DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO San Lucas 17,11-19 Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
¡Señor, que los que recibimos cada día los dones de tu Bondad, hagamos de nuestra vida una permanente acción de gracias!
Cl. Omar Delgado, SSP
El agradecimiento
El agradecimiento es una de las formas más fundamentales en nuestra relación con los demás y con Dios. Pero, ¿cómo manifestamos esta actitud de agradecimiento? ¿Es porque hemos recibido algo o hemos recibido algo que deseábamos? Las lecturas de este domingo presentan un ejemplo concreto de cómo la alegría del hombre tiene su origen en las obras de Dios y no en las de los hombres. La universalidad del amor de Dios no excluye a nadie, pero implica una respuesta del hombre en toda su existencia y libertad. Curar la enfermedad siempre es un legítimo deseo de cada persona. Nuestra condición humana y limitada nos muestra la gran necesidad que tenemos de Alguien que pueda convertir el dolor y el sufrimiento en amor y alegría. En la primera lectura, Naamán el sirio quedó limpio de la lepra tras haber seguido el mandato de Eliseo. A la enfermedad subyace una existencia miserable tanto para la familia como
para la sociedad. Todos se alejaban de un afectado por la lepra dado que era contagioso y por eso, debían vivir al margen de la comunidad. De ahí la gran alegría por parte de Naamán cuando Dios le cura y le muestra de que no hay Dios más que el de Israel. Esta manifestación de Dios expresa una cosa concreta: el poder de Dios y la peculiaridad de su amor. Dios, en su amor y ternura, no puede alejarse de los más desafortunados de la sociedad. El salmo lo dice claramente: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios». Y esto es lo que conviene al esplendor y a la soberanía de Cristo que el evangelio de hoy trata de mostrarnos. La escena coloca a los diez leprosos en la periferia de una aldea. Todos tenían la misma meta: que Jesús, en su compasión y misericordia, les curara de la enfermedad. Cuando Jesús va de camino hacia Jerusalén, pasaba por el