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Abrazado a la cruz
In memoriam Manuel Galindo García
En los tiempos actuales en los que nuestras cofradías, al igual que ocurre con el resto de la sociedad, están sufriendo el implacable azote del relativismo moral, la pérdida de uno de esos cofrades que hace de su vida un testimonio auténtico y palpable del Evangelio, inevitablemente nos sume en un profundo sentimiento de orfandad. Tal es el caso de Manolo Galindo, cuyo fallecimiento pocos días antes de Navidad, ha dejado a las cofradías de Osuna sin uno de esos referentes morales a los que acudir en los momentos de zozobra.
Desde muy pronto la vida de Manolo Galindo, por influencia materna, se hace indisociable de la Orden carmelita. Su infancia y primera juventud estuvieron muy marcadas por los Padres Carmelitas, en cuyo colegio lleva a cabo sus estudios primarios. Sus otros dos hermanos también han estado ligados a la orden, siendo su hermano seminarista en Hinojosa del Duque y su hermana religiosa en Aracena. Manolo Marcharía a Sevilla para comenzar los estudios de Magisterio una vez obtenido, ya en el Instituto Rodríguez Marín, el título de Bachillerato. Regresaría a Osuna para comenzar a trabajar en la Compañía Campos y contraería matrimonio con Elena Moncayo con la que tuvo tres hijos, José Carlos, Alicia y Manuel. De Elena enviudaría tras ser un apoyo imprescindible para ella durante los duros envites de la enfermedad que le tocó padecer. Tras este duro trance Manolo se sobrepuso, viviendo una segunda primavera vital de la mano de Antonia, la que ha sido su compañera y con la que ha pasado estos últimos años de felicidad.
Sus principales contribuciones en nuestras cofradías han radicado en torno a las Hermandades de Nuestra Santísima Madre del Carmen y de Nuestro Padre Jesús Caído. Como apuntábamos anteriormente tanto su discurrir vital como el de su familia ha estado íntimamente ligado a la Orden del Carmelo; así, hace justamente veinticinco años fundaría la Hermandad de la Virgen del Carmen, de la que desde entonces y hasta su fallecimiento ha ostentado el cargo de Hermano Mayor. En la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Caído, a la que ha pertenecido por herencia familiar, ha ostentado la mayoría de los cargos de su Junta de Gobierno, llegando a ser Hermano Mayor en la década de los ´90 del siglo pasado. Aquí también fundaría el coro de Jesús Caído, de una larga trayectoria en el último cuarto de siglo y al que había revitalizado en estos últimos dos años. Además de todo ello, ha sido alma mater de nuestro Consejo Local de Hermandades y Cofradías, del que ha sido secretario nada menos que ocho años, institución de la cual recibía el pasado año su más alta distinción, la insignia de oro. A ello hay que sumar que fue pregonero de Nuestra Señora de Consolación en el año 1992 y de nuestra Semana Santa en el año 2004.
Toda esta trayectoria de servicio a la Iglesia mediante sus cofradías podría parecer un frío relato de méritos si detrás de toda esta labor no hubiese un cristiano con unos valores sólidamente fundamentados y una persona cálida y afable. Más allá de todo lo anteriormente relatado se encontraba un ser humano excepcional, fraguado y jalonado con una fe madura y profunda emanada del Evangelio. Manolo ha hecho de su vida un puro ejemplo de apostolado, con su obra y con su ejemplo. Todos sus allegados sabemos con qué entereza y dignidad ha sabido llevar las cruces que le ha tocado sostener, con la humildad y la resignación propias de un cristiano cabal, no negando ni renunciando, sino más bien abrazando, al igual que hizo el Señor, esos padecimientos y llevándolos hasta sus últimas consecuencias. Por todo ello, por sus sabios consejos surgidos de la experiencia que no dudaba en dar a quién los necesitase y por su excelsa humanidad, su marcha nos deja un vacío insustituible.
Foto: Clara Domínguez