Dosis de ternura

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Dosis de ternura


Alejandro Fernรกndez Barrajรณn

Dosis de ternura


Dios de la ternura Dios mío, tú eres mi ternura. Dame la gracia de llenarme de misericordia, de compadecerme de quienes viven angustiados, y de correr en ayuda de quienes pasan necesidad. Dame la gracia de aliviar a los desgraciados, de dar hogar a los que no lo tienen, de consolar a los que sufren, de animar a los deprimidos. Dame la gracia de devolver la alegría a los pobres, de servir de apoyo a los que lloran, de perdonar a mis ofensores, de amar a los que me odien, de devolver siempre bien por mal, de no despreciar a nadie y respetar a todos. Amén. (San Anselmo de Canterbury) Prospecto (Lea todo el prospecto antes de empezar a tomar este medicamento, porque contiene información importante para su salud). 7


Prefacio Cómo surgió esta idea He tenido la dicha de conocer, en estos últimos tiempos, a un joven sacerdote, de esos que llevan a la gente a Dios por su cercanía y su sensibilidad. Un sacerdote según el corazón de Dios. Su amistad me ha hecho mucho bien y me ha enriquecido considerablemente. Creo que ha sido un don, fruto de la providencia. Y os confieso que lo recibí lleno de prejuicios cuando vino a mi casa, enviado por una religiosa que conocemos los dos. Es de la diócesis de Toledo; llegó a casa vestido con el traje clerical y yo pensé que no iba a ser de mi estilo, pero me equivoqué de manera espectacular. Así son los prejuicios. Y sin embargo, Juanjo, que así se llama este joven sacerdote, ha sido una bendición para mí. Hemos logrado hablar con profundidad y ha surgido entre nosotros una hermosa amistad, que deseo dure muchos años. La idea de escribir este libro surgió de él, de Juan José Espinosa Jiménez, de la diócesis de Toledo. En nuestras conversaciones me sugirió 9


que escribiera algo sobre la ternura, que está tan de actualidad, gracias al papa Francisco. Es el tiempo de la llamada «revolución de la ternura» que él nos ha propuesto. Su idea me pareció magnífica y me puse manos a la obra para confeccionar este medicamento, con todos los ingredientes necesarios que puedan servir para redimirnos del cansancio y del hastío espiritual que estamos padeciendo, como una sequía pertinaz, para perjuicio de todos. Confieso que me hubiera gustado escribir este libro entre los dos, pero las circunstancias lo han hecho imposible. Juanjo tiene una dedicación plena a su parroquia en Villa de Don Fadrique, y le falta tiempo, que no cualidades, para sentarse serenamente a reflexionar y a escribir sobre el tema que él mismo me había propuesto.

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1 Así andamos – Doctor, no me encuentro bien. – ¿Y qué síntomas tiene para hacer esa afirmación? – Pues verá… me siento muy abatido, sin deseos de superarme, sin ilusión para vivir la vida con pasión y con esfuerzo y, lo que es aún peor, me parece que estoy perdiendo la fe. La vida se me hace cuesta arriba y no consigo disfrutar de todo cuanto me rodea, que reconozco que es algo que no he ganado con mi propio esfuerzo, sino que me ha sido regalado. Creo que no he amado suficientemente ni me siento amado. Llego a casa y nadie me espera. ¿Cree que es grave, doctor? – ¡Bastante grave, amigo! Tener a su alcance una vida tan hermosa y llena de posibilidades y situarse así ante ella es un déficit de vitamina natural, que puede ocasionarle males irremediables. Usted necesita un tratamiento de inmediato. Le voy a recetar algo que puede ayudarle a superar ese déficit, pero tiene que ser muy riguroso a la hora de cumplirlo. 11


– ¿Y será muy caro, doctor? Mire que mis posibilidades económicas son escasas. – ¿Quién ha hablado aquí de dinero? El tratamiento que le voy a poner es totalmente gratis. Eso sí, hace falta que usted ponga de su parte: esfuerzo y deseo de llevarlo adelante de manera diaria. Descuidarse un solo día podría hacerlo ineficaz. Necesita confianza en sí mismo. Es como los antibióticos, hay que tomarse la dosis completa para que resulten útiles.

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3 Qué se necesita saber antes de recibir ternura La ternura la produce en el cerebro una hormona llamada oxitocina y, desde allí, pasa a la sangre y la extiende por todo el cuerpo a través del torrente sanguíneo. Esto estimula al organismo y le predispone a una actitud de gozo. También, claro está, la producen factores psicológicos como la alegría, la risa y los pensamientos positivos. El amor es el mayor estimulante de la ternura. Cuando un organismo ama, el torrente sanguíneo se llena de hormonas de ternura, de oxitocina, y le encamina hacia una actitud cariñosa y cercana. Crea sensaciones de confianza, de serenidad y bienestar físico y espiritual. Todos conocemos la ternura que manifiesta una madre hacia su bebé y cómo se transforma su organismo para estar pendiente de su hijo, tanto de día como de noche. Por ejemplo, su sueño se vuelve más liviano, para detectar cualquier anomalía de inmediato.

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Esto no es solo cuestión hormonal, sería absurdo. Es el amor el que explica y da sentido a estas reacciones y actitudes humanas en nosotros. El amor nos viene de Dios, la fuente de todo amor. Dios ha sido inmensamente tierno con la humanidad y con cada uno de sus hijos. Dios nos ha amado desde lo más profundo de su ser, desde sus entrañas de Padre y Madre. Es un amor compasivo que se derrama sin medida sobre aquellos que viven situaciones de debilidad y sufrimiento. Este amor es, sobre todo, maternal. Por eso podemos decir que Dios es Padre y Madre sin temor a equivocarnos, porque así ama Dios. ¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, yo no me olvidaría de ti (Is 49,15). Cuando asistimos a situaciones antinaturales de madres que abandonan a sus hijos en los contenedores de basura o en lugares estratégicos, para que otros se hagan cargo de ellos o, aún peor, se someten al aborto para deshacerse de ellos, nos queda en el aire, como un suspiro, la palabra de Dios que nos dice: Yo no te olvidaré. Seamos como seamos, pensemos como pensemos, tengamos el pasado que tengamos, Él nos dice: No te olvidaré. Dios nos regala su ternu26


ra sin condiciones. Esa ternura que nos niegan muchas veces los demás, Dios nos la regala en demasía. Solo hace falta que la busquemos, la deseemos y la saboreemos sin demora. Esa es la gran lección de Jesús en su anuncio del Reino: Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo Jesucristo para que tengamos vida eterna. Si Dios cuida con amor a los pájaros del campo, los alimenta y viste de hermosura los lirios, ¿qué no hará con los hijos de sus entrañas, los seres humanos? Creo que los hombres y las mujeres no somos conscientes de esto porque, si lo fuéramos, un escalofrío de amor nos llenaría por completo y no seríamos tan indolentes y fríos como somos. Sentirnos amados con ternura por Dios sería la solución a todos nuestros problemas. Como cuando nos sentimos amados por la persona más querida, para nosotros todo cambia de color, la vida se ilumina y se vive de manera diferente. ¡Cuántas cosas decimos en el silencio del alma a la persona amada! Si ella nos oyera se derretiría de amor por nosotros. El mejor momento de la ternura de Dios hacia las personas, en el Nuevo Testamento, nos lo muestra en la parábola del padre bondadoso y el hijo pródigo. Ama tanto a uno como al otro hijo, siendo tan distintos y habiendo actuado los 27


dos de manera tan egoísta. Uno por llevarse los bienes del padre y el otro por ser tan orgulloso y no valorar el amor del padre y del hermano que vuelve. Necesitamos saber que la ternura se ha hecho carne y habita entre nosotros. Porque Dios es ternura y misericordia y Jesús ha querido ser la huella real de ellas entre nosotros. Si supiéramos esto de verdad y lo creyéramos, se abriría para nosotros un amplio campo de sentido y de esperanza: Dios ha puesto su tienda entre nosotros. Ha mirado con ternura esta tierra y a quienes la habitamos. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Ya en el Antiguo testamento, Dios nos habla de ternura y consuelo en boca del profeta Isaías: Consolad, consolad a mi pueblo ‒dice vuestro Dios‒. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servicio, que está perdonado su pecado, que ha recibido de la mano del Señor el doble de castigo por todos sus pecados (Is 40,1-2). El pueblo de Dios tiene la seguridad de que Yahvé cuida a su pueblo con entrañas de Padre, con una ternura infinita. El profeta Oseas se hace eco de este sentir del pueblo: Cuando Israel era niño, yo le amaba, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí. Ofrecían 28


sacrificios a los baales y quemaban incienso a los ídolos. Y yo enseñaba a Efraín a caminar, lo llevaba en brazos; pero no han comprendido que yo cuidaba de ellos (Os 11,1-3). No hay mejor imagen para expresar esa ternura de Dios que la de un padre para con su hijo. Y también tiene conciencia de que cuanto más nos ama Dios, más infiel es el pueblo que se abandona al culto de los baales y de los ídolos.

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5 Cómo tomar la ternura La ternura se toma con actitud compasiva, como lo hacía Jesús con las multitudes: Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban abatidas como ovejas que no tienen pastor (Mt 9,36). Dice el papa Francisco que la «ciencia de la caricia» manifiesta dos pilares del amor: la cercanía y la ternura. Y Jesús conoce bien esta ciencia. El amor de Dios no es abstracto ni general, sino particular y personal. Dios ama a cada uno de manera individual, como un pastor conoce a sus ovejas por su nombre, una a una. Y es tan cercano que se ha quedado con nosotros en la vida cotidiana, en la Iglesia, en la Palabra, en la Eucaristía, en los pobres, allí donde se reúnen dos o tres en su nombre. Camina con nosotros como un día lo hizo con los discípulos de Emaús y nos invita a compartir la cena. Dice el Papa que el Señor nos ama con ternura y conoce la bella ciencia de las caricias. Esa cercanía y ternura nos hacen ver la fuerza del amor de Dios. Más difícil que amar a 37


Dios ‒sigue diciendo Francisco‒ es dejarse amar por Él. Para saber cómo tomar la dosis de ternura es necesario conocer cómo es la ternura de Dios para con nosotros. El papa Francisco nos cita el libro del Eclesiástico para decirnos: Hijo, no te prives de un día feliz (cf. Si 14,14). Ahí, dice el Papa, podemos descubrir la ternura divina. Dios nos dice lo que un padre diría a su hijo para que sea feliz, que es su mayor deseo. Dios se acerca a sus criaturas con un lenguaje humano y sencillo: Como un hijo a quien consuela su madre (Is 66,13). Misericordia y miseria se aúnan para abrazarse con ternura. Este es el misterio y la esperanza, que van de la mano. Jesús se acerca a la adúltera y no la condena, a los leprosos y los toca, a Zaqueo y come en su casa. Y esta misericordia no es mero sentimentalismo, sino humana y divina sensibilidad para empatizar con el otro y hacerse uno con él. Es amor rebosante de ternura. La ternura se toma con un gran deseo de vivir a fondo el espíritu de las Bienaventuranzas. Ahí no hay engaño ni envoltura. Las Bienaventuranzas son la forma más perfecta de vivir la vida cristiana, sin estridencias ni engaños. La mejor manera de tomar la ternura es, al levantarse por la mañana, ponerse en la presencia de 38


Dios y consagrar el día entero para vivirlo cerca de Él y de los hombres y las mujeres. Y esto no hace falta realizarlo con grandes ceremonias y rituales, sino con el corazón sencillo de quien se sabe en manos de Dios y con inmensas posibilidades de hacer más llevadero y humano el camino de la vida de todas las personas, con las que vamos a encontrarnos a lo largo del día. ¡Es tan sencillo ser amable, cercano, dialogante y tolerante con los demás! ¡Y transforma tanto el mundo vivir y actuar así! Jesús había descubierto la semilla transformadora capaz de cambiar el mundo. Por eso se empeñaba, una y otra vez, en anunciar, en acoger, en perdonar, en abrir caminos de esperanza. No lo sabía por ciencia infusa, ni por ser Dios, lo sabía porque lo había trabajado y practicado en su vida de cada día, en el hogar de Nazaret, en Betania y en tantos lugares donde no solamente enseñó, sino que aprendió a ser hombre y a ser Dios. Empezó de cero, como nosotros. Fue probado en todo a semejanza nuestra, a excepción del pecado. ¡Qué hermosa definición de Jesús! ¡Qué consuelo para los que desconfían que sea posible un mundo donde habite la ternura! Se puede aprender a ser tiernos. La ternura es una fuerza motriz que hace posible la transformación del mundo. La ternura es el cuidado de los 39


otros. No basta con decirle a la persona amada: ¡te quiero mucho!, sino que eso se verifica realmente en el cuidado de esa persona. Te quiero mucho no significa apenas nada. Te voy a cuidar significa ya una actitud del corazón, que se pone en marcha y hace posible que se despliegue la ternura en toda su amplitud. Los enamorados no deberían decirse: ¡te quiero mucho! Deberían decirse: ¡déjame cuidarte! Este deseo de querer cuidar a la persona amada lo hemos aprendido desde niños. Recordamos que hemos sido cuidados con un amor gratuito y desmedido por nuestra madre desde nuestra más remota infancia. La experiencia más imborrable de un ser humano es amamantarse, mientras contempla el rostro de su madre. Esa es la más efectiva lección de amor y de cuidado. Nadie nos ha amado y cuidado como ella. Ahí hemos descubierto que el amor es, sobre todo, cuidado. La vida humana y sus caminos interiores son un misterio insondable. Los hombres y las mujeres se encuentran en el camino y se enamoran de manera impredecible. ¿Por qué aquel y no el otro? ¿A qué se debe ese sentimiento tan intenso, que provoca una relación afectiva tan fuerte que lleva a comprometer toda la vida? El amor es una aventura que necesita muchos cuidados y superar muchas crisis y dificultades. El amor es 40


una aventura con un perfil encrespado. Estamos expuestos, felizmente, al amor, amenazados de ternura. Pero no faltan heridas en este proceso curativo y regenerador que hemos de recorrer porque, no lo olvidemos, fuimos heridos de desamor en el paraíso. Un día sangramos de desamor y estas heridas perviven, a modo de cicatriz, en nuestro presente. Tenemos la sensación de haber sido utilizados en el amor, poseídos, esclavizados, porque el amor humano no deja de contener espacios de egoísmo. Un fracaso en el amor humano nos marca para siempre. Las llamas más vivas pueden apagarse por un torrente de agua, y así sucede muchas veces en el amor humano. Es todo fuego y pasión, pero la presencia de un torrente de egoísmo lo convierte en cenizas irrecuperables. La peor ceniza en el amor es la indiferencia y la costumbre vacía. El amor necesita mirarse a los ojos para contagiar la ternura sin palabras. El amor es la mejor encarnación; necesita tocarse, mirarse, gustarse, oírse, poner en juego todos los sentidos. Y este amor es igual en la vida de fe. El amor, para los místicos, es una dolencia que solo se cura con la ternura, una ternura esencial, vital, absoluta. La ternura es la sangre del amor, la lámpara con la luz encendida permanentemente, como signo de presencia y misterio. Sin aceite de 41


ternura se apaga la mecha del amor y del misterio. La ternura no es solo sentimiento; esto nos lleva al sentimentalismo y esto es pura subjetividad. La ternura es descentramiento de uno mismo, expansión y salida hacia el otro, hasta tocar su existencia y hacerla vibrar. La ternura es derretirse sin quemarse del todo y fundirse con el otro, hasta ser uno y sentir como él, pero sin dejar de ser uno mismo. El otro es quien marca y señala el horizonte de nuestra ternura, hasta decirle a la persona amada: «No te amo porque seas bella, sino que eres bella porque te amo sin medida». La ternura es muy subjetiva. No es la belleza corporal de la otra persona lo que provoca la ternura, sino la riqueza interior que se regala en forma de ternura. Los enamorados no se enamoran solo del cuerpo sino del conjunto del otro ser. Por eso, el papa Francisco pidió a los obispos, en Río de Janeiro, que llevaran adelante la «revolución de la ternura», porque solo así la pastoral puede ser auténtica y fructífera. Hasta el famoso revolucionario Che Guevara, en los años sesenta del siglo XX, llegó a decir: «Hay que endurecerse pero sin perder nunca la ternura». La primera parte la llevó a la práctica, la segunda fue una asignatura pendiente en su proceso revolucionario. No ha pasado a la historia como un modelo de ternura, 42


por desgracia. El ansia de poder y de dominación es la antítesis de la ternura. Sin ternura no logramos encontrarnos y conocernos bien. El afecto y la ternura están encarcelados en la mazmorra de la sospecha y necesita redentores. Por eso nuestra cultura está condicionada y maltratada a fuerza de soberbia y autosuficiencia. La excesiva sexualización de las relaciones humanas, en la sociedad actual, le ha hecho perder protagonismo a la ternura, a la que se confunde con intenciones placenteras o lascivas. La vida se resquebraja fácilmente, como la propia naturaleza, y solo la ternura es capaz de restañar viejas fracturas y proteger la virginidad de los campos y selvas que aún la conservan, cada día que pasa, por desgracia, en menor medida.

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Vamos a dejarnos enardecer el corazón por su Palabra, a sentirnos invitados a su mesa, dejémosle entrar en nuestras vidas y en nuestros corazones para que podamos descubrirlo vivo y resucitado. El camino recorrido hasta ahora ya está visto y bien visto, arriesguémonos a volver a Jerusalén para celebrar la novedad de la Pascua. Poema de Emaús Con perezoso paso cabizbajos y desesperanzados, ‒lamentando el fracaso‒ regresan apenados a Emaús, y un tanto avergonzados. Un peregrino extraño, se puso a caminar cabe a su vera: – ¿Qué es ese rostro huraño y esa voz lastimera, y cuál la discusión que os altera? – ¿Ignoras qué ha pasado aquí, en Jerusalén, en estos días?, ¿cómo han crucificado, entre mil villanías, al profeta Jesús, nuestro Mesías? – «¡Qué torpes en creer cuanto dicen las santas Escrituras: cómo iba a padecer 110


la cruz y sus torturas, para entrar en su gloria en las alturas!». – ¡Ya hemos llegado a casa, ya se acabó, por fin, nuestro camino! Ven con nosotros, pasa amigo peregrino, comparte nuestro techo, pan y vino. Sentados a la mesa, toma Jesús el pan y lo bendice; lo parte, y ¡oh sorpresa! aquel gesto predice que está vivo y presente, ¡el pan lo dice! Y con su fe pascual, ‒que es fe viva y recién resucitada‒, con ánimo jovial, corriendo a gran zancada, vuelven a desandar la ruta andada. Su hondo, alegre gozo, se vio en Jerusalén centuplicado un grito de alborozo: ¡está resucitado! ¡Se apareció a Simón, y él lo ha afirmado! (José Luis Martín González)

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Índice Prefacio. Cómo surgió esta idea..................... 9 1. Así andamos............................................ 11 2. ¿Qué es la ternura y para qué se utiliza?.................................. 13 3. Qué se necesita saber antes de recibir ternura............................ 25 4. Advertencias y precauciones................... 31

Se recomienda especialmente................. 34 5. Cómo tomar la ternura............................ 37 6. En niños y adolescentes.......................... 45 7. En personas mayores............................... 51 8. Uso de la ternura con otros medicamentos.......................... 57 9. En caso de embarazo............................... 63

10. Posibles efectos adversos........................ 69 11. Conservación de la ternura...................... 73 Contenido del envase e información adicional................................................. 75 12. Uso de otros medicamentos.................... 77 137


13. Si olvidó tomar su dosis de ternura................................................ 83 14. Responsables de la fabricación de la ternura............................................. 85 15. Carta de Dios al ser humano.................... 89 16. Hablando de ternura................................. 93 17. La ternura en la actualidad....................... 97 18. Algunos ejemplos de ternura.................... 101

En Betania Jesús es tierno con sus amigos........................................ 101

Jesús se hace ternura en Emaús............. 106

Jesús mira con ternura al joven rico...... 112

Jesús se hace ternura con Zaqueo.......... 114

El gesto de ternura de las bodas de Caná ............................. 120

Jesús trata a los enfermos con ternura... 125

Una mirada tierna a los leprosos........... 129

19. Conclusión................................................ 135

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