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homas Friedman, en su enormemente popular libro sobre la globalización, resumió lo esencial de su mensaje en cuatro palabras: la Tierra es plana. En efecto, la globalización allana el camino a la oportunidad derribando una barrera tras otra, creando un mundo en que las personas necesitadas, luchadoras e inteligentes de la India, de China o de Brasil pueden competir no solo por las ocupaciones mal pagadas que los estadounidenses desdeñan, sino por los trabajos de alta tecnología y los altos salarios que los estadounidenses quieren para sí. Dicha razón indujo a Friedman a acompañar su libro de un aviso: en el presente siglo, los norteamericanos tendrán que moverse o se verán arrollados por este fenómeno. Este es también un libro sobre la globalización. Su asunto es la institución globalizada más antigua del mundo, la Iglesia católica romana. Su balance final puede ser igualmente expresado en pocas palabras: la Iglesia está trastocada. No digo que sea un guirigay o haya dejado de funcionar. Me refiero a que las líneas de actuación y los procedimientos predominantes en el catolicismo durante las décadas transcurridas desde la clausura del concilio Vaticano II en 1965 –un momento decisivo en la vida católica moderna– han sido trastocadas por una serie de fuerzas nuevas que están reconfigurando la Iglesia mundial. Este libro viene también con una advertencia: los católicos del siglo XXI no solo tendrán que moverse (ciertamente van a necesitarlo), sino sobre todo habrán de recurrir a la imaginación. Necesitarán la capacidad de reconsiderar lo
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que piensan acerca de la Iglesia y lo que hacen con su fe, porque de otro modo el catolicismo no estará a la altura de las nuevas circunstancias y asimismo se verán arrollados por ellas. Consideremos los aspectos en que la Iglesia católica está trastocada en el siglo XXI:
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• La Iglesia dominada en el siglo XX por el Norte –para entendernos, Europa y Norteamérica– tiene hoy dos terceras partes de sus miembros viviendo en África, Asia y América Latina. Los dirigentes provendrán de todo el mundo durante este siglo en una medida nunca conocida anteriormente. • La Iglesia cuya consigna después del concilio Vaticano II (19621965) era aggiornamento, en el sentido de una «puesta al día considerada como apertura al mundo moderno», se reafirma hoy oficialmente en todas las cosas que la apartan de la modernidad: las señas tradicionales del pensamiento, discurso y práctica católicos. Esta política identitaria es en parte una reacción contra la secularización fuera de control. • La Iglesia cuya principal relación interreligiosa durante los últimos cuarenta años ha sido con el judaísmo se encuentra ahora realizando esfuerzos para avenirse con un islam muy seguro de sí mismo, no solo en Oriente Próximo, África y Asia, sino también en su patio trasero europeo. • La Iglesia que históricamente ha empleado buena parte de su energía pastoral en los jóvenes tiene como reto en nuestros días, empezando por el Norte, la población más rápidamente envejecida en historia de la humanidad. • La Iglesia que a lo largo del tiempo contaba con su clero para proporcionar atención pastoral y dirección ha de cubrir ahora esas necesidades sirviéndose de laicos en número muy elevado y de modos asombrosamente diversos. • La Iglesia acostumbrada a debatir sobre cuestiones bioéticas que han estado presentes durante milenios –aborto, control de la
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natalidad, homosexualidad– se ve actualmente ante un «mundo feliz» de clonaciones, manipulaciones genéticas y quimeras procedentes de hibridaciones. Su enseñanza moral trata desesperadamente de seguir el ritmo de los avances científicos. La Iglesia cuya doctrina social tomó forma en las primeras etapas de la Revolución industrial se enfrenta ahora al mundo globalizado del siglo XXI, poblado por extrañas entidades como las empresas multinacionales (EMN) y las organizaciones intergubernamentales (OIG), que no existían cuando elaboró su visión de una sociedad justa. La Iglesia cuya preocupación social se centra casi exclusivamente en los seres humanos se encuentra en un mundo en que también el bienestar del cosmos requiere nueva reflexión teológica y moral. La Iglesia cuya diplomacia confió siempre en la gran influencia católica se ve trasladada a un mundo multipolar en el que la mayor parte de los polos que importan no son católicos, y algunos ni siquiera cristianos. La Iglesia acostumbrada a concebir a los «otros» cristianos como ortodoxos, anglicanos y protestantes contempla hoy cómo los pentecostales se extienden por el planeta, disparado su número del 5 al 20% del cristianismo total en apenas un cuarto de siglo, gracias en parte a haber absorbido un considerable número de católicos. La misma Iglesia católica está siendo «pentecostalizada» mediante el movimiento carismático.
Un vehículo comercial antiguo llevaba el siguiente rótulo: «Esto no es el Buick de tu abuelo». Yo diría que la Iglesia católica que hoy vemos no es la de nuestros padres, y me atrevería a decir que ni siquiera la de nuestra hermana mayor. El objeto de este libro es examinar las corrientes más importantes que están configurando la Iglesia católica hoy día y considerar cómo pueden influir en el resto del siglo XXI. La palabra que empleo para designar esas corrientes es «tendencia». Con el fin de explicar qué tengo en la
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mente al emplear tal designación voy a permitirme citar un fragmento de La civilización puesta a prueba, del historiador Arnold J. Toynbee:
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Las cosas que producen buenos titulares están en la superficie de la corriente de la vida y nos distraen de los movimientos más lentos, imperceptibles e imponderables que se producen bajo la superficie y penetran en las profundidades. Pero son realmente esos movimientos más lentos y profundos los que hacen historia y se agigantan con posterioridad cuando los acontecimientos sensacionales de carácter transitorio, vistos en perspectiva, quedan reducidos a sus verdaderas dimensiones.
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Pues bien, esos movimientos más profundos son lo que entiendo aquí por «tendencias». (Los seis criterios que a mi juicio cuentan como una tendencia los expongo en el capítulo «Tendencias que no lo son»). En algunos casos hay numerosos titulares asociados con un aspecto u otro de las tendencias; pero normalmente se tratan de manera aislada, como acontecimientos fortuitos, en vez de como parte de patrones históricos de mayor hondura. Espero haber juntado todas las piezas del puzle católico contemporáneo de modo que podamos ver cómo es la imagen en su conjunto. Cada uno de los ejemplos de una Iglesia trastocada indicados anteriormente tiene que ver con una de las diez tendencias analizadas en este libro: 1. Una Iglesia mundial. 2. El catolicismo evangélico. 3. El islam. 4. La nueva demografía. 5. El papel ampliado de los laicos. 6. La revolución biotecnológica. 7. La globalización. 8. La ecología. 9. La multipolaridad. 10. El pentecostalismo.
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Los diez capítulos del libro se corresponden con estas diez tendencias. No aparecen enumeradas por orden de categoría o prioridad, como si la tendencia número 1 fuera más importante que la número 10. Para ser completamente franco, la serie refleja simplemente el orden en que escribí los capítulos. Ningún otro motivo debe atribuirse al hecho de que una tendencia ocupe, por ejemplo, el segundo lugar y otra el octavo. Cada capítulo está estructurado de forma que en primer lugar quede expuesta la situación, examinando qué es lo que impulsa la tendencia y qué repercusión está teniendo dentro de la Iglesia católica, en una sección titulada «Qué sucede». Luego, el capítulo entra en un terreno más especulativo con la sección llamada «Qué significa», tratando de anticipar lo que la tendencia en cuestión puede representar para la Iglesia a medida que avance el siglo. En realidad no se trata de predicciones, sino de posibles líneas de desarrollo que aún pueden ser redirigidas, detenidas u orientadas en la dirección opuesta por fuerzas todavía no visibles en la pantalla de radar. En cada capítulo ofrezco cuatro categorías de resultado, o «consecuencias»: casi seguras, probables, posibles y poco probables. No solo el grado de probabilidad desciende con cada categoría, sino que además las previsiones de realización se alejan en el tiempo. Las consecuencias casi seguras son por lo general extensiones a corto plazo de acontecimientos que pueden estar ocurriendo en el presente, mientras que las poco probables se delinean en la lejanía en el horizonte, tan remotas como la posibilidad de que lleguen a suceder. El arco de tiempo aquí considerado es el resto del siglo, pongamos noventa años de manera aproximada. Para más adelante, no se admiten apuestas. La conclusión del libro está concebida como un resumen autónomo de las repercusiones que estas tendencias pueden tener en este siglo. El perfil probable del catolicismo trastocado lo condenso en cuatro puntos. Los presento como notas sociológicas de la Iglesia del siglo XXI, inspiradas por las notas teológicas del credo de Nicea: «una, santa, católica y apostólica». Mis notas no pretenden ser afirmaciones teológicas sobre la esencia íntima de la Iglesia, sino más bien términos descriptivos de lo
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que realmente parecerá y sentirá el catolicismo en este siglo. Las cuatro notas son: «global, intransigente, pentecostal y extravertida». Los lectores que no quieran esperar a conocer el balance final pueden leer primero la conclusión y ocuparse luego de lo anterior.
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Conviene dejar claro desde el principio lo que este libro es y lo que no es. Yo soy un periodista, no un sacerdote, un teólogo o un académico. Mi cometido es documentar lo que está sucediendo en el catolicismo y proporcionar el correspondiente contexto, no decir a los lectores lo que deben pensar. Este libro es, por tanto, un intento de descripción, no de prescripción. No pretendo argumentar que las tendencias enumeradas sean el camino que el catolicismo debe seguir o las cuestiones a las que debe hacer frente; lo que digo es que ponen de manifiesto el camino que el catolicismo está siguiendo realmente y las cuestiones a las que realmente se enfrenta. Invito a los lectores a que repriman el instinto inmediato de discutir si una determinada tendencia es positiva o negativa y procuren entenderla primero tal como aparece descrita. Después de lo cual, encomiendo el debate a mentes mejor dotadas que la mía. Subrayo este punto porque, al escribir sobre tales tendencias, he visto que muchos católicos se ponen enseguida a impugnar una u otra de ellas desde bases prescriptivas: «No creo que el catolicismo evangélico sea lo que el Vaticano II tenía en mente» o «“Ecología” no es sino otra denominación del panteísmo pagano». Entiendo esas reacciones. La religión tiene que ver con lo que más fundamentalmente interesa a la persona, con su pasión más profunda; y, como es natural, la sangre católica hierve cuando alguien dice que la Iglesia se está moviendo en dirección equis y ocurre que un determinado católico considera equis una dirección equivocada, herética o reaccionaria. En principio, tal clase de discusión es bienvenida. El dinamismo del catolicismo proviene en parte del ingente número de personas que ayudan a mantener la Iglesia
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viva siendo lo suficientemente apasionadas para empujarla a realizar la mejor versión de sí misma. Pero pasar de inmediato a formar opiniones es no entender lo que trato de hacer aquí. Ya habrá tiempo para discutir si una determinada tendencia supone un acierto o un desacierto. Para que sea útil tal clase de debate prescriptivo, primero tiene que estar basado en un análisis sólido, y esa es la tarea aquí emprendida. Por otro lado, puesto que se trata de una obra periodística, este libro no constituye una declaración de fe. Pretendo describir la Iglesia como lo haría un sociólogo. Reconozco plenamente que, desde un punto de vista sobrenatural, la única tendencia que importa en la vida católica es la voluntad de Dios con respecto a la Iglesia, que puede siempre manifestarse de modos impredecibles. En tal nivel, las ideas sobre el futuro del catolicismo no se forjan en un análisis sociológico desapasionado, sino en profunda oración y en un esfuerzo espiritual para discernir hacia dónde la impulsa el Espíritu Santo. Pero la noción católica, expresada en su forma clásica por santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, es que la gracia sana y eleva nuestra naturaleza, no la reemplaza ni la destruye. En otras palabras, las observaciones descriptivas sobre la realidad humana en la Iglesia aquí ofrecidas no son seguramente todo lo que se puede decir al respecto, pero no dejan de ser importantes preliminares para una reflexión espiritual. Ofrecen fruto a la oración católica, sin ninguna pretensión de hacerla innecesaria. Para ser totalmente sincero debo confesar que en la conclusión del libro giro hacia territorio prescriptivo, no en cuanto a juzgar si las tendencias examinadas son buenas o malas, sino en cuanto a instar a los católicos a que piensen y actúen a partir de nuevas perspectivas para que puedan adaptarse con éxito a la mencionada situación de «trastrueque». Este es un último punto de semejanza entre mi libro y el de Friedman, La Tierra es plana. La lista de los elementos que configuran un mundo plano ofrecida por Friedman es básicamente descriptiva, pero a él entusiasma descaradamente la globalización. De manera parecida, yo no oculto mi simpatía por el catolicismo. Quiero ver cómo la Iglesia utiliza sus recursos para responder a los peligros y promesas del siglo XXI,
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porque creo que el catolicismo puede contribuir con una potencia transformadora que ningún otro actor puede ofrecer. No es que yo sepa cómo se hace eso; pero sé cómo no se hace, permitiendo que los recursos y energías de la Iglesia se consuman en estériles debates internos. El tribalismo no parece una conducta adecuada para la Iglesia del siglo XXI. Supongo que trato de buscar un equilibrio entre dejar a los lectores que decidan libremente qué pensar y animarlos a que piensen con amplitud de miras. Quizá una anécdota ayude a explicar la diferencia. Hace algún tiempo pasé una tarde examinando estas tendencias con unos doscientos sacerdotes y agentes pastorales en la diócesis de Seatle, invitado por el arzobispo Alex Brunett. Cuando terminé, monseñor Brunett se levantó y le dijo a los presentes que, en su opinión, la exposición de lo que él llamó «catolicismo tendencial» ofrecía una «visión esperanzadora para el futuro de la Iglesia». Yo me quedé un poco sorprendido, puesto que mi intención había sido describir tendencias, no crear una por mi cuenta. Me pregunté si me había equivocado en algún punto de mi exposición y aparecía ahora como profeta o reformador en vez de como periodista. Después de una detenida reflexión creo saber ya lo que el arzobispo Brunett quería decir. La lectura de estas tendencias no indica quién tiene razón y quién no en los debates de la Iglesia, sino que apunta a un horizonte más amplio que el limitado conjunto de temas que son considerados como «cuestiones de la Iglesia». Este libro quizá no sea prescriptivo, pero es una invitación a mirar en perspectiva.
¿De dónde viene mi análisis de las tendencias? Las diez tendencias descritas en este libro no son como los diez mandamientos: ni han sido reveladas por Dios, ni las he bajado de un monte grabadas en piedra. El Vaticano no ha publicado una serie oficial de tendencias católicas, ni hay una agencia católica internacional de investigación que la haya creado. Tampoco ninguna publicación católica
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internacional que yo conozca ha elaborado una lista. semejante Por eso entiendo perfectamente que, al ver la que yo ofrezco, alguien reaccione preguntando: «Y tú, ¿cómo sabes cuáles son las tendencias?». La verdad es que hacer una lista de tendencias del catolicismo es una empresa subjetiva. Pienso que de cada diez católicos escogidos al azar a los que se les pidiera que mencionaran las fuerzas más importantes que configuran el futuro de la Iglesia, ninguno de ellos recitaría una lista que coincidiera exactamente con la presentada aquí. Eso es parte de la gracia, porque todo el mundo es libre de argumentar que algunos componentes de la lista no deberían estar en ella y que otros no mencionados deberían estar. Ahora bien, yo no me he dedicado a arrojar unos dados sobre la mesa para elegir esas tendencias al dictado del azar. Mi opción por las diez que enumero está basada en una década de análisis diario de la Iglesia mundial. Voy a describir brevemente los tres elementos que más han influido en mis decisiones. En primer lugar, mi experiencia como periodista encargado de informar sobre el Vaticano y la Iglesia mundial. A lo largo de la última década he visitado como reportero cuarenta países de todos los continentes, a veces siguiendo al Papa, a veces por propia iniciativa. Esto me ha dado la oportunidad de observar la Iglesia en una multiplicidad de circunstancias culturales, étnicas, socioeconómicas y políticas. Con el tiempo, esa experiencia me ha proporcionado una fina percepción de lo que circula por el torrente sanguíneo de la Iglesia mundial, en contraste con lo que puede tener un carácter más local y transitorio. No pretendo, obviamente, ser infalible; pero la suerte me ha permitido moverme por el mundo católico y tener un asiento de primera fila en un buen número de acontecimientos recientes, oportunidad que no ha sido brindada a muchas otras personas. Aparte, en segundo lugar, me baso en miles de horas de entrevistas con cardenales, obispos y sacerdotes, e incluso papas, así como con teólogos, activistas políticos, trabajadores sociales, expertos en liturgia, líderes en diálogo ecuménico y, virtualmente, con toda especie habitante de la biosfera católica. Muchas de esas conversaciones se desarrollaron
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en el Vaticano y sus alrededores. La plaza de San Pedro es a la Iglesia lo que Times Square es al mundo: si uno permanece allí el tiempo suficiente, verá a cada católico vivo. He estado en las encrucijadas en la Iglesia universal, y eso me ha dado la oportunidad única de tomar la temperatura a la Iglesia católica en varias partes del planeta. Por último, me baso también en las reacciones de miles de lectores de mi columna de Internet, antes llamada «The World from Rome» y ahora rebautizada como «All Things Catholic». He desarrollado este libro un poco como un software de código abierto, en el que periódicamente he puesto fragmentos y he invitado a los demás a enviarme comentarios. Aunque las más de las veces no he tenido tiempo para responder individualmente a los lectores, estos encontrarán huellas de sus aportaciones un poco por todas partes. Quienes leen mi columna reflejan en conjunto una amplia muestra representativa de los instintos y las experiencias de los católicos, y su contribución ha sido enormemente útil a la hora de señalar fallos en mi lógica, poner de relieve aspectos que yo no había tenido en cuenta y, en general, hacer este libro mucho más sustancioso. Nada de esto añade certeza científica; pero si yo tuviera que apostar por diez tendencias que serán importantes para el catolicismo en 2075, me sentiría muy satisfecho con las seleccionadas.
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No son las cuestiones habituales Puede que algunos lectores quisieran aceptar esa apuesta, aunque solo fuera por que en la lista no figuran las cuestiones que suelen surgir en las conversaciones al uso sobre la Iglesia católica. No hay ninguna tendencia concerniente al control de la natalidad, a la homosexualidad ni al aborto; nada sobre el sacerdocio femenino o el poder del Papa; nada sobre los abusos sexuales de sacerdotes, el celibato clerical, la democracia en la Iglesia o las cisuras entre obispos y laicado. (Todos estos asuntos están presentes a lo largo del libro, pero como partes de una imagen
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mayor). Hay, en suma, una distancia manifiesta entre las diez tendencias antes enumeradas y las cuestiones que generalmente salen a relucir en los titulares de los periódicos y en programas televisivos de entrevistas. Tal diferencia es examinada con detenimiento en el capítulo «Tendencias que no lo son». Baste decir aquí que la decisión de no entrar a fondo en las cuestiones usualmente tratadas en relación con el catolicismo no responde a un intento de ocultar los problemas reales de la Iglesia, ni está motivada por el simple hecho de que algunos de dichos problemas no son causa de mucha preocupación en África, Asia y Latinoamérica como en Europa y Estados Unidos. Lo cierto es que la decisión de no señalar tales cuestiones como tendencias proviene de dos observaciones descriptivas. Primera, aparte de cualquier opinión que uno pueda tener respecto a los méritos de las estructuras de poder existentes en el catolicismo o a su enseñanza sobre moral sexual, es poco realista pensar que las estructuras o doctrinas oficiales de la Iglesia cambiarán significativamente en los mencionados aspectos durante el período considerado en este libro, es decir, lo que resta del siglo XXI. Por esa razón no pueden considerarse fuerzas capaces de producir una transformación de arriba abajo en un futuro próximo. Segunda, sin negar la importancia de estas cuestiones candentes, creo que se exagera a menudo su centralidad en el día a día de la vida católica. Realmente, buena parte de la energía más creativa en la Iglesia proviene de individuos y grupos muy poco interesados en debates internos, ya sean descritos convencionalmente esos círculos como liberales o conservadores, o se los sitúe en una posición intermedia. Por poner un ejemplo, la comunidad de Sant’Egidio tiene que ser catalogada hoy entre los más eficaces actores dentro del panorama católico por su promoción del diálogo ecuménico e interreligioso, la resolución de conflictos, el alivio de la pobreza y la oposición a la pena de muerte. Dicha comunidad, sin embargo, no toma postura en cuestiones como el matrimonio gay o el celibato clerical. La pandemia de sida ofrece otro caso al respecto. Está asumido que la Iglesia católica se opone oficialmente al uso de preservativos como solu-
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ción a tal azote. Pero a menudo la gente no repara en que esta posición es más o menos una nota al pie en el relato principal de la movilización católica. Hoy, el Vaticano estima que de todos los pacientes de sida que hay en el mundo, el 27% recibe atención en hospitales, residencias y centros de cuidados paliativos católicos, lo cual constituye la mayor respuesta humanitaria a tal pandemia dada en la Tierra. La discusión sobre si, a la luz de la experiencia del sida, se debe reconsiderar la postura de la Iglesia con respecto al uso de los preservativos es legítima y sigue desarrollándose incluso en altos niveles eclesiales. Crear la impresión de que el «no» a los preservativos es la respuesta católica predominante a la crisis equivale a falsear la realidad. De hecho, los católicos empeñados más a fondo en la lucha contra el sida y sus consecuencias son probablemente los que dedican menos tiempo a pensar en los preservativos, salvo, naturalmente, cuando periodistas y activistas logran engatusarlos para que hablen del asunto. Estos ejemplos demuestran que tratar de entender el catolicismo atendiendo principalmente a las cuestiones que generan titulares lleva a que se ponga el foco no en la imagen completa, sino solo en detalles y partes de ella. Ninguna descripción del catolicismo contemporáneo puede pasar por alto la existencia de considerables fisuras en lo tocante a tales materias, y aparecerán una y otra vez en este libro. Sin embargo, nuestro propósito es profundizar más para conocer hacia dónde nos encaminamos realmente.
Otros tres preliminares 1. Impulsos contradictorios Incluso mucho más frecuentemente que el «y tú, ¿cómo sabes...?», se me dirige la pregunta «¿qué significa esto?» cuando hablo acerca de las tendencias. La gente quiere saber si la Iglesia se hará más conservadora o más liberal, más clerical o más seglar en cuanto a su gobierno, más
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tradicional o más vanguardista, más centralizada o más diversa. A estas oposiciones binarias suelen añadirse bastantes más, que son de interés para un grupo u otro. Por desdicha, la respuesta correcta a casi todas estas preguntas es ambigua, al depender de cómo se definan los términos y de qué tendencia se esté hablando. No todas estas tendencias van en la misma dirección, y en algunos aspectos se encaminan claramente hacia metas opuestas. El auge del catolicismo del Sur, el surgimiento de la multipolaridad y la expansión del pentecostalismo inducirán al catolicismo a proporcionar más espacio a la «inculturación», en el sentido de permitir la configuración de la vida cristiana por la cultura local en que se expresa la fe. Por otro lado, sin embargo, el catolicismo evangélico pone el acento en modos tradicionales de lenguaje, vestido y comportamiento en gran parte generados en Occidente. Otra contradicción es que el catolicismo evangélico lleva a la Iglesia a lo que se percibe en Occidente como posturas cada vez más conservadoras en cuestiones como la homosexualidad y los cuidados al final de la vida, cuando los nuevos debates de biotecnología sobre ingeniería genética y los OMG (Organismos Modificados Genéticamente) verán probablemente al catolicismo mucho más alineado con la izquierda secular que con la derecha. En otras palabras, los impulsos generados por las tendencias van a causar pugnas en diversos campos, y es difícil saber por ahora qué nos deparará todo ello. Lo que se puede pronosticar es que quien espere una línea evolutiva recta y de una sola dirección en la Iglesia trastocada va a quedar defraudado. El catolicismo es demasiado grande y complejo para no contener tendencias contradictorias. La cuestión no es realmente qué camino sino qué caminos seguirá la Iglesia, aparte de que sus movimientos irán a veces en direcciones opuestas. Las líneas divisorias entre una tendencia y la siguiente registran variaciones, y la interacción de unas con otras es general. En cierto sentido hay una sola tendencia, la globalización, que está produciendo reacciones dentro de la Iglesia católica y creando fuera de ella toda una nueva serie de retos. Pero cada una de estas tendencias tiene sus propios
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contornos y su propia lógica interna. A la vista de todo ello, lo mejor es tratarlas por separado, señalando de paso los puntos donde las líneas se cruzan.
2. Una cuestión de lenguaje
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Los profesores universitarios tienen fama de discutir sobre sutilezas del lenguaje, y los teólogos no constituyen una excepción. Hoy, algunos escritores católicos distinguen entre «catolicismo global» y «catolicismo mundial». Para ellos, la primera de ambas expresiones se refiere a algo esencialmente malo, y la segunda a algo bueno. «Catolicismo global» les sugiere algo así como el equivalente católico de la globalización, en el sentido de la erradicación de las culturas locales y la imposición de un sistema global homogeneizado. «Catolicismo mundial», por otro lado, haría referencia a la diversidad planetaria de diferentes lenguas, etnicidades y tradiciones reunidas bajo el paraguas católico sin haber sido vaciadas de lo que las hace únicas. Entiendo la distinción, pero no estoy convencido de que las palabras en sí tengan el significado que esos teólogos les encuentran. En este libro, yo utilizo «catolicismo global» y «catolicismo mundial» de manera intercambiable. Lo que quiero significar con ambas expresiones es la dimensión planetaria, universal del catolicismo, sin pretender tomar postura alguna respecto al equilibrio adecuado entre unidad y diversidad.
3. Ojos norteamericanos Este es un libro sobre el catolicismo mundial, y católicos de cada rincón del globo cuentan sus historias en estas páginas. No obstante, tengo la sensación de que se trata del catolicismo mundial como es visto a través de unos ojos norteamericanos. Con esto no quiero decir que los hechos y números hayan sido deformados para servir a los intereses de Estados
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Unidos, ni que la selección de las tendencias haya obedecido exclusivamente a un sentido estadounidense de las prioridades. Si tal fuera el caso, la crisis de los abusos sexuales, por ejemplo, figuraría indudablemente en la lista. (En el capítulo «Tendencias que no lo son» explico por qué tal crisis no fue incluida). El libro, sin embargo, presta atención especial a lo que las megatendencias que describo pueden significar para la Iglesia católica en Estados Unidos, tanto como conjunto como para sus diferentes subgrupos, y también sus implicaciones para el Gobierno estadounidense y la cultura norteamericana en general. Con esto no quiero sugerir que cada trayectoria en la vida de la Iglesia católica deba medirse por su repercusión potencial en Estados Unidos. Me gusta recordar a los católicos estadounidenses que constituimos el 6% de la población católica mundial, lo cual significa que noventa y cuatro de cada cien católicos del mundo no son necesariamente como nosotros. Si acaso, Estados Unidos tiene ya más presencia de la que le correspondería en la escena católica universal. Por ejemplo, once fueron los cardenales estadounidenses en el cónclave que eligió al papa Benedicto XVI: el mismo número que el de toda África, pese a que el continente africano tiene el doble de población católica. Brasil, el mayor país católico de la Tierra, solo dispuso de tres votos, lo cual representaba un cardenal elector por cada 43 millones de católicos brasileños. En cambio, la proporción para Estados Unidos fue de un cardenal elector por cada 6 millones. Aunque el catolicismo no es una democracia, tanta diferencia no deja de parecer injusta a muchos católicos de todo el mundo. Contemplo las tendencias con ojos norteamericanos, primero, porque lo más probable es que norteamericanos sean también, principalmente, los lectores del libro, y quiero que estén en condiciones de conectar esas tendencias generales con sus propias vidas. Segundo, porque mi experiencia de vida en el extranjero me sugiere que a veces los norteamericanos necesitan ayuda para efectuar tal conexión. Frecuentemente, los católicos de otras latitudes encuentran más natural relacionar lo que pasa en el Congo, Colombia o Camboya con su propia
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suerte. Una forma en gran parte benigna de provincianismo nacional se manifiesta en mucho de lo que se habla y se escribe en círculos católicos de Estados Unidos. Tómese al azar una muestra de los títulos recientes sobre catolicismo en América, y las más de las veces se verá que la imaginación del autor no pasa de nuestras fronteras. Da la impresión de que el futuro del catolicismo norteamericano se entiende en gran medida como una empresa de carácter nacional, con alguna fugaz conexión, si acaso, con el resto de la Iglesia. Espero que la perspectiva americana en este libro ayude a los católicos estadounidenses a pensar en clave más global. Realmente, la invitación a hacerlo está implícita en la denominación Iglesia católica; y añadamos como hecho descriptivo que en el siglo XXI será cada vez más difícil considerar cuestiones relativas al catolicismo estadounidense aisladamente del resto de la Iglesia. En este sentido, la elección de ver a través de ojos norteamericanos es un modo de preparar a los lectores para lo que viene.
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Índice
5 9 14 16 18 20
Tendencia 1: Una Iglesia mundial ................................................ Tendencia 2: El catolicismo evangélico ........................................ Tendencia 3: El islam .................................................................... Tendencia 4: La nueva demografía ............................................... Tendencia 5: El papel ampliado de los laicos ................................ Tendencia 6: La revolución biotecnológica .................................. Tendencia 7: La globalización ....................................................... Tendencia 8: La ecología .............................................................. Tendencia 9: La multipolaridad .................................................... Tendencia 10: El pentecostalismo ................................................
25 83 141 205 257 311 367 425 481 533
Tendencias que no lo son ............................................................. El catolicismo en el siglo XXI ...................................................... Epílogo ........................................................................................ Sugerencias para una lectura adicional ...................................... Bibliografía .................................................................................... Índice de nombres y materias ......................................................
587 605 641 647 649 659
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Agradecimientos ........................................................................... Introducción ................................................................................. Descriptivo, no prescriptivo ...................................................... ¿De dónde viene mi análisis de las tendencias? ........................ No son las cuestiones habituales ............................................... Otros tres preliminares ..............................................................
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