Que la tinta transmigra

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¡Qué la tinta transmigra! Hecho por Luis Báez La escena se desarrolla en mayo de 2003, en el amplio estudio de Jorge Herralde, editor de Anagrama, en Madrid; el estudio está inundado por la luz lechosa de la tarde que atraviesa los enormes ventanales. Hay un escritorio, tras el cual Herralde se encuentra revisando papeles. Del otro lado, sentado en dos sillones idénticos se encuentran el crítico Ignacio Echeverría y el autor Roberto Bolaño. Se da el siguiente diálogo:

–¡Que entiendas, Bolaño! Por mucho que tus lectores aplaudan tus terquedades de autor indiferente, o te mitifiquen como un cruce in vitro entre un Rimbaud fracasado y nacido en Macondo y un Charlie Brown venido a menos, nadie, entre tu público, te va a soportar una novela de más de mil páginas –Herralde se quitó la mano de la sien y, tras empuñárla lentamente, se empezó a dar golpecitos sobre labios. Un caracol de humo celestelécrtico (que tras fluctuar ceremoniosamente sobre la amplia superficie del escritorio se duplicó sombrío, borroneado en lo profundo de la caoba pulida y veteada de ecos, de un oleaje de savia pretérito, ahora el caracol metamorfoseado en dragón, atado por un hilo azul a la brasa anaranjada) se arrastró hacia Herralde, como un emisario espectral enviado desde la otra orilla de su escritorio, en la cual, acodado, Bolaño fumaba. Luego de un silencio breve en el que Bolaño se quitó los anteojos de marco redondo y los puso contra la luz de la lámpara, empezó a buscar con sus pequeños ojitos de rata –brillosos desde la sombra que la maraña de rizos untaba sobre su frente– los de su editor, dijo:

–Lo harán por una sencilla razón: porque será la última voluntad y testamento literario de su aplaudido, mitificado y, sobre todo, dignamente sufrido autor –metió los los lentes en su boca, exhaló, y luegos los limpió con su camisa hawaiana –. El morbo de los lectores y la crítica en Estados Unidos será fantástico; en latino-américa quizá incluso me empiecen a leer. Tienes que ver la traducción inglesa, ya casi está lista y sé que allá la crítica la espera, se babea, fantasea y especula como si se tratase de una verga descomunal que está a punto de embestirlos, que saben que lo hará y que de nada vale morder con fuerza sobre cuero y, pero que aún se encuentra tras el pantalón; me ven bajar la cremallera y no hacen más que gritar, gemir, empujarse contra mí pidiendo a gritos que de una buena vez los traspase; pero bueno, tú conoces a la crítica gringa mejor que yo, supongo.

–Con seriedad, Bolaño, que esto no va de poco –dijo Herralde todavía más nervioso. Echeverría, quien hasta el momento había permanecido en silencio, sosteniendo un cenicero plateado con su mano izquierda y medio cigarrillo con la otra, desplegó una sonrisa, como para tranquilizar a Herralde; él tiene un plan, dijo finalmente arqueando las cejas. Herralde despegó sus manos del borde del escritorio y se desplomó contra su sillón forrado de cuero, tú también te has vuelto loco, dijo, o los dos se han metido algo, que tú (volviéndose a Bolaño) no deberías meterte por tu enfermedad, y me estáis tomando el pelo; preferiría que pasáramos a hablar como mayores...

–De eso, más o menos –dijo Bolaño–, va el plan: de mi enfermedad. Obviamente (estuviste en la cena íntima que Carolina orquestó para dar la noticia) sabes que el transplante es un hecho... Herralde pasó su mirada de Echeverría a Bolaño sin decir palabra.

–Bueno; esto –prosiguió mientras empujaba sobre el escritorio un enorme legajo encuadernado en cuya tapa se leía 2666– está terminado; yo ya no le querría añadir una línea; pero digamos que sí y démosle esa aura mística de carrera contra la muerte, gloriosamente emprendida pero perdida en un último segundo, que a todos nos encanta, sobre todo a los lectores norteamericanos, que gustan mucho de los autores muertos o desaparecidos; obviamente sabemos que no está inacabada, aunque buscando ese efecto de inconclusión he escrito las últimas páginas, que definitivamente sobran, aunque el final, la conclusión, la resolución de las cinco partes se ubica un poco a la derecha del centro del libro, y como hemos visto, pasa desapercibida pero se intuye...

–Deja las flores que esas te las tiro yo –dijo Echeverría sonriendo–, y aterriza el plan de una buena vez. –¿Pero de qué plan hablan ustedes par de locos? –No te negaré que se trata de una locura, pero mi defendido aquí presente, el señor Diablo en persona –dijo Echeverría mientras se inclinaba para poner su palma sobre la rodilla de Bolaño–, lo pone como condición inobjetable


para cualquier futura publicación de su obra, eso, por supuesto, incluye a esta novela, o renovación de derechos de reedición de las anteriores con esta Editorial.

–¿Pero cómo me hacen esto? ¿Es esto en..? ¿Veo que no me estaís... –Calmate; no se trata de nada diferente a un juego con el que nos divertiremos y del que nadie saldrá herido – dijo Bolaño–; por lo demás no comprendo tu preocupación, cuando el que más gana eres tú.

–No uses tu tono de Sade conmigo, Bolaño. –Bien, la obra, a pesar de parecer inconclusa aporta y representa muchísimo por su simple ejecución; la extensión es inevitable. El primer lanzamiento será, en definitivo, para los lectores iniciados y para la crítica. Créeme que cuando lancemos las cinco novelitas, se venderán, pero es imprescindible liberar al monstruo con todo antes.

–Entonces piensas fingir tu muerte –Herralde respiró hondo–, realmente de eso se trata todo –aquí la pausa fue, en realidad, mucho menos breve que la expresable por un punto y aparte–. Fuera de lo ético, ¿no crees que es como tentar al destino después que te anduvo tan de cerca?

–Oye, morir para el público me resulta imprescindible; si es que quiero volver a vivir, es la única forma que tengo para hacerlo plenamente. Seguiré escribiendo, seguramente más y mejor que ahora, sin dudas ni distracciones. Y, por otro lado, sabes que la ética a mí me da comezón, y tú, de los tres que aquí estamos, eres el último que se puede dar el lujo de olvidar que esto es la industria del entretenimiento... Si bien, no te negaré que la sopa lleva su chorrito de marketing, mi interés es eminentemente literario; el resto que venga de añadidura –se puso de pie y tranquilamente encorvado dio cuatro pasos, hasta que su mano aplastó la brasa del cigarrillo en el cenicero que sostenía Echeverría– Tú –volviéndose de nuevo a Herralde–, que leiste la novela, niega que mi muerte se suspendería sobre cada una de las mil y tantas páginas como un acorde constante y morboso, un acorde que pitaría en los oídos del lector, y quizá no sólo sobre los del lector de 2666, sino sobre todos los lectores, posible y ya hechos, de toda mi obra. Piensa en las ventas – se sentó de nuevo y prendió otro cigarrillo–. Además, esto es un derecho capital de cualquier escritor; dime quién te asegura que Rimbaud no siguió escribiendo, y aún publicando, tras una máscara durante sus viajes. Quién te asegura que alguna de esas misteriosas y gigantes figuras que escriben desde una fingida soledad, o muerte, no son más que personajes a los que autores menores dictan grandes obras que ellos no se atreven a escribir; así la obra se vuelve más real; ¿a qué fin más totalizador podría aspirar un pobre narrador, si no es al de imponer un personaje soñado al catálogo de seres que han pisado y trascendido en este mundo? Sí, claro, ya Borges lo enunció, pero verlo en consumado en la práctica es otra cosa, y para ello el autor debe morir y migrar hacia el personaje. Además, quiero jubilarme, dedicarme a mi familia y otra vez de lleno a la poesía, ahora que ya tengo de qué vivir holgadamente. Para no seguir charlando (a eso no vine), te propongo que el problema posterior de la venta de los cinco libros independientes y de la extraña aparición de esta novela tan grandota se resuelve, precisamente, pagándole un simbólico peaje a Borges, es decir con una nota preliminar que tu firmarás; redactarla, ese si es el fin de esta reunión –Bolaño concluyó con una sonrisa.

–¿Y qué dice esa nota? –preguntó Herralde de bajada, como entendiendo que otra objeción sería inútil. –Fácil; dice que mi voluntad, previendo mi muerte y buscando la forma de dejar cubierto el panorama económico de mis hijos, o qué sé yo, tu conocerás tus palabras, dicta que la obra sea publicada en cinco volúmenes independientes que corresponden a las cinco partes de la novela, que uno será lanzado por año; aquí se presenta una posibilidad de secuela; te aseguro que el lector fantaseará con ello: un espejismo de secuela, que terminada la lectura agradecerá que no se haya hecho de esa forma. Esa decisión de publicación dosificada obedece, ante todo, a razones prácticas y no literarias, que yo, en confidencias contigo y con el señor Ignacio Echeverría acá presente, he expresado que la novela siempre fue concebida como un todo, que mi más honda intención literaria era verla como una sola obra, y que consultándolo con mi herederos, se convino que así fuera; luego, serán lanzados los cinco volúmenes: Dos-por-uno.

–¿Y qué te piensas, que Arturo Belano fácilmente empezará a publicar luego de tu muerte y nadie lo notará? –¿Quién ha invitado a Belano a esta fiesta? Él se la pasa feliz como eternauta del futuro remoto y es mejor no molestarlo. Hablamos del joven Elifaz Lima Soto. Herralde frunció el ceño y Echeverría soltó una risa. Bolaño, que le vas a provocar un infarto al señor, dijo luego.


–Está bien, dejemos los juegos. La cosa es sencilla. Yo diré que morí, tú dirás que morí, él –mientras le ofrecía fuego a Echeverría– dirá que morí; mi familia dirá, muy diplomáticamente, que no tienen nada que hacer en el mundo literario, y que, ya que morí, no se les verá mucho por allí. El año saldrá al año siguiente, con suficiente tiempo para que la campaña de expectativa esté en su punto, y lanzamos, conmigo muerto. Los derechos de las ventas en realidad se los otorgo, esperando no acabar como el buen Lear, desde ya a mis hijos; es mi forma de heredarlos en vida y dejar sus futuros asegurados. Yo seguiré escribiendo como poeta de hambre, sólo que sin el hambre. Desde el momento en que tú aceptes el trato, empezaré a escribir bajo un nombre ficticio; incluso, si es necesario que de pronto aparezcan un par de fotos del autor tengo un actor de suma confianza.

–¿Un heterónimo? –se asombró Herralde ya convencido. Luego se quedó en silencio como si no esperase respuesta. Volvió a posar sus ojos sobre Bolaño y sonrió.

–Llámalo así si quieres, pero yo insisto en que no es otra cosa que un personaje. Un extra, más bien, de una de mis novelas.

–A ver, ¿quién tendrá el honor? –Bueno; recordarás, en uno de los capítulos de Los Detectives Salvajes, uno de los narrados en primera persona, el 20 de la segunda parte, para ser más precisos, el de Xosé Lendorio –Herralde torció los labios y levantó una ceja antes estas palabras–; ¿no?; hombre, el capítulo donde Belano desciende a los infiernos, donde dejé escrita mi iniciación como escritor formal. En el que Belano, mientras trabaja de vigilante nocturno en un camping, rescata a un niño llamado Elifaz, que ha caído dentro de una grieta o sima profunda a la que llaman La boca del diablo.

–Ah, claro, claro...–Herralde asintió –Ya recuerdas. Pues bien, ese niño, Elifaz, hoy cumpliría 17 años. –¿Y eso cómo lo sabés? –Evidentemente, porque yo lo cree. Además, es lógico suponer que he dado cierto seguimiento al vaso que, luego de mi muerte, contendrá mi alma. El niño que Belano saca del pozo no es otro que su propio autor y creador: Bolaño, pero un Bolaño todavía muerto. Elifaz es un Bolaño con la valentía de los muertos, la que se requiere para zambullirse a plomo en el ojo de Dios, Bolaño necesita de ese niño ungido, es el cuerpo que habrá de postergar su existencia. Hoy Elifaz tiene 17 años y algo parece indicar que, aunque todavía no lo sabe, ya trae una buena obra germinando bajo su ala de pajarito muerto. Y bueno, eso sí, Elifaz recurrirá a tu infinita generosidad, porque, entre otras cosas, eres su padrino de bautismo –dijo Bolaño sonriendo–: que uno de tus agentes, no pronto, claro, lo conecte con alguna editorial mediana de provincia, y que luego engrase los rieles sobre los que marcharán la distribución de su obra y todo eso que tú sabes hacer muy bien. La señal para iniciar su carrera literaria la dará él, cuando, desde algún lugar del mundo, gane un concurso literario de ayuntamiento acá en España.

–Pero... bueno, eso pensaba, que convendrá ubicarlo fuera de España. –Exacto, pero eso también está arreglado, pues, aunque no lo he dicho, hay un detalle más acerca de Elifaz. Tiene que ver con otro capítulo de Los Detectives Salvajes, el 14 de la segunda parte, donde Ulises Lima desaparece por varios años tras partir de México junto a una delegación de poetas revolucionarios en los ochentas. Durante ese viaje Lima, aunque nunca lo supo, engendró un hijo: Elifaz Lima Soto.

–Oye, que de esa parte yo no me enteraba –exclamó Echeverría. –Pues el niño ya está crecido, y algo de la pluma de su padre ha heredado. Pero sobre él tendremos de sobra tiempo para hablar... Ahora a lo que vinimos –concluyó Bolaño mientras sacaba dos papeles en blanco de su maletín. Apagó su cuarto cigarrillo y un silencio se posó suave, como una brisa, como el contorno de un atardecer entre los tres, hasta que el celular de Echeverría empezó a sonar, y éste se vio obligado a salir de la oficina para atenderlo. ** Así, el contrato de edición, publicación y distribución fue redactado, firmado y acordado bajo el sello de Anagrama; la nota preliminar del editor acerca de la muerte del autor y la forma de publicación de su obra así mismo fue redactada y ubicada, en una de las primeras páginas de la primera edición de la novela, y desde entonces, en todas las


traducciones y ediciones posteriores; también, quedó muy bien sentado que todos los derechos pasaban directamente a los herederos de Bolaño. Sobre la nota preliminar, Herralde estimó conveniente ubicarla después del epígrafe que abre la novela para, en caso de un hipotético e improbable problema legal, se defendiese la nota como un recurso metanarrativo. Entonces,2666 apareció por las librerías en 2004, más que con penas, con desmesurada gloria; es decir, casi un año después de la fingida muerte de Bolaño. Las ventas han sido inigualables y la figura de Bolaño crece como un hongo atómico sobre el mundo. Sus obras previas han sido traducidas a todos los idiomas del primer mundo y leídas con voracidad. Sus entrevistas repasadas como padresnuestros por miles de fanáticos. Los lectores estadounidenses vueltos locos; los mexicanos escépticos, pero lo leían; los chilenos, añorando, también lo leían. Cientos de ediciones en todas las presentaciones imaginables. Bolaño, sin quererlo, o sin importarle mucho, se volvió una mina de oro. Tres libros póstumos ha publicado. Muchos más premios de la crítica, de los lectores, de los libreros en los años posteriores a sus muertes. El mito de Bolaño se consumó finalmente cuando la pantalla grande le brindó una imagen. La película de Los

Detectives Salvajes con Gael García Bernal interpretando a Bolaño, en su papel mitificado de Arturo Belano, fue un éxito de taquilla en España y latino-américa. Nadie se podía sacar de la cabeza a aquel Gael García barbudo y desaliñado, vestido completamente de jeans y con una bandana, que revoloteaba entre el viento de las carreteras de Sonora, atada al cuello. En 2010 apareció la adaptación cinematográfica de La parte de los críticos (primera de cinco partes en que se divide 2666), esta producción hollywoodense no causó mayor interés entre el público norteamericano; con un poco de mejor suerte corrió su secuela La parte de Amalfitano, interpretada por Alejandro Jodorowsky, quien era amigo cercano de uno de los guionistas, pero igual fue pérdida para los productores. Ya que habían firmado para hacer las cinco películas, decidieron, para ahorrarse algo de plata, contratar a un actor negro desconocido, Daniel Swayne, quien luego, ante la feliz sorpresa de todos, ganó su primer Oscar por su papel de Oscar Fate, en la tercera secuela La parte de

Fate. Bolaño se consagró finalmente como un blockbuster y un bestseller. En 2012 salió La parte de los crímenes, pero esta vez, ya que los ojos de Hollywood estaban puestos sobre la franquicia-Bolaño, se consiguió que la película fuese dirigida por Quentin Tarantino. Un éxito rotundo. Acá, a los cines de Nicaragua, nunca llegaron las dos primeras películas. Sí pude ver La parte de

Fate, estrenada en Managua con varios meses de retraso, y la muy interesante adaptación de La parte de los crímenes. Ya el otro día, me encontré en internet con el trailer de la quinta y última secuela, la que yo más espero: La parte de Archimboldi. No tengo idea de quién interpretará al misterioso autor alemán, pero lo que se ve de él en el trailer promete: una figura altísima, cubierta por sombras y por una larga gabardina de cuero, de pie junto a un hombre bajito y redondo ante una ventana donde se divisaban algunos tanques ingleses. Quién sabe cuándo llegará a los cines de Managua, pero espero que esta ya sea la última carcajada del último chiste, que ya se ha hecho demasiado largo, de Roberto Bolaño. Ese mismo día, luego de ver el trailer, me llegó un correo electrónico en el que anunciaban al ganador del XXII Certamen de Obras Literarias del Ayuntamiento de Zaragosa, un concurso literario de España, mediano tirando a pequeño, en el que decidí participar. Evidentemente no gané, aunque, para mi sorpresa, el ganador fue un compatriota mío. Yo no sabía que otros nicas participaban en esos concursos. En fin, la primera vez que leí el nombre del ganador, debo admitirlo, no me sonó a nada. De eso, ya casi seis meses. Hace dos semanas se publicó la obra ganadora del y ya laconseguí y la estoy leyendo. No sé porque, pero fue hasta que vi el nombre del autor escrito en letras blancas sobre un fondo negro, en la cubierta del libro, cuando todo tuvo sentido: Elifaz Lima Soto, de 27 años. Las bases aceptaban participantes de cualquier nacionalidad de habla hispana, y la obra no sólo fue seleccionada como ganadora, sino aclamada de forma vehemente por todo el jurado; un poemario titulado Muchachos cegados por el alarido de fuego (al ver el título no pude menos que sonreir), compuesto por 66 sextinas que narran el itinerario épico de cuatro jovenes guerrilleros, muertos en los años setenta en diferentes lugares de Nicaragua, y resucitados a mediados de los 80 sin ellos saberlo, que buscaban un lugar donde orinar en una calle oscura de una extraña Managua y apocalíptica Managua, y que, según el jurado (quizá atrevido para un jurado de provincias) definía de una vez por todas el rumbo de la posmodernidad;el poemario es un coro descarnado que se cierra sobre el lector de la forma de improviso; las voces

provienen de toda una generación que de a poco se descubre y, aterrorizada, muestra sus flejes de cadáver exquisito , opinó ya un respetado novelista cubano que reside en Madrid; pero del nicaragüense Elifaz Lima, a pesar de que en pocos días se había vuelto un rumor in crescendo entre algunos círculos literarios de España y poco después una


celebridad local en su país, no se sabía nada, hasta que hoy El Nuevo Amanecer Cultural publica una entrevista realizada vía correo electrónico con el autor. En dicha entrevista, Elifaz aseguraba haber concebido, ejecutado y perfeccionado su poemario en cuestión de dos semanas, a partir de unos diarios que habían estado en su casa desde que él era un niño y en el reverso de los cuales dibujaba lo que en las páginas se narraba; había estudiado Derecho y trabajaba en un bufete; durante los últimos dos años de su carrera había asistido al taller de poesía que la UNAN Managua había abierto al público, donde nunca se presentó ni matriculó formalmente, mucho menos compartir nada de lo que escribía, entre otras cosas, porque cada noche que regresaba a su casa memorizaba los poemas para luego quemarlos, y mejor así, agregaba. De métrica, decía, “no sé nada más que nociones básicas de lo que es un soneto, pero eso sí, he estudiado

todo lo que a la Sextina se circunscribe; al ejercicio de ella he dedicado los últimos meses ”. Sobre sus influencias señaló lo siguiente: “Acostumbro leer poesía en lenguas que no comprendo, pues de ella me atrae más la música, el

movimiento, los compases, las sincopas, las cadencias, que generalmente son empalidecidos por el fondo de las palabras en la lengua madre; procuro nunca despegarme de los clásicos griegos, porque la verdad es imposible hacerlo” .


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