—Olvida eso. De nada nos servirán esos papeles si nos ahogamos. En esa migración involuntaria me topé con niños, ancianos, mujeres obesas, que detenían la marcha por el cansancio. Pero sus familiares los azuzaban con voces airadas para no hacer pausas. A las afueras de la ciudad observamos a unos jóvenes trepados en postes de luz. Miraban hacia el este. —¿Ven algo? –les preguntaba alguien desde el pavimento. —Nada –contestó un chico. —¡Ahí! –señaló otro muchacho, antes de lanzarse al suelo y correr hacia el oeste. Al bajar de los postes, la gente los rodeó. —¿Qué ocurre? —Hay una humareda. —¿Qué dijo? –preguntó una viejecita. —Que lo más probable es que se halla incendiado la petroquímica –le respondió una muchacha con voz fuerte. Nos vimos forzados a cambiar de dirección. 11