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Formas del estilo presbiteral
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DAVIDE CALDIROLA ANTONIO TORRESIN
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iendo jóvenes seminaristas escuchamos con mucha frecuencia esta antigua máxima: «Seminarista óptimo, buen sacerdote; buen seminarista, sacerdote normal; seminarista normal, mal sacerdote». Agradecemos la advertencia: los buenos padres espirituales querían estimularnos a dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento. Este modo de ver las cosas, empero, sugiere que, mientras la vida en el seminario está protegida y más cerca del estado de perfección, la del ministerio solo puede viciar o disminuir la excelencia conseguida en los denominados años de formación. Pero, ¿es realmente verdad que la formación de un sacerdote se juega fundamentalmente en el periodo que precede a la ordenación sacerdotal? El tiempo que sigue, ¿es solo el de un simple ajuste –que llamaríamos precisamente aggiornamento– o de unos «primeros auxilios» a los que habrá que acudir en los inevitables incidentes? A veces parece 5
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justamente así, pues muy a menudo la formación se limita a la propuesta de algún encuentro o conferencia y a la intervención en caso de crisis alarmantes.
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Una nueva sensibilidad formativa
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Afortunadamente, en nuestra historia hemos experimentado algo muy diferente. Nos ordenamos sacerdotes en Milán, a pocos años de distancia uno del otro, en los primeros tiempos del episcopado del cardenal Martini. En ese periodo concreto maduró su intuición de que la formación del clero no debía ser una simple continuación de la recibida en el seminario. Por eso el cardenal formó un equipo de sacerdotes dedicados expresamente al acompañamiento de los primeros años del ministerio. Los comienzos fueron años de experimentación, en los cuales, bajo la dirección del padre Franco Brovelli, fue tomando forma un estilo nuevo de formación permanente. El sacerdote no es un seminarista algo mayor y, por tanto, la formación del clero no puede inspirarse en el modelo del seminario. Es un hombre adulto, un sacerdote hecho y derecho, y con la ordenación entra en una nueva condición de vida. Como escribía el padre Franco: «Es preciso que la reflexión teológica y espiritual sobre el minis6
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terio vaya acompañada de la atención a los ritmos, modalidades y condiciones propias de la vida del sacerdote dentro de la comunidad cristiana; en este nivel es donde se opera una apropiación real del ministerio recibido como don para la Iglesia»1 En estas breves palabras encontramos ya los rasgos propios de una formación permanente: esta se efectúa no fuera, sino «dentro» del ministerio, en su ejercicio concreto; la formación es «acompañamiento» por parte de la Iglesia, para que, en las condiciones reales de vida y de servicio, cada uno pueda acoger plenamente el don recibido y devenir en toda su existencia lo que es desde el principio, llamado en virtud de la ordenación sacramental. Tuvimos la suerte de vivir con el padre Franco aquellos primeros años de acompañamiento y ver también que esta intuición no valía solo para los comienzos del ministerio. No se trata tanto de estar cerca de los curas jóvenes, por no estar aún preparados o flaquear ante las dificultades de la vida, sino más bien de que toda la Iglesia preste atención a todos sus sacerdotes en las diversas etapas de su ministerio. Recordamos aún con suma gratitud los momentos que compartimos pensando y ejerciendo la 1
F. Brovelli, Camminare nella luce: dialogo sulla vita del prete oggi, Ancora, Milán 1993. 7
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formación del clero, en los que se nos daba la posibilidad de exponer ‒entre mil temores‒ el trabajo y los descubrimientos de los comienzos. La gracia de los primeros pasos nace precisamente de un profundo sentido de la desproporción. Entrar en el corazón de una comunidad cristiana significa recibir el céntuplo de alegría respecto de lo que damos, pero también sentirse abrumados por un exceso de solicitudes (algunas de ellas incluso ilusorias y equivocadas). Es inevitable contar con la propia incompetencia, aprender a sopesar nuestras fuerzas. Uno se encuentra con acontecimientos y situaciones imprevistas y ajenas a sus propias expectativas. Se descubre inesperadamente como actor y espectador de imprevisibles caminos de gracia. Esta urdimbre de gracias y trabajos es tan profunda y delicada que necesita mucho cuidado. Precisa momentos de discernimiento y desprendimiento. Requiere que alguien se haga compañero de camino, escuche y atienda, relance y sostenga. El precio de la formación recibida Después de veinticinco años de ministerio seguimos realmente muy agradecidos al seminario por todo lo que nos dio, pero no hay duda de que lo que más 8
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ha influenciado nuestra vida y nuestro ministerio aconteció precisamente en su puesta en práctica. Un bonito libro de David F. Ford, Dare forma alla vita, trata en concreto de esto: son los excesos los que dejan un sello indeleble en la historia de cada uno, los que configuran la vida. «La pregunta fundamental es: en medio de todo lo que nos rebasa, ¿cómo se plasma la forma de nuestra vida?». Es una pregunta liberadora que nos hace comprender que no es verdad que las condiciones de ejercicio concreto del ministerio sean principalmente adversas. A menudo las vivimos así, pero debemos reconocer, por el contrario, que son las mejores, por ser las únicas reales, las que se nos dan. Dentro de la historia es donde el Señor cuida de nosotros. La formación recibida no nos ha hecho exactamente hombres y sacerdotes mejores que los demás, y menos aún perfectos, pero ha tenido la gran virtud de crear en nosotros una actitud casi espontánea para observar algunas cuestiones que nos parecen estratégicas. Tratamos cada día de hacernos alguna pregunta sobre nosotros mismos y sobre nuestro trabajo; nos gustaría aprender desde el principio a hacer un discernimiento atento y sosegado. Se trata de no empecinarse a toda costa en buscar una perfección inexistente y, al mismo tiempo, de no caer en una inercia pasiva y repetitiva. 9
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Nos parece que debemos tener siempre presentes tres niveles: la calidad evangélica del ministerio, las acciones principales de la vida del sacerdote y el discernimiento del tiempo presente.
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La calidad evangélica del ministerio: Una cuestión de estilo
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Como todos los sacerdotes, hacemos un montón de cosas, a veces nos sentimos desbordados por el trabajo, los días se nos pasan con una rapidez vertiginosa y tenemos la desagradable sensación de no dar abasto y dejar de cumplir demasiadas cosas. Tal vez se nos pide (¿o nos pedimos?) una eficiencia casi absoluta y nos sorprendemos incluso demasiado preocupados por los éxitos y los fracasos. Si nos paramos un instante, comprendemos de inmediato que no podemos afrontar de este modo o con estas preocupaciones la vida cotidiana. Debemos colocarnos en otro nivel. Lo que importa es la calidad evangélica del ministerio. Lo que somos, lo que vivimos y hacemos, ¿está en sintonía con el Evangelio?, ¿reproduce sus huellas, estilo y lenguaje?, ¿expresa su fuerza, ternura y atención? Estas preguntas pueden parecer banales o retóricas, pero en realidad provocan una mirada distinta y 10
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la atención a un estilo que es ya en sí mismo «buena nueva».
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Las acciones principales del ministerio: Dentro del trabajo
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El concilio Vaticano II nos ha dejado un gran legado sobre la vida del sacerdote como camino de santificación. Hubo un tiempo en que se invitaba al sacerdote a «defender» su vida espiritual de un ministerio que era percibido como un peligro. La gran cantidad de cosas a desarrollar y la inmersión en la vida pastoral, con sus relaciones y responsabilidades, podían entorpecer la oración y el amor al Señor. El Concilio, en cambio, nos recordó que la espiritualidad del sacerdote (y del sacerdote diocesano en particular) pasa a través del ejercicio concreto del ministerio. Celebrar la eucaristía para una comunidad, introducir a Cristo mediante los sacramentos, acompañar a la edificación de la Iglesia son acciones que tienen un valor espiritual intrínseco, que se convierten en la ruta principal del discipulado de un sacerdote y de su camino de fe. Formarse no es sino redescubrir la fuerza evangélica, para discernir el modo en que hoy exige ser vivida y analizar las asechanzas que siempre conlleva. 11
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Hablar de formación como acompañamiento de la realización del ministerio en sus condiciones de vida nos lleva a un último nivel que no puede desatenderse: la atención a las condiciones culturales y eclesiales en las que un sacerdote tiene que vivir. Anunciamos el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo y dentro de la Iglesia de nuestro tiempo. A veces nos sorprendemos imaginando contextos o escenarios diferentes y más favorables. Mientras sentimos una gran nostalgia por momentos en los que nos sentíamos, como Iglesia, más capaces de influir en la cultura y la mentalidad de los hombres, nos quejamos fácilmente por un contexto que desearíamos que fuera diferente y nos sorprendemos pensando así: «La culpa es de la mentalidad relativista, secular, permisiva... de la destrucción de la familia, de la televisión que no educa en valores, de los nuevos medios de comunicación que no permiten verdaderas relaciones... o la culpa es de la Iglesia, que ha perdido su antiguo vigor, persigue complaciente la modernidad, ha abandonado las buenas tradiciones, no inculca suficientemente los valores morales fundamentales... o abandona a sus sacerdotes, a veces parece tratarlos como números y moverlos como piezas de un tablero de ajedrez...». Quizá no nos siente bien este estilo exageradamente quejumbroso y profundamente triste. 12
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Un sacerdote anuncia el Evangelio porque ama el tiempo en que vive y lo ama con una inteligencia crítica y un corazón lleno de pasión. No huye ni del mundo ni de la Iglesia, sino que está en el mundo y en la Iglesia sin perder la agudeza de la mirada y la franqueza de la palabra y una profunda simpatía por los hombres a quienes trata, por confusos y fatigosos que puedan resultar sus caminos.
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Un relato de retazos de vida
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Partiendo de estos supuestos y de esta sensibilidad, quisiéramos ofrecer algunas pautas de reflexión sobre el ministerio del sacerdote. Trataremos de examinar, aunque sea de modo rápido y realmente incompleto, algunas acciones que caracterizan el ejercicio cotidiano del ministerio del sacerdote. Para cada una de ellas intentaremos contar algún ejemplo de vida y sugerir pautas de reflexión. Nos es grato poderlo hacer a partir de la experiencia ministerial y de vida doméstica compartida durante diez años en una parroquia de Milán. Ahora, terminada la experiencia de esta vida en común, nos complace poder seguir pensando juntos, ofreciendo alguna idea sobre la vida concreta de dos simples sacerdotes. 13
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Índice
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Introducción .......................................................... 5 Acoger .................................................................. 15 Acompañar ............................................................ 25 Administrar ........................................................... 35 Bautizar ............................................................... 45 Bendecir ............................................................... 55 Cambiar (de parroquia) ......................................... 65 Celebrar ............................................................... 75 Colaborar............................................................... 85 Confesar ............................................................... 95 Desburocratizar ..................................................... 107 Despedir (celebrar las exequias) ............................. 119 Escribir ................................................................. 129 Escuchar ............................................................... 141 Estudiar ................................................................. 151 Predicar ................................................................. 161 Presidir (el consejo pastoral) .................................. 171 Ralentizar .............................................................. 185 Rezar ................................................................... 197 Servir ................................................................... 207 Visitar a los enfermos ............................................ 215 Para concluir: La experiencia de la conversión....... 227 239
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