XXI Domingo del Tiempo Ordinario

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DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

P. Antonio Maroño, SSP

(San Lucas 13,22-30) En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

La salvación exige conversión y renuncia En los países del hemisferio norte estamos todavía en pleno mes de agosto. Todavía en el corazón del verano. Mucha de nuestra gente está todavía de vacaciones, otros ya las han hecho o las harán. Y otros muchos, lamentablemente la mayoría, se han quedado en sus casas -descansando o haciendo las tareas de siempre- porque las circunstancias son las que son. Sea como sea, a todos nos convoca el Señor para celebrar la Eucaristía correspondiente al domingo XXI del Tiempo Ordinario. Lo hacemos con gran alegría, rebosantes de gozo, dando gracias a Dios por todos los favores y beneficios que constantemente estamos recibiendo de sus manos. Y porque él nos sostiene y nos conserva entregados a colaborar con él en su plan de salvación. Las lecturas que hemos escuchado nos muestran el rostro de un Dios hondamente interesado por el hombre y por su bienestar total. El texto del profeta

Isaías, en la primera lectura, asegura que el Señor vendrá “para reunir a las naciones de toda lengua”, y para dar “una señal a las costas lejanas que nunca oyeron su fama ni vieron su gloria”. En la segunda lectura, el autor de la carta a los hebreos afirma que Dios permite muchas cosas que nos ocurren en la vida “para reprender a los que ama y castigar a sus hijos preferidos”, como medida “correctiva” para nuestro bien. Y san Lucas, en el relato evangélico, nos presenta a Jesús, camino de Jerusalén, respondiendo a una pregunta realmente importante que le formula un oyente anónimo. El mensaje central de estos textos es la preocupación por la salvación, que es una constante en la predicación de Jesús. Por eso no ha de extrañarnos que surja espontáneamente de entre la gente la voz de uno que pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan”? Seguramente que la persona que formuló la


pregunta, siguiendo la opinión mayoritaria de los judíos contemporáneos del Señor, se esperaría una respuesta en el sentido de que sólo se salvan los judíos, los miembros del pueblo elegido, los descendientes de Abrahán. Pero al responderle el Señor: “esforzaos en entrar por la puerta estrecha… muchos intentarán entrar y no podrán”, su seguridad ha quedado en entredicho. Ha quedado muy relativizada porque ni queda garantizada la salvación de todos los hijos de Abrahán, por el mero hecho de ser descendencia carnal, ni están excluidos de la salvación los pueblos paganos por la sencilla razón de no ser judíos o por no asumir el cumplimiento de sus leyes antiguas. En consecuencia, la salvación operada por Dios encierra dos puntos fundamentales: por una parte, se anuncia que el Reino de Dios está abierto a todos los pueblos de la tierra, judíos y no judíos, como se deduce claramente de la primera lectura y del evangelio. Y, por otra parte, la puerta que da acceso al Reino es estrecha y puede cerrarse. Y, además, para entrar en el Reino se exige un compromiso personal (evangelio) y la aceptación de la necesaria corrección (segunda lectura). La alusión a la puerta estrecha indica que, en lo que se refiere a la salvación, hay que saber conjugar la muy evidente llamada de Dios a la salvación universal, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento, con la exigencia de nuestro compromiso personal, de nuestra respuesta personal a su llamada. Porque Dios ciertamente quiere salvarnos, y salvarnos a todos, como expresa a las claras su generoso plan de salvación universal desde el mismo momento del primer pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, pero a condición de que le demos una respuesta clara de fe y de vida cristiana coherente. Dicho en

otras palabras, el verdadero sentido de la expresión “puerta estrecha” es una invitación a llevara a la práctica el mensaje de Jesús y a asumirlo sin ambigüedades en todas las facetas de nuestra vida. Es lo que afirma muy acertadamente el obispo de Hipona, san Agustín, con su lapidaria frase: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Finalmente, no olvidemos que estamos en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. ¿Qué mayor muestra de la misericordia de Dios queremos que su voluntad inequívoca de llamarnos a su lado para siempre?

www.sanpablo.es


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