La Feria de finales del siglo XIX
vista por un paseante
C
onfieso que me costó en su día entender la diferencia que existe entre un turista y un viajero. Es cuestión de cómo se mira el mundo. El turista recorre territorios distintos como si fuese siempre el mismo lugar. El viajero trata de penetrar en cada espacio por donde transita. Las fotografías que se reproducen en estas páginas las hizo alguien que tenía un espíritu viajero. Las tomó –casi las “robó”- Salvador Azpiazu entre finales del siglo XIX y primeros años del XX. Hoy se conservan en el Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz, donde fueron depositadas en 1992 por sus descendientes, junto con una serie de dibujos y acuarelas de los sitios por donde pasó. Osuna estaba entre ellos. Es de justicia agradecer a esa institución su colaboración para que puedan ser reproducidas.
Quizás no son las más adecuadas para una publicación festiva, pero no cabe duda de que son historia viva… Francisco Ledesma
FERIA DE OSUNA • 29
Salvador de Azpiazu nace en Vitoria en 1867 y muere en Madrid sesenta años después. Tras su etapa de juventud en Barcelona y su paso por París e Italia, se instala en Madrid, donde ejerce como topógrafo de catastro del Ministerio de Agricultura. Por su profesión viaja por todo España, conciliando su trabajo con la afición al dibujo y a la fotografía de muchos de los lugares que visitaba. Se podría hablar de sus muchas colaboraciones en revistas y prensa gráfica, pero tal vez eso no sea lo más relevante de su obra. Sus fotografías atrapan la vida de los lugares que recorrió. Describen con suma elocuencia el momento que le tocó vivir. Nos muestran espacios reconocibles poblados por gente sin nombre, retratados con toda la dignidad con la que revisten su pobreza. A la vez, los contrapone a miembros de una sociedad opulenta que se nutre de la explotación y la miseria. Un mundo de contrastes solo tamizado por una extraordinaria sensibilidad. Sus instantáneas enseñan el universo existencial de Salvador Azpiazu, jugando a ser observador y transmisor de lo que ve… y lo que siente. Trasmiten un regusto casi amargo del que todavía se sorprende ante una sociedad que entroniza la diferencia.