Enrique González Fernández
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Julián Marías
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Apóstol de la divina razón
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nrique González Fernández es autor de importantes libros y estudios filosóficos y teológicos, entre ellos: La belleza de Cristo. Una comprensión filosófica del Evangelio (versión en inglés: The Beauty of Christ); Quién era Alfonso XIII; El Renacimiento del Humanismo. Filosofía frente a barbarie; Más allá de las estrellas; Pensar España con Julián Marías; Dejar vivir. Marías y Lejeune en defensa de la vida; Conocer a Dios; Nacionalismo y Cristianismo. Ahora aparece un nuevo libro suyo: Julián Marías, apóstol de la divina razón. Este es un volumen de contenido extenso, profundo, repleto de entrevisiones reveladoras y ampliamente documentado sobre el pensamiento del insigne filósofo español Julián Marías (1914-2005). El subtítulo, que a primera vista puede parecer curioso, resulta ser la clave del procedimiento de González. Los calificativos de la razón que encontramos en la filosofía de Ortega y Marías –vital, histórica, narrativa– se suman ahora a otra superior y rectora: divina (la expresión «divina razón» está tomada del primer soneto de las Rimas sacras de Lope de Vega; Marías la citaba en un artículo de 1991). No supone tal elevación el abandono de las otras formas mundanas de la razón; cada dimensión o nivel de la razón humana y humanizante tiene su función dialéctica en esta filosofía. Es más, precisamente la razón vital, esencial en el cristianismo, hace que Marías encuentre su máxima manifestación en el contexto cristiano. González lo comenta textualmente:
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La fe cristiana de Marías siempre le ha llevado a comprenderla; se ha esforzado en entender el cristianismo con el instrumento intelectual que para él es el más adecuado: la razón vital.
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La obra de González dista mucho de ser un estudio pedantesco e inhóspito al estilo del escritor falto de afinidad personal para con su tema. Más bien lo contrario; es evidente en cada página su admiración por Marías. No en balde lo llama «apóstol de la divina razón». El lector se da cuenta de que –siguiendo el consejo de Marías siempre recomendado a sus discípulos y muchas veces repetido– González ha repensado esta filosofía, haciéndola suya, lo cual confiere a su libro el carácter de autoridad (sin usurpar nunca la autoridad magistral de Marías). Va descubriendo con complacencia, una tras otra, las verdades humanas evidentes o implícitas en el pensamiento de Marías. Y otro tanto se puede decir de su investigación sobre la enorme presencia de Ortega. El mismo Marías, siempre leal al que fue su maestro y amigo, decía que su relación con Ortega se resumía en una fórmula tan amplia como exacta: «inexplicable sin él, irreductible a él». Inexplicable porque fue en el pensamiento de Ortega donde encontró el instrumento de la razón vital que iba a condicionar decisivamente su propia filosofía. E irreductible porque hacía falta ir más allá de Ortega por dos motivos: en primer lugar, porque la filosofía auténtica consiste en seguir pensando. De lo contrario se queda estancada en el escolasticismo que sea, es decir, en modos de pensar acaso justificables en una época, pero caducos en las posteriores. Por ejemplo, decía el mismo Ortega que santo Tomás de Aquino no quería hacer filosofía porque ya estaba hecha –el aristotelismo medieval–, y de ahí el carácter escolástico de su pensamiento. En segundo lugar, porque Ortega dejó a su muerte en 1955 muchos temas pendientes y le correspondía a Marías llevarlos a cabo. Ortega contaba con ello. Decía Marías que urgía «completar a Ortega consigo mismo y darle sus propias posibilidades».
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Pero, más allá de estos imperativos, había todo un acervo de proyectos. Concretamente, entre los adelantos que González señala en el sistema filosófico de Ortega-Marías, sobresalen dos que por su magnitud son trascendentales con respecto al pasado: el primero, una pretensión de ambos pensadores por renovar la misma filosofía desde el supuesto de la razón vital y la primacía de la vida humana (o de la persona, según Marías), tarea que empezó con Ortega, el cual supera el idealismo fenomenológico husserliano, empresa que culmina –aunque no termina– con Marías y la filosofía de la persona humana. Y el segundo, una posibilidad: la renovación de la teología cristiana, tal vez nunca vislumbrada claramente por Ortega y solo mencionada sin insistencia por Marías, ya que aparentemente no quiso incidir directamente en el tema por no ser teólogo de oficio. Al explorar con criterio certero ambas dimensiones inherentes a este modo de pensar en toda su amplitud, hace que para mí se convierta este libro de Enrique González en una obra altamente recomendable. Como toda obra de temas trascendentales, supone no poca audacia –y no menos humildad– por parte del autor y –como es frecuente con la verdad en sus nuevas manifestaciones cuando estrena al máximo su fuerza y esplendor– duras críticas. Estas no faltaron en la vida de los pensadores en cuestión. Al ir apareciendo la filosofía vitalista de Ortega a partir de 1914, ya más allá del idealismo fenomenológico predominante de una forma u otra desde Descartes, no tardaron en expresarse en los términos más fulminantes y ofensivos los adversarios de esta nueva manera de pensar. Las páginas en las que González describe al detalle los ataques e insultos ad hominem dirigidos primero contra Ortega y luego con igual vehemencia contra Marías (el cual no deja de acudir en defensa de su maestro y amigo) son a la vez fascinantes y deprimentes. Pero hay que advertir, como perspicazmente se ha dado cuenta González, que el conocimiento de la historia de estos tristes episodios es necesario para poder comprender el desarrollo y el descenso de la filosofía –sobre todo
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la española– en aquella época llena de rencores. Por otro lado, coinciden con tales ataques y problemas, tanto personales como profesionales sufridos por ambos pensadores, los adelantos impresionantes posibilitados por la razón vital en manos de Julián Marías, la cual no siempre es utilizada por Ortega. Tal como afirma González, gracias «a este método de la razón vital, Julián Marías ha llegado a una nueva concepción de la filosofía y del cristianismo. Y por ello ha llegado a ser el apóstol de la divina razón justificadora tanto del cristianismo como de ese quehacer que llamamos filosofía, la cual es tan necesaria para él que sin ella se queda privado de los instrumentos intelectuales adecuados para comprender a Dios». Dice González que en el pensamiento de Julián Marías el cristianismo y la filosofía convergen en sus pretensiones ulteriores, aunque parten de distintos supuestos: naturalmente, el punto de partida para la teología cristiana es Dios, pero para el filósofo de la razón vital hay que empezar desde la vida humana o, mejor dicho, de la persona en cuanto creación, o criatura amorosa, ya que Dios no se presenta ab initio al intelecto. El méthodos, es decir, el camino dialéctico hacia Dios, es un dechado de rigor intelectual en Marías, y González nos señala su trayectoria con sumo acierto. Pero no es una doctrina o teoría postulada de modo abstracto desde fuera de la vida. Para González la convergencia ulterior de la filosofía y el cristianismo no se limita al plano intelectual o teológico, sino que, en el caso de Marías, se refleja en su vida y su persona. A pesar de los reparos de este, persona modesta y adversario de toda forma de soberbia (aunque pensador sumamente veraz y valiente), el autor lo llamaba a veces «San Julián» por su vida ejemplar y su fe incondicional. Si, en el plano personal, la idea le era naturalmente inaceptable para el filósofo, vista desde la perspectiva del cristianismo universal, creía que esa posibilidad no era una ocurrencia descabellada sino una posibilidad lógica y hasta deseable. Sin referencia a sí mismo, el mismo Marías comentaba –tanto en conversaciones privadas como en alguno
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que otro artículo publicado– que acaso sería recomendable poder contar con «santos laicos», es decir, vidas excepcionales fuera de las filas de los «profesionales» de la religión, para poder orientar con su ejemplaridad a los cristianos en su vida secular. Marías se da cuenta de que en la historia del cristianismo la excelencia nunca ha sido realmente enemiga de lo mejor, sino más bien lo contrario: de la excelencia nace lo mejor, pero la gestación religiosa suele ser históricamente prolongada y, como en todo nacimiento, penosa. Siempre delicadas y problemáticas, las transiciones religiosas a niveles superiores suelen acarrear odios y rencores, tal como se atestigua en este libro. En las páginas dedicadas a las hostilidades dirigidas contra Marías y Ortega –no sin alcanzar al mismo autor de este libro– es evidente que, por sólidos que sean los nuevos conceptos de la fe cristiana, hace falta lo que se puede llamar una prolongada «consolidación previa y preparatoria». Por lo tanto, la Iglesia no suele apresurarse a convertir en dogma lo que ya ha sido universalmente aceptado. Como ejemplo, señala González la Asunción (sobre el procedimiento paciente y pausado de la Iglesia coincide González con el cardenal Enrique Newman, quien ha dejado unas páginas altamente reveladoras sobre estas cuestiones). En su larga vida, Julián Marías hizo lo que pudo para llevar a cabo los proyectos que él creía valiosos e irrenunciables. Cuenta González que, en su plegaria ante el santo Sepulcro allá en Jerusalén, había pedido el joven Marías que Dios le diera una vida intensa y llena de sentido cristiano. Por lo visto, Dios se lo concedió, ya que es casi increíble lo que hizo a lo largo de sus noventa y un años. Pero no lo pudo todo. Casi al final de su vida en este mundo decía que uno hace lo que puede con lo que está a su disposición en su circunstancia, pero inevitablemente llega el momento mortal cuando hay que dejar las obras y los proyectos, logrados o frustrados, en las manos todopoderosas de Dios para que haga con ello lo que considere.
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Marías fue difundiendo ideas, teorías, conceptos y verdades acaso con una suerte parecida a la del sembrador de la parábola bíblica que salió a sembrar grano. Cayó una porción al borde del camino y lo pisotearon o se lo comieron las aves; otro tanto cayó en la roca y se secó por falta de humedad; otra quedó ahogada por los espinos. Pero los granos que cayeron en tierra fértil produjeron fruto centuplicado. Conforme a la explicación de Cristo, los respectivos terrenos simbolizan las clases de personas: algunas son almas cerriles, cerradas a la verdad que es la simiente; otras se entusiasman momentáneamente pero luego la dejan por otras novedades o, incluso, las hay que la abandonan en los abrojos que son las preocupaciones, riquezas o placeres insustanciales y pasajeros. Finalmente, hay las que, después de oída la verdad, la conservan «con corazón bueno y recto» en palabras del evangelio de san Lucas, y dan fruto centuplicado. A estos amantes incondicionales de la verdad pertenece Enrique González. Posee connaturalidad con la verdad, y en la vida y obra de Julián Marías (su mentor y amigo durante muchos años decisivos en la vida de ambos) la encuentra en una de sus formas más elevadas y hermosas. Ahora tenemos en esta obra de Enrique González, Julián Marías, apóstol de la divina razón, el «fruto con perseverancia del corazón bueno y recto» en palabras de san Lucas. Con singular acierto el autor ha podido organizar, desde una perspectiva particularmente atractiva, el vasto panorama intelectual y humano que son la vida y la obra de Julián Marías. Este libro invita a meditar, a pensar y, sobre todo, a seguir explorando los terrenos y horizontes que González nos ha señalado en el pensamiento de Marías. Por lo cual me doy cuenta de que mis calificativos anteriores de este libro se han quedado cortos. Sobre ellos quisiera agregar con gratitud otro que los resume y justifica: obra maestra. HAROLD RALEY
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Índice
La fuerza de la divina razón....................................... Apóstol de la divina razón ............................................. Algunos ataques clericales .......................................... Una vida intensa y llena de sentido cristiano ............. El último libro de Julián Marías .................................. Ortega completado por Marías ................................... La razón vital............................................................... La aprehensión de la realidad en su conexión ............ Mismidad..................................................................... Divina razón de la filosofía y del cristianismo ..............
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Prólogo, por Harold Raley .................................................
II. Divina razón de la filosofía........................................ Decadencia de la filosofía ........................................... Filosofía y ciencia ........................................................ Ensimismamiento ........................................................ La visión responsable .................................................. Nueva metafísica (antecesora y distinta de la de Heidegger) ................................. Descosificación de la persona ..................................... «Qué» y «quién» .........................................................
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Págs. 9 15 15 43 76 109 116 128 142 172 190 201 201 204 209 216 229 261 271
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Nueva visión de la persona partiendo de la auténtica traducción de ousía ......................... La ilusión como potencia de personalización ............. Entender la realidad .................................................... Las raíces morales de la inteligencia ........................... La realidad más importante de este mundo ................ La realidad radical: mi vida.......................................... Fenomenología y cosificación ..................................... Nuevo principio de individuación .............................. Razones antropológicas ante el aborto ....................... Verdad y perspectiva ................................................... Verdad y concordia ..................................................... Educador de la convivencia ........................................ La estructura empírica de la vida humana.................. La moral intrínseca de la vida humana....................... La estructura empírica remite a su mortalidad; mi vida postula su permanencia...............................
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III. Divina razón del cristianismo ................................... El irracionalismo teológico .......................................... Una teología «según la razón vital» ............................ Razones de la vida de Dios.......................................... La filosofía actual y el ateísmo .................................... Imposibilidad de la aniquilación ................................. Amor e inmortalidad .................................................. Nueva visión de la vida perdurable............................. La imaginación de la vida perdurable ......................... Antropocentrismo ....................................................... Razón, imaginación literaria e inteligibilidad del Nuevo Testamento ............................................ Crisis religiosa ............................................................. Tolerancia e intolerancia.............................................
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Págs. 531 538 543 550 554
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Nueva comprensión de Dios y del hombre ................. El sustancialismo aplicado a Dios ............................... Liberación del paganismo ........................................... Sacrificios y belleza...................................................... El apostolado de la divina razón: Fides quaerens intellectum .........................................
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Bibliografía ......................................................................... 573
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