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La historia… ¿para qué? Antonio Esgueva, IHNCA-UCA Como amante de nuestra historia, tanto de Nicaragua como de América Latina, y como hombre de mil dudas sobre la realidad del pasado, del presente y del incierto porvenir, me parece oportuno destacar que la juventud tiene el reto de conocer la historia de su nación y, además, tiene el deber de contribuir a darla nueva vida, como sujeto agente en ese quehacer histórico. El ser sujeto agente, y no paciente, implica actuar como un ser pensante y consciente, lo que debe ser característico de una universidad, y obliga a no dejarse convertir en un simple número o en una masa manejada, como si fuera de peelastilina. De las muchas inquietudes que se les puedan presentar a los estudiantes en cualquiera de las aulas de clase, destaco las que puedan originarse en el estudio de la historia, sea de Nicaragua o de América Latina. Pero siempre será conveniente no considerar ni a Nicaragua ni a América Latina como islas, y menos en el mundo de hoy, porque la mejor manera de comprender nuestras realidades es teniendo una amplia visión de los contextos globales. No obstante, más de alguno se preguntará ¿Sirve para algo el estudio de la historia? ¿Sirve para algo la propia historia? Tales preguntas no son nuevas, pues ya se formularon en tiempos lejanos. Y, como en toda pregunta y en toda discusión, ha habido respuestas para diferentes gustos. Me fijaré en algunas frases que pueden servirnos para reflexionar. Empecemos por uno de los pensadores griegos, el historiador Herodoto, quien dejó sentada su visión positiva sobre la historia. Su definición, traducida a la lengua de Cicerón, pasó a hacerse famosa en esta frase latina: “Historia magistra vitae”: “La historia es maestra de la vida”. En el siglo XIX, un gran poeta romántico alemán, Heinrich Heine (1797-1856), quien además era periodista, ensayista, crítico político, escritor satírico y polemista, fiel a esto último, dejó para la posteridad una frase sumamente polémica y muy negativa: “La historia enseña que la historia no enseña nada” 1.
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Frase citada por Karlos Navarro en “Lo que enseña la historia”. La Prensa, 7-8-98, p. 11A.
2 Y alguno, aceptando plenamente que la Historia nacional debe conocerse, se atrevió a pronunciar una sentencia, que se ha convertido casi en un axioma: “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Desecho la frase de Heine, porque me llevaría a aceptar que el pasado no ha servido para nada y que el presente no tiene nada que hurgar en el pasado. Sin embargo, también pienso que el comportamiento humano, en muchas situaciones, ha sido tal que pareciera que lo vivido anteriormente no ha enseñado nada. ¿El hombre no aprendió por culpa suya o porque la historia en sí no enseña nada? ¿O será que Heine formula su afirmación, partiendo de que la mejor manera de asegurar que no enseña nada es porque no ha aprendido nada? George Bernard Shaw recuerda un pensamiento de Hegel y afirma: “Hegel tenía razón cuando afirmó que aprendemos de la historia que el hombre nunca aprende nada de la historia”. En este juego de palabras, Hegel niega que la historia no enseñe algo, porque afirma que “aprendemos de la historia que el hombre nunca aprende nada”, lo que implica una crítica a la actitud del hombre por no aprender lo que la historia le presenta. No es, por tanto, que la historia no enseñe, sino que el hombre no aprende de ella, salvo, cuando nos damos cuenta de que el hombre no ha aprendido nada. Visto así, hemos aprendido algo que ha sucedido en el pasado y se nos invita a reflexionar sobre si tenemos que hacer lo mismo que quienes nos precedieron o debemos empezar a aprender algo. Esta perspectiva de Hegel nos invita a tomar en cuenta la frase de Herodoto, una frase alentadora, porque podemos aprender del pasado, de la historia de nuestros pueblos, porque ella es “la maestra de la vida”. Vivir y recoger las experiencias humanas, la vida y el pensar de los pueblos, el quehacer en la búsqueda de mayores logros, no sólo individuales sino también colectivos, es algo que ha conseguido la sociedad. Sin embargo, también ha habido experiencias negativas y, como dice la canción de Julio Iglesias, hemos tropezado en la misma piedra. Y esto debe ser lo importante en nuestro empeño universitario: el saber preguntarnos e investigar las razones que llevaron
a
nuestros
antepasados,
y
a
nosotros
mismos,
a
repetir
acontecimientos “ya vividos” con anterioridad. Unos para bien, otros para mal.
3 Cuando una persona investiga y lee a uno y otro autor y compara lo dicho o lo vivido hace 150 ó 200 años con lo que hoy se vive, no deja de llamar la atención y preguntarse por qué hay situaciones donde pareciera que la historia se detuvo, o diera la impresión de que nos encontramos ante hechos similares a los vividos por nuestros abuelos o bisabuelos. Pareciera, por una parte, que la sociedad ha avanzado y, por otra, que está regresando hacia el pasado. Algunos aspectos de constante repetición tanto en Nicaragua como en América Latina, son bastante frecuentes: la repetición de los caudillismos, la fidelidad casi enfermiza que les muestra mucha gente, la presencia casi constante del militarismo, los golpes de Estado, la enajenación de las masas, la instrumentalización de las mismas, las promesas incumplidas de los políticos, la violación al Estado de Derecho, el poco respeto a la Constitución mangoneada constantemente por algún tipo de poder, el irrespeto a la independencia de los poderes del Estado, la violación frecuente a la Constitución como si ésta no tuviera fuerza para regular sus acciones, la corrupción y los obstáculos puestos para impedir que los corruptos sean juzgados. Además, la mentalidad reinante en muchas personas de que quien posea el poder real, -el llamado “el hombre” en Nicaragua-, tenga que estar por encima de los demás, sin que se sienta obligado a responder de sus actos ante la sociedad; el poco respeto a la voluntad popular en muchas de las elecciones; la confusión entre partido y gobierno, o entre gobierno y nación. Y, para remate, nuestra actitud pasiva, ante tales hechos, se justifica por gran parte de la población latinoamericana aduciendo que así es nuestro temperamento, nuestro sentimiento, nuestra manera de aceptar esa realidad, nuestra “idiosincrasia”. Tal actitud no debe caber en una juventud crítica, porque sería renunciar a la superación individual y colectiva y sería como aceptar que se nos ha impuesto una especie de ley natural que nos incapacita a buscar los cambios, con lo que renunciaríamos a construir un futuro, y lo dejamos en manos de quienes miran más por los intereses particulares que por los nacionales. Tal actitud sería renunciar a ser nosotros mismos y a aceptar sin condiciones nuestra propia enajenación y alienación. Si en una familia el ideal es que todos participen de los bienes comunes, así también debe serlo en la patria o en la nación. Nicolás Avellaneda, presidente de Argentina entre 1874 y 1880, dijo al hablar de la nación: “Nada hay dentro
4 de la Nación superior a la Nación misma”, frase que tiene cierta similitud con la del que también fuera presidente de Nicaragua, Carlos Brenes Jarquín, cuando se atrevió a comparar la importancia del partido con la de la patria, y dejó dicha esta histórica frase, digna de tomarla en consideración por todos los políticos de ayer, de hoy y de mañana: “Patria primero y liberalismo después, porque se puede concebir una patria sin partidos, pero no partidos sin Patria”. La idea de una patria, de una nación, que cobije a cuantos viven en ella, en igualdad de condiciones, con respeto a sus derechos civiles, políticos, sociales, -humanos, en general-, independientemente del credo religioso o político, deben ser aspiraciones de esta generación. Las pasiones exageradas, fomentadas por los políticos para que se vea más importante su partido que la nación, es uno de los puntos en que debe reflexionar la juventud, para no dejarse manipular por los que, con más precisión, pudiéramos llamar antipolíticos y no políticos. La irreflexión que lleva a un enfrentamiento visceral entre partidarios de tal o cual partido, o de tal o cual personaje, tiene que cambiarse por la reflexión de saber discernir lo que conviene a la nación de lo que conviene a determinados sujetos, que viven de la política y tratan de manipular los sentimientos populares. Desgraciadamente, en nuestra realidad histórica latinoamericana, de ayer y de hoy, no se puede aceptar, salvo honrosas excepciones, que el político sea un servidor de la nación. El joven debe saber diferenciar lo que es un raciocinio político en libertad de lo que es una manipulación pues, de lo contrario, tiene bastante probabilidad de ser convertido en una persona alienada y defensora a ultranza de posiciones inhumanas y violatorias a los derechos civiles o políticos. Cada estudiante de la universidad, mujer u hombre, es conveniente que no se conforme simplemente con conocer la historia. Debe hacerla, debe participar en ella de manera reflexiva para no caer en los mismos errores del pasado y verse condenado a repetir lo que ya vivieron sus antepasados. Y, si el camino se hace caminando, como expresa Machado, también la historia se hace viviéndola. Ningún joven debe renunciar a ello.