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El sentido de la túnica de nazareno (IV

Foto: Paco Segovia

El apelativo que figura en el título de esta sección de la revista Semana Santa de Osuna, “de nazareno”, cuadra perfectamente con el testimonio del protagonista de estas líneas. Rafael Martín García, por todos conocidos como Martín “el de Galicia” por sus más de cincuenta años de trabajo en un conocido establecimiento textil de la Carrera, es de Jesús Nazareno. De Jesús. Con él se identifica el morado, el color que seguro ha trasminado a su sangre por el más de medio siglo, cincuenta y ocho años nada menos, en los que lleva vistiendo su túnica cada mañana del Viernes Santo.

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Su llegada a la hermandad de Jesús fue por devoción personal. De hecho, su abuelo José García Ruiz y su tío abuelo Fernando Díaz Maraver ocupaban cargos en la junta de gobierno de la Hermandad de Jesús Caído. Entonces, con unos siete años, vistió la túnica blanca con capillo y capa azul. Su estreno no fue el más alentador pues una intensa lluvia sorprendió la vuelta por la calle Alpechín, les dijeron “a correr” y, mojado desde el presbiterio de la Merced, vio la entrada del Caído junto a la columna. Pasada esta primera prueba, repitió un par de años más hasta que encontró el color y la jornada que marcaría para siempre su devoción.

En un ritual ya casi perdido, alquilaba la túnica morada de Jesús en el estanco de Angulito (Rafael Angulo), sito en la Carrera, por cincuenta pesetas. El Domingo de Ramos, en la misma parroquia de la Victoria, un hermano con buen ojo, comparando al vuelo el largo de la túnica y la hechura del futuro penitente, asignaba a cada uno la que podía estarle bien. Su madre, Carmen, costurera, pensaba que sería cosa de chiquillos, un antojo pasajero hasta que pasaron otros años y comprobó que era mejor coserle su propia túnica y dejar de alquilarla.

Su mejor legado es conservar todas las túnicas que ha gastado durante cincuenta y ocho años, un tesoro de incalculable valor sentimental a pesar de que alguna, de tejido más grueso, le haya hecho sudar bastante. “La que llevo ahora es muy ligerita”. El propio Rafael Martín, habilidoso y cuidadoso, rememora una escena que bien pudiera plasmarse en una pintura costumbrista: en la cámara de su casa de la calle Antequera, entre dos tirantas que sostenían los antiguos muros blanqueados, tensaba y cruzaba los cordones morado y amarillo para, luego, asir la túnica. ¿Cuánta ilusión e inquietud cabrían en su ser anhelando el cercano Viernes Santo? Mientras, entre vuelta y vuelta, seguro que imaginaba la enroscada corona de espinas que tormenta a Nuestro Padre Jesús. Su madre completó el hábito con el bordado del escudo con cordoncillo amarillo. Su túnica morada, desde su persona, ha unido a varias generaciones: su madre que la realizaba y su esposa, hijos, sobrinos y nietos que la visten, aunque su nieto mayor, Eloy, alterne el morado con la túnica negra de la Virgen de los Dolores para así completar en una misma familia la mañana del Viernes Santo ursaonés.

A pesar de su fuerte vinculación a la parroquia de Consolación por la vivienda de sus padres, nunca ha vestido la túnica de la Pax ni de ninguna otra hermandad. Los fuertes lazos que le unen a las monjas concepcionistas, a su admirado don Mariano Pizarro, su párroco, y su sacristanía de la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, hacen de Rafael Martín García un hombre de Iglesia con pleno e incondicional servicio.

Un ejemplo de testimonio de vida completa, más allá de la de nazareno, que, si se resumiera con un trazo de color, sería indudablemente morado.

A.M.C.

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