DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (San Lucas 14,25-33) En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Padre José María Fernández, SSP
La verdadera oración
Jesús no es un demagogo que trata de seducir a los que le siguen con promesas muy atrayentes. Insiste, por el contrario, sin compromisos y de la manera más tajante, en las renuncias que han de hacer los que quieran seguirlo: ponerlo a él por encima de todos sus afectos. No ignora, ciertamente el mandamiento del decálogo sobre el amor y los deberes para con los padres. Además, sus exigencias perderían fuerza sin una altísima valoración del amor al padre, a la madre, a la mujer, a los hijos, a los hermanos y hermanas. Jesús amó de verdad y profundamente a los suyos, a sus amigos, a sus discípulos. Pero solo su vinculación al Padre y a su voluntad tenía para él un valor absoluto: «¿No sabíais que yo tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,41-51) contestará a su madre en el momento de su encuentro, tras haberse quedado en Jerusalén, en el templo con los doctores.
En otra ocasión deja que su madre y sus parientes esperen fuera hasta que acaba de instruir a la multitud que se agolpa en la casa (Lc 8,19-21). En fin, renuncia a su propia vida por fidelidad a la voluntad de su Padre y a su misión. Si Jesús pide a sus discípulos que no antepongan nada a él, es por las mismas razones. Por tanto, no tiene nada que ver con el sometimiento servil a las exigencias o a las doctrinas impuestas por un hombre a sus partidarios. Una vez que se ha optado por Cristo, no hay que mirar atrás ni cuestionar el compromiso. Pero sí es necesario verificar regularmente si se toman las medidas necesarias para ir avanzando y librar victoriosamente los combates por los que inevitablemente ha de pasar la fidelidad al Evangelio. A veces puede uno encontrarse en la necesidad de tomar decisiones arriesgadas, como san Pablo, que acoge a un esclavo fugitivo y le pide a su amo que, a partir de entonces, lo considere como a