La Moral Cristiana

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Cristiana, ¿opresora o liberadora?

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La pureza y el don

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Felicísimo Martínez Díez

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La moral es el caballo de batalla para muchas personas en la Iglesia. Algunas no consiguen ver en ella una fuente de sentido y de orientación para la propia vida. Más bien la consideran como un sinsentido y un terrible enemigo de la libertad, de la autorrealización, ideales legítimos e irrenunciables para cualquier persona adulta y madura. Si la moral solo sirve para poner tropiezos en nuestro camino hacia la felicidad, entonces no sirve para nada. Solo hace daño. Otras personas la encuentran pesada y cargante. En parte, porque no hay conducta moral que no implique un costo de renuncia, dominio de uno mismo y autocontrol de los instintos y apetencias espontáneas del ser humano. Y también porque la formación moral deja con frecuencia mucho que desear en las iglesias cristianas. En muchos casos una desafortunada formación ha convertido la moral en lo único importante en la vida cristiana o, más bien, ha reducido la vida cristiana a mera moral. ¿Dónde han quedado la experiencia de fe, la dimensión mística o el cultivo de la interioridad como fuentes de sentido y motivación de la existencia

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humana? ¿Dónde ha quedado la celebración festiva? Si la vida cristiana se reduce a pura moral, es posible que se convierta en una carga para los creyentes. Por estos motivos, muchas personas, al sentirse a disgusto con la versión oficial de la moral cristiana, han abandonado la Iglesia e incluso la fe cristiana. Otras se mantienen dentro de la Iglesia o siguen profesando la fe cristiana, pero con un fuerte sentimiento de frustración y con no poco sufrimiento. Muchos males en la Iglesia tienen que ver con el asunto de la moral. O porque algunas exigencias de la moral cristiana tal como son presentadas por el magisterio oficial no convencen, o porque algunas exigencias de la moral cristiana son demasiado radicales. El cristianismo no es una moral. El centro o el núcleo de la vida cristiana es una experiencia religiosa. En su raíz está la experiencia de fe en Jesucristo, la confianza de haber encontrado en él el sentido y la salvación. Creer en Jesucristo quiere decir que en él se ha encontrado la salvación. El cristiano confiesa haber descubierto en la persona y la historia de Jesús una oferta gratuita de salvación. Esta salvación es a un tiempo fuente de sentido y esperanza de vida plena. La vida cristiana consiste precisamente en asimilar y actualizar esta experiencia de salvación, de sentido y de plenitud de vida. Jesucristo resucitado es para los creyentes el símbolo de la salvación plena, de la vida en plenitud, del sentido consumado de la vida. Para los creyentes, la esperanza última apunta a esa plenitud de salvación,

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de vida, de sentido que señala el Resucitado. Si en él ha tenido lugar esta plenitud de salvación, es posible que se realice también en nosotros. Esa es la base y la garantía de la esperanza cristiana. La fe en Jesucristo es el núcleo de la vida cristiana. Esa fe es respuesta a un anuncio, a una revelación, a una palabra de Dios. La fe es respuesta al anuncio de la Palabra. La comunidad cristiana es convocada por la palabra de Dios que se le anuncia. Nace y se organiza en base a la fe, que es la experiencia central de la vida cristiana. Esta fe se formula en confesiones de fe, en símbolos, dogmas, sistemas teológicos... Se celebra en el culto y en los sacramentos. Se practica en la vida de cada creyente y de cada comunidad cristiana. Estas son las cuatro áreas fundamentales e irrenunciables de la religión cristiana: el área eclesial o comunitaria, la confesión o formulación de la fe o el área doctrinal, la celebración de la fe o el área cultual y la práctica de la fe o el área moral. Las siguientes reflexiones se van a centrar en el área moral. Ciertamente, el cristianismo no es una moral. La moral no es el núcleo de la vida cristiana. Muchos cristianos tienen esa falsa impresión. En primer lugar, porque la conducta de las personas es lo más visible, lo que más salta a la vista, mucho más que la fe, las experiencias místicas o las convicciones internas, asunto más secreto. Pero, sobre todo, porque con frecuencia las exigencias morales duelen, se hacen sentir como exigencias costosas. Por eso, precisamente por eso, es muy

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frecuente que muchas personas acaben identificando el cristianismo con la moral, con un sistema de mandatos y prohibiciones que regulan la vida del creyente. Para muchas personas este es motivo suficiente para tomar distancia e incluso animadversión al cristianismo, especialmente en esta cultura moderna y posmoderna, en la que predomina el culto a la libertad. Los modernos y posmodernos no quieren interferencias en su libertad. Se consideran absolutamente autónomos en la gestión de su vida. Por eso toda imposición moral resulta un cuerpo extraño y poco deseable. Sin embargo, el cristianismo implica una moral cristiana. Sucede en todas las religiones. Detrás de la experiencia de fe, hay unas exigencias morales, una forma coherente de organizar la vida. La moral cristiana es distinta de la fe cristiana. La fe cristiana es una experiencia religiosa. De ninguna forma debe confundirse con un conjunto de principios, mandamientos o normas que configuran la conducta humana. Pero no conviene separar fe cristiana y moral. Una moral separada de la fe dejaría de ser cristiana, perdería su inspiración y motivación específica. Se convertiría en una moral forzada, y las morales forzadas son muy peligrosas para las personas. Por otra parte, una moral forzada hace sospechar del vigor y la vitalidad de la experiencia de fe. Y una experiencia de fe que no desemboca ni se concreta en una conducta consonante y coherente con los valores en los que se cree, es una fe muerta, inútil. O es mera ilusión o está en peligro de

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convertirse en pura ilusión. La separación de la fe y la moral vacía de contenido a la una y a la otra. ¿Radicará aquí la crisis actual de la moral cristiana? Porque en este punto sí parece haber consenso: la moral cristiana está en crisis. Es un lamento generalizado en los distintos sectores de la Iglesia. Las disonancias comienzan a la hora de decir qué entendemos por esta crisis. ¿Es una crisis a nivel de principios, de criterios, de sistema de valores? ¿Es una crisis teórica? ¿O es una crisis de comportamientos, de conducta, de prácticas cotidianas? ¿Es una crisis práctica? ¿Es una crisis saludable de discernimiento, crecimiento y revitalización? ¿O es una crisis preocupante de declive e insignificancia de la moral cristiana? En uno y otro caso el significado de la crisis es muy distinto. Para no desenfocar el problema, conviene tener en cuenta un presupuesto elemental: la crisis más radical de una moral no consiste precisamente en que los principios, mandamientos o normas de conducta que propone sean violados o quebrantados por sus seguidores. Puede haber razones de índole personal que expliquen esta violación de las normas morales, sin que ello suponga un serio cuestionamiento del valor y la coherencia del sistema moral. Que a nivel práctico hay conductas desviadas de la moral cristiana es un hecho bastante obvio. No hace falta ser pesimista para constatar entre la población cristiana patentes violaciones de valores y mandamientos centrales en la moral cristiana: delitos contra la vida y la convivencia, contra el amor y la fraternidad, contra

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la justicia y la igualdad, contra la dignidad humana, contra todos los derechos humanos. Las relaciones más personales y las más internacionales se ven hoy afectadas por frecuentes violaciones de todos estos valores de la moral cristiana. La comunidad cristiana y los cristianos no están exentos de pecado. ¿Termina aquí la crisis de la moral cristiana? La crisis más radical de una moral consiste en que el mismo sistema moral de valores, principios, normas, mandamientos y leyes que la componen sean contestados de raíz hasta el punto de negarles valor y legitimidad. Por supuesto, no son los valores fundamentales de la moral cristiana los que son contestados en la crisis actual. La comunidad cristiana y la comunidad humana convienen en afirmar el valor absoluto de la vida y de la dignidad humana, la importancia del amor y la convivencia, de la justicia y la igualdad, el carácter irrenunciable de todos los derechos humanos. El problema comienza cuando hay que articular una serie de normas y preceptos que hagan operativos esos valores e ideales irrenunciables. Es aquí donde, en determinados casos, unos condenan el aborto como negación del valor absoluto de la vida, y otros lo defienden invocando el ideal de una vida con calidad. Aquí comienzan los disensos: unos contestan la moral oficial de las Iglesias porque la encuentran trasnochada y ajena a los nuevos tiempos; otros, por el contrario, piden más rigidez, más disciplina, mano más dura contra los contestatarios. La cuestión que unos y otros deben enfrentar, sin embargo,

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es la siguiente: ¿Permanece la moral cristiana fiel a la inspiración evangélica o ha falsificado el Evangelio de Jesús? ¿Recoge oportunamente las exigencias del Evangelio o las ha orillado? Quizá sea demasiado arriesgado hablar de un sistema de moral cristiana en singular. Se da un amplio pluralismo en la historia de la moral cristiana y también en la actualidad. Esto es especialmente verdad a nivel académico. Sin embargo, si fijamos la atención en el sistema moral introyectado en la conciencia popular, quizá el pluralismo no sea tan amplio. Hay una cierta uniformidad, aunque luego cada persona gestione ese sistema moral a su libre arbitrio. Muchas de las protestas o contestaciones a la moral cristiana apuntan precisamente a este sistema moral que se ha introyectado en la conciencia popular a base de una formación y catequesis escasamente crítica. En definitiva, ese es el modelo que ha operado en la comunidad cristiana dirigiendo la conducta de los creyentes más leales a la institución eclesial y generando, con más frecuencia de la deseada, angustiosos sentimientos de culpa. Por eso muchas personas ven la moral cristiana como enemiga de la liberación. Reflexionar sobre esta moral al uso, sobre esta «moral popular», obliga necesariamente a reflexionar sobre el sistema moral que la sustenta, sobre el sistema moral que se ha introyectado en la conciencia popular. La crisis de la moral cristiana hoy puede obedecer al siguiente hecho: la fragilidad humana o incluso las

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pasiones desordenadas del ser humano se resisten a poner en práctica valores evangélicos que implican esfuerzo, renuncia, control de las propias apetencias. Pero también puede obedecer a otro hecho más preocupante: que el sistema moral introyectado en la conciencia popular haya falsificado la experiencia cristiana y no recoja oportunamente el espíritu y las exigencias fundamentales del Evangelio de Jesús. En este último caso, es el sistema moral lo primero que debe ser sometido a discernimiento. Aquí la crisis de la moral cristiana radica en el falseamiento de la propia moral cristiana. La historia judeo-cristiana ofrece un hecho que va a inspirar las siguientes reflexiones, el sucesivo ejercicio de discernimiento. Este hecho consiste en que existen, entre otras tradiciones, dos tradiciones religiosas fundamentales: la tradición sacerdotal y la tradición profética. A cada una de ellas corresponde un sistema moral: la tradición sacerdotal acentúa más el sistema moral de la pureza y la impureza; la tradición profética acentúa el sistema moral del don, de la comunidad, de la justicia. Entre ambas tradiciones y entre ambos sistemas morales hay una tensión constante. Aunque con frecuencia se ha asociado la religión sacerdotal con el culto y se ha asociado la religión profética con la moral, no está aquí precisamente la raíz de esa tensión. Ambas tradiciones se interesan por la moral. La tensión se refiere, sobre todo, a la distinta forma de entender y aplicar la moral: para la tradición sacerdotal la categoría clave es «pureza»; para la tradición profética la

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categoría clave es «comunidad». Jesús se situará decididamente de parte de la tradición profética y defenderá la moral del don y de la comunidad. Estos presupuestos inducen a formular una hipótesis que puede explicar en parte la actual crisis de la moral cristiana: ¿No obedecerá esta crisis al predominio de la tradición sacerdotal y a la marginación de la tradición profética? ¿No obedecerá esta crisis al predominio del sistema moral de la pureza y a la marginación del sistema moral de la comunidad? En un intento por rescatar el frescor, el atractivo, la fuerza liberadora de la experiencia cristiana original y de la moral evangélica, la teología, la catequesis, el trabajo pastoral se esfuerzan hoy por ofrecer una versión de la moral cristiana más centrada en los valores comunitarios. Pero, aun así, la mayoría de las personas experimentan una cierta repugnancia hacia todo lo que suene a moral. No se quiere ni oír hablar de moral. La repugnancia suele ser consecuencia de la saturación. Efectivamente, quizá se ha moralizado demasiado la experiencia cristiana. Por eso se habla hoy preferentemente de praxis cristiana, de praxis del seguimiento, de vida evangélica... Pese a la importancia del lenguaje, está claro que esto no resuelve el problema: la crisis moral no se resuelve cambiando nombres y manteniendo los mismos contenidos. Un analista de las experiencias religiosas formulaba así el proceso de deterioro de la religión y, consiguientemente, de las morales religiosas: Cuando falta o se debi-

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lita la experiencia religiosa es preciso acudir a la moral. Cuando falta o se debilita la moral es preciso acudir al derecho. Cuando falla o se debilita el derecho es preciso acudir a la policía. Pero resulta que ni la policía sin derecho, ni el derecho sin moral, ni la moral sin experiencia religiosa son efectivos a la larga. Esta caricatura puede aplicarse también al deterioro de la experiencia cristiana. Una caricatura no es toda la verdad, pero, bien administrada, nos ayuda a encontrar la verdad o, por lo menos, a buscarla. Antes de concluir estas páginas de introducción, recordemos algunas afirmaciones sobre la moral cristiana, que son obvias y elementales, pero muy importantes para orientar convenientemente la reflexión. En primer lugar, es necesario recordar que se trata de una moral basada en la revelación judeo-cristiana. No es una moral «procedimental», cuyas conclusiones son fruto del diálogo y el consenso entre los cristianos. Como diría D. Bonhöffer y pese a lo mal que esto suena en una cultura democrática, es una «moral de la fe y de la obediencia». No es, pues, el resultado de un simple diálogo, de un consenso, de un contrato social en el interior de la comunidad cristiana. Es la aceptación consciente y libre de los valores y mandamientos propuestos por la tradición judeo-cristiana, particularmente por el Evangelio de Jesús. Esto no quiere decir que en la interpretación de esos valores y mandamientos no se deban seguir las reglas de la cultura democrática, del diálogo y la búsqueda del consenso. En la teología

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cristiana se ha hablado siempre de un elemento profundamente «democrático»: el sensus fidelium (el sentido creyente de los fieles) o el consensus fidelium (el consenso de los fieles). El instinto de la fe incrustado en el alma de la comunidad cristiana es una guía segura para atinar con lo más genuino de la moral cristiana. En segundo lugar, la moral cristiana no es básicamente una moral del deber. No pertenece a las llamadas morales «deontológicas». Es una moral de la felicidad, de las bienaventuranzas. Pertenece a las llamadas morales «eudaimonológicas». Cuesta trabajo aceptar esta afirmación, pues en realidad la mayoría de los cristianos ven la moral como un conjunto de mandatos y prohibiciones, que a la postre son más un obstáculo que un aliado de la felicidad. ¡Son tantas las personas que ven la moral cristiana como un enemigo de la libertad y de la felicidad! En tercer lugar, obviamente la moral cristiana es una moral religiosa. Esto quiere decir que se trata de una moral de máximos. No es una moral de mínimos. Aspira a valores supremos que no son fácilmente comprensibles al margen de la experiencia de fe cristiana. ¿Quién puede apuntarse de entrada a ofrecer la otra mejilla cuando alguien le hiere injustamente? ¿No es legítima y hasta obligatoria la defensa de los propios derechos y de la propia dignidad? Como moral de máximos, propone normas de convivencia que solo son «razonables» en el interior de quienes comparten la misma fe cristiana. Esto no quiere decir que no se den

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también en personas no cristianas, pero no son normas ni reglas fácilmente asumibles para el común de los humanos. La conclusión también es obvia: como moral de máximos que es, la moral cristiana no debe ser impuesta, sino solo propuesta. No se debe imponer a quienes no comparten la fe cristiana, puesto que los valores más radicales y los ideales más sublimes son exigencias directas de la experiencia de fe cristiana. Sin embargo, la moral cristiana puede y debe ser propuesta, puesto que contiene en sí valores y pautas de conducta aconsejables para todo ser humano. El amor y el perdón a los enemigos siempre es deseable como camino de humanización y cauce de la convivencia entre los seres humanos. Pero, lógicamente, las éticas de mínimos colocan en primer lugar las exigencias de la justicia. Como cualquier tradición religiosa, la tradición judeo-cristiana tiene el deber de poner en la mesa del diálogo intercultural e interreligioso todo el patrimonio de sabiduría acumulado durante un largo tramo de la historia de la humanidad.

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Índice Págs.

Introducción ........................................................ Del Evangelio de Jesús a la moral ................. ¿Está en crisis la moral cristiana? ..................... ¿Qué dice el pueblo sobre la moral cristiana? ... Religiosidad popular y crisis moral .................. Algunos rasgos más salientes de la moral popular .........................................

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2. La pureza y el don: Dos tradiciones religiosas y dos sistemas morales................... 57 1. Dos tradiciones religiosas y dos sistemas morales: Consonancias y disonancias .............. 59 2. Omnipresencia del sistema de la pureza en las culturas y las religiones .......................... 67 3. Alimentación, sexualidad, culto....................... 75 4. El sistema moral de lo puro y lo impuro.......... 82 5. El sistema moral del don y la deuda ................ 95 6. Tensión entre ambos sistemas en la historia judeo-cristiana ................................................ 115

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3. Jesús: Moral del don y de la gratuidad.......... 121 1. La cuestión de lo puro y lo impuro ................. 123 2. El anuncio del reino de Dios y el sistema del don............................................................ 128 3. Las parábolas y la gratuidad del reino de Dios ........................................................... 132 4. La praxis del Reino y el sistema del don: Las relaciones sociales de Jesús ............................... 144 5. La praxis del Reino y el sistema del don: Los banquetes y la comunión de mesa ................... 151 6. La comunidad cristiana: El conflicto entre el sistema de la pureza y el sistema del don ......... 159

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4. La moral cristiana, ¿opresora o liberadora? .... 167 1. El ideal de la liberación y la crítica de la moral .............................................................. 168 2. Problemas teológicos de fondo ........................ 181 3. La comunidad cristiana entre el optimismo y el pesimismo antropológico .......................... 190 4. Jesús, el hombre libre y liberador..................... 202 5. Una moral del seguimiento de Jesús ................ 207 6. Renuncias para ser libres ................................. 209 5. Evangelio y moral: Dinámica de la praxis cristiana ......................................................... 217 1. Evangelio y moral: El eterno problema ............ 219 2. Jesús y los fariseos............................................ 228

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3. ¿Nos salvarán la ley o las obras? Memoria de Jesús ........................................................... 231 4. Pablo, un fariseo convertido ............................ 243 5. La ley y su valor ético ...................................... 248 6. Jesús es más exigente que la ley........................ 254 7. Pablo, de nuevo en la polémica ....................... 262 8. La idolatría de la ley ........................................ 267

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6. Justicia, solidaridad y comunión .................. 271 1. La justicia y la dimensión política de la praxis cristiana ................................................ 272 2. La justicia bíblica, mucho más que un mero sistema jurídico ............................................... 279 3. La justicia bíblica y los derechos de los pobres ................................................... 286 4. La justicia del reino de Dios o el reino de Dios y su justicia ........................................ 288 5. Justicia y misericordia ..................................... 294 6. Espiritualidad de la lucha por la justicia .......... 302 7. 1. 2. 3.

El ídolo del becerro de oro ............................ 311 Muchos son los ídolos, pero el dinero... .......... 313 Los bienes materiales no son malos ................. 317 La idolatría está en el corazón de las personas y en su praxis .................................... 323 4. La idolatría económica y la negación de Dios Padre .................................................. 326

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5. La idolatría económica y la ruptura de la fraternidad ...................................................... 331 6. Los profetas, implacables defensores de los pobres ................................................... 336 7. Mejor bienes compartidos que simple ascesis... 342 8. El pobre de espíritu pronto empieza a compartir ........................................................ 350

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