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El que practica la verdad va a la luz.

(Jn 3,21)

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De todos los padres de la Iglesia de los que fue contemporáneo (Evagrio Póntico, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Juan Casiano, san Ambrosio, Paulino de Nola, san Jerónimo...), Agustín de Hipona es, sin lugar a dudas, aquel cuya fama e influencia más se han dejado sentir, tanto durante su vida como hasta nuestros días.

«Si la época de los padres no hubiera tenido a Agustín y si la época de los orígenes no hubiera tenido a san Pablo –afirma Jean Guitton–, el curso de la historia de Occidente hubiera sido completamente distinto».

Vir eloquentissimus et doctissimus («hombre de gran elocuencia y muy sabio»), «genio al servicio de la fe», «un genio y un santo», «un escritor de genio», «doctor de la caridad», «doctor de la gracia», «doctor de la humildad», «doctor de la oración»..., todos estos títulos, y muchos más, que se han empleado para calificar a san Agus5

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tín, exaltan, en efecto, a una personalidad y un destino excepcionales.

Un destino excepcional, primeramente por la época histórica en que le tocó vivir. Su existencia, de 354 a 430, le sitúa en la frontera de dos épocas: en la primera se produce el hundimiento del imperio romano de Occidente; en la segunda, después de la conversión del emperador Constantino (313), comienza el encumbramiento del cristianismo y el eclipse progresivo del paganismo.

Excepcional fue también san Agustín por su inteligencia, por su capacidad de asimilación y su poder de reflexión. Metafísico, filósofo, psicólogo, su obra es una meditación sobre el hombre y su destino, que le convierte en uno de los grandes pensadores de la humanidad.

Excepcional sobre todo por su genio espiritual y su dimensión mística, san Agustín es, por su obra de exegeta o de teólogo, uno de los grandes maestros del pensamiento cristiano.

Su obra es inmensa, e innumerables y constantes son los trabajos que se le consagran. La que presentamos, al evocar simplemente un destino siguiendo el curso de los principales acontecimientos que la caracterizan, quiere descubrir la fuente del deseo que lo informa y constituye, según las palabras del mismo Agustín: «Sin duda, lo que deseas, aún no lo ves; pero el deseo te hace capaz, cuando llegue lo que debes ver, de sentirte colmado».

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ndice

Págs.

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Prólogo ......................................................

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Capítulo 1 (354-370) .................................. 7 Capítulo 2 (370-374) ................................... 17 Capítulo 3 (374-384) ................................... 35 Capítulo 4 (384-386) ................................... 49 Capítulo 5 (386-387) ................................... 65 Capítulo 6 (387-397) ................................... 83 Capítulo 7 Las luchas doctrinales .................103 Capítulo 8 Los últimos años .........................121 Capítulo 9 La obra escrita ...........................127

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Epílogo ........................................................139

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