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Felicísimo Martínez Díez

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Un gran teólogo, un gran creyente y un gran amigo, con alma sencilla y exquisita sensibilidad humana y evangélica, gustaba al final de sus días el texto sencillo de esta canción: «Que no caiga la fe, que no caiga la esperanza. Que no caiga la fe, mi hermano; que no caiga la fe, mi hermana. Que no caiga la fe, que no caiga la esperanza». Julio Lois gustaba de escuchar esta canción de boca de la gente sencilla de su barrio, cuando ya él se preparaba con plena lucidez para su próxima muerte. «Que no caiga la fe». Él, gran creyente, que siempre había valorado mucho la fe para vivir, la valoró también muy especialmente para morir. Y es que la fe es muy importante para vivir y para morir. «Que no caiga la fe». La fe es muy importante para vivir. Algún tipo de fe, no necesariamente la fe religiosa. Simplemente la fe, creer en algo o en alguien, confiar en que hay algo por lo cual vale la pena vivir. Creer en algo o en alguien: cuando hay fe la vida adquiere sentido, tiene sabor, vale la pena ser vivida. Creer en algo que tiene valor, que merece estima, algo por lo cual vale la pena vivir, luchar, trabajar, amar, sufrir... La fe es necesaria para vivir. Está hecha de convicciones, de firmezas, de estima, de valoración. Las personas luchan, aman y sufren solamente por aquello en lo que creen. Y están dis-

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puestas a luchar, amar y sufrir por algo precisamente porque encuentran en ello sentido y valor, porque consideran que vale la pena. La fe es la fuente de sentido en la vida de las personas. Solo tiene sentido la vida cuando se cree en algo o en alguien. Solo vale la pena vivir cuando hay algo o alguien por quien creer, por quien luchar, a quien amar, por quien sufrir, por quien vivir e incluso por quien dar la vida. Cuando no se cree en nada ni en nadie, la vida pierde sentido y sabor; no vale la pena vivir; no hay motivos para la lucha, para el trabajo, para el amor, para el sacrificio... El psicoanalista V. Frankl consideraba que el problema del sentido es el problema fundamental en la vida de las personas. La tesis que está detrás de todos sus escritos se podría formular así: «El drama fundamental de las personas no es la falta de placer, sino la falta de sentido. Sin placer se puede vivir; si falta el sentido en la vida solo queda como salida el suicidio». Estas afirmaciones remiten indirectamente al asunto de la fe. Si la fe es la fuente de sentido en la vida de las personas, la ausencia de toda fe colocaría a la persona al borde del suicidio, de la autoeliminación. Sin fe no tiene sentido la vida. Es cierto que hoy día hay personas que vagan por la vida instaladas en el escepticismo absoluto, en la pura indiferencia, en una intrascendencia radical. Vagan por la vida sin rumbo, sin meta, sin objetivo, sin creer ni depositar su confianza en nada ni en nadie. Y todo de forma casi natural e indolora, intentando sortear todo cuestionamiento sobre el sentido de la vida. Basta sacar a la vida el jugo y el placer que puede proporcionar. Nada de preguntarse por el sentido de la vida. Nada de arriesgarse a creer o a depositar la confianza en algo o en alguien. S. Kierkegaard llamaba a esto «una vida desperdiciada». Pero hay quien camina por estas rutas y considera esta opción

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tan legítima como cualquier otra. No ven por qué hay que andar complicándose la vida con preguntas sobre el sentido. No ven por qué una vida así vivida ha de ser «una vida desperdiciada». No ven por qué ha de ser necesaria la fe en la vida de las personas. Pero la fe no solo es necesaria para vivir con sentido y sabor. Es también necesaria y hasta imprescindible para convivir. Bueno es creer en algo, estimar y valorar algo por lo que vale la pena vivir, luchar, trabajar, sufrir... Pero lo que, en último término, llena de sentido la vida son las personas. Por ellas sí vale la pena vivir, luchar, amar, sufrir, sacrificarse, dar la vida. Pero para eso es preciso creer en ellas. Lo más característico de la fe es la confianza en las personas: creer en ellas, confiar en ellas, estimarlas y valorarlas. Y no solo por empatía o simpatía. Para tener esta confianza bastaría dejarnos llevar por el instinto natural. Esto haría que solo algunas personas merecieran nuestra confianza. Es necesario, sobre todo, confiar en las personas simplemente por el hecho de ser personas, por su dignidad, por lo que cualquier persona puede dar de sí. A esto nos conduce la fe en las personas. A esto se lo podría llamar «la cultura de la confianza». Y la cultura de la confianza es absolutamente necesaria para vivir con sentido y para convivir. La cultura de la confianza en las personas es absolutamente imprescindible para con-vivir, para una buena convivencia. A la postre solo en la convivencia encontramos el pleno sentido a la vida, el gusto por la vida. Vivir humanamente es con-vivir. Las satisfacciones más hondas y también los sufrimientos morales más profundos están asociados a la convivencia humana. Esta requiere siempre la fe en las personas, una cultura de la confianza: confiar en la dignidad de las personas, en su buena voluntad, en sus posibilidades, en que siempre pueden dar más

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de sí. Pero, sobre todo, la fe en las personas significa confiar en ellas, fiarse de ellas, estar seguros de ellas... En algunos casos esta confianza no es fácil; pero siempre es necesaria. Esta confianza en las personas no depende necesariamente de sus estudios, de su formación, de su inteligencia, de su valía profesional. Depende básicamente de su «autoridad moral», de su nobleza, de su honestidad, de su rectitud ética. Y depende, sobre todo, del amor que las personas nos tienen y del amor que les tenemos. Porque, en definitiva, «solo el amor es digno de fe» (H. U. von Balthasar). Nos fiamos de quien sabemos que nos ama. Solo el amor nos otorga la confianza plena de que el otro o la otra no nos va a mentir, no nos va a hacer daño, no va a traicionar nuestra confianza. Estas son condiciones imprescindibles para la convivencia humana, para una convivencia armónica, humana, gratificante, humanizadora... La garantía de la fe es el amor. Quizá aquí esté la explicación de aquella última profesión de fe que Pedro hace en los evangelios. Es una profesión de fe hecha en términos de amor: «Pedro, hijo de Juan, ¿me amas? Sí, Señor, tú sabes que te amo». Y lo repite por tres veces. La fe religiosa trasciende los límites del mundo empírico. No se contenta con creer en algo o creer en las personas. Abre al ser humano horizontes de trascendencia. Busca el sentido último de las cosas, de los acontecimientos, de las personas, de la vida y de la muerte... Más allá de lo visible y lo tangible. La fe religiosa entraña en su seno la plena confianza en que la realidad y la historia tienen un sentido último y unas posibilidades que la propia razón humana apenas puede imaginar. La fe religiosa entraña una experiencia mística, una confianza absoluta en una Presencia que nos envuelve. Esta Presencia da razón de la creación, de la historia, del destino de la humanidad. Y les da sentido. Esa Presencia es una invitación

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a la plenitud, a la plena realización del ser humano, más allá de nuestros cálculos. La fe religiosa se convierte así en una experiencia incontrolable. Se trueca en un «no saber» que paradójicamente proporciona más confianza y más seguridad que cualquier saber científico. Algunos místicos llaman a ese «no saber» de la fe religiosa la «docta ignorancia». La fe religiosa ha conocido múltiples versiones a lo largo de la historia de la humanidad. Por eso son tantas y tan variadas las religiones. La fe cristiana es una de ellas. De ella habla específicamente este libro. Es la fe de las comunidades cristianas. Es la fe que es fuente de sentido y de motivación para los seguidores y las seguidoras de Jesús. La fe cristiana tiene como base una larga historia de revelación. Es la historia de la revelación judeocristiana. A lo largo de esa historia Dios se ha revelado como un Dios digno de fe que merece toda la confianza de su pueblo. Se ha revelado como un Dios que conduce con especial providencia y amor la historia; que tiene para la humanidad un plan de salvación. Por eso merece toda confianza. La fe es la respuesta del pueblo a la revelación de Dios. A esa revelación y a ese Dios que ha mostrado su amor a la humanidad solo se puede corresponder con fe, con confianza, con amor. Esa revelación también permite a los fieles hacer una lectura creyente de la creación, de los acontecimientos, de la vida de las personas. La Palabra revelada es luz. Así lo canta el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105). Es luz que permite a las personas hacer una lectura creyente de la vida y de la muerte. De ahí la importancia de la fe: «Que no caiga la fe, mi hermano, que no caiga la fe, mi hermana». El referente de la fe cristiana es Jesús, el Cristo, Jesucristo. Él es el que «inicia y consuma nuestra fe», la fe cristiana. Él

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es el modelo del creyente y, a la vez, el objeto central de la fe cristiana. Su persona y su historia son la plena revelación del amor de Dios. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» ( Jn 3,16). Y él es también la plena revelación del ser humano. Su persona, sus enseñanzas, su vida muestran en qué consiste ser humano y vivir humanamente. Con la resurrección de Jesucristo Dios ha revelado a la humanidad cuál es el destino y la meta última de la vida humana, cuál es el sentido último de la vida y de la muerte. Toda la historia de Jesús es una invitación a la fe. Todo su ministerio, su predicación y sus prácticas son una invitación a la fe en Dios, a quien Jesús se dirige como Padre. A él le duele la falta de fe en sus seguidores. De hecho, el reclamo más frecuente que Jesús les hace es su falta de fe, la debilidad de su fe: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40; cf Mt 8,26; Lc 8,25). Este miedo por debilidad de la fe está presente en sus seguidores durante su ministerio público. Solo el encuentro con el Resucitado afianza su fe de forma definitiva. El encuentro de los discípulos y las discípulas con Jesús Resucitado les confirma en la fe y en el seguimiento. Esta es la fe que no debe ya decaer nunca en la comunidad cristiana. Para mantenerla viva el autor de la Carta a los hebreos invita todos los cristianos a «fijar los ojos en Jesús». Después de enumerar a los grandes testigos de la fe a lo largo de toda la historia, presenta a Jesús como el prototipo de los creyentes, el que inicia y consuma la experiencia de la fe: «Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le

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proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb 12,1-2). De la fe cristiana trata este libro. Con dos propósitos básicos: primero, analizar los rasgos peculiares de la misma; segundo, situar el desafío de la fe en el contexto de la cultura moderna y posmoderna. Se trata de una cultura cada vez más secular y al mismo tiempo más necesitada de sentido y de experiencias de trascendencia. Es una cultura cada vez más recelosa de las religiones y cada vez más necesitada de espiritualidad. Es una cultura que clama a gritos más justicia, más equidad, más respeto a los derechos humanos, más compromiso con los pobres y con todo género de víctimas. ¿Qué puede aportar la fe cristiana? En este contexto se abordan las siguientes cuestiones: 1. ¿Qué presupuestos debe poner una persona para situarse en los caminos de la fe? 2. ¿Cuáles son los caminos hacia la fe cristiana? 3. ¿Cuál es la estructura del acto de fe? 4. ¿Qué significa, qué implica «creer cristianamente» hoy? 5. ¿Qué relación hay entre el don de la fe cristiana y las obras, entre la gratuidad y el compromiso? 6. ¿Cómo transmitir la fe a las «generaciones siguientes»? Al escribir las siguientes páginas he experimentado de nuevo «la alegría de la fe» y «el entusiasmo en la transmisión de la fe». Son actitudes que pedía Benedicto XVI en su carta apostólica Porta fidei, y que pide también el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii gaudium. ¡Ojalá algún lector o lectora encuentre en estas páginas algún motivo para experimentar de nuevo, o por primera vez, «la alegría de la fe» y «el entusiasmo de la transmisión de la fe»!

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Págs. 5

1. En el pórtico de la fe....................................................................... 1. Cultivar la cultura de la desconfianza ........................................... 2. Cultivar los hábitos del corazón o las experiencias cordiales .............................................................. 3. Vivir en profundidad y cultivar la dimensión contemplativa ............................................................ 4. Abrirse a experiencias de Trascendencia ...................................... 5. Cultivar experiencias y prácticas comunitarias ........................... 6. Conclusión .........................................................................................

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2. El camino o los caminos hacia la fe cristiana .......................... 1. El camino de la comunidad apostólica hacia la fe cristiana ............................................................................ 2. El camino de acceso a la fe en las «generaciones siguientes» .................................................. 2.1. Creer en el testimonio de la Iglesia ....................................... 2.2. Hacer experiencias análogas .................................................. 3. Los caminos personales de acceso a la fe ......................................

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3. Creer: un ejercicio de confianza ................................................. 83 1. La fe en el inicio de la vida cristiana. ............................................. 85 1.1. El inicio de la vida cristiana tiene dos presupuestos .......... 86 2. La fe, un acto de conocimiento ...................................................... 93 3. La dimensión volitiva de la fe ......................................................... 102

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Págs. 4. La fe afecta a toda la vida. ............................................................... 113

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4. Creer cristianamente hoy.............................................................. 123 1. «El que inicia y consuma nuestra fe» (Heb 12,2) .................... 124 1.1. ¿En qué sentido es Jesús el que inicia y consuma nuestra fe?.............................................................. 127 1.2. Y Jesús es también el que consuma nuestra fe en ambos sentidos. ................................................................... 130 2. Creer cristianamente es creer en Jesucristo.................................. 132 3. Creer cristianamente hoy es creer al estilo de Jesús.................... 143 3.1. ¿Cuáles son los rasgos específicos y esenciales de la fe de Jesús? ¿Cómo creer cristianamente hoy al estilo de Jesús? ..................................................................................... 148 4. Hombres y mujeres de poca fe, ¿por qué tenéis tanto miedo?. 156 5. Conclusión ......................................................................................... 163 La fe y las obras ................................................................................ 165 Pablo y Santiago: sobre la fe y las obras ........................................ 166 Algunas lecciones de la historia cristiana .................................... 173 ¿Y qué dicen los evangelios sobre la fe y las obras?..................... 184 Gracia cara y gracia barata. Gracia y seguimiento de Jesús ....... 194

6. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

Transmitir la fe................................................................................. 207 Preocupación, sí; obsesión, no ....................................................... 209 Pero, ¿es posible transmitir la fe? .................................................. 214 Lo que se ha de creer y el ejercicio de la fe ................................... 218 Transmitir la fe en la cultura moderna ......................................... 222 Transmitir la fe en la cultura posmoderna ................................... 230 La autoridad evangélica para transmitir la fe .............................. 234 Condiciones para la transmisión de la fe ..................................... 236

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