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Diario del AltoAragón Domingo, 11 de agosto de 2002
ETNOLOGIA Por Bizén D’O RÍO ANTECEDENTES HISTÓRICOS “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy...”. Este pan nuestro ha constituido el primer incentivo de nuestra vida porque de él ha dependido la subsistencia de toda la familia. Ganarse la vida ha sido ganarse el pan, pues desde aquel lejano día en que Yahvé castigó la desobediencia del primer hombre, lo condenó “a ganarse el pan con el sudor de su frente”. Momento que marca indefectiblemente el alimento, el pan, sobre el que girará en gran parte la Historia, pues si las malas cosechas no daban pie a las guerras de rapiña, la carencia de trigo para elaborar ese pan diario sí que ha desencadenado revueltas sangrientas. Durante el periodo Neolítico, sabemos que los naturales de estas tierras elaboraban una especie de pan con la harina de las bellotas, pero luego se desarrolló un trigo panificable del cual descienden los de hoy en día utilizados en la panificación. Este trigo era ya utilizado en Mesopotamia. Fueron primero los orientales quienes se prepararon los hornos para cocer el pan; Moisés hace mención de éstos en varios pasajes del Antiguo Testamento; los griegos imitaron y la figura del panadero aparece claramente en torno a los siglos VI y IV a.C. en las ciudades griegas, asumiendo en ellas las labores de molienda y panificación al mismo tiempo; más tarde serían los romanos que tostando trigo y luego convertido en harina lo panificaban. Juvenal sentenció cínicamente aquella frase de que a Roma se le apaciguaba con pan y circo. Incluso el Senado halló la fórmula de
Historia del Pan (1) la llamada “pax romana”, por lo menos la interior, repartiendo hogazas de pan gratuitamente a todos cuantos ostentaban la ciudadanía romana desde el año 123 antes de Jesucristo, una ingeniosa forma que les permitía, a la vez, tener censada a la gente y con ello controlada la población. Fueron igualmente los romanos los que establecen hornos públicos, que en los comienzos no eran más que una especie de grandes calderas de bronce. Durante el reinado de Tarquino el Soberbio, los romanos comenzaron a construir hornos de mampostería, algo ya fijo y, sobre todo, sólido. Después de Plinio, en el año 168 a.C., son los romanos los que demandan
y hacen venir a panaderos atenienses, ya que era muy renombrado el pan de su ciudad por la buena calidad. Había personas encargadas de encender y mantener el horno. Muchos de éstos mantenían las dos funciones, la cocción y la molturación, o sea, en los mismos locales se convertía el trigo en harina y en pan sucesivamente. Posteriormente los ciudadanos fueron autorizados a construir hornos y, como siempre, muy previsores, dictaron leyes en torno a las precauciones a tomar contra los incendios; debemos tener en cuenta que en la legislación romana se basan todavía muchas de las leyes actuales. No es de extrañar, pues,
que el Derecho Romano legislara que cuando un horno era construido contra un muro medianero, el propietario de la casa vecina podía obligar al dueño del horno a reparar los daños causados por la proximidad. Igualmente, legislaba que el constructor debía dejar un hueco de seis codos entre el horno y las casas vecinas, a la vez que reglamentaba la altura que debían alcanzar las chimeneas. Todo, pues, estaba controlado y son los mismos romanos los que llegan a fundar un Colegio de Panaderos, obligando a los que pertenecían a permanecer en él; sus hijos no eran libres de salirse y las esposas e hijas debían pertenecer al mismo. Se les puso en po-
sesión de todas las panaderías que existían, así como de los muebles, esclavos y animales, se añadieron tierras y heredades; no se escatimó nada para ayudarles en su trabajo y en su comercio, con el fin de tener un buen pan. Eran los más protegidos dentro del Imperio Romano, porque, incluso, el trigo de los graneros era confiado directamente a los panaderos. Solamente en Roma, bajo el Imperio de Augusto, había 329 panaderías públicas repartidas por todos los barrios. El consumo de pan era considerable y, según nos relata Marcial, hacían para el desayuno de los niños, bollitos en forma de seta, media luna, trenza y otras figuras próximas al mundo infantil, aunque preparados con masa dulce y que alguna de estas formas ha llegado hasta nuestros días en esas trenzas y lazos que todavía hacen los panaderos altoaragoneses.
ticos como seglares. Unas sencillas publicidades de productos farmacéuticos y de academias por correspondencia, acompañan a una curiosa sección titulada “Banco del Corazón de Jesús” donde a renglón seguido se comentan ayudas recibidas, y peticiones que por
auténticas necesidades surgen. Siguen dos páginas de “Consultas y Respuestas”, algo imprescindible en unos años en los que las dudas surgían a todos los cristianos. Algo que se acompaña con dos páginas tituladas “Carta de más, carta de menos”.
BUCEANDO EN LA EMEROTECA
Mensajero del Corazón de Jesús Por Bizén D’O RÍO Como órgano del Apostolado de la Oración, veía la luz esta publicación en Bilbao en el año de 1958, estando dirigida por D. José Velasco, S.I., y elaborada por un Consejo de Redacción constituido por: Pedro Mª de Iraolagoitia, R. Arberas Isusquiza, Gaizka de Usabel y Enrique Larracoechea, corriendo a cargo de la administración Jesús Leguina, el cual se apoyaba en Publicidad Repex que desde Madrid se encargaba de conseguir una publicidad que ayudara en su economía. En tamaño folio, tapas en couché a todo color y cincuenta páginas a tres columnas con profusión de ilustraciones, su precio de suscripción para España era de 100 pesetas anuales, estando encargada de su impresión la Imprenta y Encuadernaciones Belgas S.L. de Bilbao. Como revista religiosa jugó un papel importantísimo en los años cincuenta y sesenta, renovándose con posterioridad y manteniendo siempre una línea constante de actualidad, tanto en
la información, como en la formación religiosa del lector, pero sobre todo de la familia española católica a la cual estuvo dirigida desde sus comienzos. Se abría con el sumario y dos primeras páginas con la sección titulada “Bueno, Malo, Regular”, con unas columnas de textos correspondientes a cada calificación, abordando estos calificativos sobre un tema que, con letra negrita, se destacaba en columna paralela. Le seguía “La Formación” que abordaba este aspecto necesario según el Concilio Vaticano, tratando se cultivara la formación humana y cristiana, por ello, en sus números aparecieron temas relacionados con la formación sacerdotal, el matrimonio, la paternidad, los hijos, etcétera. “Misiones”, obra indispensable y sacrificada para los hombres que predican la palabra de Dios como catequistas, en las comunidades cristianas alejadas, faltas de recursos y en ocasiones bajo condiciones infrahumanas, necesitados de ayuda. Reportajes sobre el coraje de
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algunos sacerdotes en países problemáticos políticamente. La Escuela de Hélder Cámara. Los “hippies”, abordados como movimiento antibelicista y su llamada “progressive education”, algo que inquieta en aquellas fechas. A la vez que se acompañan con estudios sobre el prójimo y el mensaje que nuestro vecino nos envía. Una extensa relación de “Libros de Educación” con referencias desde los más elementales a los más profundos. “Padres e Hijos”, auténtico dossier y prácticamente una escuela de padres, que por capítulos adentra a los españoles en la no fácil tarea de la paternidad. “La otra cara de...”, páginas que nos hacen presente la vida en los suburbios de las capitales de España, algo próximo a nosotros. Las “Novedades del Mensajero”, publicaciones editadas por esta revista con impreso para cortar que sirve como Boletín de Pedido. Unas páginas dedicadas a “La Iglesia en el Mundo” son el noticiario más completo del acontecer en torno a la Iglesia y a sus miembros, tanto eclesiás-