Solemnidad de Pentecostés

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SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DE PENTECOSTÉS (S. Juan Juan 14,15-16.23b-26)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

«Ven Espíritu divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre don en tus dones espléndido»

Padre Octavio Figueredo, SSP

Solemnidad de Pentecostés

Hoy celebramos la solemnidad cristiana de Pentecostés, solemnidad con la que se señala la conclusión de los cincuenta días de Pascua. Es Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección del Señor, cuando descendió sobre los discípulos el Espíritu que Jesús les había prometido. Por tanto, es el día de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y el de la expansión misionera de la Iglesia. San Lucas, en el relato de los Hechos que hemos leído hoy, describe la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles como un hecho sorprendente, un hecho que bajo los signos del «viento fuerte», «fuego» y «ruidos del cielo» se quiere describir como un acontecimiento único y grandioso. Y no es para menos. La venida del Espíritu Santo es un hecho que sorprende, transforma e impulsa al grupo de los apóstoles, pero también al grupo de judíos devotos que por aquel entonces estaban de peregrinación en Jerusalén, y por supuesto, al hombre y a la Iglesia de todos los tiempos.

del Espíritu el día de Pentecostés, salieron a la calle, se presentaron en público y, llenos del Espíritu, proclamaron lo que estaban viendo y sintiendo, no temieron tomar la palabra y afrontar los peligros de su testimonio. Esa debe ser la tarea del creyente de ayer, de hoy y del mañana, dejarse sorprender por el Espíritu, dejarse transformar por él, dejarse animar por su presencia para ser testigo ante todos los hombres de la muerte y resurrección del Señor. Porque es el Espíritu, que desciende gratuitamente del cielo, quien da la fuerza de Dios para proclamar la Buena Nueva. Por su parte, el apóstol Pablo, dirigiéndose a los miembros de la comunidad cristiana de corinto, les recuerda y enseña cómo distinguir lo que es verdadero don del Espíritu, les da un criterio: la confesión de que “Jesús es el Señor”. Es menester toda la fuerza del Espíritu para confesar que Jesús es el Señor, sobre todo en un mundo en el que los emperadores llevaban el título de «Señor y Dios».

Estimado lector, los Após- También en nuestro mundo toles recibieron la plenitud necesitamos la fuerza del


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