1492, ¿Inicio o fin de la Historia Americana?
“Cada estudiante de la universidad […] es conveniente que no se conforme simplemente con conocer la historia. Debe hacerla, debe participar en ella de manera reflexiva para no caer en los mismos errores del pasado y verse condenado a repetir lo que ya vivieron sus antepasados”. (Antonio Esgueva Gómez)
Antes de referirnos al fin de la historia americana, debemos tener presente tres fechas de suma importancia para el desarrollo del presente ensayo: la primera fecha hace referencia a la batalla de Jena en 1806, acontecimiento que enfrentó al ejército francés bajo el mando de Napoleón contra las tropas prusianas comandadas por Federico III y en la que Prusia salió derrotada. Este hecho histórico será para Hegel, el culmen de la historia universal. El filósofo muestra el fin de la historia, en el sentido de la consumación de los regímenes políticos. Esta doctrina del fin de la historia influirá a varias generaciones de pensadores (entre ellos, Karl Marx), hasta el contemporáneo Fukuyama. La segunda fecha de importancia a la que nos referiremos a continuación es 1989. Después de 183 años de la batalla de Jena, tras la caída del muro de Berlín, Fukuyama planteará nuevamente el fin de la historia universal, como término de la historia ideológica y, la universalización de la democracia liberal concretizada en el sistema capitalista, siguiendo un esquema que se autodenomina hegeliano, es decir «el triunfo de la idea, de la razón universal concretizada en el Estado capitalista». La tercera y última fecha a la que nos referiremos como eje fundamental del presente ensayo, es 1492: la llegada de los españoles a tierras americanas, 136 años antes de la batalla de Jena y 497 años antes de la caída del muro de Berlín. Se habla en estos dos grandes momentos del fin de la historia universal, pero los grandes pensadores pasaron por alto el fin de la historia en América, fin que tuvo lugar hace más de cinco siglos y que aún sigue en vigencia en esta parte del mundo. Según afirma Eduardo Galeano, “a la llegada de Europa a América se decretó que eran delitos la memoria y la dignidad. Los nuevos dueños de estas tierras prohibieron recordar la historia, y prohibieron hacerla. Desde entonces, sólo podemos aceptarla”. Para la América prehispánica, 1492 significó el fin de la historia y el inicio «por
fuerza mayor» de la nueva historia, impuesta por la cultura dominante. Las culturas oriundas de estas tierras, reflexionaron siempre sobre el fin de la historia de su pueblo, pero no sólo pensaron, sino que también iniciaron un largo proceso de recuperación histórica y emancipación que transcurrió durante trescientos años. Se resistieron de muy diversas maneras a aceptar la nueva historia, con el fin de no perder el sentido de ser de sus pueblos, para no heredar esclavitud a sus descendencias y conservar su legado cultural. Señala con referente a esto el cronista López de Gómora, “no dormían con sus mujeres para que no pariesen esclavos de españoles”, de igual forma Fray Bartolomé de Las Casas afirmaba: “las mujeres paridas matan sus criaturas y las preñadas las echan fuera del cuerpo, con tal de no parir hijos de castellanos”. Era pura y sencillamente la forma indígena de revelarse contra el sistema colonial. Muchos aceptaban aparentemente las nuevas costumbres, sobre todo la religión, como es el caso del cacique Nicaragua (Macuilmiquiztli), quien tras su famoso diálogo con Gil González se bautizó y admitió lo propuesto por el español. Es evidente que esto lo hizo por simular una falsa conversión y sumisión ante el conquistador, ya que no depuso las armas y continuó al pie del combate hasta su muerte. Estos hechos históricos muestran, como afirma Eduardo Galeano que “ha sido, la nuestra, una continua experiencia (histórica) de mutilación y desintegración […] Los indios han padecido y padecen la maldición de su propia riqueza, o simplemente la maldición de «no ser existiendo»”. Ese «no ser existiendo» lo refiero a la humanidad del indio, debatida de muchas formas por los españoles: éstos afirmaban que los nativos de América eran, “no hombres”, o tan sólo una “subespecie” humana y por tanto debían ser tratados como tales, además, no tenían alma, y era semejantes a los animales. La lucha de los pueblos de la América prehispánica no sólo se manifestaba en actos de rebeldía contra la corona española. En la memoria de aztecas, mayas e incas dominó el recuerdo de la derrota de sus civilizaciones, es así como expresan en tono melancólico la pérdida de su historia y en general de su sociedad. La cultura azteca rememora en este Cantar mexicano lo que siente el pueblo: "El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. Lloren, amigos míos, tengan
entendido que con estos hechos, hemos perdido la nación mexicana. ¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!" Por otro lado, en el Chilam Balam de Chumayel, los mayas recuerdan amargamente la conquista: "Ellos enseñaron el miedo, vinieron a marchitar las flores. Para que su flor viniese, dañaron y sorbieron la flor de nosotros..." Y los incas, de igual forma, llorando amargamente la muerte de Atahualpa exclamaban: "dolor inacabable que al cosmos acarrean los recién llegados: ¿Qué arco iris es este negro arco iris que se alza? El sol vuélvese amarillo, anochece, misteriosamente. Las nubes del cielo han dejado ennegreciéndose; la madre Luna, transida, con el rostro enfermo, empequeñece. Y todo y todos se esconden, desaparecen, padeciendo". Es evidente que con lo expresado anteriormente, 1492 supone para la América prehispánica, «la historia hecha por fuerza mayor», es decir la nueva historia, la historia que colocaba a los indígenas en un lugar subalterno a su nuevo dios y a su nuevo rey. De aquí en adelante América dejará de ser barbarie y paganismo, pero eso no significa que saldrá del todo del estado natural, es más, afirma Hegel: “esta cultura está destinada a extinguirse […], América se ha mostrado y sigue mostrándose floja tanto física como espiritualmente”. Este determinismo hegeliano y de muchos otros pensadores tanto de América como de Europa, es lo que encasilla al hombre Latinoamericano contemporáneo en una fatal resignación que le limita a luchar por su autoliberación. No le permite tomar en sus manos las riendas de su propia emancipación respecto al yugo impuesto sobre sí. El hombre contemporáneo aún está encerrado en esa “minoría de edad culpable”, de la que habla Kant. No sale, ni se plantea un nuevo proyecto. Debemos ser los protagonistas de nuestra liberación para así forjar nuestra verdadera historia. Y podemos evitar seguir rastreando los restos históricos de una civilización, como la occidental, que no niega a nadie el derecho de mendigar las sobras de su ser, debemos empezar por rescatar nuestra verdadera historia y encender en nosotros el ser pensante y la integración de nuestras culturas.
David Flores Estudiante de Humanidades y Filosofía (UCA)