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En la vida de los santos hay tres facetas: su vida en la tierra, su referencia una vez idos a la casa del Padre y su labor de intercesión. Los años de estancia de Madre María de la Purísima en la tierra estuvieron marcados por la vivencia del carisma abierto por Madre, santa Ángela de la Cruz. Ambas vivirían la espiritualidad que fluye de la radicalidad del Evangelio. Diría que ambas fueron directamente «al grano» en su vida de consagradas. Madre María de la Purísima fue un verdadero regalo de Dios en momentos difíciles en los que la sociedad y la Iglesia estuvieron sometidas a sustanciales cambios, como regalos lo siguen siendo hoy su testimonio y su intercesión. Mujer de Dios y, en su consecuencia, mujer de 7
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