DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP
(San Lucas 16,19-31)
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán,
Convierte, Señor, nuestra mente y nuestro corazón a imagen de la mente y el corazón de Jesús para que sepamos reconocerte en Él.
Dios ama y defiende a los pobres El profeta Amós critica las injusticias que se cometen, la vida ociosa y el consumismo despilfarrador. Si Amós viviera entre nosotros, ¿de qué hablaría? Tal vez, entre otras cosas, de la relajación en la familia, de una cultura que borra el nombre de Dios de la historia de los hombres, de algunas multinacionales egoístas que impiden una sanidad más barata para pueblos hambrientos, de la globalización que pone en pocas manos muchos intereses y de las calamidades que acarrea el terrorismo internacional. El evangelio de hoy, continuando la serie de catequesis que san Lucas dedica a enseñar a los cristianos el buen uso de las riquezas, da plenitud a lo dicho por el profeta Amós. La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro es universalmente conocida y resulta igualmente recurrente en la predicación, en el arte y en la sociología cristiana. La doctrina del evangelio en ella expuesta y, como derivación, la peculiar doc-
trina social de la Iglesia sobre la urgencia de aplicar en la vida y en la sociedad una adecuada justicia distributiva de los bienes, es manifiesta. El rico encarnado en Epulón es indigno. El pobre encarnado en Lázaro es la vergüenza de una sociedad. Hoy no es fácil vivir con coherencia en un contexto de intereses y egoísmos humanos privados de virtud y honradez. Precisamente por eso, ante Epulón y Lázaro es necesario que no callen las voces proféticas, y que las conciencias de los hombres –de una u otra cultura, religión, ideología– se sientan heridas por la crueldad de las desigualdades reinantes en el mundo. En realidad, la parábola de Jesús no analiza la vida del rico Epulón, ni los orígenes de sus bienes, ni la falta de escrúpulos con que pudo adquirirlos, ni el trato justo o injusto que dedicaba a sus servidores. El énfasis de las palabras del Señor, hablando en parábolas y
ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
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con sentido religioso, se pone en dos rasgos muy importantes de la sicología de la gracia y de la libertad humana, a saber, que la riqueza y el poder no tienen la última palabra, y que, si una persona no se abre espiritualmente a la verdad de los signos que se le han ofrecido, tampoco se abrirá a otros que se le preparen a la carta. Primer rasgo. La última palabra de la propia vida e historia no la tiene ni el mendigo ni el egoísta acaparador de bienes que, cerrado en sí mismo, no concede al mendigo ni lo que sobra en su mesa opulenta. La última palabra, a él referida, que será palabra de salvación eterna o de condenación, la tienen Dios y la totalidad de nuestras obras (obras del rico y obras del pobre) vistas en el espejo del mandamiento de la justicia y del amor. Por eso puede suceder muy bien que, al final, un rico de malas entrañas, avergonzado y carcomido por el remordimiento, se dé cuenta de que el infierno de su desdicha comenzó cuando no tuvo piedad, compasión, justicia con el desgraciado que pasaba frío en su portal. Y asimismo puede suceder que a ciertos mendigos (símbolos de la gente honrada, sufrida, generosa, altruista, caritativa) a los que en la tierra no les dimos la mano, trabajo y amistad, los veamos un día en la mesa presidiendo la fraternidad; y que otros mendigos se avergüencen de lo que hicieron en la tierra. Segundo rasgo. La experiencia simbolizada hoy en la actitud del rico condenado, nos enseña cuán difícil es modificar las actitudes humanas perniciosas (autosuficiencias, compromisos innobles, vicios), cuando se han adueñado de nosotros. Porque quien comienza y persiste en ser
infiel en lo poco, acaba siendo infiel en lo mucho; quien no es sensible en los mandamientos y gestos menores, acaba no siéndolo en los más graves; quien no ha escuchado y acogido la palabra del profeta o la voz de la conciencia, tampoco
escuchará a quien le amoneste mañana ni al que se presente a hablar en nombre de un condenado en el infierno. Primero tiene que cambiar de actitud radical y ser otro hombre, algo a lo que Dios con su gracia siempre ayuda.
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