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vIDA SOCIAL EN E ISHEL
from Jaim Jadashim #69
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Esterelato que voy a hacer sucedió en el año de 1956 accidentalmente y decidí relatarlo porque creo que es muy interesante.
Siendo yo estudiante de la carrera de Cirujano Dentista, hice amistad con uno de los que fueron mis compañeros, Arturo después fuimos socios.
En aquel entonces las vacaciones en la universidad eran los meses diciembre y enero. Estando yo de vago en esos días, recibí una llamada telefónica de Arturo que la hacía desde los Estados Unidos (Newport, California) y me preguntaba qué hacía, desde luego nada. Yo le pregunté qué hacía por esos rumbos y me platica que su padre compró un yate velero con el objeto de trasladarlo a Acapulco, México, y me invitó a hacer el recorrido con él. Esto me emocionó y tentativamente le dije que sí haría el viaje previo permiso de mis padres y unos días después emprendí el viaje a los Estados Unidos. Mi amigo me recogió en la frontera y de allí nos trasladamos a Newport. Llegamos a la marina donde estaba el Club de Yates. El yate era una cosa preciosa muy amplio, sus camarotes podían albergar entre siete y diez personas.
Yo le pregunté cuándo zarparíamos, él me contestó en cuánto recibiera el permiso en la Secretaría de Marina americana y además consiguiera un grupo de personas necesarias para poder navegar el yate, entre ellos lo más importante sería el capitán por sus conocimientos en navegación e interpretación de los mapas marítimos. Según me dijo el viaje nos tomaría de siete y diez días con buen tiempo en el océano y viento porque era un velero.
Empezamos en los días subsecuentes a equipar el yate (comestibles, revisar la planta de luz, los depósitos de agua potable y algunas otras cosas) conseguimos la tripulación y decidimos empezar el viaje. Nuestra ruta era bajar por la Baja California (México) y seguir hacia Acapulco. Empezamos por el puerto de Ensenada, la Isla de Cedros donde anclamos por una noche, ahí algunos botes de pescadores se acercaron e hicimos un trueque de una cajetilla de cigarrillos por diez langostas, las cuáles cocinamos y fue una delicia. Al día siguiente seguimos navegando, la meta era llegar a Cabo San Lucas y de ahí seguir bajando por la costa mexicana. En Cabo San Lucas por lo general hay siempre mal tiempo en el mar porque es donde se unen el Golfo de California y el Océano Pacífico, debido a esto nos alejamos de la costa ya que nos podríamos estrellar contra las rocas o encallar y nos fuimos mar adentro, pero cuál fue la sorpresa que nos agarró una enorme tormenta.
Durante la tormenta, nuestro capitán se tomó unas cuantas copas y perdió la noción de la navegación y así estuvimos por tres días, sin saber dónde estábamos en medio del mar; afortunadamente un guarda costas americano nos ubicó por medio de su radar. Viendo los mapas de navegación observamos que estábamos a dos o tres días de las Islas Marías. El objetivo era llegar a las islas para poder hacer ciertas reparaciones al yate, una de ellas era a los contenedores de agua potable ya que se había contaminado toda el agua.
Atracamos en el muelle de la Isla María Madre, aquí es donde se encontraba el famoso penal. Obviamente para poder desembarcar necesitábamos del permiso del Gobernador quien era un general ya que la isla estaba gobernada por el ejército mexicano, obtuvimos el permiso y así fue como desembarcamos. Se acercaron al yate militares y funcionarios, nos ofrecieron toda la ayuda para reparar los desperfectos. Esto, iba a tomar unos días. Ya en el pueblo nos encontramos con un pequeño zócalo y el kiosco con la música que todos los pueblitos de México tienen, realmente para nada parecía un penal.
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De pronto oí que alguien me llamaba por mi nombre, y el asombro fue ver a alguien vestido de militar. Cuando se acercó lo identifiqué era un colega de la carrera universitaria unos tres años mayor en los estudios, pero conviví con él hasta que se graduó. Yo le pregunté qué hacía en la isla, él me contestó que después de la graduación le ofrecieron el trabajo de médico dentista a través del ejército. Esto me agradó mucho y también a Arturo; él nos ofreció que podíamos vivir en su casa por el tiempo de nuestra estancia. Él era casado y su esposa no se encontraba en la isla, pues se había ido a México a dar a luz. Recordamos muchas cosas chuscas de la universidad.
Los funcionarios que habitan en la isla viven en una colonia (Mérida) sólo para los funcionarios, con casas muy bonitas hechas con madera de cedro. Se me olvidaba decir que los reos que habitan la isla no se les llama con la palabra “reos”, sino con la palabra “colonos”.
La vida en las islas es interesante, a los colonos que se portan bien el gobierno les otorga el beneficio de traer a su familia inmediata a vivir junto a ellos.
La isla tiene áreas de sal que comercializan también tienen henequén y maderas preciosas con lo cual producen artesanías (juegos de dominós y ajedrez).
Jaim Jadashim Nueva Vida
Le pregunté a uno de los colonos dónde había una peluquería, pues necesitaba un corte de pelo y rasurarme ya que con la tormenta no se podía hacer nada por el movimiento del yate. Él me llevó a la peluquería de la isla y me presentó con el peluquero al cual yo le expliqué qué era lo que yo deseaba. Él hizo su trabajo y yo le pagué. Al salir de la peluquería el colono que me llevó a la peluquería me hace un comentario diciéndome quién era el peluquero, obviamente yo no lo conocía. Él me contestó que era conocido como ‘El Sapo’ y que era uno de los criminales más grandes de México, que le habían probado en su juicio más de 60 muertes (yo estoy vivo gracias a D’os).
El general que gobierna la isla nos invitó a Arturo y a un servidor a ir de cacería a una de las islas vecinas que son parte del Archipiélago de la Islas Marías (Cleofas) donde hay una vegetación impresionante y maderas preciosas. No cazamos nada, pero nos divertimos mucho.
Regresamos a la Isla Madre y nos alistamos para nuestra partida. El yate fue atendido por los desperfectos que sufrió en la tormenta; ya estábamos listos para zarpar a Acapulco. En el muelle, se fue a despedir uno de los colonos que hizo amistad conmigo y me trajo de regalo un costal con una boa de dos a tres metros de largo y me dice que de ahí puedo sacar piel para zapatos y una bolsa para mi mamá. La intención era buena y por cortesía no pude negarme, desde luego ya una vez mar abierto tiramos el costal al mar.
Nuestra ruta era Puerto Vallarta que estaba a 100 millas náuticas de distancia. Enfilamos esta ruta porque teníamos órdenes del papá de Arturo de no continuar hacia Acapulco por problemas de índole familiar. Después de un día y medio llegamos a Puerto Vallarta dónde yo me despedí de mi amigo y decidí regresar a la ciudad de México, porque no sabíamos cuánto tiempo iba a demorar el viaje hacia Acapulco.
Yo en lo personal nunca me imaginé pasar esta aventura, lo cual demuestra lo que la vida nos puede deparar.
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