Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

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DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

P. Antonio Maroño, SSP

(San Lucas 21,5-19) En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Hechos previos: persecución de los cristianos. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

El final vendrá, pero no enseguida Estamos a punto de llegar al final del año litúrgico, que tendrá lugar el próximo día 20 de noviembre con la solemnidad de Cristo Rey. Y en los últimos domingos del año cristiano, la temática de las lecturas apunta claramente a la escatología, al final de los tiempos. Así lo hemos podido constar ya el pasado domingo, así sucede hoy y así continuará en los primeros domingos de adviento. Las tres lecturas de hoy apuntan en la misma dirección. El profeta Malaquías, en la primera, anima a los creyentes judíos, que se sentían perplejos a la vuelta del exilio, porque las cosas no les iban tan bien como esperaban en la reconstrucción del templo, de la ciudad y de la convivencia social. El profeta les invita a mirar adelante, hacia el “día del Señor”, en el que recibirán su paga los malvados y serán justamente premiados “los que honran el nombre de Dios”. San Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses,

alude al final de los tiempos. Pero con la descalificación de la vagancia y apatía de algunos cristianos que habían dejado de trabajar, advierte a sus seguidores que ese final no será inmediato. Les urge, pues, a “que sigan trabajando con sosiego para comer el propio pan”. Y san Lucas, en la lectura evangélica, tomada del “discurso escatológico” de Jesús, habla a la vez de la próxima ruina de la ciudad de Jerusalén y de su templo, y de otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Pero también advierte el Señor a sus discípulos, y hoy a nosotros, de que el final de los tiempos no será inmediato, y de que no hemos de ser ingenuos dejándonos llevar por fantasías y sueños de embaucadores y falsos profetas. Finalmente, también advierte el Señor a los suyos de que tendrán que hacer frente a grandes dificultades en la vida y que serán perseguidos, llevados a los tribunales y a las cárceles, a veces por parte


de sus propios familiares y amigos. Centrando nuestra breve reflexión en el evangelio, podríamos hacer los siguientes subrayados: Primero. Dios nos recuerda que todo esto que nos rodea ha de terminar, nos hace caer en la cuenta de que todo pasa, de que vendrá un día en el que caerá el telón de la comedia de esta vida. Día terrible, día de la ira, día de lágrimas, día de fuego vivo. A veces el corazón se nos encoge, nos asustamos ante el recuerdo, por ejemplo, de que este mundo podría derrumbarse estrepitosamente, al saber el potencial de armas atómicas y químicas que hay almacenado, capaz un día hacernos saltar a todos por los aires.

será calor suave y vivificante, resplandor que ilumine hasta borrar todas las sombras, hasta vencer el miedo de la noche con el alegre fulgor de un día eterno.

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Segundo. Dios no quiere asustarnos. Y mucho menos trata de tenernos a raya con terribles cuentos de miedo, o con narraciones terroríficas de ciencia-ficción. Dios nos habla con lealtad y, como alguien que nos ama entrañablemente, nos avisa del riesgo que corremos si continuamos metidos en el pecado. Tercero. Con lo dicho, Dios no nos quiere amedrentados, asustados, como alguien que espera, de un momento a otro, el estallido un artefacto pavoroso. No, Dios nos quiere serenos, felices, optimistas, llenos de esperanza. Pero con esa serenidad, con esa paz tiene un precio. El precio de nuestra respuesta generosa y permanente al grande y divino amor. Así, los que aman a Dios esperarán el día final con tranquilidad, con calma, con alegría. Con los mismos sentimientos que embargan al hijo que espera la vuelta del padre, con el mismo deseo que la amada espera al amado. Para los que han luchado por amar limpiamente, el fuego final no abrasará, no aniquilará. Ese fuego

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