Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

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DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

P. Antonio Maroño, SSP

(San Lucas 17,5-10) En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

¡Señor, yo creo, pero aumenta mi fe!

Basta un poquito de fe, pero que sea auténtica No es ninguna novedad afirmar que hoy corren tiempos difíciles para la fe. En realidad, nunca ha sido fácil creer de verdad. Ni lo ha sido en tiempos de Moisés y los profetas, a lo largo de todo el Antiguo Testamento, ni lo es en la etapa de la Iglesia, desde su mismo comienzo hasta nuestros días. Pero es cierto que hoy da la impresión de que arrecia la crisis de fe de manera especial, agudizada por la caída de tantos apoyos ambientales y sociales de que ha gozado en años pasados.

to de diversas recomendaciones que Jesús dirige a sus discípulos cuando va con ellos de camino hacia Jerusalén. A ellos y, a través de ellos, a todos nosotros, nos pide el Señor que no seamos ocasión de escándalo o de tropiezo para los pequeños: los pobres, los humildes, los carentes de recursos espirituales o culturales, que son los primeros destinatarios del Reino. Después nos anima a la corrección fraterna, para que el hermano que haya pecado tome conciencia de su falta y se arrepienta. Y nos pide que estemos en actitud permanente de perdón, imitando la misericordia del Padre, siempre dispuesto a la acogida y al perdón. A un perdón incondicional y sin límite, aunque sea “siete veces al día”, lo que equivale a decir “siempre”.

Y la crisis de fe que estamos viviendo, no es sólo religiosa, sino que se extiende también al campo social, político y económico. Nada de extraño que surjan por todas partes el desencanto, el escepticismo y la indiferencia, tanto entre los adultos como entre las generaciones jóve- Situados ya en el texto cones rrespondiente a este domingo, el Señor contesta a El relato evangélico que la petición que comienzan leemos hoy, tomado del haciéndole los apóstoles, evangelista san Lucas, seguramente impresionaestá ubicado en un contex- dos por la dureza de algu-


nas enseñanzas que les estaba exponiendo: “Auméntanos la fe”. Les dice: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. Los discípulos piden aumento de fe en cantidad y el Maestro responde con aumento de fe en calidad. Bastaría a los discípulos que tuvieran un poquito de fe, con tal de que fuera auténtica, con tal de que expresara la confianza plena en Dios, para hacer frente incluso a las mayores dificultades. Con la parábola del salario del servidor, que expone san Lucas en la segunda parte del evangelio de hoy, quiere dejar bien clara cuál ha de ser la actitud del hombre ante Dios. Según el texto, pudiera parecer, a primera vista, que el Señor defiende el talante tiránico del amo con su empleado, pues cuando éste vuelve de su trabajo en el campo, aun le exige al llegar a casa que le prepare y le sirva la cena. Pero no va por ahí la intención del Señor. A lo que él quiere referirse, en este caso, no es a esclarecer las relaciones laborales entre amos y criados, sino a la actitud que los discípulos han de tener ante Dios. Los fariseos, por ejemplo, estaban firmemente convencidos de que, por el mero hecho del cumplimiento de los preceptos de la ley, tenían derecho a exigir de Dios el premio correspondiente. En cambio, lo que el Señor quiere poner de relieve es que los discípulos estamos al servicio de Dios conscientes de que todo lo que recibimos de él es pura gracia, y que toda nuestra vida debe ser una respuesta agradecida a sus dones, y no una búsqueda de recompensa, recompensan que en cualquier caso siempre será puro don, siempre será inmerecida. En otras palabras, lo que nos pide el Señor es que

nos entreguemos con generosidad y empeño al de Dios y de los hermanos sin llevar cuenta de lo que hacemos, ni pasar factura, ni exigir méritos o recompensas. Pidamos a Dios una fe viva y operante, una fe de verdadera calidad. Si la tuviéramos así, aunque fuera tan pequeña como un granito de mostaza, nos entregaríamos sin reserva al cumplimiento de nuestro deber, dejando tranquilamente en las manos de Dios la recompensa final.

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