La virtud de los mamiferos: el amor

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La virtud de los mamíferos: el amor

“Un cocodrilo nunca siente dolor por una pérdida, y una serpiente nunca sufre enfermedad alguna o la muerte sobre la separación de sus progenitores. Los mamíferos pueden y lo hacen.” Esta afirmación hecha por el médico y científico Thomas Lewis y sus compañeros de trabajo brinda una aproximación de lo que éste ensayo desarrollará: ¿Cómo afecta el amor en la vida de ese fenómeno tan interesante denominado ser humano? A esa pregunta daré respuesta haciendo hincapié en tres puntos: la desmitificación del amor, la vulnerabilidad causada por disfunciones límbicas y el entorno condicionante. En primer lugar, desarrollaré como la ciencia se ha encargado de desmitificar este término demostrando el primer punto del texto: su composición y su localización. El amor se origina en el cerebro y no en el corazón como muchos piensan todavía. La antropóloga Helen Fisher afirmaría que éste, es causado por la Dopamina: un neurotransmisor que determina una focalización en la persona amada, sin importar lo que haya a su alrededor; sin embargo, este químico no actúa solo, a él se unen otros como la Norefireprina (causante de nostalgia, euforia e insomnio) y la Serotonina (encargada de provocar un pensamiento obsesivo). La fuerza sinérgica de estos neurotransmisores, y otros más de menor importancia, da como resultado a lo que llamamos amor. Estos químicos se producen en un lugar específico: el sistema límbico. Pero, ¿qué es el sistema límbico? Simple: una de las tres divisiones que posee el cerebro humano (cerebro reptil, cerebro límbico y neocorteza), encargada de crear una conexión entre la parte intelectiva (psique) y el cuerpo (soma). Esta unidad es necesaria para que el conjunto de sensaciones provocadas por los neurotransmisores se puedan efectuar, ya que el soma es el que recibe del exterior las sensaciones, la psique las analiza y crea una respuesta que es re-enviada a nuestro cuerpo como un eco ante el estímulo externo. Una vez comprendida la conexión realizada por el sistema límbico y el papel que desempeñan los neurotransmisores, puedo adentrarme en el segundo punto del argumento. Cada atributo específicamente humano (amor, inteligencia, pasión, entre otros) confiere una vulnerabilidad


equivalente. El segundo punto remite a la vulnerabilidad causada por disfunciones límbicas. Para explicar esto, me valdré de dos funciones límbicas que acuñan Lewis y sus compañeros: resonancia límbica y regulación límbica, además de su importancia. La primera es empatía emocional: el sentirse congruente emocionalmente sea con uno o varios sujetos límbicos a la vez. La segunda: la cooperación que existe entre dos seres humanos encargada de ajustar y fortalecer mutuamente sus ritmos neurológicos, creando un balance estable en la cantidad de neurotransmisores producidos: es la modulación emocional. Ambas son cruciales en la vida de un niño porque si los padres no cumplen con la inversión de tiempo, y no lo acompañan en los primeros dos años de vida brindando cariño, alimento y compañía, es probable que el infante no encuentre seguridad en ellos, consecuentemente, se crean lesiones en su sistema límbico. Durante esta primera etapa de la vida, se crean los patrones como el de la forma de relacionarse con los demás, los cuales inciden positiva o negativamente en todo tipo de relaciones que intente mantener en su futuro, asimismo en su personalidad. Lo afirman Lewis y compañeros diciendo que “sin una rica resonancia límbica, un niño no descubre cómo sentir con su cerebro límbico, cómo sintonizar al canal emocional y aprehenderse a sí mismo y a otros. Sin una oportunidad suficiente para la regulación límbica, él no puede interiorizar un balance emocional.” Como efecto de las lesiones límbicas, los niños crecen y se convierten en adultos sin identidad definida, imposibilitados a modular sus emociones, propensos a un caos; y no sólo interno. De lo que alguna vez pudo llegar a ser un ser humano saludable, se obtiene uno con una ruptura neuronal capaz de realizar actos inicuos. En las calles de nuestras ciudades deambulan diariamente niños y niñas que no estudian y se ven forzados a trabajos rigurosos o amendigar para su alimentación. Vivos ejemplos de disfunciones límbicas; imposibilitados parcialmente a dar y/o recibir amor en su plenitud. Esto se debe a la falta de un modelo de relaciones límbicas estables el cual seguir, que debió haberse presentado en sus primeros años de vida en su familia. Finalmente, el entorno condiciona fuertemente la posibilidad de un ambiente básico para un buen desarrollo límbico; este contexto condicionante es el tercer punto de este ensayo. El ser humano posee una necesidad de relacionarse con otros, sea para compartir, competir, compararse, recrearse, complementarse o diferenciarse. Al tener esa necesidad, el sujeto varía su personalidad para que el otro individuo se sienta a gusto, límbicamente hablando. La realidad es lo que más modifica al ser humano. La sociedad, la cultura, la política y la educación entre muchas otras variantes afectan directamente el sistema


límbico, viéndose obligado el ser humano a modificar su forma de relacionarse y consecuentemente su forma de amar. Dentro de una sociedad con claras divisiones sociales y sectoriales, se presenta el individuo deshumanizado: abstraído en sus cuestiones y parcialmente desligado de la sociedad, de sus emociones, incapaz de amar. Todo a causa de la disfunción límbica. Ahora bien, ¿Qué hace la humanidad en general ante esta situación?, ¿Se cuestiona sobre ella?, ¿Busca soluciones?, ¿Está dispuesta a cambiarla?, ¿A invertir amor? Así como dice el poeta William Carlos Williams, “es difícil recibir algo nuevo de los poemas y aún así los hombres mueren miserablemente todos los días por la falta de lo que ahí se encuentra”, asimismo sucede en la realidad actual. Algunos científicos como H. Fisher, T. Lewis o E. Punset afirmarían que las personas mueren por falta de sentimientos, especialmente por falta de amor. La sociedad, la corrupción, la falta de recursos económicos, el desprecio entre los miembros de la familia, en fin: el entorno institucional, es un fuerte condicionante para la formación de estos sentimientos y el desarrollo de una sociedad plena. Acotaría el novelista estadounidense Walker Percy: “el hombre moderno está extrañado de ser, de su propio ser, del ser de otras criaturas en el mundo, de ser trascendente. Ha perdido algo… qué, no lo sabe; él sólo sabe que está enfermo de muerte con la pérdida de eso.” Sí, el amor. Brindándolo a los niños, a esos pequeños constructores del mundo de mañana yace la respuesta, la cura a esa enfermedad; ya que en sus neuronas aún plegadas está la posibilidad de crear el próximo mundo o destruirlo.

Gustavo Moreira Estudiante de Humanidades y Filosofía (UCA)


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