CUADERNILLO SOBRE CATEQUESIS Nº7

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71 Catequesis, Catequesis hoy Situación y

La catequesis y problemática pastoral de jóvenes José María Pérez Instituto Superior de Ciencias Catequéticas. San Pío X

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ablar de jóvenes y de juventud es un tema que está de moda. Después de las triunfales Jornadas de la Juventud del verano 2011 muchos libros y publicaciones eclesiales recientes hablan de ellos. En algunas diócesis, parroquias, grupos, colegios se habla con insistencia de aprovechar estas buenas vibraciones de las jornadas de las JMJ para hacer la pastoral juvenil tan necesaria en esta Iglesia española que da ciertamente una imagen de una feligresía con una edad media muy alta. Este cuadernillo de “Cooperador paulino” está en continuidad con el anterior. Hablábamos de niños de 0-6 en el anterior número, damos un salto y nos situamos en los 18-30 años.

En el período escolar (6-18 años) muchos de nuestros niños son atendidos o bien, con motivo de la preparación a la recepción de los sacramentos, o bien en el acompañamiento pastoral de los centros escolares religiosos. Una vez terminado este período, bastantes jóvenes de estos centros tienen una considerable experiencia de encuentros, convivencias y actividades de animación. Pero la llegada a la universidad o el mundo del trabajo, las relaciones de pareja y otras circunstancias personales comienzan a ser un momento crítico que preocupa pastoralmente.

¿CÓMO SON LOS JÓVENES? A la hora de trabajar en pastoral y catequesis con jóvenes es fundamental su conocimiento: sus inquietudes, sus búsquedas, sus demandas… Sabemos que ofrecer una propuesta evangélica que no responda a lo que ellos viven está abocada al fracaso. Muchos son los estudios que se han realizado sobre la juventud española, quizás el más completo, riguroso y muy centrado en nuestros intereses es el realizado por la Fundación SM “Jóvenes 2010”. En todos los estudios realizados por SM se repite una premisa fundamental que “la juventud como categoría sociológica uniforme no existe” (J.Elzo)… Hay muchos tipos de jóvenes pero podemos aventurar algunos rasgos comunes: Lo más importante en la vida de los jóvenes es la familia. La sociedad de consumo ejerce una gran influencia en toda la sociedad, de la que no escapan los jóvenes. El interés de los jóvenes se reduce

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prácticamente a su ámbito más cercano de relaciones, constatándose unos niveles muy bajos de compromiso con causas o situaciones que salgan de ese círculo. Perfil mayoritariamente pesimista respecto al futuro. No se ve un futuro prometedor independientemente de la situación actual. El sello individualista hace que la participación juvenil esté a niveles muy bajos. Una percepción mayoritariamente negativa de sí mismos (consumistas, rebeldes, demasiado preocupados por la imagen, egoístas…). Los rasgos más positivos (solidarios, trabajadores, generosos, maduros…) están en la cola. Elzo escribió un libro muy interesante titulado: “Los jóvenes y la felicidad” (PPC, Madrid 2006), en él nos ofrece el perfil de quienes son menos felices y de aquel que se sienten más felices. Así, el perfil del joven menos feliz tendría los siguientes rasgos: “compleja relación y emancipación familiar, tener más compañeros que amigos, temor al trabajo del futuro por la presencia de emigrantes, futuro para el que apenas se preparan, jóvenes (la mayoría chicos) con difícil inserción social y con muy escasas actitudes altruistas, replegados en sí mismos, en la búsqueda inmediata de satisfacción”. Por el contrario, el perfil de aquellos jóvenes con mayores niveles de felicidad serían los siguientes: ser chica, buenas relaciones familiares, menos dinero de bolsillo que la media, máximo rigor en la ética económica y ventajista, máximo rigor hacia las conductas incívicas, potenciación de los valores altruistas, control del consumo de alcohol y drogas, tener amigos, no solamente compañeros, ser muy precavidos con el chat, conceder máxima importancia a los estudios y a la formación para el futuro, confianza en las instituciones, posiblemente quienes manifiestan una apertura a la

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Según el Informe de la Fundación SM, Jóvenes 2010, el 52% de los jóvenes españoles se autoposiciona como “católico”, aunque en la mayoría de ellos esa autoidentificación no tiene demasiado que ver con el seguimiento de Jesús

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transcendencia y un agnosticismo o un ateísmo razonado serían más felices que los católicos no practicantes, indiferentes y no creyentes sociológicos. Por lo que respecta a la religión, y siguiendo el informe, podemos destacar estas características: • Los jóvenes conceden poca importancia a la religión. • Posicionamiento católico de la mayoría de los jóvenes. El 52 % se autoposiciona como católico pero podemos afirmar que en la mayoría de ellos esa autoidentificación católica no tiene demasiado que ver con el seguimiento de Jesús. En el año 1986, los obispos vascos decían en su carta: “Creer hoy en el Dios de Jesucristo”: “Mucha gente afirma hoy creer en algo mayor y más allá del mundo. Se trata de una fe que tiene nulo o escaso impacto en la vida de sus adheridos. No compromete a nada. Es, por otro lado, una fe que no se explicita casi nunca. Sólo en situaciones excepcionales se torna grito de auxilio y, más excepcionalmente, júbilo de gratitud. Pasada la situación excepcional, se hunde en una atonía casi equivalente a un ateísmo práctico”. • Imagen y experiencia de Dios. Los que se declaran creyentes tienen una imagen que se acerca al Dios cristiano, frente a otras imágenes y conceptos de Dios (algo superior, fuerza del universo, lo que hay de positivo en las personas). Sí que es llamativo que en el mayor de los casos estas imágenes parten de unos conceptos y se olvida de las experiencias. • Fe al margen de la Iglesia. Predomina la religión a la carta donde lo más abundante es lo subjetivo y personal frente a lo comunitario lo que se traduce en una asistencia muy baja a la Iglesia. • Ausencia de la dimensión orante. El informe refleja claramente que tampoco es la oración el elemento sobre el que


Los jóvenes inmigrantes cuidan más el elemento religioso. Con gran diferencia valoran lo religioso, acuden más a la práctica semanal, creen más en Dios, tienen mucha más confianza en la Iglesia

se asienta la identidad cristiana de los jóvenes. El 60 % de los jóvenes no reza nunca. Y muchos rezan sin referencia a la Palabra. • Fe individual y privada. El 81.2 % de los jóvenes no pertenece a ningún grupo o asociación y entre los que pertenecen a alguno el mayor porcentaje se da en quienes pertenecen a un grupo deportivo. Sólo un 4.5 % pertenecen a un grupo religioso. Es una religión vivida sin referencia comunitaria. Esto es difícilmente conciliable con lo expresado por el Papa a los jóvenes en la misa de clausura de la JMJ: “Queridos jóvenes […] no se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él” (Benedicto XVI). Además de esto consideran la religión como un asunto privado que debe vivirse individualmente, sin incidencia pública ninguna. • Fe poco comprometida socialmente. Los porcentajes de pertenencia a organizaciones sociales es insignificante. Los jóvenes cristianos están poco implicados en el compromiso con nuestra sociedad y con los más débiles de nuestro mundo. • Celebración de los sacramentos con escasa vivencia cristiana. La mayoría se decanta por casarse por la Iglesia, pero el mismo informe “Jóvenes 2010” indica que: “la razón del éxito del matrimonio por la Iglesia es que constituye una ocasión de realce personal, muy superior al que se pueda conseguir estrictamente con el matrimonio por lo civil” (p. 210). Podríamos analizar estos sacramentos, pero podemos concluir que los jóvenes que se definen como católicos mantienen cierta valoración y práctica de los sacramentos, pero al margen de su significado cristiano. • Los jóvenes inmigrantes cuidan más el elemento religioso. Un pequeño apunte sobre este grupo que comienza a ser más numeroso. Con

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gran diferencia valoran más lo religioso, acuden más a la práctica semanal, creen más en Dios, tienen mucha más confianza en la Iglesia. ¿Qué conclusiones podemos sacar de estos datos? Los datos radicales de la identidad cristiana (Jesucristo, filiación, Reino, seguimiento, comunidad, oración, compromiso, eucaristía, misión) no están presentes en la identidad cristiana de los jóvenes. Parece que la identidad cristiana de los jóvenes es una vaga creencia con poco anclaje evangélico. Nos encontramos con una religiosidad psicosociológica que nos sitúa muy lejos de una religiosidad madura. Si añadimos a esto el contexto social en que nos movemos y en el que presentarse como cristiano no está bien visto, es fácil deducir como la escasa consistencia de la identidad cristiana se diluye rápidamente en la masa social. Sin una fuerte identidad cristiana anclada en una fuerte experiencia personal de Jesucristo es imposible mantenerse en la diferencia que pide una vida cristiana, y mucho menos ser un testigo que confiese la fe.

¿QUÉ PIDEN LOS JÓVENES? Después de ver estos datos, intentamos hacer una lectura y escuchar lo que son sus gritos vitales, sus demandas profundas. Piden familia/amor incondicional. El hecho de que lo más valorado sea la familia, no significa que sea algo ya logrado sino que esa alta valoración y alto grado de satisfacción en las relaciones con sus padres, encierra cierta ambigüedad, ya que tiene una fuerte carga de deseo, anhelo. En medio de una sociedad tan competitiva y excluyente, los jóvenes valoran mucho la seguridad que reciben en su familia. Uno de los rasgos en que vemos la demanda de amor incondicional de los jóvenes se refleja en el miedo que tienen a la soledad.

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Aunque se defina a los jóvenes como individualistas para algunas cosas, lo cierto es que expresan una fuerte necesidad de estar acompañados. El papel central que juegan en muchos jóvenes las comunicaciones con otros por medio de las redes sociales, expresa claramente la imperiosa necesidad que sienten de estar con otros, aunque apenas se les conozca. Esto nos señala la tremenda soledad que viven muchos jóvenes, y a la que intentan hacer frente de mil modos y maneras. Percibimos aquí una demanda fuerte de relaciones de confianza y cercanía aunque cargadas de bastante temor a que no correspondan a sus expectativas. Piden una vida unificada frente a un yo fragmentado. A nivel moral hay un relativismo grande en el que no hay instancias que discriminen el bien del mal más allá del juicio de cada uno, que acaban siendo tan cambiantes como el tiempo. Esto hace que los jóvenes no tengan una verdad profunda sobre la que asentarse, y vivan divididos interiormente. Es, por tanto, una vida que está fragmentada, sin tener un núcleo que configure y oriente todas las parcelas de la vida. Esta fragmentación del yo incide también en el lugar que ocupa la fe en muchos jóvenes. La fe constituye un comportamiento estanco dentro del comportamiento global del creyente. ¿Puede ser el seguimiento de Jesús el que oriente el sentir, pensar, obrar, en definitiva vivir de los jóvenes? Necesitan referentes cercanos que vivan unificados en Jesús. A los jóvenes se les ofrecen muchos modelos de identidad, pero la mayoría no son sino distintas expresiones de la sociedad consumista. Los jóvenes necesitan modelos de identidad sanos que ejerzan sobre ellos un atractivo por su vida ejemplar. Referentes que los jóvenes puedan ver, “tocar”, e imitar,

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A los jóvenes se les ofrecen muchos modelos de identidad, pero la mayoría no son sino distintas expresiones de la sociedad consumista. Los jóvenes necesitan modelos de identidad sanos, que ejerzan sobre ellos un atractivo por su vida ejemplar referentes en que los jóvenes vean el testimonio alegre de quien vive la vida desde un centro “firme” que da “luz” y criterio a las distintas dimensiones de la vida.

OPCIONES PASTORALES Y CATEQUÉTICA EN CLAVE RELACIONAL Ante estos datos se debe apostar por una catequesis y una pastoral juvenil en clave relacional. Esto significa que el primer acento en la pastoral no recae en el comportamiento, en el subrayado de unos valores, en el conocimiento de unos contenidos, en la adquisición de unos hábitos (por muy buenos y sanos que sean); no, el acento recae necesariamente en el aspecto relacional. Obviar esta dimensión relacional como eje vertebrador de la pastoral es abocarla al fracaso.

Algunas características y opciones pastorales Relación, seguimiento, encuentro. La pregunta

que atraviesa los Evangelios es una pregunta sobre la identidad de Jesús: ¿quién es este hombre? Muchos escucharon sus palabras y vieron sus obras, pero muy pocos alcanzaron a entrever su identidad última y profunda. Algo parecido puede ocurrirnos a nosotros. Es urgente entrar en ese ámbito relacional: la relación de Jesús con su Padre y la relación que Jesús nos ofrece.

Recuperar todo lo que evoca la palabra “Padre”. Todo va unido estrechamente a la necesidad de ofrecer a los jóvenes la imagen del Padre que nos ofrece Jesús. Si bien es verdad que hay imágenes de Dios que corregir en algunas personas, también es verdad que en nuestro contexto actual, en muchos niños y jóvenes hay ausencia


de imagen divina porque no han recibido ninguna por parte de sus padres. Una cristología creyente. En un contexto de increencia como el que nos movemos, resulta más fácil y tentador presentar una cristología con un bajo nivel de confesión creyente. No sé si en la pastoral presentar a Jesús como el Hijo de Dios debe ser un punto de partida para acercarnos a su figura o al punto de llegada, pero en cualquier caso, un itinerario de fe que no lleve al joven a reconocer a Jesús como el Hijo de Dios no le ha adentrado en su misterio. Acompañamos identidades fragmentadas. En muchos jóvenes encontramos identidades muy frágiles e influenciadas por el ambiente en que se encuentran. Esto impide encontrar un proyecto personal que indique el norte por donde caminar. “Una dificultad enorme puede hallarse en el no ser consciente de que, a menudo, los jóvenes con los que compartimos catequesis, encuentros, oraciones, campamentos, también presentan esa flexibilidad en su identidad cristiana y dependiendo del ambiente en el que se encuentran serán capaces de desenvolverse de maneras muy diversas (incluso incompatibles). Como acompañantes debemos cuidar mucho esas fragmentaciones para hacerlas visibles a los propios jóvenes y desde ahí ir trabajándolas y transformándolas en actitudes más coherentes con el estilo de vida que quiere vivir” (J.Fernández, Identidad, Revista de Pastoral Juvenil). Hay estilos de vida que dificultan mucho la experiencia de Dios. Dios sigue hoy revelándose en nuestra historia, en nuestro mundo, pero únicamente desde una fe viva podemos reconocer su presencia. De ahí que el redescubrimiento de la presencia de Dios exija de los hombres una cura lenta de sosiego, concentración, desasimiento, libertad interior, creativi-

En muchos jóvenes encontramos identidades muy frágiles e influenciadas por el ambiente en que se encuentran. Como acompañantes debemos cuidar mucho esas fragmentaciones y hacerlas visibles a los propios jóvenes Foto: Shutterstock.com

dad; necesitamos para disponernos a ese encuentro un largo período de rehabilitación para lo espiritual- sin aislar el espíritu de lo corporal-, lo personal – no equivale a privado o individual-, rehabilitación para el ejercicio de dimensiones que la cultura sólo científico-técnica en que vivimos nos está atrofiando por haber creado un clima espiritual en el que su ejercicio se hace sumamente difícil. De la superficialidad a la profundidad. Lo que acabamos de ver nos dice con claridad que tenemos que ayudar a los jóvenes a ahondar en la propia vida. No podemos, por tanto, desarrollar una pastoral que se quede en la superficie de la vida de los jóvenes, sino que tenemos que propiciar ámbitos y experiencias que les ayude a hacer el viaje de la superficialidad a la profundidad. Si Dios es la raíz de cuanto existe se comprende que es imposible una experiencia del amor de Dios para quien vive superficialmente. Estamos viviendo en una cultura que promueve la superficialidad. La sociedad de la información se preocupa, sobre todo, de contar lo que pasa, lo que se ve, pero no está demasiado interesada en buscar lo que está detrás de lo que pasa y de lo que se ve. Sin una experiencia fuerte de profundidad, la experiencia de Dios difícilmente podrá aflorar. A la hora de realizar ese “viaje” de la superficialidad a la profundidad hay dos mediaciones que consideramos imprescindibles en la labor pastoral con los jóvenes: el silencio y la Palabra. Sin silencio no se puede escuchar la voz de Dios; ante tanto ruido que nos envuelve es difícil descubrir y valorar el silencio. Esta necesidad de silencio e interioridad no tiene como fin la tranquilidad y la paz sino la disposición para vivir en apertura al querer de Dios. La Palabra nos dice quienes somos y quienes estamos llamados a ser. Dar un fuerte protagonismo a la Palabra

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El seguimiento de Jesús al servicio de la Persona. Hablar de seguimiento de Jesús es hablar de seguimiento y discipulado. La centralidad de la fe cristiana está en Jesucristo muerto y resucitado. Nuestra fe no es vaga ni abstracta sino que tiene un rostro bien claro y definido: Jesús de Nazaret. Si de lo que se trata, por tanto, es de adentrarnos en la persona de Jesús, es lógico deducir que la iniciación cristiana ha de ser un ámbito donde ponemos nuestros ojos (corazón, manos… toda nuestra vida) en Jesús para empaparnos de sus palabras, gestos, opciones, criterios, estilo de vida… Esto explica que el seguimiento sea la estructura básica de toda iniciación cristiana. Ir más allá de una fe emotiva. Se trata de ir posibilitando que en los jóvenes vaya formándose una actitud religiosa que vaya mucho más allá de lo puramente emotivo. La cercanía con Dios no es una relación infantil de búsqueda de gratificación personal, sino ámbito para entregarse en disponibilidad y obediencia. Dar el salto de la interioridad a la fe. Hoy está de moda el educar en la interioridad y es algo bueno y necesario. Sin embargo, no podemos perder nunca de vista la finalidad de la interioridad: posibilita que el joven reconozca la presencia de Dios en su vida y se abra confiadamente a su voluntad. De poco sirve una pastoral que educa en la interioridad si nuestros jóvenes se quedan con la gratificante experiencia del silencio (tranquilidad, bienestar, paz) pero no dan el salto a la fe. Pasar de la psicología religiosa a la actitud religiosa. Desde muchas instancias se ha criticado a la religión el ser una proyección de nuestros deseos y una salida para nuestras frustraciones. En este caso, la religión está totalmente en función de nosotros mismos. Esto es algo que vemos con bastante frecuencia en los jóvenes y adultos. Si antes hemos

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La interioridad posibilita que el joven reconozca la presencia de Dios en su vida y se abra confiadamente a su voluntad dicho que para los jóvenes lo emotivo tiene una fuerza importante, podemos entender que su vivencia religiosa se vea muy condicionada por su situación afectiva. Hablar de psicología religiosa en los jóvenes significa reconocer en ellos una fe centrada en sus deseos y necesidades, en definitiva, una fe infantil. Ese quizá sea necesariamente el punto de partida de los jóvenes pero nuestros procesos están llamados a acompañarles para que vayan dando el salto a una fe madura en la que el interés primero no es adecuar a Dios nuestros intereses, sino todo lo contrario, adecuarnos nosotros a los suyos. La actitud religiosa va naciendo en el momento en que nuestra vivencia religiosa va centrándose en la búsqueda del querer de Dios y brota en uno la disponibilidad para construir el Reino. Criterio de garantía de la vivencia religiosa: ¿me descentra? Hoy se dice que hay un resurgir de la espiritualidad entre los jóvenes, lo que aparentemente es bueno. Está claro que no es volver a esquemas religiosos pasados sino que apunta hacia otra dirección. Reconociendo la valía de todo ello, creo que hay un criterio que nos permite discriminar la autenticidad y valía en cualquier búsqueda o práctica religiosa: ¿en qué medida esta búsqueda o práctica religiosa me descentra de mis intereses y me acerca a los demás, especialmente a quienes peor lo están pasando? ¿Espiritualidad que nos repliega sobre nosotros mismos o espiritualidad que nos descentra para darnos? Como pastoralistas nos toca ayudarles a que en esa búsqueda de espiritualidad vayan dejando espacio a los otros, y eso pasa por ofrecerles la experiencia religiosa que vivió Jesús: confianza en Dios Padre y compromiso por el Reino, de manera que siempre resuene la pregunta que Dios nos lanza en el comienzo del Génesis: ¿dónde está tu hermano?. Grupos que desembocan en la comunidad. ¿Tienen desembocadura nuestros procesos de pastoral? La triste realidad es que muchos grupos mueren y se diluyen precisamente en el momento en que tienen que plantearse las decisiones serias en la vida.

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en clave orante en la pastoral con los jóvenes es de todo imprescindible. Esto supone que el joven se va familiarizando con la Palabra y habituándose a leer su vida desde ella. Para ello hay que desarrollar procesos de iniciación a la lectura orante de la Palabra.


Es urgente ofrecer itinerarios donde los grupos se sepan en camino a la comunidad y tengan la referencia de comunidades que van por delante. Convocamos a los jóvenes, hacemos una propuesta de conocer a Jesús, etc., pero luego no ofrecemos la continuidad en los procesos y la experiencia de fe queda relegada a la edad juvenil. No acabamos de tomar conciencia de la urgencia de acompañar la etapa universitaria, y seguimos quemando excesivos cartuchos con niños y adolescentes. Sin creyentes adultos no hay comunidades vivas, y sin éstas no hay Iglesia viva. Fundamental, por tanto, ofrecer procesos de pastoral donde los grupos desemboquen en comunidades. Ofrecer ámbitos donde experimentar la fraternidad. Hoy estamos cansados de escuchar que la propuesta cristiana únicamente será creíble y atractiva en la medida en que pueda ofrecer espacios y ámbitos donde podamos decir al joven: “ven y verás”. La dimensión experiencial es la que mejor entiende al joven: conocer y vivir de cerca que lo que se les cuenta es verdad porque hay otros que llevan tiempo viviéndolo. En este proceso de iniciación en la fe es del todo crucial ofrecer experiencias comunitarias de manera que el joven saboree la frescura de la vida fraterna en sus distintas dimensiones: oración, fraternidad, misión, etc. Sin embargo, siendo sinceros, ¿podemos encontrar muchos ámbitos comunitarios a donde referir jóvenes de manera que puedan ahí palpar de cerca la fraternidad? Desgraciadamente no; llamar comunidad, en sentido estricto, a muchas asambleas dominicales creo que no responde al tipo de fraternidad que aquí estamos planteando. Reforzar la vinculación y pertenencia comunitaria. La institución eclesial es la menos valorada por los jóvenes. Teniendo esto presente, ¿cómo crear en los jóvenes pertenencia y vinculación eclesial? No ciertamente por decreto, ni por documentos oficiales que lo exijan. Los

Foto: Corel

Es necesario ofrecer ámbitos donde el joven pueda experimentar la fraternidad y el encuentro con los pobres

jóvenes únicamente perseveran en aquello a lo que se sienten vinculados. Necesidad de trabajar conjuntamente la pastoral juvenil con la familiar. Teniendo siempre presente que la familia y los amigos son los vínculos de referencia más importantes para los jóvenes, y que ahí encuentran sus principales referencias para la vida no podemos descuidar el ámbito familiar como parte nuclear de esa fe vivida comunitariamente. En los datos sociológicos constatábamos la lógica consecuencia que se viene dando en muchas familias: si los padres no viven la fe es difícil que el hijo lo descubra y viva. Hasta hace poco tiempo la Iglesia se ha centrado en la pastoral infantil y juvenil, pero la urgencia de la pastoral familiar exige un cambio notable de dedicación. No hay muchos caminos marcados, pero seguir trabajando con los jóvenes al margen de lo que vive en su familia es bastante desacertado. Ayudar al joven a descubrir la propia vocación. En la pastoral con jóvenes no estamos hablando de entretenernos con algunos temas más o menos interesantes sino en entrar de lleno en la orientación que cada joven da a su vida. En este sentido, es imposible pensar en una pastoral de jóvenes que no sea vocacional. Una pastoral que estimule la superación. No conviene hacer de nuestros ámbitos pastorales lugares donde los jóvenes están a gusto, pero donde no aparece la exigencia que brota de haber descubierto el amor gratuito de Dios. En este sentido debe ser una pastoral que tenga un tono de superación. Propiciar el encuentro entre los jóvenes y los pobres. A la hora de plantearse la vocación son fundamentales dos experiencias: la oración y el encuentro con el pobre. Si a la oración le añadimos una pastoral donde el joven se encuentra frente a frente con el lado más duro de la vida estamos posibilitando que emerjan en él preguntas hondas de sentido que puedan despertar interrogantes y descubrir en los pobres la llamada de Dios. Esto último será más fácil que emerja si hay un acompañamiento serio en ese acercamiento a las realidades de pobreza que les ayude a tomar conciencia de lo que ahí han vivido, intuido o descubierto como significativo para sus vidas.

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Reflexiona, comenta y dialoga “Los jóvenes tienen fe pero no sienten deseo de pertenecer a la Iglesia” “Los jóvenes cristianos rezan poco y con escasa presencia de la Palabra” “Los jóvenes cristianos entienden la religión de manera individual (sin referencia comunitaria) y privada (sin proyección pública)” “Los jóvenes cristianos están poco implicados en el compromiso de nuestra sociedad y con los más débiles de nuestro mundo” “Mantienen cierta valoración y práctica de los sacramentos, pero al margen de su significado cristiano” “Los datos radicales de la identidad cristiana (Jesucristo, filiación, Reino, comunidad, oración, compromiso, Eucaristía, anuncio) no están presentes en la identidad cristiana de los jóvenes”

Comenta el siguiente texto de Riccardo Tonelli, profesor durante muchos años de Pastoral juvenil en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma

“A mí me gusta usar una imagen para explicar la situación de los jóvenes en este tiempo, desde el punto de vista de la pastoral juvenil: la del juego del trapecio. Muchos jóvenes son como el trapecista que se ha soltado del soporte de seguridad y está dando saltos mortales buscando los brazos robustos del que sabe poner entre paréntesis sus incertidumbres y sus crisis, para jugar todos sus recursos en el intento de agarrarse. En el juego del trapecio la ley exige que haya una red de auxilio. Si el encuentro entre el que alarga los brazos y el que los sujeta no se da, no se destroza en el suelo, porque la red de protección mitiga la caída. Pero, en la vida, por desgracia este juego se hace siempre sin red. Si los brazos robustos del adulto no están cuando deben, sincronizados para sujetar, los jóvenes que buscan esperanza se ahogan en su desesperación” (G.Denicolo, Cuarenta años de servicio a la pastoral juvenil, Entrevista a Riccardo Tonelli, CCS, Madrid 2011, 87).

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