De la razón a la feria
Federico García Lorca
L FERIA DE OSUNA • 26
os aprendices de Literatura –y algunos no tan principiantes– tenemos la obligación de colocarnos los ojos en la espalda y mirar el largo caminar de nombres que estudiamos sentados en los pupitres. Así pues, como aprendiz de poeta, siempre me he mirado en la Generación del 27, y en Antonio Machado. Por curiosidad, ¿no se preguntan que hubieran dicho y pensado estos singulares personajes de haber estado en la Feria de nuestro municipio? Yo sí, y muchas veces. He aquí mi interpretación sobre tan rocambolesca situación. Sentados a una mesa más bien baja, adornada con dibujos curvos y coloridos, hallo a un ya canoso Rafael Alberti, mientras exhala a través de suspiros los vientos que mueven las goletas en su bahía gaditana. Por no mudar su costumbre, su mirada es fija y tiernamente ausente, severa según el giro de la conversación, y en varios momentos se peina su cabellera blanca suavemente, con la palma de la mano izquierda. En la derecha, como quien sostiene un golpe de aire, aprisiona dulcemente –pero firme– una copa de vino dulce. ¡Qué gracia me hizo verle escupir de una vez un sorbo de vino de Jerez! Definitivamente, le gusta todo de Cádiz, pero prefiere lo dulce para no agravar más su semblante serio y ligeramente arrugado. Una gitana morena como los ecos de la noche
le ha tendido la mano para sacarlo a bailar, y él ha contestado con un no me apetece señorita que bien esconde váyase usted a freír espárragos. Nadie lo ve, pero sutilmente su pie va marcando el ritmo de una sevillana de María del Monte, y al darse cuenta, don Rafael mira seriamente su pie pidiéndole que cese su taconeo. Federico García Lorca se ha dado cuenta, y empieza a taconear también. Piensa en su Romancero Gitano, y en haber podido dedicarles unos versos a unos jovencitos flamencos que bailan fervorosamente agarrados por la cintura. Empiezan las palmas, y las palmas de Lorca suenan como palomas que baten las alas, tan acompasadas y alegres que Alberti no puede sino mirarle y reírse, y pensar ¡pasa la vida, pasa la vida! Vicente Aleixandre es el único que se ha atrevido a colocarse el sombrero cordobés, la chaquetilla corta, el pantalón de flamenco y las botas oscuras repujadas de albero. Lorca también quería, pero le estaba pequeño el traje; Alberti ni pensarlo, pues eso decían sus ojos cuando Aleixandre le ofreció una de sus azuladas y cortas chaquetas en una mano, y un par de botas recién limpias en la otra. Alberti estaba más cómodo con su camisa blanca y su corbata verde oscuro. Y mientras devoraban un plato de pescado frito, Aleixandre se encendía un cigarro y