Una gota de sangre para morir amando

Page 1

UNA GOTA DE SANGRE PARA MORIR AMANDO

Existe en el Estado Español el síndrome del ¿y este se han creído que es? Algo que se suele confundir con la envidia pero está más cercano a la pereza. Esto viene a cuento del cine no solo de Almodóvar o Buñuel, amado y odiado casi a partes iguales, sino ante la importancia de la obra del realizador hoy algo relegado como donostiarra Eloy de la Iglesia, nombre clave en el cine de la transición y en el retrato de un modelo social cambiante de una forma lampedusiana. Un director que sigue considerándose como “lo peor” por nuestra decadente intelectualidad patria pero que se estudia con tesón en las universidades anglosajonas, de la mano de hispanistas como Paul Julian Smith y, por nuestros, lares con libros pioneros como el de Alejandro Melero Salvador (Los placeres ocultos) que ha publicado recientemente una larga entrevista con su amigo y colaborador Gonzalo Goicoechea, guionista de algunos de los


primeros filmes del realizador de “Navajeros”, emparentado, en ocasiones, sin demasiado acierto con el primer Pasolini. Donde en Pasolini había beatificación en Eloy hay desmitificación, donde en el italiano había espiritualidad aquí hay solo carnalidad e hiperrealismo, collage y una mirada descarnada sobre una realidad social crispada, llena de miedos colectivos y delirios de grandeza, en un contexto de fracaso del milagro económico y los primeros gobiernos “democráticos”. El carácter presuntamente coyuntural y sensacionalista de su obra sigue siendo un lugar común por estos lares. Ambas cosas son absurdas, si las pensamos con detenimiento. El visionado de filmes como “Colegas”, “Los placeres ocultos”, “El diputado” (sus únicas obras que han recibido cierta aprobación por parte de críticos o comentaristas) o “Una gota de sangre para morir amando” nos pone ante un autor que mezclaba la modestia con el exhibicionismo pero poseía un universo fílmico inconfundible, ese universo propio que hoy los cinéfilos machistas les siguen otorgando a directores ideológicamente tan nefastos como David Fincher o Quentin Tarantino, sin ir más lejos. El cine de Eloy podía ser descarnado, oportunista o apresurado pero tenía una vida contagiosa, una poesía del descuido que se respira aún hoy día en sus primeras películas como este curioso retrato de un mundo saturado de mentiras que parecen verdades. Si en el caso de Agustí Villaronga – que enseguida a suscitado iras y desconfianza de los cachorros de los dos partidos más importantes en el estado- se está reparando en una injusticia histórica en el caso de Eloy, que también arrastra una fama biográfica basada en lugares comunes, es ya imposible hacerlo. Encima se despidió del cine con una película parcialmente fallida basada en una novela imposible, donde, no obstante, volvía a mostrar su vena de cineasta social. Demasiados personajes lo han ignorado para ahora glorificarlo sin rubor. La capacidad de reírse de sí mismo del director de “El pico” demostraba el lado saludable de alguien que se nos quiso vender como enfermizo y con toda clase de problemas personales pero que fue sobre todo un retratista irónico e inmisericorde de una sociedad enferma, casi distópica en el caso de “Gota de sangre...” con apuntes de ciencia-ficción, terror gótico, guiños a la cultura popular, al camp de los roles y puyazos inmisericordes a nuevas fuerzas policiales o parapoliciales como la psiquiatría o la violencia organizada o distorsionada por los media y la desidia o prepotencia policial.


Estar del lado de los perdedores no da buena prensa aunque hoy día la prensa se llena de escándalos y una farándula narcopolítica que deberían avergonzar a los que han estado del lado de los ganadores, los que los siguen votando. Esa gota de sangre noble que les ha faltado aquí y ahora. Eloy de la Iglesia era, a pesar de su claro y no tan claro independentismo vasco y su postura más o menos cercana a la izquierda radical, un mar de contradicciones en sí mismo. Pero las abrazaba no las maquillaba con leyes oportunistas que hablan de las minorías o no tan minorías como si estás estuvieran en otro planeta, o a lo sumo merecieran la “tolerancia papal”. Es posible que las nuevas fuerzas políticas no nos en una solución, ni la tengan para sí mismos- basta oír el tonillo arrogante de algunos de sus cabezas de lista- pero al menos se merecen una oportunidad que nadie parece dispuesto a darles. También le he dado una oportunidad a una película sorprendente de título ampuloso “Una


gota de sangre para seguir amando” (guardada en el baúl de los recuerdos de los títulos “malditos” de los setenta) y me ha desbordado de lo visual a lo temático porque, a pesar de ese evidente tono de descuido, descaro, humor negro y morbo, barroquismo, tono lúdico y desfachatez, sigue siendo un retrato bastante fidedigno del país en el que vivimos, donde la gente se acomoda y se cree casi todo lo que le cuentan por razones de comodidad o, en ocasiones, de seguridad. Tenemos la Ley Mordaza en nuestras narices y un país que maquilla su creciente pobreza, bajo leyes no escritas de costumbres saludables. Esa ley que ya practicaban entonces de otra forma la policía, los psiquiatras y los mass-media en los tiempos del autor de “El sacerdote”, que aquí se acerca más que nunca al cine de terror gótico al que se aproximó también en su versión (travestida) de la novela de Henry James y al pastiche cinéfilo con una inspiradísima Sue Lyon, en el que es tal vez el papel mas difícil y turbulento de su breve carrera.. Es curioso como algunos directores hacen sus películas más sorprendentes al comienzo de su carrera. Como es el caso de Losey, Tourneur, Wilder o Almodóvar. Sí, efectivamente, Eloy se ríe de y con Stanley Kubrick y de la España que intenta maquillar de oropeles democráticos su eterna palurdez, mediocridad y estrechez de miras, nosotros hoy nos reímos con él porque no estaba hablando del presente, sino del futuro. Un futuro que zen la película se ve en tratamientos de choque que entonces todavía se aplicaban a jóvenes LGTB recién salidos de la Ley de Vagos y Maleantes, que planea en las prácticas psiquiátricas que muestra con extraña crudeza. Pero “Una gota de sangre para morir amando” es una película barroca y sorprendente por el tour de force cercano al “gran guiñol” (en la línea de Aldrich, Dearden o Curtis Harrintong) de una todavía joven pero camaleónica Sue Lyon, por la oposición razón-pasión y diferentes formas de crueldad o apatía acompañadas de una de las puestas en escena sino mejores mas seguras del director en un filme ambicioso y algo descabellado sobre las apariencias, la soledad y la alienación centrado en la clase médico-psiquiátrica y con una elegante psicópata-enfermera que une la crueldad y la compasión dos elementos que nunca faltan en el cine ácido y a la vez cálido de el director de “El pico”, donde un joven Jose Luis Manzano roba morfina a su madre moribunda para poder pasar el “mono”. A pesar de algún exceso de violencia y de que hoy la sinuosa interpretación de Sue Lyon puede parecer a la vez


postmoderna y desfasada, queer y demodé, estamos ante una película dificil de clasificar, entre la comedia negra y el suspense sobre las apariencias. Un pedazo de valentía, un juego de roles, un carnaval de los géneros y la imagen pública frente a la privada, una pequeña joya a redescubrir, con sus defectos y virtudes. Un filme que se podría considerar una rareza donde el pasado y el futuro confluyen en la riqueza de sus imágenes, entre lo pretencioso, lo sublime y lo ridículo, entre la contestación y la frialdad del retratista. Anna, la protagonista es una psicópata nada común, una enfermera aparentemente dócil y comprensiva que no quiere llegar a ser médico para no contagiarse de la frialdad de esos profesionales de la medicina de la mente (aquí representados por el personaje del viscontiniano Jean Sorel) que todavía utilizaban toda suerte de terapias agresivas contra vagos y maleantes, gays y pequeños delincuentes en un país sumido en la horterez y el consumismo creciente. El filme fue rebautizado como “La mandarina mecánica” pero bien podría titularse “Escalpelo por compasión”. La “Lolita” de Eloy de la Iglesia es demasiadas mujeres para ser una sola, no deja de ser Ana pero sus actos, sus decisiones e incluso su aspecto y su disfraz son impredecibles en esos bloques, que hasta que es desenmascarada por un joven macarra, constituyen su extraño periplo homicida. Femenina y agresiva, pasiva y atada al sonido de una caja de música Anna es una de las grandes creaciones femeninas del director de “La mujer del ministro” Está claro que Eloy prefiere a los malos de su película (si es que tal categoría se puede sostener) porque actúan al margen de sistemas de regulación y control que son aprobados por el estado, los ciudadanos de bien y el capitalismo consumista al que parodia en varios anuncios de televisión, deliberadamente grotescos, pero no tanto, en un deje algo almodovariano. En este sentido Anna sabe adoptar distintos tipos de feminidad: enfermera, anciana, vamp, lesbiana butch y rara vez actúa como se espera de ella. Su refinamiento se opone a la falsa brutalidad del personaje del malogrado Christopher Mitchum el joven delincuente que descubre su terrible secreto. Su mansión (donde lleva a sus víctimas a “morir amando”) es una réplica de esos castillos de las películas de miedo donde los males hacen menos daño a la felicidad que a alienación social y el aburrimiento espiritual. Anna y el médico, Anna y el escalpelo, Anna en el bar de ambiente o leyendo a


Lolita en un club de campo son imágenes difíciles de olvidar incluso para los detractores de este director que “nunca será respetable”.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.