Valladolid Rugby nº24 dic 2021

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DESDE LA CABINA DE PRENSA

SILENCIO

H

ay algunas cosas en torno al rugby que nunca se deberían perder, al menos desde la óptica de quien firma estas líneas. Porque configuran a nuestro deporte como lo que es, y porque, además, sirven como lección para los aficionados que se acercan a ver cómo es, movidos por la curiosidad y que, en muchas ocasiones, se acaban enganchando al oval por estas cosas.

En la foto de Carmelo Melero que acompaña estas líneas vemos cómo Sam Katz se dispone a patear el oval en el encuentro de la 1ª jornada de esta División de Honor frente a CP Les Abelles. Sin duda, en Pepe Rojo el silencio era sepulcral antes de que el inglés llevase a cabo su intento, como debería ocurrir en todos los campos de rugby del mundo, a mi modo de ver.

Me refiero a algunos rituales rugbísticos como el pasillo al finalizar el partido, el trato al árbitro del encuentro, el hecho de que lo que ha pasado en el campo, sea lo que sea, se queda allí al acabar los 80 minutos, y, cómo no, el tercer tiempo. Pero hay otra que, desgraciadamente, se va perdiendo, y creo que es algo que deberíamos evitar por todos los medios que ocurriese.

Y no es sólo por ese hecho diferencial que convierte al rugby en algo único, como decía más arriba. Es porque se trata de una cortesía, un gesto de elegancia y deportividad que, aunque no lo expresen en el momento –porque no ha lugar a hacerlo–, los deportistas agradecen.

Se trata del silencio que se hace cuando el pateador, ya sea del equipo propio o del rival, se dispone a intentar acertar con el oval entre los palos. Los neófitos, incluidos los que gustan del deporte primo hermano que se juega con balón redondo -otra vez me meto en el negociado de Carlos Pérez, pero seguro que me lo perdona- piensan que es muy fácil porque, a diferencia de lo que pasa en el fútbol, aquí consiste en superar el travesaño, no en acertar por debajo de él. ¡Ay, si ellos supiesen lo que cuesta acertar con el melón!

Recuerdo un partido del VI Naciones -a través de la televisión, puesto que aún no he tenido la suerte de disfrutar de ningún encuentro del torneo en directo- ente Irlanda y Gales, en 2009. Con el cronómetro a punto de marcar el minuto 80, Stephen Jones disponía de una patada que podría haber arrebatado el Grand Slam a los del trébol. Eran 48 metros, con 15-17 en el marcador para los de la isla esmeralda. El Millennium Stadium de Cardiff, aparte del murmullo inevitable cuando 75.000 almas se juntan en un recinto, no subió el tono. Es más, sólo aumentaron los decibelios cuando los miles de irlandeses presentes en las gradas veían cómo la patada del gran apertura

Carlos Patino Director revista 'Rugby en Blanco y Negro'

galés se quedaba corta por escasos centímetros. No me cabe duda de que, de haber sido en el Aviva Stadium de Dublín, el comportamiento hubiese sido igual. Pues bien, últimamente, en algunas competiciones, pero sobre todo en el Top14 francés, se está poniendo de moda abuchear al pateador rival cuando se dispone a intentar un tiro a palos. Imagino que se trata de algo que intenta desconcentrar al jugador, pero no me gusta nada. Ni un poco siquiera. Porque es algo que sólo nos lleva a un lugar: a perder una de las señas de identidad del rugby. Y eso, amigos de Rugby en Blanco y Negro, creo que es algo por lo que ninguno deberíamos pasar. Porque es algo muy nuestro, como lo es el rugby, y nos ayuda a seguir siendo ese “deporte de villanos jugado por caballeros”. Confío en que todos ustedes guardarán silencio cuando un pateador se disponga a tirar a palos. Sea del equipo que sea. Porque, si están aquí, leyendo estas líneas, es porque les gusta el rugby por encima de todo.


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