignarse, vuestra opinión, antes que llegar a pesar algo todavía, cae en las parálisis de la noche?”

De aquel juicio adverso y sesgado no quedan libres ni Díaz Cassou(1) , ni Fuentes y Ponte(2) ni Sánchez Moreno(3) , por poner sólo tres ejemplos.

El primero dice, con razón, que la impropiedad histórica es grande… Según el uso judío, un solo ejecutor azotaba, y no con ramas espinosas, sino con el “fl agellum” de cuatro correas; y tampoco, ciertamente, en la postura en que Salzillo colocó al Señor, junto a aquel balaustre ó pilarillo.”

Aunque, si va a decir la verdad, nadie como la célebre monja de Ágreda, Sor María de Jesús, pudiese situar mejor la escena real con la doctrina sublime de su “Mística Ciudad de Dios” (1670).

En efecto, se refi ere cómo “los seis verdugos le ataron crudamente a una columna de aquel edifi cio para castigarle más a su salvo. Luego por su orden de dos en dos le azotaron con crueldad tan inaudita, que no pudo caer en condición humana, si el mismo Lucifer no se hubiera revestido en el impío corazón de aquellos sus ministros. Los dos primeros azotaron al inocentísimo Señor con unos ramales de cordeles muy retorcidos, endurecidos y gruesos, estrenando en este sacrilegio todo el furor de su indignación y las fuerzas de sus potencias corporales […]. Pero cansados estos sayones, entraron de nuevo y a porfía los otros dos segundos, y con los segundos ramales de correas como riendas durísimas le azotaron sobre las primeras heridas, derramando la sangre divina, que no sólo bañó todo el sagrado cuerpo de Jesús nuestro Salvador, sino que salpicó y cubrió las vestiduras de los ministros sacrílegos que le atormentaban y corrió hasta la tierra. Con esto se retiraron los segundos verdugos y comenzaron los terceros, sirviéndoles de nuevos instrumentos unos ramales de nervios de animales, casi duros como mimbres ya secas…”(4)

Otra cuestión es que aquella impropiedad histórica “no la compensa destello alguno de genio”, añadiendo el murcianista escritor que “si se piensa que las naturalezas más perfectas, y almas mejor dotadas, son más sensibles al dolor, se verá con disgusto aquella fi gura de Cristo, que ni parece atado ni en actitud de recibir azotes, ni de que le duelan mucho”.

Desde luego, Díaz Cassou no había internizado aún bien todas aquellas refl exiones sobre la belleza y el buen gusto en las Bellas Artes que, desde el siglo XVIII, tenían a Platón como mentor espiritual, pues que llamó a ese movimiento que produce en el alma la belleza, reminiscencia de la perfección suprema, y creía fuese el motivo de la fuerza con que nos encanta (5). Sobre todo, aquello de Lessing de que los artistas helénicos “eran demasiado grandes para querer que sus espectadores se contentaran con el frío placer que produce el parecido entre lo vivo y lo pintado, y con celebrar insolentemente la deplorable habilidad de reproducir las cosas sin ennoblecerlas.”

¿Qué naturalismo sin congruencia con el gusto ha llevado a muchos escultores imagineros a ciertas manifestaciones

1. “Pasionaria Murciana. La Cuaresma y la Semana Santa en Murcia. Costumbres, Romancero, Procesiones, Esculturas y Escultores, Cantos Populares, Folk-lore”. Por Pedro Díaz Cassou, con Música de los Maestros D. ANTONIO LÓPEZ ALMAGRO, Profesor Numerrio de la Escuela Nacional de Música, y D. MARIANO GARCÍA LÓPEZ, Maestro de la Capilla de la Catedral de

Murcia. – Madrid, Imprenta de Fortanet, 1897, p. 186. 2. “J. FUENTES Y PONTE: “Salzillo. Su biografía, sus obras, sus lauros”. Lérida, Imprenta Mariana, 1900, p. 32. 3. “Vida y obra de Francisco Salzillo (Una Escuela de Escultura en Murcia)”, por el Dr. JOSÉ SÁNCHEZ MORENO, Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras. Prólogo del Dr. ENRIQUE LA

FUENTE FERRARI, Catedrático de Historia del Arte en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Murcia, Publicaciones del Seminario de Historia y Arte de la Universidad, 1945, paf. 126. El autor yerra al fechar esta efi gie e n1778. Cf. J. FUENTES Y PONTE: “Fechas murcianas. Primera serie”, Murcia, Imprenta de la Paz”, 1882, p. 44. 4. SOR MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA: “Mística Ciudad de Dios. Vida de María”. Texto conforme al autógrafo original. Introducción, notas y edición por Celestino Solaguren, OFM. Madrid,

Imprenta FARESO, 1982, pág. 1005. 5. Véase, verbigracia en “Obras de D. ANTONIO RAFAEL MENGS”, Primer Pintor de Cámara del Rey, publicadas por DON JOSEPH NICOLÁS DE AZARA… En Madrid, en la Imprenta Real de la Gazeta, M.DCC.LXXX, pp. 4 y ss. Una buena síntesis de dichas opiniones estéticas hállase en el discurso leído por D. Antonio Cánovas del Castillo en la Academia de Bellas Artes de

San Fernando, titulado “De las circunstancias que han de concurrir en los asuntos que tratan las Bellas Artes, dadas sus distintas y peculiares condiciones”. Puede leerse en el volumen

“Arte y Letras” por D. A. CÁNOVAS DEL CASTILLO… Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1887, pp. 3 y ss. Vid. sobre todo, los apartados IV, V y VII.

de devoción ingenua, pero antiartística, de los altares católicos, con Cristos entumecidos y desfi gurados por todas partes para reventar la preciosísima sangre por las heridas? ¿Quisieran justifi car acaso aquellos cinco mil ciento quince azotes que dieron al Salvador, según la citada monja de Ágreda, desde las plantas de los pies hasta la cabeza?

Ciega a Díaz Cassou tanto esta apolínea fi gura elegantísima del Cristo, la armonía centrípeta de su aparente impasibilidad, que llega a proferir: “Nunca he creído que fuera obra de Salzillo este Jesús que se mira los pies meditabundo, más me parece de D. Roque [López].”

Fuentes y Ponte, en esta fontana de equívocos y penuria que no brota ni para la exaltación del pensamiento ni para la solemnidad de la palabra, enuncia solamente esto: “Cristo en la columna es de menos importancia”. Tópico gastado de fi n de trayecto. Nada más. Nada menos. ¡Y a glosar otro “paso” de menos radical impotencia- “Risum teneatis!”

Para Sánchez Moreno, “el Cristo es frío y sin expresión pasible… Salzillo reproduce en el Señor el que hizo para el Monasterio de Santa Ana, de Jumilla (Murcia), pero con menor acierto”. C’est tout.

¿Reproduce? Mirad a bien ambos, imparciales contempladores. Una apostura y otra. Una inclinación y otra. Un modelado y otro… Quitadle al uno, al de Santa Ana, la aureola de plata o de latón dorado: queda el hombre de época salvajemente zaherido y denigrado, cuyas piernas le fl aquean y en cuyas manos los dedos se crispan y atirantan en expectación de nuevos ultrajes. El cuerpo, oblicuo, señala un ángulo de eje indeciso, menoscabado y roto. El de la Iglesia de Jesús, entero, vertical, lirio metafísico de suprema abstracción perdonadora. Los pies, no muy distantes, en ángulo recto. La línea de la cadera izquierda, explanando su interpretación dolorosa de la divinidad. A excepción de la espalda, epidermis no cruzada por túrdigas sangrantes. En su rostro, una trágica impresión de inocencia acosada e inerme: intuye el golpe siguiente, sin rictus en la boca, sin palabras de defensa de Quien se sabe destinado al martirio.

Se dijera que, a tono con las palabras proferidas por aquellos críticos, cuando la belleza ensimismada de este Cristo incomparable que junta armoniosísimamente el dorso de sus manos pasa llevado por los nazarenos-estantes, sólo suscita también simplezas en los espectadores abotargados de la procesión. Nos recuerdan a aquellos incapaces de contemplar como deben los paisajes sencillos y al parecer pobres de León o de Salamanca que merecían de Unamuno melancólica conmiseración: “tienen la vida vulgarizada por los cromos de comedor de fonda”.

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