EL CUENTACUENTOS 2015 20º CERTAMEN NACIONAL DE NARRACIÓN PARA JÓVENES AUTORES
La Biblioteca del Colegio Arturo Soria Duque de Tamames, 4 28043 MADRID Tlf. 91 415 72 95 e-mail: biblio@colegioarturosoria.org
El Cuentacuentos
Editado por Julia Insausti Colegio Arturo Soria Madrid, 2004 Tlfno. 91 415 72 95 ceas@colegioarturosoria.org Dise単o Portada Vicente Gonzalo Imprime: STOCK CERO, S.A. San Romualdo, 26 28037 MADRID Tfno. 91 7545454
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ÍNDICE 1º, 2º, 3º Primaria EL CUENTO DEL SOL Y LA LUNA (11) Carla Delgado Vique, (Sevilla) SER FELIZ CON MENOS (15) Carlos Gallego García, (Las Rozas – Madrid) 4º, 5º, 6º Primaria OPERACIÓN CUPIDO (22) Alegría Ibáñez Regil, (Madrid) EL PEQUEÑO MUNDO DE LOS GIGANTES (38) Lucía de Dios Pantoja, (Torres de la Alameda-Madrid) Secundaria LES QUATRE CHATS ROUGES (49) Alejandro Mejía Reinoso, (Barcelona) ÚLTIMA CARTA (61) Lourdes Micaela Costa Pintos, (Murcia) Bachillerato EL DÍA QUE ABANDONE MI PAÑUELO (69) Eduardo de la Iglesia Pérez, (Navahermosa-Toledo) NUNCA (77) Carmen Sánchez Cabezas, (Badajoz) Mejor cuento del Colegio Arturo Soria ÉRASE UNA VEZ LA NATURALEZA (89) Vega González García (Madrid) Storyteller TO YOU, GREEN EYES (93) Celia Lilianne Desmarescaux Santos, (Madrid) PLEASE, DO NOT FORGET (101) Álvaro Mandiá Carrascosa, (Madrid)
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JURADO DE LA CONVOCATORIA 2015
Ana López Verónica Gayá Silvia Senabre África Martino Mª José Tellez Ángela Vico María Sanabria Carmen García Ana Rodríguez Ángel de la Vega Mercedes Varela Juan Hernández Pablo Fajardo Julia Insausti Marta Marugán Christian Pérez Hana Gallová Raquel Fernández
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PRÓLOGO
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ste año celebramos con mucha ilusión el vigésimo aniversario de nuestro “Certamen nacional de narración para jóvenes autores”, El Cuentacuentos. Con este motivo se inauguró una nueva categoría en lengua inglesa, para alumnos de secundaria y bachillerato. A la ceremonia de la entrega de los premios, invitamos al fundador de este certamen que hace tiempo se marchó de Madrid para emprender un nuevo proyecto profesional y vital. Juan Antonio aceptó nuestra invitación y no solo nos acompañó y participó en la entrega de los premios sino que además nos regaló un relato muy especial, cuyo protagonista es un alumno de este colegio, que ve y descubre cosas sorprendentes más allá de los muros de su propia realidad. Juan nos mostró el espíritu que le animó a dar vida a este certamen hace 20 años, cuando aún era nuestro bibliotecario, indicándonos cómo una mirada atenta y el deseo de aventura nos lleva a transformar el mundo, que en definitiva es lo que hace todo escritor y lo que esperan los lectores. Por todo ello le estamos muy agradecidos y le dedicamos este número tan especial en la historia de El Cuentacuentos. Por otro lado, Carla Delgado es una niña de Sevilla que a pesar de tener solo 8 años, ya es veterana en este concurso pues ha sido premiada durante tres años seguidos. En esta ocasión no pudo venir a recoger el premio. Su padre nos envió una carta que reproducimos a continuación pues refleja muy bien el espíritu de El Cuentacuentos y nos anima a continuar en esta andadura ya tan sólida y veterana.
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“Estimados padres y alumnos del Colegio Arturo Soria: Mi nombre es Manuel, y soy el afortunado padre de Carla Delgado, una de las premiadas en el certamen de cuentos que, año tras año organizáis. Me dirijo a ustedes con la intención de agradecer tanto al jurado, por haber seleccionado el cuento de Carla, como a los organizadores del concurso que, me consta, con tanto trabajo y esfuerzo, a la vez que ilusión, organizáis cada año, y ya van veinte. Pero me gustaría agradecer, de una manera especial, a los cientos de participantes que, cada año, abren sus cuadernos, cogen sus lápices y, palabra a palabra, abren sus corazones y sus pensamientos a otros tantos lectores. Me gustaría agradecer especialmente a los participantes que cada año envían sus cuentos y relatos con ilusión, a aquellos que no los mandan pero que hacen el esfuerzo de enfrentarse a la página en blanco que nos da tanto miedo. Me gustaría agradecer a estos pequeños escritores la dedicación a una tarea que, ciertamente, y ya lo descubrirán por ellos mismos, les va a suponer más satisfacciones que desdichas y más alegrías que tristezas. Escribir es una misión complicada, difícil, a veces poco valorada, pero siempre gratificante, por lo que encierran cada una de las líneas de un relato, de una poesía, de una historia, novela o cuento, por lo que supone para el escritor el difundir sus ideas, sus pensamientos, sus dudas, sus inquietudes, su imaginación. Me gustaría agradecer a estos pequeños escritores, ganen o no, concursen o no, publiquen algún día o no, me gustaría agradecer, digo, la posibilidad que nos dan de acceder a sus mundos. Leed. Escribid. No dejéis nunca de hacerlo. Seréis libres.” Manuel Delgado Marín.
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YO NO SOY CARLOS
Juan Antonio Morán
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o no soy Carlos. Si os fijáis bien podríais aventuraros a decir que nos parecemos, pero, en realidad, somos muy diferentes. El momento del día que mejor nos distingue es cuando suena el timbre que anuncia la salida al recreo. Carlos coge el cuaderno azul, los rotuladores -siempre lleva naranja, amarillo y verde para señalar según qué cosas-, algún libro en el que ande metiendo la nariz, y ni siquiera recoge el abrigo, porque va directamente a la biblioteca. Le reconoceréis enseguida: en una esquina de la sala, murmurando algo incomprensible mientras mira por la ventana u hojeando algún cómic con uno de esos títulos difíciles de pronunciar; medio rubio, poco amigo de los cepillos del pelo, flaco, tan alto como la profe de mates y lleva unas gafas grandes de pasta, con montura blanca y algún remiendo de celo. Yo, en cambio, salgo disparado al patio, con tanto ímpetu que si me cierran las puertas nada me impide salir por la ventana. Necesito espacio abierto, moverme sin demasiadas limitaciones. Estos pasillos no esconden las maravillas del colegio Hogwarts de mi querido amigo Potter, pero... al fin y al cabo, la aventura consiste en encontrar la respuesta a una pregunta sin solución aparente, y de ese modo, estas paredes pueden ser una fuente inagotable de, llamémosle, misteriosos acontecimientos... ¿Por qué desconocido encantamiento desaparecen todas las mochilas de color rosa en el vestuario de las chicas? ¿Qué significado tienen los signos extrañiformes rotulados detrás de la puerta del baño de profesores? ¿Cómo ha sido posible hacer desaparecer la bombilla de la farola del patio cuando cuelga de un mástil a 12 metros de altura? ¿Es verdad que el esqueleto de la clase de ciencias fue de un antiguo alumno que se quedó en los huesos por enamorarse de su profesora de química? Solo he logrado adivinar alguna de estas respuestas...
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Pero yo no soy Carlos; me es imposible permanecer sereno en un lugar por mucho tiempo, como hace él. A veces siento una energía irresistible que me impulsa, y tengo la necesidad de escapar lejos, saltando la valla, o aprovechando un descuido en la vigilancia de Mariano, el conserje, para acudir a cualquier descubrimiento importante en aquel lugar donde menos se me espere. Y entonces ya sabéis lo que ocurre... Hasta el viaje más pequeño te guarda alguna sorpresa si estás atento... hace un momento, mientras venía, he cruzado un espacio del parque junto a mi casa por un lugar que no acostumbro y en el trayecto he tenido la sensación de haber pisado sobre una losa blanca y redondeada en la que jamás, nunca, nadie, habría pisado antes, un pequeño espacio sin descubrir que, podríamos decir, he sido el primer ser humano en explorarlo al completo... Pero en otras ocasiones solo la imaginación puede superar la visión de lugares tan espectaculares como las cascadas kilométricas del rio Kimbo, el descarnado Desierto de los Escorpiones Dorados -al que se accede solamente si te quedas dormido en el primer vagón de cada metro que entra en la estación de Pirámides-; el famoso Glaciar Laberinastro, donde, cada noche, el reflejo de las constelaciones, mil veces repetido en sus inmensas paredes heladas, conforman una escritura primitiva que algunos consideran mensajes del mismo Dios, o los bosques negros del archipiélago Extinto donde una lluvia ácida de origen desconocido, muy muy -peroquemuyde vez en cuando, destiñe y diluye el paisaje permitiendo que en ese blanco inmaculado se oculte toda una fauna de animales albinos... Y aún me queda tanto por conocer... Me gustaría poder descubrir donde se esconde la Atlántida; o averiguar si el infierno en verdad existe, o me conformaría con ir al espacio, a la luna, me gustaría ir a la luna... No sé si tendría que hablar con el señor Armstrong dicen que fue el primer hombre que puso un pie en la luna-, o bastaría con hablar con mi buen amigo Tintín...
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Yo no soy Carlos, aislado en su propio espacio, refugiado entre pantallas y papeles, como un parapeto que parece separarle del mundo y de la gente; yo no tengo miedo a nada ni a nadie, entre otras cosas, porque pienso que el miedo es contagioso, y no hay nada más amenazante y peligroso que alguien pueda llegar a verte con temor. He hablado, por ejemplo, con fantasmas de este y el otro lado de la realidad... porque no sé si sabéis que la realidad tiene un doblez en los días impares, y si cruzas una puerta verde andando de espaldas a las 11 y 11, pasas al otro lado, donde viven los seres irreales…; yo no acostumbro a hacerlo porque los fantasmas son muy charlatanes, y luego tengo que dar explicaciones en casa cuando vuelvo tarde y me da mucha pereza tratar de convencerles de algo tan obvio. También he tomado té de mandrágora con las brujas que organizan las tormentas de los días de fiesta; aquella tarde, por cierto, estaban cocinado unas enormes borrascas para aguarles la semana santa a los pobres sevillanos, que ya tenían preparadas sus antorchas, sus procesiones de imágenes delicadas y esos cucuruchos de colores con los que ocultarse el rostro. Pero a estas alturas más de una obispadilla y más de algún listillo de sexto curso habrán sospechado que yo no soy Carlos... porque no soy real, porque solo soy una de sus muchas invenciones, una de esas criaturas que Carlos utiliza para viajar sin necesidad de salir de su esquina favorita. Yo no soy Carlos, pero veo por sus ojos, hablo sus palabras y sondeo metro a metro, segundo a segundo, imagen a imagen, el maravilloso mundo que construye en su mente entre clase y clase, en la hora del recreo, antes de acostarse, o mientras relee por segunda vez la Trilogía de El Hobbit. Ahora que me habéis reconocido, me gustaría pediros un enorme favor personal: si conocéis a Carlos, o si os encontráis en la biblioteca a alguien que pudiera ser él, ofrecerle vuestra colaboración, planead proyectos comunes, explicarle que vosotras, que vosotros también conocéis el secreto de cómo llegar
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al desierto de los escorpiones dorados, y que estáis dispuestas a compartir con él esos otros lugares que nadie conoce salvo vosotras. Y si no os contesta, o si se diera el caso de que su respuesta no os pareciera coherente, retiraros disimulando con cualquier excusa, dejarle que siga concentrado o delirando, porque muy muy -peroquemuy- probablemente, en ese preciso momento, esté buscando... la manera de enviarme a la luna. JUAN ANTONIO MORÁN Fundador del Certamen de Escritura Joven: EL CUENTACUENTOS Invitado de honor a nuestra fiesta de entrega de premios en su 20ª edición.
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1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA
Carla Delgado Vique
EL CUENTO DEL SOL Y LA LUNA Carla Delgado Vique, 8 años Colegio Ntra. Sra. del Belén (Sevilla)
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n día, en lo más alto del cielo, el Sol brillaba, como todas las mañanas. Llevaba puesta su camiseta naranja y unos pantalones que le habían regalado por su cumpleaños, también naranjas. En ese momento, el Sol se estaba preguntando: −¿Cómo será la noche? Así que, tanto y tanto lo pensó, que al final decidió que esperaría a la noche y a la Luna. Cuando cayó la noche, el Sol le preguntó a una nube: −¡Hola nube! ¿Me puedo esconder detrás de ti? −¡Vale! −respondió la nube− pero... ¿para qué? −Para ver la noche −contestó el Sol. El Sol se escondió tras la nube y esperó. Vino la Luna y por fin el Sol pudo ver la noche. Vio a la Luna. Vio a las estrellas. Vio las luces de las casas y las farolas encendidas. No vio a ningún niño jugando por la calle. Y, por primera vez en su vida, el Sol escuchó el silencio. Al Sol… ¡le encantó la noche! Esa misma noche, la Luna, que brillaba en lo más alto del cielo, pensó que le gustaría ver el día, y conocer al Sol. Entonces, al final de la noche, la Luna le preguntó a una colina: −¡Hola colina! ¿Me puedo esconder detrás tuya para ver el día? −¡Claro que sí! −respondió la colina. La Luna se escondió y, minutos más tarde apareció el Sol y se hizo de día. La Luna vio el día, con mucha gente por la calle, niños y niñas, padres y madres, abuelos, abuelas. Vio muchos coches, casas vacías. Y oyó mucho, pero mucho ruido. ¡Le encantó el día!, porque estaba harta de tanto silencio. 13
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Una tarde, después de algunos días, se encontraron la Luna y el Sol, cuando la Luna iba a salir y el Sol a dormir. −¡Hola Luna! −saludó el Sol− ¿sabes una cosa? El otro día me escondí detrás de una nube para ver la noche y… ¡¡Me encantó!! Había tanto silencio… −¡Hola Sol! −contestó educadamente la Luna− pues no lo sabía. Pero yo también lo hice, me escondí tras una colina para ver el día. ¡¡Me gustó tanto…!! Estaba harta de tanto silencio. −Oye −dijo entonces el Sol−. ¿Podemos quedar un rato algunas mañanas o tardes, justo antes de salir, para vernos? −¡¡Que buena idea!! −respondió la Luna. Así que, desde entonces, algunas mañanas o algunas tardes, se ven juntos en el cielo al Sol y a la Luna, disfrutando unos momentos, la Luna del ruidoso día, y el Sol de la silenciosa noche.
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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA
Iciar Megías Carrasco
SER FELIZ CON MENOS
Carlos Gallego García, 9 años Colegio Zola (Las Rozas- Madrid)
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abía una vez unos padres que tenían dos hijos. Cada año decidían juntos dónde se iban de vacaciones. Iban a sitios muy bonitos porque la familia tenía suficiente dinero. Habían visitado sitios muy bonitos: playas, montañas, ríos… Pero los niños nunca estaban contentos, no disfrutaban de los paisajes, ni de los animales… Sólo les gustaba jugar a la consola. Iban al campo y no miraban los pájaros, ni las montañas, ni los ríos, ni los peces, ni las mariposas. No veían nada de su alrededor porque estaban todo el rato mirando su consola. Tampoco jugaban a subirse a los árboles, ni a buscar bichitos, ni jugaban a carreras, ni jugaban con la pelota, sólo jugaban a la consola. Tampoco querían jugar con sus padres, no había juegos en familia, sólo les divertía su consola. Cuando se les acababa la batería se enfadaban porque en el campo y en la playa no hay enchufes para cargarla. Así que, cuando la consola no les funcionaba, les decían a sus padres que les dejaran los móviles para jugar. Y si no se los dejaban, se enfadaban aún más y querían irse a casa. Los padres ya no sabían qué hacer para que los niños se divirtieran, para que disfrutaran de la naturaleza, para que aprendieran a jugar. Así que, pensaron un lugar especial para ir de vacaciones, un lugar donde las consolas no fueran las protagonistas. Llegó el momento de hacer las maletas para irse de vacaciones al lugar que habían elegido los padres. Los niños ni siquiera sabían dónde iban, porque les daba igual, era suficiente con llevar su consola para jugar. Las maletas iban sólo con ropa porque nunca se llevaban juguetes. La familia fue al aeropuerto, dejaron las maletas y subieron al avión. En el avión los niños tuvieron que apagar las consolas, así que, se enfadaron nada más empezar las vacaciones.
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El Cuentacuentos −¿No queréis mirar el paisaje y las nubes por la ventanilla? −preguntaban sus padres. −¡Claro que no! Sólo queremos bajar de este maldito avión para poder jugar con nuestras consolas −decían los niños enfadados. Los padres dijeron entre ellos: −ya verás cuando se enteren de la sorpresa… No sé qué va a pasar… La familia pasó muchas horas en el avión, el destino que habían elegido los padres estaba muy lejos de su casa. Cuando el avión aterrizó, los niños estaban enfadados y decían que querían volver a su casa, que estaban cansados y aburridos. −¿Dónde estamos? −preguntó uno de los niños. −En Brasil −respondieron los padres. Los niños no dijeron nada, porque les daba igual dónde estuvieran, sólo querían conectar sus consolas y empezar a jugar. El hotel estaba en un sitio muy bonito, lleno de árboles gigantes y muchos animalitos alrededor. Había unos preciosos pájaros de colores que los niños ni siquiera miraron. Nada más llegar a la habitación, los niños encendieron sus consolas. Mientras los padres guardaban la ropa, ellos no paraban de jugar. Bajaron al comedor y no paraban de jugar… De repente, las consolas se quedaron sin batería y se apagaron. Los niños corrieron a sus padres a pedirles los cargadores, pero ellos contestaron: −Hijos, no hemos traído los cargadores. Estas vacaciones tendréis que jugar y divertiros con otras cosas. −¡Quéééééé! ¡No puede ser! −gritaron los niños muy enfadados. −Así es −dijeron los padres−. Y ahora, vámonos a la playa. Los niños estaban enfadadísimos. ¡Unas vacaciones enteras sin consola! ¡Qué horror! Los padres no hicieron caso a los niños, cogieron las toallas y se fueron todos a la playa. Aquella playa era enorme y preciosa… El agua era azul transparente con palmeras alrededor. 18
El Cuentacuentos Los niños se sentaron en las toallas muy enfadados. No querían jugar a nada. Al otro lado de la playa se oía a unos niños jugando. No veían a qué jugaban, pero les oían reírse mucho. Parecía que se lo estaban pasando de maravilla. −¡Seguro que tienen consolas y por eso se lo están pasando tan bien! ¡Vamos a jugar con ellos! −dijeron los hermanos. −¿Podemos ir a jugar con ellos? −preguntaron a sus padres. −¡Claro! Pero no os alejéis sin avisarnos. Los dos hermanos se acercaron al grupo de niños y se sorprendieron con lo que vieron. ¡No eran sólo niños! Era una familia muy grande con abuelos, padres, hijos y primos jugando un partido de futbol. Los niños se miraron sorprendidos, jugaban sin botas de futbol como las de Ronaldo, ni camisetas de la Liga, ni balón oficial… Jugaban con ropa muy desgastada y descalzos. Y la pelota… Aquella pelota era muy rara… ¡Estaba hecha de hojas de los árboles y unas telas! −¡Qué raros son aquí los niños! −dijeron los hermanos. Y se acercaron a preguntarles: −¡Hola niños! ¿Nos dejáis vuestras consolas ahora que no las estáis usando? Los niños les respondieron: −¿Consolaaaaaas? ¿Eso qué es? Los hermanos no se lo podían creer, ¡no sabían lo que era una consola! −¿No conocéis las consolas? ¿Cómo os divertís entonces? −dijeron los hermanos. −Pues…. ¡Jugando!, ¿Cómo va a ser? ¿Queréis jugar con nosotros? Los hermanos se miraron… No sabían qué decir… −¡Vale! −dijo uno de ellos−. Como no tenemos consolas, podemos probar a jugar con vosotros.
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El Cuentacuentos −¡Genial! −dijeron los niños−. Podéis jugar con toda nuestra familia. ¡Quitaos los zapatos! Los dos hermanos se pusieron en medio del campo a jugar con aquella extraña pelota… Pronto se dieron cuenta de que aquella era una familia muy divertida. Sólo tenían una pelota y se lo estaban pasando de maravilla. Los porteros eran los abuelos, que podían correr menos. Las abuelas hacían de árbitro, que regañaban un montón si dabas patadas fuertes a otra persona. Los padres, las madres y los niños, corrían detrás de la pelota, descalzos, para poder meter goles en la portería contraria. No pararon de reírse. Aquello era muy divertido. Toda la familia les animaba cuando tenían la pelota. Los dos hermanos se sentían tan felices que fueron a buscar a sus padres para que jugaran con ellos. −¡Papá, mamá! Venid corriendo que estamos jugando a un juego muy divertido con una familia. Los padres, se pusieron muy contentos de ver que sus hijos se estaban divirtiendo jugando con otros niños y sin consolas. Así que, fueron con ellos a jugar. Los padres saludaron a la familia de la playa, que fueron muy amables con ellos. Se quitaron los zapatos y empezaron a jugar. −¡Mamá, mamá, pásamela a mí!, ¡a mí! −Gritaban los niños. Pero la madre no tenía mucha puntería y le pegó un balonazo al padre en medio de la cabeza. El padre se giró y le dijo a la madre: −¿Tengo cara de portería? −Y todos comenzaron a reírse sin parar. Estuvieron mucho rato jugando. Nunca se lo habían pasado tan bien. Cuando el partido acabó, los niños de la playa enseñaron a los dos hermanos cómo hacer una pelota con hojas de palmera. Los padres españoles y brasileños se quedaron hablando. Así que los niños se fueron todos juntos a dar una vuelta. Los niños enseñaron a los hermanos un montón de plantas, de flores y de 20
El Cuentacuentos animales que había junto a sus casas. Aquellos pájaros de colores les tenían fascinados. Los niños no se querían ir a su hotel, porque se lo estaban pasando muy bien. Los padres llevaron todos los días a los niños a jugar a esa playa. Los dos hermanos se olvidaron completamente de la consola todas las vacaciones. La pandilla de niños brasileños enseñó a los dos hermanos un montón de juegos nuevos. Les enseñaron a jugar sin juguetes comprados. Ellos se fabricaban sus propios juguetes. Para divertirse solo era necesario tener unas hojas de palmera y mucha imaginación. Cuando las vacaciones terminaron, se despidieron de los niños y prometieron volver. Los hermanos regresaron a casa con sus padres. En el aeropuerto, todavía sin consolas, estuvieron viendo a los aviones despegar. Subieron a su avión y llegaron a su casa. Las consolas estaban al fondo de la maleta, pero no les hizo falta. Un hermano dijo: −¿bajamos a jugar a la pelota? −No tenemos pelota −dijo el otro hermano. −¡No nos hace falta! Mira cuántas hojas de palmera nos hemos traído para hacer una. Los niños empezaron a reír y construyeron juntos su propia pelota. Bajaron corriendo a la calle y les dijeron a sus padres: −¡Papá, mamá! Os esperamos abajo para jugar un partido. −¡Vale hijo! −Contestó su padre−. Pero… ¡Si juega mamá, yo me pondré un casco! Todos se rieron. Eran muy felices. Los dos hermanos aprendieron muchas cosas ese verano. Aprendieron que para divertirse no hace falta tener una consola. Aquellos niños pobres les enseñaron a disfrutar de la naturaleza, a disfrutar de la familia, a disfrutar de los amigos y… A DISFRUTAR DE LA VIDA. 21
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El Cuentacuentos 1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA
Carmen Sopranis Pérez
OPERACIÓN CUPIDO
Alegría Ibáñez Regil, 11 años Colegio Arturo Soria, Madrid
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bro los ojos. Un frío glacial inunda la habitación. Me tapo con las gruesas sábanas de la cama, pero no recupero el calor que me había dado mi prácticamente único amigo el radiador. Me castañetean los dientes. Ruedo por la cama hasta llegar a un extremo y caigo al suelo. Lanzo un bufido al aire, ya que caerse desde una litera duele un poco, sólo un poco; Panda, mi gato, me responde con otro. ¿Por qué le gusta tanto molestar a ese gato? Le tiro un cojín, pero no acierto y le veo, relamiéndose los bigotes y sonriendo: burlándose de mí. No es la primera vez que lo hace... de pequeño era más adorable. Me levanto y cierro la ventana con un movimiento rápido. El frío se va casi por completo, pero la puerta por la que Panda sale al jardín no me hace posible deshacerme de la brisa ártica que convierte mi habitación en un infierno helado. Me apoyo en el radiador y cierro los ojos. Me voy deslizando hasta caer al suelo y me tapo con las cortinas. Me quedo dormida enseguida. En mis sueños vuelvo a ser yo. Vuelvo a poder ser quienquiera ser. Una niña valiente en un mundo sin injusticias. Encuentro allí a Jaime, dice ser mi hermano, el bebé que mi madre perdió hace unos años el día del parto. Tiene el aspecto de un niño normal, y me entiende mejor que nadie. Parece tan real que a veces creo que cuando abra los ojos estará allí, a mi lado. Por desgracia, a mitad de la noche unas horribles pesadillas inundan el reino de mis sueños. Me despierta el sonido de Panda maullando. Lo que hace todos los días hacia las siete y cuarto de la mañana. Miro la hora en mi viejo reloj de bolsillo, ¡llego tarde al colegio! Esta vez los maullidos de Panda se han retrasado. Bajo de la cama, me desnudo y tiro el pijama al suelo. Me siento en un gran sillón para vestirme y miro por la ventana: a través del mugriento cristal veo la nieve donde jugaría con mi hermanito, ojalá mi 25
El Cuentacuentos madre no hubiera perdido a Jaime. Me siento muy sola sin él. A veces le veo jugando conmigo en el pequeño patio de casa: tirándome bolas de nieve o escondiéndose bajo un montón de nieve y hojas secas para que no le pille, ya que nunca consigue alcanzarme cuando jugamos al pilla pilla. Bajo las escaleras y encuentro a mi padre ya vestido y desayunado, esperándome para ir al colegio. Se acaricia el poco pelo que le queda y mira cada dos por tres el reloj. Sí, me he retrasado justo el día de su juicio. Hoy tiene que llevarme al colegio, además de ir al juicio, que empieza en tan solo quince minutos. No, no es abogado, simplemente mis padres se van a divorciar. Y es ese juicio del que tratan las pesadillas que han irrumpido mis juegos con Jaime. Mi padre se ha peinado perfectamente su (poco) pelo negro y brillante, se ha puesto un traje ajustado y se nota que ha dormido bien o está muy nervioso ya que sus ojos verdes están muy abiertos y atentos a todo, hasta a las hormigas que pasan por debajo de la puerta para tomarse los restos de comida que se caen al suelo. Rebosa de energía pura, ya que ayer se acostó muy pronto para poder estar hoy descansado y perspicaz. Oí hablar a mi padre por teléfono sobre que hoy tendrían que decidir en el juicio algo de "custodia compartida". Cuando busqué el significado en Google y leí lo que era me quedé estupefacta. Significa que iban a decidir cuantos días estaría yo con mi padre y cuantos con mi madre. De momento viven juntos, pero cuando decidan eso de custodia compartida mi padre se irá a otra casa y me llevará allí algunos días con él. ¡Será como una mudanza! ¿Otra vez? ¡Mis padres saben que las odio! Mientras desayuno proceso todo lo que pasa, analizo cada detalle y cada frase, palabra por palabra. ¿Quizá oí mal lo que el fiscal decía a mi padre? ¿Acaso todo esto es una broma pesada? Mi padre me mira con ojos de enfado, metiéndome prisa. Llego 26
El Cuentacuentos tarde, algo habitual, pero él también, y es casi imposible ver a mi padre retrasándose. Menos mal que el juzgado está muy cerca de donde vivo. Trago los cereales casi sin masticar y voy a subir las escaleras para ir a despedirme de mamá cuando mi padre me advierte: −Tu madre no está ahí −dice con una voz grave y melancólica−. Ahora duerme abajo. Asiento con la cabeza y bajo al sótano por las largas escaleras de caracol. ¿Ya no duermen juntos? La encuentro vestida, hablando por el móvil. Tiene los hombros caídos, señal de que alguien está desanimado, y su piel pálida contrasta con los mechones dorados que le cubren la espalda. Sus ojos están entrecerrados y sus pestañas son tan largas que no sé cómo no se le enredan al parpadear. Tiene una falsa sonrisa en la cara, parece preocupada. Le doy un beso en la frente y subo arriba, a mi cuarto, donde me trenzo el pelo y recojo mi mochila. Cuando bajo y salgo a la calle mi padre ya está en el coche. Me siento en el sitio del copiloto, donde se suele sentar mi madre, pero hoy no está. Creo que va en su coche directamente al juicio. −Papá, ¿por qué os vais a separar mamá y tú? −Cariño, tu madre y yo tenemos problemas y, además, tú sabes que quiero quedar un día con Natalia. ¿Te acuerdas de ella? −Me acuerdo perfectamente de ella, pero ¿qué problemas tienes con mamá? −Verás, tu madre es estupenda y yo la quería mucho, pero no me cae precisamente bien tu abuela y tu madre le hace mucho caso. Yo también necesitaba que alguien me hiciera caso, y entonces conocí a Natalia. Es una chica muy agradable y me gustaría, bueno, ya sabes, casarme con ella algún día −sus mejillas se tiñen del color de las amapolas−. A tu madre le sacaba de quicio Natalia, y es totalmente comprensible, ya que estoy casado con ella y no con Natalia. Igualmente, a ti no te deben preocupar las cosas de los adultos. ¿De acuerdo, Cristina?
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El Cuentacuentos Asiento y bajo la cabeza. ¡Qué vergüenza habrá pasado al decirle a mamá lo que siente por Natalia! Ni siquiera hemos hablado de lo de la "custodia compartida", pero quizá sea mejor dejarlo para otro momento. Bajo la cabeza, el trayecto se me hace interminable. Los dos estamos callados y sé que no volveremos a dirigirnos la palabra al menos hasta que lleguemos al colegio. El silencio me permite escuchar el rugido del motor, un sonido que, al menos a mí, me ayuda a dormirme. Y debe de ser un buen truco, ya que me quedo dormida al instante. Cuando llego al colegio me despierto, ha dejado de rugir el motor, que es lo que me ayuda a dormir además del hecho de que me encanta. ¿Sabéis? Mucha gente no entiende porque me gusta tanto dormir. Y, ¿sabéis vosotros, lectores, por qué me gusta dormir? Porque en mis sueños puedo ver a Jaime, balanceándose en un columpio, y detrás estoy yo, empujándole. −¡Más alto, más alto! −su armoniosa voz me llena el corazón de pena. No debería haberle dejado irse de mi lado. Quiere que le empuje más fuerte. Quiere llegar a tocar la rama del olivo. Cuando se aburre de los columpios nos sentamos bajo el olivo y nos comemos todas sus aceitunas. Nos las repartimos a partes iguales entre los dos, pero a él le encanta coger unas pocas de mis aceitunas y a mí me encanta coger unas cuantas de las suyas. Cuando terminamos las aceitunas corremos al tobogán y nos tiramos los dos a la vez, él encima mío. No nos damos cuenta de que está todo el suelo embarrado y cuando caemos los dos nos llenamos la ropa de tierra. Todo esto es muy divertido, que pena tener que despertar. Corro por los pasillos vacíos. Todo el mundo está ya en clase. Ahora estará acabando clase de matemáticas, llegaré un rato antes de empezar tutoría. Cuando abro la puerta de clase, Iciar, mi profesora, me mira enfadada. Hoy teníamos a primera hora examen de matemáticas, pero como he llegado tarde no me da 28
El Cuentacuentos tiempo a hacerlo antes de empezar tutoría. A mí me encantan las clases de tutoría. Puedes hablar de lo que quieras con una hoja, expresar lo que sientes y sabes que sólo tú y tu profesora lo vais a leer. Yo confío mucho en ella. Sé que nunca compartiría lo que hay escrito en esas hojas. En cambio matemáticas es un verdadero aburrimiento. −De nuevo llegas tarde, siempre la misma persona. ¿Tienes alguna nota de justificación? Niego con la cabeza. Ella sabe que nunca traigo notas de justificación, sólo lo hace para dejar claro que no se puede llegar tarde. Niego con la cabeza. −Ya, entonces te quedarás castigada esta tarde y te llevarás de deberes el trabajo de tutoría de hoy. Llevas muchos días llegando tarde, Cristina. Me siento en la silla y observo como todos terminan el examen y entregan su hoja. Cuando todos han acabado me dan a mí el control. La palabra geometría está escrita con mayúsculas en pleno examen, bien visible. No he estudiado nada y el control parece difícil así que lo dejo para luego. Durante la hora de matemáticas me dedico a escuchar lo que hay que hacer para el proyecto de tutoría. −Tenéis que escribir un problema que tengáis en estos momentos y decir como podéis solucionarlo. El lunes que viene veremos quién ha resuelto su problema y quién no. Además, la semana que viene quienquiera podrá compartirlo −odio la idea que propone Iciar de compartirlo y le pongo mala cara−. Sólo está vez se podrá compartir así que aprovechar y enseñadnos vuestro problema. Quizá vuestros compañeros os puedan ayudar a solucionarlo si no lo solucionáis vosotros mismos. Menos mal que es opcional. No me hubiera gustado tener que compartir el proyecto con toda la clase. Iciar nos reparte una 29
El Cuentacuentos hoja titulada "Tu problema". Como no tengo ganas de hacer el control doy la vuelta a la hoja donde pone "GEOMETRÍA" y escribo por la otra cara "Tu problema" para no levantar sospechas. Empiezo a pensar. ¿Cuál es realmente mi problema? ¿Los abusos en el colegio, las bajas notas que tengo en prácticamente todas las asignaturas o que casi siempre estoy enferma por no ponerme la bufanda en invierno? Entonces lo descubro. Mis padres. Mis padres se van a separar y yo tengo que hacer algo para evitarlo. Quizá si les convenza de que todavía se quieren pueda evitar su divorcio. Quizá podamos seguir siendo una familia feliz. Entonces trazo un intrincado plan y título mi proyecto "Operación Cupido". Esa misma tarde empiezan los preparativos. Llamo a Maya, mi mejor amiga, y le cuento mi plan. Ella sabrá cómo ayudarme. El primer paso es invitar a mi abuela un par de días a venir a casa para que duerma en el sótano, así mis padres dormirán juntos porque no hay más camas; pero a la vez tenemos que evitar que mi madre pase mucho tiempo con la abuela. Mi padre odia que mamá esté con la abuela. El segundo paso es averiar el coche de mi madre para que tengan que ir juntos al trabajo todos los días. En tercer lugar, le mandaremos a mi madre unas preciosas flores diciendo que ha sido mi padre quién se las ha enviado y haremos lo mismo con mi padre, sólo que con una caja de bombones. Por último, tenemos que hacer una velada nocturna los tres juntos, cuando mi abuela ya se haya ido, pero aparecerá por "sorpresa" Maya y me invitará a cenar a su casa, por lo que se volverán a quedar solos. Y lo más importante de todo: tenemos que mantener a Natalia alejada de mi padre. −Cómo eres, Cris −dice Maya, riéndose−. ¿De verdad piensas que vamos a conseguir que tus padres se vuelvan a casar? −Todavía no están divorciados −digo yo, enfadada−. E, igualmente, intentarás ayudarme, porque eres mi mejor amiga. ¿O ni siquiera lo vamos a intentar? Además, son deberes de 30
El Cuentacuentos tutoría −sólo menciono que son deberes porque Maya es una gran estudiante y sé que odia que alguien no haga los deberes−. ¿Querrás que entregue mis deberes? Porque a mí no me importa que me pongan otro cero. Frunce el ceño. Su pelo castaño oscuro le tapa los ojos y se sacude la cabeza todo el tiempo para quitárselo de la frente. Le enseño la hoja donde he escrito el plan y, al ver que sí es el proyecto de tutoría, sonríe y dice: −Me conoces mejor que yo misma. MARTES 17 DE MARZO DE 2015 Querido diario, hoy Maya y yo hemos llamado a la abuela varias veces, pero no responde. En el colegio me han dado el examen de geometría. ¡He suspendido! No me extraña, ni siquiera lo empecé. Es el séptimo examen que suspendo este curso. ¡La que me va a caer! Además hoy unos chicos me han quitado la merienda a la fuerza. Ojalá pudiera yo ser tan fuerte como ellos. Así les daría su merecido. He repasado con Iciar el proyecto y le ha parecido una locura, pero quiere apoyarme y dice que seguro que tengo un sobresaliente en tutoría. Por la noche he mandado un correo a mi abuela contándole el plan, quizá así se lo tome más en serio. ¡Qué nerviosa estoy por empezar con la "Operación Cupido"! MIÉRCOLES 18 DE MARZO DE 2015 Diario, esta noche he vuelto a soñar con Jaime. Estábamos en un parque de atracciones y él quería montarse en todo. La montaña rusa le daba miedo así que me pidió que me subiera con él. ¡Al final acabó dándome miedo a mí! Después le compré un globo rojo y otro para mí y escribí nuestros nombres en los globos con rotulador permanente. También montamos en la noria. ¡Qué vértigo! La atracción favorita de Jaime era el túnel de los espejos. Había muchos espejos que te hacían más bajito, más 31
El Cuentacuentos delgado, más alto, más gordo o convertían tu cuerpo en una extraña masa parecida a ti pero más divertida. A Jaime le encantaban las voces que ponía yo según el espejo le hiciera más gordo, más delgado o más alto. Me encanta oír su risa, no sé porque tengo que despertarme. Ojalá pudiera estar aquí, conmigo. Me ha llamado la abuela y me ha dicho que le encantaría pasar unos días con su nieta favorita (soy su única nieta) y que, aunque no adore a mi padre, me ayudará para que su hija no se quede soltera con diez gatos. Ver a mi madre así sería horrible. Llamo a Maya y se lo comunico, ella me da la enhorabuena. Creo que por primera vez en mi vida. JUEVES 19 DE MARZO DE 2015 Apreciado diario, hoy ha venido la abuela. ¡Por fin! Maya ha conseguido herramientas de su padre, que es mecánico y hemos desmontado el coche de mi madre. Después hemos escondido muchas de las piezas y lo hemos dejado desmantelado, sin ninguna utilidad, en el garaje. Cuando mi madre lo ha visto nos hemos echado unas buenas risas al ver su cara, se ha quedado atónita. Ha culpado al vecino de enfrente que tanto nos odia; mi padre como buen caballero ha calmado a mi madre y esta se lo ha agradecido. ¡Esto va mejorando! He visto como se abrazaban y ya no se oye que peleen por las noches. La abuela duerme en el sótano como habíamos quedado. A mis padres les ha sorprendido que viniera, pero pienso (repito, pienso) que mi madre ha creído que la había llamado mi padre para demostrar que se llevaban cada vez mejor o que quería llevarse bien con ella. ¡Qué suerte! La abuela luego se ha llevado a mi padre a hablar en privado y le ha dicho que quiere llevarse bien con él y que su
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El Cuentacuentos hija no se quede sola. Le ha dicho que no la deje escapar porque ella le sigue queriendo, ¡y mi padre se ha puesto colorado! VIERNES 20 DE MARZO DE 2015 Diario, ¡se nos acaba el tiempo! Por suerte, estamos haciendo grandes progresos: mis padres se dan la mano, se abrazan e incluso se besan en la mejilla. Hoy ha venido Natalia a casa, me he puesto muy nerviosa ya que se montaría un gran lío si Natalia viera que mis padres todavía duermen juntos... He tenido que llamar a Maya, que ha venido inmediatamente, ha entrado por la puerta de atrás y con su móvil ha llamado a Natalia diciendo que había ganado un concurso. Menos mal que escucho a mi padre cuando me habla de Natalia, sino no hubiera sabido en que concursos participa. ¡Le hemos dicho que ha ganado un millón de euros! Que decepción se va a llevar. Hemos metido en el buzón unas flores para mamá de parte de papá y mañana le llegará a papá unos bombones de parte de mamá. ¡Qué malas somos! Por la noche he oído la conversación de Natalia con papá por teléfono. Ha sido así: −Sé que has sido tú quién ha llamado por otro móvil para distraerme y alejarme de tu casa. ¿Que estabas pensando? Eres idiota. −Pero, ¿de qué hablas? Estás loca. Déjame en paz. Lárgate de mi vida de una vez por todas. He hecho un par de cosas mal y quiero volver atrás, y tú eres una de las cosas que he hecho mal. Natalia lanza un par de palabrotas y yo me río descaradamente de ella. Que divertido es juntar a una familia. ¡Ya está casi todo hecho! Llamo a Maya y nos quedamos un buen rato hablando por teléfono hasta que caemos dormidas las dos, sin siquiera colgar. SÁBADO 21 DE MARZO DE 2015 Querido diario, ¡ya es fin de semana! Ya hemos hecho los preparativos para la velada romántica y la abuela ha cocinado 33
El Cuentacuentos unos espaguetis con albóndigas. ¡Como en "La dama y el vagabundo"! Es una película muy romántica. Bueno, al menos un poquito romántica. Yo sólo veo dibujos animados y es la película más romántica que he visto en mi vida, aunque a mi madre le gusta ver películas de adultos mil veces más románticas. ¡Puaj! Odio esas películas. La abuela se va a ir a las tres de la tarde. Maya ya ha preguntado a sus padres si puedo cenar en su casa y le han dicho que sí. Además, ya han llegado los bombones a mi padre y anoche llegaron las flores a mi madre. Mañana hay otro juicio y se decidirá todo ahí. ¡Espero que funcione! En la comida mis padres no se pelean y tampoco hablan, pero los dos me lanzan una mirada asesina y muy misteriosa. ¿Que estarán tramando? Hoy me he encontrado con Natalia esperando el autobús y hemos hablado. Estaba muy enfadada con mi padre. ¿Habré hecho mal? Miro un momento a Natalia, la verdad es que es muy guapa: tiene unos largos rizos negros que le llegan hasta la cadera y una cintura de avispa que resalta mucho, además sus rasgos faciales son muy marcados y no tapa su belleza atiborrándose de maquillaje. Espero no haber fastidiado a esa chica. Tan guapa, tan lista, tan divertida y de buen corazón. Pero, ¿qué digo? Seguro que encuentra a otro hombre enseguida, además, en toda su vida tendrá más novios que un dálmata lunares. Esta noche todo ha ido bien. Maya ha venido a recogerme y hemos estado media hora espiándoles por la ventana que da al salón. El problema es que casi no veíamos con las cortinas. Esto es todo lo que hemos visto: al principio sólo hablaban y, al final, se han dado la mano y... ¡se han besado! Además no en la mejilla, sino en los labios. Después hemos ido a casa de Maya. La cena en su casa era buenísima. Me dieron de primero una lasaña casera seguido de unas croquetas y un huevo frito. De 34
El Cuentacuentos postre me han dado un pastel de zanahoria con chocolate derretido por encima. ¡Como cocina la madre de Maya! Su cena es incluso más rica que la de mis padres. ¡Lo siento mucho abuela, pero ya no eres mi cocinera favorita! DOMINGO 22 DE MARZO DE 2015 Diario, hoy es cuando acaba todo. Esta noche he vuelto a soñar con Jaime. Estaba en mi habitación y yo le estaba explicando mi plan. A menudo tenía que pararme para ver si había entendido lo que le había explicado, y él siempre lo entendía todo. Parecía tan mayor. Quería ser como yo. Cuando termino de explicárselo todo me da una hoja de papel. Ha hecho un retrato de la familia. Estamos él y yo de la mano, y mis padres están detrás, abrazándose. Tiene un don para el dibujo. Le doy un fuerte abrazo y le acaricio suavemente la mejilla. −No dejes que se marchen por caminos diferentes o te quedarás sola, Cris −me sonríe−. Te quiero. −Siempre te tendré a ti, nunca estaré sola −le respondo yo. Cuando me despierto Panda sigue dormido, ronroneando. Me recuerda a cuando lo vi en la tienda de animales, mirándome tiernamente cuando no era nada más que un bebé. Ahora es más mayor, aunque no por ello menos adorable. Abro el armario y escojo un vestido elegante. Mis padres quieren llevarme al juicio y no quiero que los jueces, fiscales y abogados me vean como una niña despeinada y poco arreglada. Simplemente quiero ir guapa. Me hago una larga trenza francesa y me pongo el vestido rojo de terciopelo que me regalaron por Navidad los tíos. Cuando bajo a desayunar mis padres ya están vestidos y esperándome sentados en la mesa. Qué raro, no se han arreglado para el juicio. −Siéntate, Cristina −obedezco las órdenes de mi madre−. Queremos hablar contigo. −Claro −digo yo, un poquito asustada por lo que me vayan a decir−. Bueno, ¿qué pasa? 35
El Cuentacuentos −Verás, hemos descubierto tu plan −trago saliva y noto como baja el sudor de mi frente por el terciopelo del vestido−. Estaba muy bien pensado y ha sido muy divertido ver como desmantelabas el coche de tu madre para que fuéramos juntos a trabajar. Todo ha sido muy divertido, pero ya basta de bromas. −Papá, pero ¿cómo lo habéis descubierto? −Nos mandaste a cada uno un regalo de parte del otro. Cuando le agradecí a papá sus flores y me dijo que no las había enviado él empezamos a sospechar. Además, lo pudimos confirmar con los bombones de papá y con el padre de Maya −me muerdo el labio y mi madre hace una pausa para coger aire−. El mismo día que mi coche se rompe, claramente a propósito, porque un coche no se estropea así por así, el padre de Maya os deja sus herramientas. ¡Qué coincidencia! −Lo siento mucho −respondo a mi madre, melancólica y arrepentida a la vez. −¿Por qué tienes que disculparte? −me deja atónita la respuesta de mi padre−. Simplemente nos has hecho darnos cuenta de que tenemos que volver a intentarlo, por ti. No queremos que sufras y, además, seguimos queriéndonos mucho −se dan la mano-. Hemos cancelado el juicio y con ello el divorcio. Suelto un gran suspiro y respiro profundamente. La conversación me ha dejado sin aire, aunque yo casi no he hablado, solo he contestado a mis padres. Sonrió y les doy un fuerte abrazo a los dos. Parecía imposible conseguirlo, pero lo he hecho. Subo a mi cuarto y me quito el vestido, quedándome en ropa interior. Me meto entre las sábanas y Panda se acurruca a mi lado. ¿Por qué? ¿Cómo lo he conseguido? Llamo a Maya y me quedo un rato hablando con ella. Al cabo de un rato cuelgo y me duermo.
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El Cuentacuentos −Bien hecho, Cristina −dice Iciar. Ya he acabado de leer mi proyecto de tutoría y todo la clase me aplaude−. Tu proyecto es increíble. Desde el fondo de la clase alguien me sonríe: −Bien hecho, Cris −esta vez parece más real que las veces anteriores. Está a mi lado y siempre lo estará, porque es mi hermano. Es mi familia. −Gracias, Jaime.
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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA
Alberto Fernández Carrillo
EL PEQUEÑO MUNDO DE LOS GIGANTES Lucía de Dios Pantoja, 10 años C.P. Ntra. Sra. del Rosario Torres de la Alameda (Madrid)
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sta historia sucedió en un pueblecito a las afueras de la ciudad, en una casa grande con un jardín enorme. En la casa vivían: una bisabuela, una madre, un padre y cuatro niños. Los cuatro niños cuidaban y ayudaban a la bisabuela porque sus padres trabajaban todo el día. Elsa de once años le hacía la comida, Carlos de diez años le recogía la habitación, Emma de diez años, melliza de Carlos, le cantaba canciones por las noches y Lucas de siete años, como era muy pequeñito le tapaba todo el cuerpo con la manta cuando se acostaba. Un día la bisabuela decidió contarles un secreto a los niños por todo lo que hacían por ella, y así comenzó este cuento: La bisabuela les revelo a los niños el pequeño secreto. −¡Niños! escuchad, en un lugar no muy lejano, atravesando el bosque, cruzando el río y escalando la última montaña, encontraréis un tesoro muy importante para el resto de vuestras vidas. Pero cuidado, porque es un lugar donde habitan gigantes. Los niños se quedaron asombrados y gritaron como locos. −Pero, abuela, si ni siquiera existen los gigantes −dijo Elsa. −Escuchad con atención, sin interrumpir. −Yo una vez fui a ese mundo donde viven gigantes, y fue... ¡asombroso! así que me gustaría que vosotros tuvierais esa experiencia y os animarais a ir a ese lugar del que os hablo. La bisabuela estaba muy alegre, recordando lo mucho que le ayudó en su vida el haber encontrado aquel tesoro. Mientras tanto los niños se asombraron aún más y se miraron a la cara seriamente por lo que había dicho la bisabuela Tania. −Pero abuela, ¿qué camino tenemos que tomar? −pregunto Carlos. −Detrás de la casa, bordeando el cobertizo, encontrareis una piedra apoyada en el muro. Retiradla y hallaréis una pequeña puerta que os adentrara en el misterioso bosque.
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El Cuentacuentos Los niños se quedaron en silencio y boquiabiertos, hasta que Harry, su perro se puso a ladrar como queriendo emprender rápidamente el viaje. −Abuela, ¿puede venir Harry con nosotros? −pregunto Lucas muy alegre. − Lucas, cielo, claro que puede. Y dicho esto, el perro empezó a dar vueltas de entusiasmo alrededor de los niños. −Chicos, ¿estáis listos? −dijo la abuela contenta. −Sííí, estamos listos −gritaron todos. Estaban totalmente preparados para ir al mundo de los gigantes. −Niños, ¡esperad! Se me ha olvidado que debéis volver antes de que anochezca, ¿vale? −Bien, abuela, ¿alguna cosa más? −preguntó Elsa. La abuela negó con la cabeza y entonces los niños se despidieron de la abuela Tania. Los cuatro niños salieron al jardín súper nerviosos y encontraron la puerta que Tania les había indicado. Salieron al bosque de uno en uno, menos Lucas que iba cogido de la mano de Elsa. Caminaron unos minutos por un pequeño sendero que era muy estrecho. De pronto llegaron a una zona con muchos árboles y todo el cielo se nubló. Todos tenían mucho miedo y se abrazaron. De repente empezaron a oírse muchos ruidos, el viento soplaba fuerte, las ramas se doblaban y empezaban a golpearse entre ellas, los pájaros chillaban, parecía que todo iba contra ellos. Los niños empezaban a asustarse y a preguntarse qué era todo aquello. −¿Que está pasando? todo va contra nosotros −dijo Emma. −Tranquilizaos todos, no pasará nada, hay que ser valientes −contesto Carlos. Por fin alguien fue valiente y se quiso enfrentar a todo aquello que les daba miedo, y ese valiente fue Harry, su perro. Empezó a ladrar al viento, a los árboles, al ruido... Entonces los niños se 42
El Cuentacuentos dieron cuenta de que ellos también debían enfrentarse, y empezaron a gritar: −¡Viento, árboles y ramas, pájaros, ruido, no nos dais miedo! Al rato todo se calmó y volvió a salir el sol. Siguieron caminando y se encontraron con un río. El río bajaba con mucha corriente y era imposible poder cruzarlo a nado. Como no podían pasar nadando, decidieron ir bordeando la orilla y así se toparon con un puente. −Pasemos por ahí −dijo Lucas. −No, el puente está bastante viejo y deteriorado, parece difícil e inseguro −dijo Elsa−. Pero merece la pena intentarlo, ¿no? Carlos se acercó al puente y empezó a caminar sobre él, pero se dio la vuelta y al final dijo que Elsa tenía razón. −Es imposible pasar por el puente, podemos caer y ahogarnos −contesto Emma. − Tenemos que seguir y encontrar otra solución −dijo Elsa. Cuando ya se iban a ir y a seguir por otro camino, escucharon ladrar a Harry a lo lejos. Los cuatro niños estaban sorprendidos porque su perro estaba a más de la mitad del puente hasta que lo cruzo entero. −Chicos si Harry puede, nosotros también. Hemos de confiar en que podemos −explico Elsa muy segura de sí misma. −Tienes razón, Emma, yo iré primero −dijo Elsa con confianza. Entonces fueron pasando de uno en uno con decisión, hasta que lograron cruzarlo. No fue muy sencillo, pero la confianza y el valor de su perro les dieron seguridad a los niños. Después de cruzar el puente prosiguieron su camino. Tras le vega del río se abría ante ellos una extensa llanura. Todos juntos caminaron un largo rato que parecía eterno. Por fin divisaron una gran roca, pero había un problema, la llanura se estrechaba y no había más salida que la de escalar una tremenda montaña rocosa.
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El Cuentacuentos Entonces se sentaron un ratito a pensar y a descansar. Miraron hacia arriba y se desanimaron porque ese parecía el final de la gran y divertida aventura, y no habría tesoro alguno. De pronto Emma se levantó y empezó a mirar por todos los lados de la montaña, miro en la pared rocosa, a su alrededor, arriba y abajo... pero nada, entonces dijo: −¿Cómo podemos continuar si no hay más opción que escalar? Ya me he quedado sin ideas, me rindo. −Y yo −dijo Carlos. −Y yo. No hay más que hacer −dijo triste Elsa. −Por cierto, ¿Dónde está Lucas? −preguntó sorprendida Emma. −Eso, ¿Y Lucas? ¡Lucas, Lucas, estas ahí! −grito asustada Elsa. De pronto se oyeron risas y ladridos, pero lo extraño era que no los veía nadie. −Parece que Lucas está jugando con Harry, pero ¿Donde? −afirmo Carlos sorprendido. Buscaron y buscaron y se iban guiando por el ruido de las risas y de los ladridos, pero seguían sin ver nada. Entonces... −¡Aquí, aquí, venid! −grito Lucas. −¿Les has visto? −Pregunto Elsa buscando y buscando. −No pero la risa y ladridos vienen de allí. Se acercaron a la montaña y vieron una grieta. Pasaron por ella muy despacio porque era muy estrecha, después de unos metros la grieta se ensanchó y se convirtió en una enorme cueva. Una gran cueva que atravesaba la montaña. Nadie se había detenido a examinar muy bien la zona, cuando todos se rendían... Harry no se daba por vencido. Estaba siendo un perro de gran ayuda. Después de un buen rato andando y varias horas de camino, cada vez quedaba menos tiempo. Emma dijo: −¿Quedará mucho? −No creo, pero hay que aguantar −respondió Elsa.
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El Cuentacuentos −¿Cómo puedes saber si queda mucho o no? −Preguntó Lucas extrañado. −¡Es fácil! La abuela nos explicó paso a paso por dónde teníamos que pasar, y ya hemos hecho algunas de esas cosas −exclamó Elsa. De pronto empezaron a pasar a través de un sendero cubierto de árboles, con mucha vegetación y sin ver más que el camino por el que iban. Después de un buen rato Carlos se paró y dijo: −No puedo más, las piernas no me responden. Entonces la niña más mayor del grupo de los hermanos, Elsa, suspiró y dijo a Carlos: −Un esfuerzo más, no debe de quedar mucho. Se animaron un poco mutuamente y continuaron. Harry llevaba encima a Lucas. −¡Que guay es estar aquí! −¡eh!, por qué no cantamos una canción! –dijo Emma. −¡Sííí! Empezaron todos a cantar juntos. El camino se iba quedando sin vegetación hasta que se convirtió en un pasillo rodeado de roca. Pronto se empezó a humedecer el suelo, y luego se convirtió en barro. El pasillo terminó en una pequeña explanada encharcada. Los pies se les estaban hundiendo, ¡El barro les llegaba hasta las rodillas! Por suerte lograron salir y llegaron al final del camino, pero… ¡Qué decepción! El camino se cortaba y ante ellos sólo había un gran barranco. Los niños desde luego se llevaron una gran desilusión. Y entonces Carlos dijo: −¿Hemos estado un montón de tiempo caminando para esto?, ¡menudo rollo! −Cálmate Carlos, tranquilo, los solucionaremos –le dijo Elsa. En realidad el barranco si lo podían bajar, pero era muy difícil.
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El Cuentacuentos −Creo que el barranco si se puede bajar, pero es muy arriesgado−dijo Emma. −Sí, vamos a probar –dijo Elsa con más pereza que ganas. Intentaron bajar, pero estaban tan cansados que les temblaban las piernas. Decidieron sentarse y relajarse un poco. De pronto oyeron un ruido, miraron hacia el barranco y vieron que era Harry. ¡Se estaba escurriendo! −Tenemos que ayudarle, ¡rápido! –dijo Lucas. Los tres niños, Elsa, Carlos y Emma, porque Lucas no podía, le intentaron ayudar cogiendo una rama, uniéndolas como si fueran cuerdas, las ataron a una roca e intentaron bajar hasta Harry, que había quedado atrapado en un saliente del barranco a unos dos metros. Carlos bajó agarrado a las ramas y fue ayudando al resto de sus hermanos hasta llegar al saliente. Lucas se dio cuenta de que enfrente de su perro había una pequeña entrada de donde provenía una luz. Avisó a los demás y metieron a Harry en la entrada, después ayudaron a Lucas y luego fueron pasando de uno en uno los tres. Cuando ya habían entrado todos estaban sofocados y muy cansados por la rapidez con la que tuvieron que actuar. Se sentaron un ratito para descansar. Aún no sabían si ese iba a ser el final o no, pero si sabían que les vendría bastante bien. Cuando ya habían descansado caminaron hacia la misteriosa luz que brillaba, y se dieron cuenta que la luz venía del agua de un pozo, que era limpia y cristalina. −Voy a meter la cabeza dentro del agua para refrescarme –dijo Carlos. Cuando metió la cabeza abrió los ojos para ver si había algo y se encontró con un paisaje acuático increíble, con cantidad de peces de todos los colores, era un paraíso de agua. −¡Chicos, mirad, mirad cuantos peces! −¿Peces? –preguntó Emma. −¡Si! –exclamó Lucas.
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El Cuentacuentos De pronto todos metieron la cabeza dentro del agua para mirar los peces. Les pareció impresionante. Elsa miró hacia un rincón del pozo y vio unas piedras blancas brillantes. Entonces metió la mano para coger una piedra. Cuando la sacó se dio cuenta de que en la piedra estaba grabado su nombre y se quedó alucinada. −¡Eh! mirad esto. ¡Chicos en las piedras pone nuestro nombre! De pronto todos cogieron una piedra y en cada piedra ponía el nombre del que la cogía, incluyendo la que sacaron para Harry. −Carlos, ¿qué hora es? –preguntó Emma−. Madre mía, hay que irse ya!, ¡vamos! Se guardaron las piedras en el bolsillo y fueron corriendo a la entrada. Primero salieron del barranco, luego atravesaron el sendero embarrado, después entraron en la cueva y salieron por la grieta, llegaron hasta el puente y lo cruzaron de uno en uno y por último corrieron por el bosque. Por fin encontraron la tapia y entraron al jardín por la misma puertecita que salieron, justo cuando se escondía el sol. Entraron a la casa, sus padres aún no habían llegado. Se dirigieron a la habitación de la bisabuela y cayeron agotados sobre la alfombra. Cuando cogieron un poco de aire le contaron detalladamente todo lo que habían vivido paso a paso. Cuando terminaron de contarle todo, Elsa dijo: −Abuela tenemos dos grandes dudas: no hemos visto ningún gigante ni siquiera de lejos. −¡Si es verdad! –dijo Lucas. −Y el único tesoro que encontramos, fueron unas piedras blancas con nuestros nombres escritos, dentro de un paraíso de agua. Entonces la abuela les dijo: −Escuchad niños, aunque no os hayáis dado cuenta, habéis vencido a los gigantes. −¿Quééé? –preguntaron todos.
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El Cuentacuentos −Mirad, primero vencisteis al miedo, que es un gigante que paraliza. Segundo a la inseguridad y desconfianza, que es un gigante que no te deja hacer nada. Tercero al desánimo, que es un gigante que te hace pequeño. Cuarto a la pereza y cansancio, que es un gigante que te quita la voluntad. Los niños se quedaron con la boca abierta, comprendiendo lo que quería decir la bisabuela Tania. De repente dijo Carlos entusiasmado: −¿Quieres decir que cada vez que vencíamos algo, derrotábamos un gigante? −Eso mismo –dijo Tania−. Vencisteis al miedo enfrentándoos a él. Vencisteis a la inseguridad creyendo que podíais hacerlo. Vencisteis al desánimo buscando la alegría. Vencisteis la pereza ayudando a Harry. −¡¡Sí!! Ya lo creo que sí –dijo Lucas. −Me ha sorprendido mucho esto que nos has explicado, ahora entiendo por qué dijiste gigantes –dijo Elsa muy sorprendida. −Si cierto, pero… ¿y el tesoro? –dijo Carlos. −Ah, claro, el tesoro –explicó la abuela. Vuestro tesoro, es todo lo que habéis aprendido, que cada gigante de los muchos que os encontraréis a lo largo de vuestra vida, puede ser vencido. Una vez derrotados todo será tan sencillo como el camino de vuelta. De esta manera vuestros nombres estarán para siempre en el paraíso de los vencedores. Guardad esas piedras que os recordarán vuestra fortaleza. Los niños jamás olvidarían ese día tan especial, así que decidieron compartir su tesoro con todos sus amigos. Decidieron que todos debían saber: QUE EL MUNDO DE LOS GIGANTES… ERA PEQUEÑO.
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1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA
Germán Marzo Blasco
LES QUATRE CHATS ROUGES Alejandro Mejía Reinoso, 16 años IES Eugenio D´ors Barcelona 49
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aminando por la acera peatonal, estando a escasos centímetros de embadurnar mis zapatos de cuero con mierda de algún cachorro de Yorkshire u otro mamífero que anduviese a cuatro patas, decidí que salir a caminar había sido una mala idea. No era la primera vez que me libraba de mancharme las suelas en esa mañana y aún quedaba mucho para el mediodía. Había dejado mi cómodo sofá monoplaza para salir a ‘estirar los huesos’ por la ciudad de Lyon. No era por intención propia: mi médico de cabecera me había sugerido, porque decir obligado quedaría mal, a que caminase una hora diaria. Intenté dar argumentos para librarme de esta actividad física. Como por ejemplo, si caminar no empeorará mi osteoporosis. Según él, no, no tenía ninguna relación, y así ayudaría a mejorar mi circulación. Fue él quien estudió una vida entera en la facultad de medicina, no yo, qué dejé los estudios justo antes de acabarlos y di prioridad a buscar trabajo y en el camino si surgía, enamorarme Así que una hora de caminata diaria, y no se hable más. Pasaba por la plaza de los Terreaux. Los vendedores ambulantes de flores, en un intento de encasquetar sus rosas rojas, chillaban y asustaban a posibles clientes. Grupos de niños desperdigados jugaban con una pelota de fútbol e intentaban marcar gol en el arco que formaban los caballos de la fuente con sus patas. Otra serie de muchachos, que ya tenían rasgos de plena pubertad, se reunían en una mesa fuera de una cafetería. Los libros los habían sustituido por móviles con pantallas más grandes que mi propio televisor. Pasé rozando las sillas de estos jóvenes. Llevaban con el mayor orgullo sus emblemas tecnológicos, cables blancos salían de sus orejas. Los chicos de esa generación salían del vientre de su madre con un sistema bluetooth incorporado.
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El Cuentacuentos En segundo plano me veía a mí mismo con Deni, Eloy y Hugo, en esta misma plaza hace ya muchos años, jugando a las canicas y teniendo infinitas tardes como aquellas por delante. Me desvié de la avenida principal, y en el momento que dejaba la plaza y me adentraba en una calle continua, escuché a mis espaldas los chorros del agua que salían del suelo en la plaza. Los chiquillos que jugaban al fútbol se reían y se escapaban para refugiarse donde sus abuelas. Entré en la rue l'Or Noir y dejé que los balcones de los pisos me protegiesen de la luz del sol que me había seguido desde casa. Sin darme cuenta vi el letrero que sobresalía de una pared a modo qué la gente que pasase, se encontrase con un restaurante si se tomaban las molestias de mirar arriba. Les Quatre Chats Rouges. Las letras eran góticas y hacían contraste con la modernidad del resto de la calle. Antes de llegar al restaurante ya pensaba en lo que pediría para comer y al mismo tiempo me preguntaba si seguirían haciendo la Quiche Lorraine que tomé con Odette cuando le propuse matrimonio. Entré por las puertas dobles de cristal y me vi transportado al pasado más pintoresco que podría recordar. Ahí estaba yo, con 46 años menos y una melena por la que ahora daría hasta las pantuflas más cómodas que pudiese poseer. Bueno, no. Esperaba en una mesa del fondo, la que tenía el cuadro de los cuatro gatos, aunque en la foto eran negros, que daban nombres al restaurante. Me acicalaba todo lo que podía mientras aguantaba la espera. Con la ayuda del servilletero plateado me asentaba los pelos engominado. Eso me pasaba por fiarme de algo barato. Fijación 100% decían. No tardaría en venir, estaba sirviendo unos macarrones a un grupo de tres o cuatro mesas más adelante.
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El Cuentacuentos Su sonrisa al acercarse iluminó mi espíritu e independientemente de si aceptaba mi propuesta o no, yo ya tenía guardada esa sonrisa para el último de mis días venideros. —Buenas noches, ¿qué va a tomar? —dijo Odette, tratando de ocultar una sonrisa. —A ti, si es posible —, dije, besando la mano de mi preciosa novia. Odette me dio una palmada en la mano juguetonamente, a modo de reprimenda. Un par de niñas sentadas en la mesa familiar de al lado pegaron una risotada al oír la respuesta tan indecorosa. —Tomaremos sopa de boniatose si hay alguna ración, ya cocinada, por favor. —¿Está esperando a alguien caballero? ¿Quiere que preparemos otro par de cubiertos? —preguntó Odette después de anotar el pedido en su libreta. —La persona que he estado esperando toda mi vida está delante mío y aunque lleva un delantal verde que oculta su figura digna de una diosa, mi amor por ella no es menor —, me levanté para darle un beso en la mejilla y la invité a sentarse en la silla sobrante— vamos, cena conmigo. —Mi turno no acaba hasta dentro de dos horas Cyril, podemos vernos luego en la heladería de la plaza. Murmurando un “De eso nada monada”, me excusé de la mesa y fui hasta la cocina, donde pregunté por el encargado jefe. Después de haber hablado con el dueño, que resultó ser también el cocinero jefe, y haberle explicado mi plan para esa noche, conseguí la aprobación para cenar con una de sus camareras. Volví a la mesa 10 minutos después, con dos platos humeantes de sopa de boniato y luego una de las camareras nos trajo una botella de vino. La camarera, mientras llenaba nuestras copas, echó una mirada de reojo a Odette, pareciendo feliz y al mismo tiempo con envidia por no tener un novio que le librase del trabajo de esa manera. 53
El Cuentacuentos —Invita la casa —indiqué— o mejor dicho: tu jefe. Tranquila, todo está bien —, tuve que asegurarle. —¿Estás seguro Cyril? No quiero meterme en problemas… Cogí sus manos y las sostuve en las mías. Con la yema de mi dedo índice pude acariciar la palma de su mano. Sí murmuré, todo está bien. —Sabes, está mañana he desayunado con tu tía antes de salir al trabajo. Hemos hablado mucho de ti. —¿Y a qué se debe eso? —Tenía asuntos que tratar con ella, por así decirlo. Pero también hemos hablado de sus bienes gananciales. Ya sabes que desde la muerte de tu tío siempre la he ayudado con este tipo de trámites. —Era como un padre para mí, bueno de hecho era prácticamente así porque yo perdí al mío cuando aún balbuceaba. Dice mucho de ti que ayudes a tía Bertha. Ella aún sigue apenada. —Lo sé cariño, y sabes qué yo la ayudo encantado. También hemos hablado de su casa en el centro, la que odia por falta de espacio. Le he dicho que es suficiente para nosotros dos, por algo hay que empezar y podría ser mucho peor. Odette dejó la cuchara con un movimiento brusco que hizo un sonido metálico en el plato de cerámica solo audible para las mesas más cercanas. —¿Quieres… que vivamos juntos? —Alargó cada palabra más de lo normal—. No sé si puedo aceptar Cyril. Conoces muy bien a tía Bertha, odiaría que me fuese a vivir con un hombre sin estar casada primero. —¿Y para qué crees que he ido esta mañana al banco a pedir un préstamo? ¿Porque le he pedido a mi hermano su mejor traje? Odette no dijo nada.
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El Cuentacuentos Me levanté de la mesa, hice girar su silla hacía mí, y me arrodillé a sus pies. No solo la mesa con las niñas de antes nos estaba mirando. El restaurante entero había dejado de comer y nos observaba atentamente. Por unos momentos no hablaban de las notas de sus hijos, de si era una buena idea ir a Nice ese verano, si la muela que le llevaba molestando por tanto tiempo necesitaba atención médica. Sabía antes de abrir la boca de nuevo qué mis siguientes palabras serían oídas por todas las mesas. —Porque te amo Odette y esta noche podría ser la noche en la que empezamos a escribir nuestro futuro como un matrimonio y dejar la etapa del noviazgo atrás. Tal futuro, tal aventura dependen ahora mismo de ti. Odette Valois Colville. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa y dejarme ser tu marido para el resto de nuestras vidas? Antes de que nuestra audiencia pudiese aplaudir Odette había balbuceado un sí. Había inclinado su espalda para que al besarme, estuviese a la misma altura. Nos besamos dulcemente. Después con una pasión que hasta la revista más liberal de esos tiempos nos habría censurado. No pudimos contenernos. Cuando nos íbamos, los ocupantes de las mesas que aún no se habían ido volvieron a aplaudir. Salíamos dispuestos a trabajar en nuestro futuro. Podría ser tan bueno y lleno de posibilidades como quisiésemos. Mientras me veía en algo menos de un segundo, como salía de este mismo restaurante con quien para entonces sería mi futura mujer, las puertas dobles de cristal hicieron un ruido espantoso al cerrarse. Había una capa de polvo que opacaba todo. Mi garganta no pudo soportarlo y hube se toser repetidamente. Solo cuando mi vista se acostumbró a la falta de luz pude ver donde me encontraba. Esto no era Les Quatre Chats Rouges. 55
El Cuentacuentos Las mesas estaban amontonadas en el rincón contiguo a los lavabos. Los manteles, hechos una bola, pedían ayuda desde la bolsa industrial de basura. Los cuadros, todos, ya no ocupaban sus sitios en las paredes. La pintura de los cuatro gatos estaba en el suelo de la pared y el cristal que cubría el cuadro tenía una grieta visible hasta donde estaba yo. Las botellas de alcohol estaban metidas en cajas de cartón. Los platos y cubiertos hacían columnas a media altura del techo mohoso. La única luz encendida venía de la cocina. De las puertas salió un señor que no podía tener más de treinta años. —¿Viene por el anuncio? —preguntó. Dejó la caja que cargaba al lado de los platos apilados. Yo me quedé donde estaba, seguía observando con una melancolía enfermiza la decadencia del lugar. Podía sentir el polvo pegándose a mis pies y a las paredes de mis pulmones. —Qué...qué… ¿Qué ha pasado aquí? —Cerramos, —se encogió de hombros, como si fuese obvio—. Lo siento, si hubiese venido unos meses antes… pero llega tarde. —¿Se trasladan? —No, no, cerramos definitivamente. En sus primeros años le hubiese gustado no tengo duda. Con esto se acercó a una de las cajas y pareció buscar algo. Esta vez sí que vino hacía mí. Llevaba un cuadro mediano en sus manos. Era de madera y tenía un pie de foto hecho a mano: “Les Quatre Chats Rouges. 1948”. Una instantánea del día de inauguración, en ella posaba un grupo de doce personas: el dueño con unas barbas grises que tenía un cucharón de madera en la mano; a su lado una señora que bien podría haber sido su madre, manteniendo una pose orgullosa. Detrás de ellos estaban afilados camareros, cocineros y ayudantes. La tercera empezando por la izquierda, ahí estaba
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El Cuentacuentos ella, con su delantal verde qué no le hacía justicia y feliz por haber conseguido su primer trabajo. —Este es mi padre —señaló al señor con la cuchara de palo—. Confió en mí el negocio familiar cuando se estancó con su salud. Eso es lo más triste de todo, cada día le cuesta más recordar a mamá y a la abuela. Ni siquiera le puedo decir que voy a cerrar porque no se acordará. Aún tengo fe de que se acuerde de mí, de mi nombre al menos. Alzheimer —aclaró—. Cuando tiene sus días habla de su infancia, de su sueño por abrir una tienda y cuando no se conformó, de probar con un restaurante. Guardé unos segundos de silencio por respeto. O tal vez no sabía qué decir. —Llegué a conocerlo. Sí, la noche en la que le propuse matrimonio a mi esposa cenamos aquí. Fue aquí mismo donde me hice un hombre hecho y derecho. Es una verdadera pena que tengáis qué cerrar. —Ya no podemos afrontar los gastos. Las goteras de la cocina se ensanchan sin parar. Compartimos el local con ratas y arañas por dios bendito. Los días de los cuatro gatos han acabado. Y me odio, me odio porque he fallado a mi padre. Puso toda su confianza en mis manos y yo le he fallado. Deme un momento—, dijo el señor yendo a buscar algo para secarse los ojos. Cuando volvió yo ya me había ido. Al día siguiente Edmé Gwendal seguía empaquetando platos y vasos. Las ollas, sartenes y demás utensilios aún esperaban su momento. Envolviendo una fuente de cristal con gruesas capas de papel de cocina, Edmé escuchó las puertas de la entrada, para segundos después volver a abrirse y cerrarse. —Chicos, ¿sois vosotros? Llegáis tarde, os dije a las nueve de la mañana.
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El Cuentacuentos Saliendo de la cocina no encontró a sus ayudantes esperando en la barra del bar pero al fijarse mejor sí que vio el sobre que yacía al lado de las pilas de platos. Lo abrió mirando a los lados, como si quien quiera que lo había dejado se hubiera escondido detrás de alguna mesa y esperase a ver su reacción. Dentro del sobre había una carta, y otro sobre más pequeño sellado con el símbolo del banco nacional de Francia. La carta escrita a mano, leía así:
Escúchame bien. Estoy haciendo esto porque tu padre me ayudó sin recular cuando le pedí un favor. Por pequeño que sea un favor no deja de ser una deuda. Nunca tuve la oportunidad de decírselo y es que si no hubiese sido por él, no me habría podido declarar a mi mujer esa noche. Una tía de ella planeaba enviarla al sur de Yves para que supiese ganarse un sueldo. Tu padre no dudó en contratarla cuando se lo pedí. Ahora que caigo ya van dos favores. Volver al restaurante donde empezó la etapa más bonita de mi vida, me marcó en el alma, y verlo destruido hizo llorar mis recuerdos. Con mi preciosa Odette ida, los recuerdos es lo único que tengo. En los día más solitarios, cuando mis hijos pasan semanas sin venir a verme, sus cenizas me hacen compañía. Juntos recordamos todos los día vividos, porque déjame que te diga otra cosa, todos los días son importantes, no te atrevas a menospreciarlos, por más malo que sea. Es triste, apreciar algo tanto y aún perderlo. Espero que el cheque pueda cubrir todos los gastos. No te preocupes por el dinero, te lo doy con todo el gusto del mundo. El del banco me conoce bien y sabe que no tendré problemas para devolverlo, no es que tengo planeado irme a ningún sitio excepto a buscar a mi mujer.
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Solo te pido un último favor y con este ya habría pedido tres a tu familia y sólo os habría devuelto uno, espero que puedas perdonarme. No cierres el restaurante. Hazlo por tu padre que sembró sus sueños ahí. Porque a veces le puedes regalar a una planta algo de vida con unas gotas de agua, esté marchita o acabada de florecer. Hazlo por mí y por ti. Ayuda a crear nuevas historias. Cyril Imanol Ilhan. 17 de Septiembre del 2015.
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2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA
Almudena Almendros
ÚLTIMA CARTA
Lourdes Micaela Costa Pintos, 16 años Colegio Sagrado Corazón de Jesús Murcia
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Querida mamá: ¿Cómo van las cosas por ahí? Nosotros estamos bien. Bueno… La verdad es que papá aún no ha superado del todo lo tuyo. No me extraña, porque sé lo mucho que te quería y cómo se rompió su corazón en mil pedazos cuando te marchaste. Aunque haya pasado casi un año, él sigue mirando todas las noches el cuadro que tiene junto a su cama, antes de dormirse. Es la foto en la que salís los dos cuando aún erais novios, paseando bajo un camino cubierto de hojas secas. Lo sé porque hay noches en las que le veo al pasar frente a su habitación, aunque él no sabe nada. A mí también me gusta mucho esa foto; se os ve tan felices. Le ha costado un poco, pero por fin papá ha encontrado un nuevo trabajo. Ha abierto una librería nueva cerca de casa, y no le va mal. A veces la gente le trae libros viejos para que los arregle y papá se pasa horas hablando sobre sus novelas favoritas con los clientes. Me contó que aquel siempre fue tu sueño y que tan solo se arrepiente de no haberlo llevado a cabo antes. Espera que puedas perdonarlo. A veces le ayudo en la librería, pero me cuesta mucho no poderme entre los estantes con algún libro y una buena taza de chocolate caliente, como solíamos hacer, ¿te acuerdas? También tengo bastante trabajo en casa. Ya que ahora no estás tengo que ocuparme de limpiarlo todo, hacer que papá lleve las cuentas al día, vigilar a los gemelos y cuidar de Lily. Pero no te preocupes, sabré apañármelas. Al fin y al cabo tú siempre decías que podía salir de cualquier situación. Jace y Tommy cumplieron doce años el mes pasado. El regalo de papá resultó ser un perro. A ellos les encanta, pero para mí supone un trabajo extra. Sin embargo, hace mucho que no los veo tan felices con algo, así que supongo que la llegada de Diábolo —como lo han llamado— no ha resultada tan nefasta 63
El Cuentacuentos como creía. Yo les regalé un libro a cada uno: Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Sé que eran de tus favoritos, y solo espero que puedan llegar a terminarlos antes de acabar el instituto. Deberías ver lo mucho que han crecido en este tiempo. No sé cómo lo hacías, pero a mí me cuesta horrores diferenciarlos, y ellos no hacen nada para ponérmelo más fácil. Su juego favorito es torturarme haciendo que intente adivinar quién es quién. Sin embargo, ahora paso mucho más tiempo con ellos, y he aprendido a ver algunas diferencias. Como que, por ejemplo, Jace es más tranquilo y le gusta pasar el rato en casa. Tommy en cambio siempre está lleno de energía y me trae de cabeza. Jace quiere ser astrónomo porque le encantan las estrellas. Aún le siguen gustando mucho los viajes que hacemos con papá a la montaña para ver las constelaciones. Tommy siempre está cambiando de parecer. La semana pasada dijo que quería ser futbolista, pero ahora tiene la idea de convertirse en médico. Elija lo que elija sé que le irá bien. Ambos tienen mucho talento y son cabezotas. Tenías razón en lo que me dijiste cuando nacieron: estos dos son la alegría del hogar. Después de lo tuyo pensé que tendría que sacarlos del pozo oscuro donde se habían hundido, pero me equivocaba. Fueron ellos quienes me salvaron a mí. Poco a poco consiguieron levantarme cuando estaba en mis peores momentos. Con sus bromas, sus risas, sus travesuras… Ayudándonos unos a otros hemos logrado seguir adelante. Sé que estarías orgullosa de ellos, porque yo lo estoy. En cuanto a Lily… bueno, dentro de poco celebraremos su primer cumpleaños. Te maravillarías de ver cuánto ha crecido. Papá dice que tiene tus ojos, pero yo siempre le digo que se parece mucho a él, sobre todo en las orejas. Es una niña saludable y llena de energía. Los gemelos aún no se acostumbran a tener que hacer de hermanos mayores, pero siguen igual de entusiasmados que cuando les dijiste que iban a tener una 64
El Cuentacuentos hermanita. Hubo un tiempo en que tuve miedo de que ellos odiaran a Lily, que la culparan por haberte ido, pero al final solamente tenía miedo de mí misma. Era yo quien pensaba que tenía que odiarla, a esa niñita inocente. Pensaba que me sería más fácil llevar el dolor si culpaba a alguien de tu muerte, pero solo fui una estúpida. Soy incapaz de odiar a esta hermanita tan dulce que me diste, mamá. En verdad tiene tus ojos y sé que una parte tuya vivirá siempre en ella. Me da mucha pena que no estés aquí cuando Lily crezca, pero papá dice que le hablaremos sobre ti cuando sea mayor. Le contaré la estupenda madre que eras, le leeré libros por las noches, como tú me los leías a mí, y le enseñaré un montón de fotos tuyas, para que vea lo guapa que eras. Te prometo que crecerá como la niña más feliz del mundo, al igual que crecí yo, aunque ahora no estés tú para guiarla. Ah, y nos hemos mudado de casa. Fue hace apenas tres meses y he estado tan atareada que no he podido contártelo en las otras cartas. Tras tu muerte la casa era un recuerdo constante de que faltaba alguien, así que papá decidió venderla y nos mudamos a vivir con la abuela a Chepstow, ya que se estaba haciendo mayor. Queda bastante lejos de Londres y al principio me apenó tener que dejar atrás mi vieja vida, pero papá tenía razón cuando dijo que era lo mejor. La ciudad es preciosa y, aunque la casa de la abuela es algo pequeña, nos apañamos bien. Los gemelos comparten habitación con Lily y yo me quedé el estudio de la planta de arriba, ese en el que me contaste que siempre te encerrabas a leer cuando estabas enfadada o triste. El otro día, rebuscando en unas viejas cajas, encontré los cuentos que escribí de niña. Me emocionó mucho saber que los habías guardado todo este tiempo. Sé que también querrás que te hable de mí, aunque nunca me haya gustado el tener que hablar de mí misma. Este último año me he dejado crecer el pelo y ya está tan largo como lo tenías tú —papá dice que incluso más—, pero nunca podrá ser tan bonito 65
El Cuentacuentos como el tuyo. Me gustaban mucho las trenzas que me hacías cuando era pequeña y estoy deseando que Lily crezca para poder hacérselas. Jace y Tommy se han acostumbrado a la vida en Chepstow y parece gustarles su nuevo colegio. Yo por mi parte también estoy mejorando. Después del verano empezaré la universidad. He decidido que quiero seguir escribiendo, tal y como tú solías decirme que hiciese, por eso haré un grado en filología inglesa. Y también hay un chico. ¡Sí, un chico! Yo, la chica tímida incapaz de encontrar pareja. Te imagino dando saltos de alegría, más emocionada que yo ante la noticia. No es que seamos novios ni nada parecido, pero es alguien estupendo a quien me gustaría seguir conociendo. Se llama Sebastián y estudiará en mi mismo curso. Lo conocí poco después de llegar aquí, ya que él trabaja repartiendo periódicos los fines de semana. Es un chico simpático, gentil y gracioso —tú siempre decías que las mejores personas son las que nos hacen reír—. Pues él me hace reír incluso en los peores momentos. Estoy pensando en presentárselo a papá, pero aún no sé cómo reaccionará. Si estuvieras aquí seguro que dirías que lo hiciera junto con una taza de chocolate. ¿Sabes? Te echo mucho de menos. Durante los primeros días tras la tragedia pensé que la vida era una mierda. Solo podía pensar en la última vez que habíamos discutido, cuando me escapé de casa, lo mucho que te preocupé y que nunca llegué a decirte lo muchísimo que te adoraba. Quería morirme, no podía parar de llorar y se me hacía un nudo en la garganta cada vez que intentaba hablar con alguien. Me iba alejando de los demás poco a poco, casi sin darme cuenta. Tú eras lo que más quería y perderte ha resultado ser el golpe más duro de mi vida. Pero no estaba sola. Papá, Jace, Tommy, Lily, la abuela y finalmente Sebastián, todos ellos me han ayudado a levantar la cabeza y a darme cuenta de que sí hay cosas que valen la pena en la vida. Tú siempre decías, mamá, que yo soy el pilar más fuerte de la 66
El Cuentacuentos familia. Pero en eso te equivocabas. Todos ellos son mi fuerza, la razón por la que ahora te escribo esta carta. La semana que viene papá cogerá unos días de vacaciones y nos iremos de viaje todos juntos. Prepararemos galletas, volaremos comentas, jugaremos en la playa, contaremos historias alrededor de un fuego… Pensé que al perderte nunca más podría hacer todas esas cosas, pero de nuevo me equivocaba. Mientras tenga a mi familia la vida continuará para mí. Ahora sé que tengo que ser fuerte, no por mí, sino por ellos. Y todo es gracias a ti. No sé si allí donde estés te llegaran estas palabras, pero tenía que decírtelo para que lo supieras. Gracias por todo lo que sacrificaste por la familia, por mantenernos unidos, y lo siento por todas aquellas tonterías adolescentes que hice y te preocuparon. Un pilar se ha derrumbado en nuestra familia, uno muy importante, pero aún estamos juntos y eso es lo que importa. Cuando termine esta carta la guardaré en la caja de madera que me regalasteis a los diez años, aquella con un hada dibujada encima, junto con todas las otras cartas que no llegué a terminar. Aquellas primeras cartas solo encerraban dolor, odio, lágrimas y más sufrimiento y sé que no te agradarían. Las he guardado porque tú siempre decías que todo aquello en lo que plasmamos nuestros sentimientos es un tesoro. Por primera vez en mucho tiempo puedo escribirte sin miedo a que el llanto me desborde. Las sombras del pasado siempre seguirán pegadas a mí, pero al menos ahora soy capaz de caminar sin tropezar con ellas. Debo poner un punto y final a esto. Ahora iré con papá y mis hermanos a visitar tu tumba. Papá dice que la visitaremos cada año, por el aniversario de tu muerte. Durante los primeros meses me negué a ir. Pensaba que no podría soportar estar allí de pie, frente a una losa con tu nombre, y no derrumbarme. Pero viendo a Jace y Tommy he comprendido que ellos intentan hacerse los fuertes porque creen que son los que tienen que 67
El Cuentacuentos llevar todo el peso sobre los hombros —ya sabes cómo son los chicos—, así que yo no puedo ser menos. Tu tumba está en una pequeña colina, debajo de un roble. Como te gustaban muchos los árboles pensamos que te agradaría ese lugar. Te llevaremos flores, velas y dibujos que han hecho los gemelos. He decidido que dejaré allí la caja con mis cartas. Desearía que mis palabras fueran capaces de llegarte. La abuela es la única persona que sabe que te escribo. Dice que si las leyeras no podrías parar de sonreír y dirías que estas orgullosa de lo mucho que he madurado. Te prometo que no volveré a derrumbarme. No prometo que no vuelva a llorar por ti, porque he comprendido que las lágrimas que derramamos al perder a una persona son también importantes. Significa que una parte de esa persona sigue en nosotros. Así que lloraré por ti, pero también reiré, disfrutaré y viviré mi vida hasta el último momento, como tú querías que hiciera. Sin importar donde estés, nunca te olvidaré, mamá. Te quiere, Lucy.
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1º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO
Julia Insausti
EL DÍA QUE ABANDONE MI PAÑUELO Eduardo de la Iglesia Pérez, 17 años I.E.S. Los Navalmorales (Navahermosa) Toledo 69
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A
mina levanta la mano desde su asiento para contestar a la maestra y la agita con nerviosismo. Su carita redonda, enmarcada por los pliegues del pañuelo que le cubre la cabeza, muestra la ilusión de conocer la respuesta a la pregunta más difícil del temario. La señorita Ana, viendo que es la única persona que va a responder, la mira sonriente, alentándola a que hable. —El camello tiene dos jorobas, señorita. La maestra aplaude brevemente y celebra interiormente que Amina, llegada tan sólo un año antes a su clase, sea hoy una de las alumnas más aventajadas de 1º de Primaria. Su proceso de integración entre el resto de alumnos hubiera sido sencillo si sus compañeros no diesen tanta importancia al acento marroquí que aún conserva y al uso ininterrumpido del hiyab que le cubre toda la cabeza. El equipo directivo había hablado con la madre de Amina en varias ocasiones para hacerla ver que sería más fácil la aceptación de la niña entre sus compañeros si abandonaba el pañuelo, pero la madre se había negado en rotundo aun cuando ella misma no lo usaba. La señorita Ana escucha cuchicheos al final de la clase y ve a Paula y Sofía hablando en voz baja con Fátima, la otra chica marroquí que tienen en clase. Ella se integró mucho mejor entre las niñas por el simple hecho de no haber llevado nunca el pañuelo. Mira el reloj. —Chicas, venga. Dejad de hablar y recoged los estuches — dice la señorita Ana a las tres niñas—. Va a tocar el timbre —y después, se dirige al resto de la clase—. Recordad que lleváis a casa ejercicios de Lengua y Dibujo. El aula entera se sume en el ensordecedor sonido de sillas y mesas moviéndose, gritos cruzados de un lado a otro de la clase y risas ocasionales en los pequeños grupos que se van formando mientras los niños se colocan las mochilas en la espalda. En medio del barullo, la señorita Ana ve que la única que no habla 71
El Cuentacuentos con sus compañeros es Amina. Ella simplemente mira con disimulo a las niñas que ocupan los pupitres traseros y espera con paciencia en su sitio al toque de salida. La niña ve con el rabillo del ojo cómo Paula, Sofía y Fátima la miran y se ríen mientras se tocan el pelo. El timbre inunda los oídos de los colegiales y la maestra da dos palmadas para que vayan saliendo del aula. Los chicos más brutos se empujan en la puerta para ser los primeros en salir y las niñas esperan detrás, riéndose de que Álvaro, como siempre, ha conseguido apartar a Raúl y Jorge de su camino. Finalmente salen todos salvo Amina, que se queda la última para no tener que escuchar cómo hablan de ella en los pasillos. —Adiós, señorita Ana —se despide, tímida. —Pasa buen fin de semana, Amina —contesta la mujer desde su mesa, con la compasión grabada en los ojos. Y antes de que la pequeña cierre la puerta al salir, la señorita Ana le dice: —Por cierto, me gusta mucho tu pañuelo nuevo. Ese color te sienta muy bien. Amina sonríe agradecida mientras una apacible sensación que nunca había sentido en el colegio le invade por dentro. Un brillo en sus grandes ojos negros es la tilde que acentúa la felicidad que han producido en ella las amables palabras de su maestra pero, en un instante, esa sensación se esfuma. —¡Oye, tú! ¡Morita! ¡La del pañuelo! La voz chillona que la reprende a su espalda es la de Paula. Viene corriendo desde el otro extremo del pasillo con Sofía y Fátima, meneando sus coletas rubias como si nada hubiese más importante. Han estado esperándola en los baños, como hacen todos los viernes al acabar las clases. —¿Qué pasa, que no nos puedes esperar? —le grita Paula al llegar hasta ella—. ¿Llevas prisa por si te pegan en casa o qué?
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El Cuentacuentos Las otras dos niñas ríen la gracia y sacan los colores a Amina, que intenta taparse las mejillas con el borde del pañuelo que tanto le ha gustado a su señorita. —No, es que mi madre me está esperando en el parque. No quiero retrasarme —contesta, con voz queda. —“Es que mi madre me está esperando en el parque. No quiero retrasarme”—la remeda la niña con voz burlona, casi escupiendo las palabras—. Bastante retraso ya tienes tú, morita. ¿A ti qué te pasa? ¿Tienes frío o por qué te pones en junio ese trapo en la cabeza? —Mi madre me dice que es mejor que me lo ponga —intenta rebatir Amina, sintiendo cómo un temblor le recorre todo el cuerpo hasta afectarle a la voz. —“Mi madre me dice que es mejor que me lo ponga”—sigue repitiendo Paula, para deleite de sus dos amigas—. ¿Es que en tu casa no te lavas el pelo y no quieres que se te vea? ¡Guarra! ¡Lávate! Mira Fátima, es de tu mismo país y sabe ser española. ¡Y se lava el pelo, no como tú! Amina nota humedad al borde del párpado. Se le está emborronando la vista y baja la cabeza lentamente para que las tres niñas no vean su vergüenza. —Sí me lavo —intenta decir con claridad, cuando un ardor casi inaguantable puebla toda su carita—, pero no puedo… Y antes de que pueda acabar, Paula, tocándose las coletas, empieza a canturrear: —¡Amina la Morita no se lava el pelo! ¡Amina la Morita no se lava el pelo!... Y como si la cantinela fuese un reclamo para las otras dos, Fátima y Sofía se unen a su amiga gritando por el pasillo. “¡Amina la Morita no se lava el pelo! ¡Amina la Morita no se lava el pelo! ¡Amina la Morita no se lava el pelo!...” Amina siente una punzada aguda en la garganta a causa de la impotencia. Un puchero imposible de domesticar se le escapa entre los labios y abre el dique de su frustración al llanto de 73
El Cuentacuentos manera involuntaria, sin importarle que sus compañeras la vean llorar un día más. Comienza a correr por el pasillo con la mochila golpeándole la espalda con la misma fuerza que los gritos de Paula y sus amigas, limpiándose con el dorso de las manos las lágrimas que le impiden ver bien los escalones que baja de dos en dos hasta que llega a la planta baja del colegio y se envuelve entre los niños que salen del centro. No entiende por qué su pañuelo le trae el desprecio de las niñas de las que le gustaría ser amiga. ¿Es por el pelo? A Fátima la quieren y no lleva pañuelo. A ella también le gustaría poder enseñar su melena rizada a las otras niñas de la clase, pero no puede… Cuando consigue salir fuera, la angustia la abandona, pero el sentimiento de encontrarse en un lugar hostil permanece en ella. Las lágrimas siguen bañando sus mejillas cuando cruza el patio del colegio y pasa entre las madres que han venido a recoger a sus hijos. Al otro lado de la calle, en el parque, ve a su madre esperándola con un bocadillo entre las manos. Sus gruesos labios, esos que tantas veces la besan para darle cariño, sonríen ampliamente hasta que ve perlas de agua en las pestañas de Amina. Entonces su gesto cambia y corre preocupada hacia su hija. El abrazo que Amina siente a su alrededor es el salvavidas que le da de inmediato paz y somete su llanto hasta convertirlo en breves hipidos que la agotan. El olor a jazmines de su pelo negro, al descubierto como el de cualquier otra mujer, calma aún más el espíritu de la niña. Entonces Amina deja escapar un susurro al oído de su madre: —Mi pañuelo sólo le ha gustado a la señorita Ana. Ya en casa, consolada por su madre, Amina siente los parches del cariño por su cuerpo: una caricia bajo la barbilla, un beso en las manos, un abrazo rodeándole toda la espalda…
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El Cuentacuentos Juntas entran en la habitación de la niña y abren la mochila para sacar los libros. La madre se sienta en la cama, frente al espejo del armario de Amina, y mira a su hija colocando en una carpeta sus papeles, ahora relajada. Entonces los profundos ojos de la pequeña se cruzan con los suyos. —Mamá, ¿por qué tengo que llevar este pañuelo si Fátima y tú tampoco lo lleváis? ¿Es que esto me hace guapa? Y la madre, que ya ha tenido que hacer frente a preguntas parecidas, la coge con delicadeza de la mano y la sienta en su regazo. Ambas, frente al espejo, se miran en silencio. —Eres preciosa, Amina —dice la voz suave de su madre—. Un pañuelo no te hace más guapa o más fea. ¿Lo quieres ver? Amina asiente y, con mucha delicadeza, la madre deshace un nudo bajo el cuello que sujeta el pañuelo al busto de la niña. El 98 se afloja y la madre retira los pliegues con cuidado. Las dos vuelven a mirarse. —¿Has visto? —Dice la madre—. Tus ojos siguen siendo hermosos, y tu boca es tan bonita como siempre. Un pañuelo no te embellece, igual que tampoco embellece el pelo a esas niñas de tu clase. Y la pequeña se admira, comprobando que es cierto… Es tan guapa sin ese pañuelo rosa como lo es con él. En el espejo se refleja la cabeza descubierta de Amina, desnuda, sin un solo cabello rizado de los que un día su madre consideró los más bellos de Marruecos. El tratamiento contra su cáncer estaba siendo duro. También lo era el peso de aquel pañuelo.
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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO
Ramón Requejo
NUNCA
Carmen Sanchez Cabezas, 17 años Centro Salesianos Mª Auxiliadora Badajoz
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H
ola. Te preguntarás por qué te hablo. Supongo que no es momento de irse por las ramas, así que no hay por qué ocultar lo evidente: te hablo porque tengo miedo. Te hablo porque dijiste que siempre que necesitase ayuda estarías para socorrerme, te hablo porque no me escuchas. De hecho, quizá ni siquiera esté hablándote y todo esto sea producto de mi imaginación; o quizá hace tiempo que se agotó el oxígeno y ya he muerto sin saberlo. Aparentemente no debería tener miedo, hace días que terminó la tormenta de asteroides, tenemos alimento y combustible de sobra, todo está en calma. Podría asomarme y contemplar el espacio infinito y podría pasarme horas asombrándome de lo insignificante que resulta todo lo cotidiano, lo triviales que parecen nuestras preocupaciones, si se contemplan desde aquí. Todo está en calma, en la espantosa, horripilante, pavorosa, terrible, aterradora y monstruosa calma que supone que tu tiempo, científicamente hablando, prácticamente se haya detenido en comparación con el de casi cualquier sistema de referencia cercano pensable. Puede que un error de cálculo, quizá nuestra osadía, los imprevisibles altercados del viaje o simplemente un absurdo descuido hayan sido los que nos hayan conducido hasta aquí, pero ahora no hay marcha atrás, literalmente. Tan literalmente como cierta creas la Teoría de la Relatividad. Si hace seis años, cuando me comunicaron que iba a participar en esta misión, me hubiesen asegurado que acabaría en esta situación, ¿habría aceptado? Probablemente, sí. Cuando ni siquiera llegas a los treinta años y ya te has abierto paso en la NASA nada puede parar tu ambición, tus ganas de más, tus deseos de aventura. Además, a mí nada me ataba a la Tierra aparte de su atracción gravitatoria, eso es imposible para una persona tan ambiciosa, engreída y a quien solo importa el éxito profesional, como yo; me sentía mucho mejor cuando viajaba
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El Cuentacuentos entre cuerpos celestes, como si aquel fuese mi mundo y no el terrenal. Realmente, a mis ojos, era extraterrestre. Así, el dieciocho de junio, seis astronautas selectos abandonamos nuestro planeta en el primer viaje interestelar de la historia. Obviando la agitación mediática de la expedición, el hecho de que fuésemos a trasladarnos a más de cuatro años luz de distancia supuso una revolución del panorama científico. El objetivo de la misión era relativamente simple: llegar hasta el sistema Alfa Centauri y, una vez allí, aterrizar en un planeta que orbita alrededor de Alfa Centauri B, descubierto hace varias décadas y de condiciones más o menos similares a las de la Tierra, llamado Alfa Centauri B b. Ni siquiera teníamos que tomar muestras del planeta, de eso ya se encargan las sondas que en los últimos años se habían destinado este Alfa Centauri B b, nosotros simplemente teníamos que llegar y volver con una serie de pruebas que nos permitiesen decir “Eh, mirad, estuve allí, es cierto”. En mi mente solía reírme con la idea de ser el Neil Armstrong de la distancia intergaláctica. El viaje fue sencillo. Gracias al revolucionario sistema de propulsión invención del renombrado físico polaco Andrzej Lewandowski que permitía viajar a nada menos que el 78% de la velocidad de la luz a naves de hasta veinticinco toneladas, tardamos “poco”. Este sistema de propulsión consistía en un “motor” que obtenía su energía de la fusión nuclear, cosa que incluso hace cincuenta años era reconocida como “poco probable” por los más visionarios, calificada como impensable por los más realistas y tachada de ciencia ficción por la mayoría de la comunidad científica. Supongo que mis compañeros de viaje merecen ser nombrados. La comandante era la canadiense Sylvie Booth, doctora en física, astrónoma y matemática, y el piloto, el chino Hao Lee, también físico y matemático. Junto a mí, otros tres especialistas de misión: Julia Sanz, Kevin Standford y Jean Pierre Lambert. Este último, juzgándolo objetivamente, creo que es el único ser 80
El Cuentacuentos humano por el cual he llegado a desarrollar cierto afecto, aparte de por ti, claro, y supongo que por mis padres también. Con Jean Pierre pasaba yo los ratos libres hablando. Joven brillante de familia humilde marsellesa, parecía comprenderme en todo lo que argumentaba. Realmente éramos parecidos, aunque él carecía de ese desdén y falta absoluta de sensibilidad hacia los sentimientos humanos por la que sé que yo me caracterizo en más de una ocasión; puede decirse que de nuestro “equipo”, él era la parte humana, mi hermano mayor que imponía cordura en mis decisiones más alocadas. Aunque hablar de Jean Pierre es tan inevitable como recurrir a ti en estos momentos, prosigo con mi narración. Durante los primeros cuatro años -la expedición duraba quince, así que hablar de los primeros cuatro años es hablar de poco más de la mitad del trayecto de ida- el viaje fue de lo más rutinario. Nuestra nave era todo lo similar posible a una casa, donde hacíamos vida normal. Cada día un despertador –un incesante pitido programado en el software de la nave-nos hacía levantarnos a una hora establecida para nosotros como las ocho de la mañana. Tras desayunar, durante dos horas -hablo de los especialistas de misión- leíamos libros y libros –por supuesto en formato digital- acerca del lugar al que nos dirigíamos, los posibles obstáculos que podríamos encontrar, cómo reaccionar en situaciones de emergencia, etc. Nosotros decíamos que íbamos a clase. Es curioso cómo, aun después de superar las pruebas de selección, debías seguir aprendiendo, completando tu formación hasta sobre aquello que creías conocer todo. Al estudio le seguían tres horas de entrenamiento en el gimnasio, donde realizábamos distintos ejercicios de fuerza, resistencia y salto para evitar la atrofia muscular y mantenernos en un óptimo estado de forma. Seguidamente contábamos con una hora de tiempo libre en la que podíamos sentirnos, valga la redundancia, libres. 81
El Cuentacuentos Julia solía tocar el piano cada día durante los primeros meses, pero esta práctica fue cada vez más espaciada hasta convertirse en algo inusual. No entiendo muy bien qué le pasó con el piano. “No me gusta este teclado intergaláctico” se quejaba “parece que haya sido afinado por extraterrestres. Qué se les habrá pasado por la cabeza a esos de la NASA, les dije que quería un piano. ¡Voy a perder la técnica!”. Yo la miraba en silencio cada vez que decía cosas así y me limitaba a responder con un “mmmm” cuando me preguntaba mi opinión. Me pregunto si había preparado partituras para quince años. Sea como sea, ha logrado que en estos momentos extrañe su música como una de las pocas cosas que podían hacer que yo sintiese que pertenezco a la humanidad, capaz de calmarme en la agitación, agitarme en la calma, llegar a ponerme los pelos de punta e incluso hacer aparecer un nudo en mi garganta. Sobre Stanford no hay mucho que contar, realmente dudo si semejante personaje cuenta con un cerebro. Solía limitarse a mirar hacia el infinito o lanzar puñetazos a un saco de boxeo. Mi amigo Jean Pierre y yo hablábamos, sin más. Intercambiábamos opiniones acerca de todo lo pensable y hasta de lo impensable. Como supondrás, hablando horas y horas, día tras día con una persona durante años llegas a conocerla como a ti mismo. Conozco cada detalle de la vida de Jean Pierre. En nuestras charlas él me ha contado cuándo y dónde nació, cómo ha sido su infancia, cómo creció, de dónde surgió su interés por este mundo nuestro, el mundo cósmico… y también dónde estudió, trabajó y vivió hasta el momento en el que nos conocimos. Solo hay una cosa que él no me ha contado, pero yo la sé igual, y es que mi pobre amigo sufre mucho más que yo aquí, porque Jean Pierre está enamorado. Está terriblemente enamorado y su amor tiene una historia que dejó en interrogante, que abandonó antes de acabar al aceptar este trabajo, que no se ha cerrado y, según él cree, jamás lo hará, porque es difícil esperar quince años. Está enamorado y todos 82
El Cuentacuentos los días huye de mí en algún momento para escribir una carta que nunca enviará a su razón de ser. Todos teníamos nuestra vía de escape, como habrás podido observar. A la comandante y al piloto apenas los veíamos, tan solo en los momentos de las comidas. Llamar comidas a lo que ingeríamos es un elogio, pues se trataba de simples sustancias de textura pastosa y sabor agridulce que incluían todos los nutrientes que necesitábamos, de una manera rigurosa y personalizada. Ahora sé que si hay algo material que eche de menos en la Tierra, es la comida. Sobre la rutina de las tardes hay poco que comentar, simplemente era una repetición de la matutina. Debía de ser el veinticuatro de julio –en nuestro reloj- del sexto año de trayectoria cuando un fallo en el motor nos dejó a la deriva y sin electricidad durante varios días. Sin modo alguno de comunicar con la estación, no nos quedó otra cosa a la que recurrir que a nuestros propios conocimientos y a las herramientas accesibles. Tras tres días de incertidumbre y angustia -es difícil mantener la calma cuando te encuentras, literalmente, a tu suerte en el universo- comenzamos las maniobras de reparación del motor. El brillante Hao Lee nos salvó la vida. Aunque todos tomamos parte en el arreglo, él halló y resolvió el error que había detenido el mecanismo de fusión nuclear que nos impulsaba en nuestro viaje interestelar. Fue prácticamente el único suceso que supuso una ruptura de nuestra rutina en los primeros cinco años, y casi lo agradecí. Continuamos con ese día a día monótono hasta meses después. Ocurrió el día de Navidad –según nuestro calendario-. Nuestro objetivo se encontraba tan cerca que me parecía poder arañarlo. Era una de las veces que Julia tocaba el piano, yo la escuchaba con los ojos cerrados. La Patética de Beethoven se colaba por mis oídos y se abría paso hasta mi corazón. De repente una sacudida me sacó de mi recogimiento. Lo que le siguió fue oscuridad; oscuridad y desorden. Tardé unos minutos 83
El Cuentacuentos en asimilar que un meteorito había impactado contra nuestra nave. El sistema de navegación debía de haber fallado o simplemente puede que fuese imposible de detectar. Todas las alarmas se activaron y la nave dio violentas vueltas que nos hicieron chocar varias veces contra las paredes. Kevin se golpeó la cabeza y comenzó a sangrar a borbotones y grandes burbujas de sangre llenaron la estancia en cuestión de instantes. Estaba muerto. Me asusté, lo admito, pero fue reconfortante después de todo, pues descubrí que existían en mí sentimientos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano conseguí llegar a uno de los arneses de seguridad y me amarré. Usé la llave que llevaba colgada siempre al cuello para abrir la puertecita situada al lado del arnés y saqué de ella un casco. Tras conseguir ponérmelo, en una tarea que fue de todo menos fácil, permanecí todo lo inmóvil que me fue posible esperando la calma. No sé cuánto tiempo pasamos girando sin control, pero fue francamente horroroso. Al menos en dos ocasiones nos golpeó otro cuerpo. Todo era un desastre a mi alrededor cuando la nave se estabilizó. Aguardé alrededor de una hora a la espera de una nueva acometida. Como esta no llegó, solté mi arnés y comencé a buscar a mis compañeros –la nave es inmensa y tiene numerosas estancias, además no estábamos todos juntos cuando ocurrió el accidente, así que encontrarlos no era tarea fácil. Yo me hallaba con Julia, como ya he dicho, pero escapó de mi visión tras el impacto-. Tuve que esquivar el cadáver de Standford. Primero encontré a Julia, que había tenido problemas con su arnés y no lograba desengancharlo. Tras ayudarla, ambos emprendimos la búsqueda de Jean Pierre. Cuando empezaba a aterrarme la idea de haber perdido a mi único amigo, le escuchamos gruñir en el gimnasio. La puerta estaba bloqueada y él había quedado atrapado. Julia y yo localizamos una de las palancas de emergencia que provocaban la apertura de todas las puertas de la nave y la accionamos, 84
El Cuentacuentos liberando a nuestro compañero. Sentí ganas de abrazarle, que contuve hasta que desaparecieron –no podía perder mi “reputación”-. Hasta ese instante no caí en la cuenta de que la comandante y el piloto se encontraban en la sala de mando, quizás por los escasos momentos que compartía con ellos. Fuimos a buscarlos y descubrimos que habían corrido la misma suerte que Standford: estábamos solos. Los días siguientes fueron de lo más extraño. Se estableció entre nosotros, para evitar la anarquía, una extraña jerarquía por la cual resulté estar al mando. Decidimos depositar los cadáveres de nuestros compañeros en uno de los cuartos de baño, cosa indiscutiblemente inmoral, pero que era de lo más útil. Los tres concentramos nuestros esfuerzos en intentar poner de nuevo en funcionamiento el motor y el software de la nave, para intentar conectar con la estación. Pasaron varios días hasta que Julia consiguió que el software marchase, y no creas que no me cuesta admitir que no tengo ni idea de cómo lo hizo. Solucionado el problema del sistema operativo, aunque sin lograr aún conectar con la estación, y tras prepararnos durante días, Jean Pierre y yo intentamos arreglar el motor, tarea complicada en demasía sin la ayuda de Lee, aunque nuestros años de adiestramiento, antes y durante el viaje, debían dar sus frutos. Debíamos abandonar la nave para la reparación. Una vez en el exterior, me di cuenta de que debíamos de habernos desviado desmesuradamente de la trayectoria debido al accidente, pues ni siquiera divisaba el sistema Alfa Centauri del cual tan cerca teníamos que encontrarnos. De hecho, todo lo que alcanzaba a ver me resultaba alarmantemente desconocido. Un terrible presagio comenzaba a abrirse paso entre mis pensamientos; rápidamente lo deseché –no convenía distraerme en aquellos momentos-. Quizá simplemente miraba en la dirección equivocada. 85
El Cuentacuentos Nuestros conocimientos distaban bastante de siquiera igualar a los del difunto Hao Lee, así que poner en marcha el motor nos llevó casi un día completo. Al regresar a la nave, un horrible panorama nos esperaba: los ojos de Julia, mirándonos sin vida, nos daban la bienvenida. Julia, cuya inteligencia ahora tengo que admitir que superaba con creces a la mía, había confirmado lo que yo tan solo había podido sospechar. Julia, pasional, ardiente, tan ligada al mundo no había podido soportar la idea de envejecer allí, sin otra compañía que la de Jean Pierre y mía. Julia, inteligente, inyectó oxígeno en sus vasos sanguíneos para evitarse un sufrimiento mucho más largo y lacerante. Jean Pierre fue el primero en poder articular palabra. “Estamos en el horizonte de sucesos, ¿verdad?” susurró. Tan solo pude permitirme un leve asentimiento con la cabeza antes de derrumbarme por completo. Creo que Jean Pierre lloraba; yo también lloré. No era momento de avergonzarse, además esas lágrimas me descubrían un nuevo mundo interior que me aterraba y maravillaba al tiempo. Ahora te hablo, sin esperar una respuesta. O quizá la espero pero tengo la certeza de que no llegará. Hará unos tres días de aquello, es difícil calcular el tiempo, ya sabes, es relativo -esto no lo dijo ningún idiota-. Jean Pierre y yo apenas hemos cruzado un par de palabras en este tiempo, pero yo sé que su mente no deja de hacerse la misma pregunta que la mía: ¿Es posible vivir este sinvivir de saberte atrapado eternamente, permaneciendo hasta el fin de tus días en este espacio que tan claustrofóbico resulta ahora? Aunque sé que tu intelecto ya te habrá llevado a dicha conclusión, a fin de eliminar toda duda, confirmo lo evidente: estamos siendo atraídos lenta pero irremediablemente por el agujero negro JPWJX-9247, irónicamente conocido como total finalem.
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El Cuentacuentos De repente, me veo desvalida, condenada, pero al mismo tiempo dueña de mi propio destino: puedo decidir entre envejecer en esta monotonía o poner fin a mi vida tan rápido como Julia. Sea como sea, algo he encontrado en este viaje. Quizá no el planeta Alfa Centauri B b, reconocimiento, medallas, fama ni dinero, pero sí la naturaleza humana que durante veintiocho años ha permanecido oculta en mí. Ahora, soy persona; justo cuando estoy en el espacio. Es gracioso, creo. Antes de desaparecer definitivamente en el universo, de desaparecer incluso de la memoria de todos, te dejo, a falta de algo mejor, esta grabación que jamás escucharás. Echo de menos la Tierra. Te echo de menos a ti.
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El Cuentacuentos MEJOR CUENTO DEL COLEGIO ARTURO SORIA
Daniela Alemany Alfaro
ÉRASE UNA VEZ LA NATURALEZA Vega González García, 7 años Colegio Arturo Soria Madrid 89
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rase una vez una planta que crecía sola, pero nadie sabía que
Ési arrancaban esa flor todas las hadas perderían su poder. Así,
que una de las hadas que se llamaba Ángela decidió contárselo a los humanos. Todos los humanos escucharon a Ángela, todos menos el rey. Entonces el rey mandó arrancar y destruir todas las plantas y árboles. Los soldados no tenían otra opción que hacer lo que fue mandado. Arrancaron y destruyeron todo menos la flor mágica. El rey murió por no tener oxígeno. Entonces, las hadas dieron oxígeno a los soldados porque fueron buenos con ellas, y no arrancaron su flor mágica.
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El Cuentacuentos 1ยบ PREMIO CATEGORร A STORYTELLER
Sandra Lรกzaro Mesa
TO YOU, GREEN EYES
Celia Lilianne Desmarescaux Santos Del colegio Arturo Soria Madrid
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El Cuentacuentos Oliver Miller disappeared just a few days before his 17th birthday. He left no clues behind nor did he seem like he wanted to disappear. He was the kind of guy who liked to be silent, listen to music, and read or write… Which is what made Silvia Williams attracted to him. Silvia never really spoke to Oliver because she attended a weekly boarding school so every weekend or holiday when she returned home, she would always see him at the local park near their neighborhood, sitting under the same cherry blossom tree. Sometimes he would look at her and give her a small smile, but she would be too shy to go near him, so she would return it with a little wave. This went on and on for almost two years, until one day she noticed he wasn’t there. Silvia couldn’t help feeling a little worried but ignored it, thinking that maybe he had gone on holiday or maybe he had found another spot to write. She continued her weekly walk home. Days passed as Silvia got more and more worried. She couldn’t really do anything to find him, being that she didn’t know anyone who knew him personally. She got out of bed and walked down the stairs to find her mother in the kitchen. ‘’Good morning sweetie’’ her mother said, as she gave Silvia a glass of milk. Silvia managed to force a smile. ‘’Good morning Mum’’ she replied. She couldn’t help feeling very worried. It was like she was scared for him. Lately she had developed strange feelings for Oliver, like every time she thought about him her heart would race very quickly and he would never really leave her mind. No, she thought. It can’t be, I can’t have a crush on him! At the thought of this, she almost choked and spilled her milk. ‘’Alright Silv, I’m going to work. Don’t stay at home all day okay? You’re on holidays, but you still need to go and buy the groceries for me’’ her mother announced while taking her car
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El Cuentacuentos keys. Silvia nodded and forced another smile. Her mother opened the door and stopped in front of the doorframe. ‘’Are you okay Silv?’’ she asked Silvia with a worried expression on her face. ‘’Yeah, I’m fine mum’’ Silvia replied, ‘’don’t worry, I’ll be okay’’. Her mum smiled and left for work. But Silvia wasn’t fine, she was worried. Very worried. After breakfast, Silvia went to change clothes. She looked at herself in the mirror and sighed. She stared at her green eyes which were tired, her brown and straight hair which was in a mess, and her tanned skin which was covered in freckles. I’ll never be like the other girls, she thought, and put on a white tshirt, a pair of jeans, and red Converse. As she opened her front door, she found something lying on the entrance. It was a black journal which had ‘’Oliver’’ engraved on the front cover. Her eyes widened as she doubted whether to take the journal or not. Silvia looked around to see if she saw anyone who might have dropped if off, but there was no- one. Well, it does say Oliver… she thought, and kneeled down to take the journal and went back inside her house. She set it on the dining table, and stared at it for a few seconds. Oliver… she thought to herself once more and opened the journal. 24th May. Dear Journal, I’ve had a hard time today. I always have, I guess. There was never really a time when I was alright but aside from that, there’s this girl I keep seeing every Friday at the local park. At the beginning I never really paid much attention to her but she’s very pretty. Silvia smiled, and kept reading. 29th May. Dear Journal,
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El Cuentacuentos I got bullied again today. This time was because the bullies found out I kept a journal, so they tore almost all the pages… including the drawing I had made of that girl I keep seeing every weekend. 30th May. Dear Journal, Today it's finally Friday. I can see her again, and maybe talk to her. 30th May. Dear Journal, I wasn’t able to talk to her, but I waved at her and she smiled. Her smile was really pretty. I wish I could’ve spoken to her… Oh no, I hear my father coming. *This is the flower I wanted to give her. Silvia frowned and found a flower taped on the next page. It was a daisy, one of her favourite flowers. 2nd June. Dear Journal, I think I’m slowly giving up on life. It seems pretty pointless if you ask me; we basically spend our whole lives working for the life we want, and before you know it… time’s up. And when I mean time’s up, I mean we die. Yeah, sounds horrible but I’ve always wanted to know how dying felt like. I’m not suicidal or anything, I’m just curious. I should’ve asked my grandfather that when I went to his grave. 5th June. Dear Journal, I got a beating from my alcoholic father again today. My mum didn’t do anything, she just stood there and practically stared at me getting hit. It really disturbed me. My family is practically broken and I want to do something about it, but the worst thing is I can’t. 5th June, Dear Journal, 97
El Cuentacuentos I am writing this as I’m waiting for the girl with the pretty smile. I always wait below the cherry blossom tree, just because I feel safe and I can get a clear view of the pedestrian crossing; where she gets dropped off by her school bus. For some reason, I always see her on Fridays only. I guess she goes to a boarding school or something. Right on cue, there she is. I’m not stalking her or anything, I just happen to be looking around and she seems to be ‘’around’’. How cheeky of me. Stalker thought Silvia, and continued reading. 10th June. Dear Journal, I really can’t stand my parents. I’m getting really tired of them. I might as well just disappear, but then I won’t be able to speak to the girl or get to know her. Since last year, I’ve been going to the local park and sitting under the cherry blossom tree just to wait and catch a glimpse of her every time she walks by. Every time she smiled at me, I felt like she was my only friend and its weir, being that I never even spoke to her directly before, but she makes me feel a way I’ve never felt before. I think I might love her. I’m crazy,I know, but so is everyone else. Silvia gasped when she read that Oliver wanted to disappear. She never really thought he was broken inside, and now she wanted to help him more than ever. Tears started to appear and it stung her eyes so much, she had to stop reading. Enough for today, she though, and she closed the journal. She wiped away her tears and walked up to her bedroom. It was then she had realized that she was also in love with him. 11th June. Dear Journal, My parents started to throw things around the house again. Preferably plates, at each other. It was horrible. Oh, you’re probably thinking: why aren’t you at school? Yeah well truth is, I’m sick. 98
El Cuentacuentos I don’t have the flu, if that’s what you’re thinking. No. I have cancer and I don’t think I’ll survive. At this point, Silvia was shocked. The following pages were blank. Where is he? Was he depressed? What happened to him? She thought. She was very worried now. When will she be able to see those blue eyes looking at her all over again? Desperate for an answer, she flicked the pages until the last page. It was coloured in black and there was a note stuck on it. 22th July. I’m at the hospital now. I’ll finally feel what it feels like to die. Not that I wanted to, of course, but I guess things would rather be better off without another disturbance in the world. Truth is, I never really had any friends; I either trusted too much or they left me slowly. And my parents never really cared so much about me, they’d always fight and it was like I was never there. Maybe it is a good idea to die. To the girl with green eyes, when you look at the stars, I hope you remember me. Silvia was crying now; her throat burned like fire and her eyes stung so much. She had a strange kind of pain in her chest, the kind that never really will go away. It was the worst kind of pain, because she had lost someone she loved. She had loved him in silence and it was the worst kind of distance. The note came with a picture of Oliver. He was smiling and his ocean-blue eyes showed no life, but he had hope. He hadn’t given up, yet. Freckles invaded most of his face, and his black hair fell on his face. ‘’I’m so sorry I couldn’t save you, Oliver’’ Silvia said silently, while wiping away her tears. ‘’I will remember you. Forever”.
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El Cuentacuentos 2º PREMIO CATEGORÍA STORYTELLER
Marta Marugán
PLEASE, DO NOT FORGET Álvaro Mandía Carrascosa I.E.S. San Fernando
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heir names were too long, too unpronounceable to remember. So when the war began and the first wounded arrived, grandson and grandfather won, thanks to their names, an honorary place at the improvised hospital: right in the furthest corner from the exit. A privileged location where they could spend their last hours between sweats and hallucinations, and without having to hear the incessant remarks about the young man’s freckles. Doctors had diagnosed that they would last three days, though that was 6 days ago. They kept fighting, they had too much to lose, and so the spectators in the last row remained in their seats while the rest kept leaving the great theatre of life... * * * It had been a while since our freckled friend had stopped noticing the feeling from the cold sweaty sheets on his back, or the trembling hand of his grandfather on his. It's strange, but when he opened his eyes he saw that he was in a world different from his, and what is even stranger, from the first moment he was glad to be there. Escaping reality is often a joy in and of itself. Our young patient could not help but wonder when he saw that boy who had so often seen his grandfather, the same one that was raving at his side in the hospital, only 60 years younger, the kid ran dodging people trying to buy at the market. He did not stop, he knew that if he did he was likely to be arrested and they would take him to the terrible reformatory. That morning the market was even more bustling than usual: The shopkeepers shouted louder, more boxes were filled and the wallets got empty faster than ever. How he would have liked to enjoy it all, but for him, a son of the sidewalk, access to that world was banned and he could only settle for what he could hide under his shirt when the seller got distracted. 103
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He kept running with his bread hidden under his arm, until he got to a small square, three streets away from the market. He was exhausted since he had been running for fifteen minutes, and at that point his humble loaf of bread seemed like a feast. However, he couldn’t help hearing the sobbing from a near alley. There was a crouched and drenched child, drenched because of the puddle under his feet or even because of the tears that fell like waterfalls from his eyes. Anyway, with his characteristic smile he realized that the child’s smile when he gave him the loaf was bigger than his own, even bigger than the smile he would have had if he had eaten the bread. It is amazing how people in the most terrible circumstances are capable of the greatest sympathy. Since that day onwards they became inseparable. They were known by every street seller, and admired by the other younger orphans. One of them distracted people and the other one hid the goods. That was the key of what they knew as the perfect theft. They spent some happy years, and both of them together where able to ignore the evil and cruelty which ruled the world, until the war broke out. Like all wars, this war was no more than the result of the ambitions and childish ideas of wealthy politicians, who decided from their ministry offices to manipulate people’s destinies as if they belonged to them. This way, prompted by propaganda, they signed up for the army. Those were hard years, life in the trenches was hard and impersonal, but under those circumstances the bonds get stronger. During the last days of the war the soldiers lived with impatience thinking about the possibility of going back to their homes. Some days later the ceasefire was signed, but there were people who did not receive the news or refused to accept them and kept killing. The boy that some years ago laid crying in an alley was the last casualty of a conflict that ended so many lives. 104
El Cuentacuentos Newspapers talked about his death like a curiosity, even as something funny. It is odd how life enjoys irony; just when you think danger has already passed; it steals your most treasured belongings. That was the first time he saw his grandfather cry. *
*
*
Please, do not forget friendship. Sometimes it is the only medicine to fix a broken soul. I found and lost it in the most unexpected way, but even so, with the burden of the years over my back, I regret nothing. It may seem I helped that man, but it was not that way. He saved me from the world of loneliness I used to live, and believe me, loneliness is a nightmarish thing. Loneliness is a starry sky which you know you will never reach. It is odd, despite all these things, I regret nothing. *
*
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Our young grandpa, after coming back home shattered from the war, realized that his friend, from beyond the grave where he should have been resting, sent him his last present. She had big eyes like the moon, angelic skin, and a smile that, when she dedicated it to him, made him the happiest man in the world. So he spent the next five years trying to make his dream come true; at last, on a February the 14th like any other, she accepted his pleas. It was impossible to forget this first date, where they strolled taking each other’s hands like anxious children. It was the beginning of the happiest twenty years of his life. Their relationship was not like anyone else’s: others used to argue and they did not; others used to break up and they did not, but the most surprising thing was that everyone got married and they did not. The old soldier realized this after many kisses 105
El Cuentacuentos had been given, many emotions felt and several children were born. As naive as only a lover can be, he decided to ask the question he never dared before. Even when it is known that it is impossible, human beings still live afraid of losing the most beloved thing and going back to the darkness from where he comes. There he was, wearing his tight suit that showed there had been better times, holding a flower bouquet like a twenty year old guy, with the keys of the car in one pocket and a little box in the other one. Both lovers left the children with their grandma and drove to their stronghold of happiness. Sometimes innocence is the most beautiful thing. The first days at that cabin, which they knew so well, went as they always went, without argument. However, on just the last day, when our middle-aged grandfather was going to ask the question, they had a fight. It wouldn’t have been more than a simple argument but when he was going to the kitchen from the back yard, all hell broke loose. An incredible ball of fire devastated the only place he could consider his home. Two people went into the cabin of happiness but only one half got out. The deafening noise of the ambulance woke him up; obviously he had been knocked out. However the most terrible thing was the scene taking place in front of his own eyes: a small group of fire-fighters were trying to save the few things that had survived. She was not one of these things, ironically only the flowers, which seemed white before and now were stained with the red blood from his heart. The fire-fighters didn’t dare explain to this human wreck kneeling under a pile of rubble that the explosion was caused because “his wife” forgot to turn off the gas and the cigarette he was smoking when he went into the 106
El Cuentacuentos kitchen ignited it all. Everything that goes up must come down twice as fast. That was the second time he saw his grandfather crying. *
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Please do not forget the dreams. I know they are double-edged swords able to cause more harm than good and I know that’s why many people renounce them. I dreamt with your grandmother’s love for a long time. And believe me when I say that it is a horrible feeling desiring to own her and knowing she’s unreachable. There is no worst nightmare than to realize that the hug she gave me was no more than the product of a dark dream, and there is no bigger desperation than failure. It is strange; in spite of it all I regret nothing, perhaps if that dream comes true (as it happened to me) you become the happiest man in the world. Please do not forget to love. The feeling of being loved cannot be from this world, it makes you feel important; it gives you a reason to live and makes you strong enough to do marvellous things. Love is the purest feeling that exists, inconsiderate, and undoubtedly, the only one that can get you closer to Paradise. It is strange, in spite of all my suffering with the death of your grandmother, I regret nothing. Perhaps it is because during my life I only needed memories of her to make me smile. *
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After the passing of his loved one, our rather elder grandfather found relief in his family. He sat down in a poor bench and spent his time watching how his children grew, how they got married and lived the happiness which he had become addicted to, and never lost his smile. There were times when his family’s 107
El Cuentacuentos happiness became fruitful and they brought him a grandson. As the parents were busy businessman, he used to look after his grandson so they both had great times together and the old man could recover friendship and love. There is always hope. When the war began again and the first bombs started to fall, one of them fell by the bench where grandfather and grandson used to meet. The sky became black, but not as much as the ashes that covered the boy’s freckled face which his grandpa, also wounded, looked at. Life is extremely arbitrary, even so that the best are always the first to go. That was the third time he saw his grandfather crying. *
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Please, do not forget your family. It is the only thing that will always be there for you, the only thing you will keep when all the rest is lost and the only thing that can decide where your home is. There will come a time in your life when you will realize you are nothing, that the only reason for your existence is those people who think about you, your family. The love they will give you will be able to fill any hole; any crack, making you feel fulfilled. It is logical I do not regret having lived with such a wonderful family. Now, with my last breath, I feel happy, because I kept that little box in my pocket since then, and at last I will be able to ask that question to your grandmother. But I also realize that life is a succession of sad black and white scenes: first you will be happy during some moments, then you will find out that those you used to call friends are no more than selfish people, and maybe, if you are lucky, you will have the chance to be part of the fleeting dream of receiving love back, if you are as lucky as I am you will also find a family who loves you. But in the end, life 108
El Cuentacuentos always takes everything from us; we are condemned to live under this starry sky while our tears try to drown us. I know my words are hard, full of despair, but even so I must ask a favour of you... Please, do not forget to prove me wrong. *
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From this point on there are several tales. Some people say that the younger of the two got out of the hospital and survived the war; other people say that they both lived. Some people said that the young freckled boy became an example for all the rest; others tell that he had a quiet and ordinary life. Personally, I’m unaware, but what I’m sure about is that he carried out his grandfather’s last wish.
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El Cuentacuentos
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El Cuentacuentos CUADRO DE HONOR DEL CERTAMEN NACIONAL DE NARRACIÓN PARA JÓVENES EL CUENTACUENTOS 1996 PRIMER PREMIO Una cuestión de atrezzo, de Ignacio Vigalondo. Vitoria SEGUNDO PREMIO Egos, de Isaac González. Madrid ACCÉSIT FINALISTAS Mucho gusto en conocerla, de Brenda Otero. Madrid La Muerte de Venus, de Isabel Almería. Madrid Naricísimo Infinito, de Rubén Marcos. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Mi viaje por el Arco Iris, de Ana Álvaro 1997 PRIMER PREMIO CATEGORÍA PRIMARIA La Vieja Araceli, de Vanesa Alfaro. Novelda. Alicante FINALISTA CATEGORÍA PRIMARIA Un misterio en el vaso, de Rubén Bermejo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando yo era niña, de Paula Martos. Madrid FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA El sol de los espejos, de Mercedes Cañeque. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA BACHILLERATO La fiebre, de Irene Vallejo. Zaragoza FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Tabaco y humo, de Nartalia Macías. Huelva PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La casa encantada, de Daniel Amelang 1998 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA María, Juan y el burro que sabía leer, de Daniel Cancela. Santa Comba, A Coruña FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA El misterio de la casa de los abuelos, de Lucía Rodrigo. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Como una sonrisa del cielo, de Cristina Morral. Matadepera, Barcelona FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El viajante, de Jorge Rus. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Gaviota herida, de Cristina Montellano. Talavera de la Reina, Toledo FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El espejo de la ventana, de David Portaleoni. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El muro, de Paula Martos. Madrid 1999 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El detective Mostáchez en el misterio de los Reyes Magos, de Daniel Amelang. Madrid
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El Cuentacuentos FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Las frutas vivientes, de A. Mesurado, S. Martín, R. Pequenis y L. Moreno. Huelva PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Lo único, de Nacho Bilbao. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El mundo paralelo de Rubén Ruiz. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO ¿Existen los Reyes Magos? de Juan Melgar. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La Princesa de la Mandrágora de Cristina Montellano. Talavera de la Reina, Toledo PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Las aventuras de Cristina y Manolo, de Javier Sarmiento 2000 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Lágrimas de sol, de Francisco Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Un verano increíble, de Laura Araque. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La alfombra, de Laura Gazpio. Miranda de Ebro, Burgos FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La belleza de tus ojos, de Lidia Zamora. Tudela, Navarra PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Cinco miradas, de Paula Martos. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Venganza de Beatriz Lorenzo. Ourense PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA ¿Adónde?, de Nacho Bilbao 2001 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA ¿Por qué a mí? de Javier Sarmiento. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La maleta viajera, alumnos del C. P. Condado de Noreña, Asturias Querida ciudad, de Ivor García. Valladolid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Regalo de aniversario, de Manuel Cerdido. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Locura, de David Aribi. Madrid ...Cómo lágrimas en la lluvia, de Nacho Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El crimen perfecto, de Francisco Martínez y David Amelang 2002 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA La flor mágica, de Laura López Campos. Nuevo Baztán, Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Falsa alarma, de José Virgilio Torres Torres. Corral de Almaguer, Toledo PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA 500 metros, de Gillén Díaz Gerediaga. Bilbao, Vizcaya
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El Cuentacuentos FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Un buen chocolate, de Belén García Galiana. Ajalvir, Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El viejo de las palabras perdidas, de Inés Sevilla Llisterri. Valencia FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Ley de vida, de Andrea Gutiérrez Bermejo. Villanueva de la Cañada, Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Caminando entre la miseria, de Enrique Garrán López 2003 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El Viaje, de Beatriz García Maya. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La fuga de las vocales, de Pablo Segovia Castillo. Badalona, Barcelona PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Retazos, de Enrique Garrán Gómez. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Angustia, de Esther Martínez González. Carrión de los Condes, Palencia PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La rutina caracol, de Elena Rosauro. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Un sol menos, de Nacho Bilbao Gómez. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Historia de una joya, de Francisco Martínez Vélez 2004 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Un problema esponjoso, de Cristina Reinoso. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Acabo de verla, de Celia Fernández. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE SECUNDARIA El estuche de terciopelo azul, de Noelia Martínez. Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando muera este hombre, de Carlos Pedro Esteban. Guadalajara PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El sillón de cuero, de Laura Marisela Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Silencios y llamadas, de Alberto Ramos. Santiago de Compostela, A Coruña PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PERSONAL DOCENTE Los constructores de diques, de José Manuel de la Huerga. Valladolid FINALISTA PERSONAL DOCENTE Abrigo, de José Luis Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Una vida para vivir, de Jacobo Ouviña. Madrid FINALISTA DEL COLEGIO ARTURO SORIA El túnel de los colores, de Alicia García. Madrid 2005 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El cumpleaños de Kling-Jang, de Juan Manuel Aguilar. Sevilla
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El Cuentacuentos FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Mi vida, de Berta Rubio Pascual. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Despertar la muerte, de Noelia Martínez Rey. Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Luces y sombras, de Carlos Ramos Maeso. Almería PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Pesadilla, de Mª Eugenia Hernando Miñarro. Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO La hoja, de Jaime Villacampa Ortega. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Sueños de una noche de verano, de Alba Mínguez López-Acevedo. Madrid 2006 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El paraca que nunca regresó, de Val Huerta Pintado. Alcalá de Henares. FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Patas arriba, de los alumnos de primaria del CEIP prácticas-anejo. Sevilla. PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La mirada del halcón, de Máxin Roses Sitges. Barcelona. FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Sueños rotos, de Beatriz Velayos Amo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Encuentros en la segunda planta (sala de conferencias y oficinas), de Sara Molera Bastante. Madrid. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Crónicas de un crimen perfecto, de Alberto Sánchez Chacón. Madrid. PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Despertar, de Carmen García Rodríguez-Marín. Madrid 2007 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El valle de las flores, la Raflexia, de Sara Alonso Blázquez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Viki y los griegos, de María Ramos Gómez. Mata del Cuervo, Segovia. PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La receta, de Laura Berzal Plaza. Algete,Madrid. FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Caída en picado, de Beatriz Velayos Amo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El atardecer de la amapola, de Carlos Ramos Maeso. Almería. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO (Premio desierto.) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Quiero ser como papá y mamá, de Alicia García Rodríguez-Marín. Madrid 2008 PRIMER PREMIO CATEGORIA DE PRIMARIA Maruxaina, de Nacho Maña Mesas. Ponferrada León FINALISTA CATEGORIA DE PRIMARÍA
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El Cuentacuentos ¿Cómo puedo coger el tiempo?, de María García de la Torre. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORIA DE SECUNDARIA La pesadilla de Amal, de Olivia Figueira Núñez. Padrón, A Coruña FINALISTA CATEGORIA DE SECUNDARIA Misterio en la catedral, de Alberte Villamarín Rodríguez. Padrón, A Coruña PRIMER PREMIO CATEGORIA DE BACHILLERATO Mil rosas, de Sara García Paz. Madrid FINALISTA CATEGORIA DE BACHILLERATO Hojas secas, de Sara Pérez Fariñas. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El fin del mundo, de Raquel Fernández. Madrid 2009 PRIMER PREMIO DE 1º,2º,3º DE PRIMARIA El pato mensajero, de Jorge Sánchez Martín. Madrid FINALISTA DE 1º, 2º, 3º DE PRIMARIA Las puertas mágicas, de Patricia Montero. Madrid PRIMER PREMIO DE 4º,5º, 6º DE PRIMARIA Un deseo y medio, de María Arriola Gómez. Madrid FINALISTA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA Vicenzo Galilei, de Gonzalo Martínez Pérez. Madrid PRIMER PREMIO DE SECUNDARIA ¿Quién es usted?, de Santiago D´Ors Silva. Madrid FINALISTA DE SECUNDARIA Cuentos de princesas, de Alicia García Rodríguez-Marín. Madrid PRIMER PREMIO DE BACHILLERATO El narrador de los cuentos olvidados, de Raquel Silva León. Écija, Sevilla FINALISTA DE BACHILLERATO Próxima parada, de Carmen García Rodríguez-Marín. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA De color amarillo, de Lucía Gutiérrez Vázquez. Madrid 2010 1º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA Julia y las gotas de agua, de Julia Martínez de Velasco. Madrid 2º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA El deseo de Chaomín, de Virginia Jiménez García. Madrid 1º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Ratón pequeño pero valiente, de Julio San Román Cazorla. Madrid 2º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Regalo de cumpleaños, de Fernando Panizo Molero. Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Viaje al interior de una bombilla, de Bárbara Manzano Bello. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA ¿Inevitable?, de Lucía Conde Moreno. Vizcaya 1º PREMIO BACHILLERATO Pequeños trozos de mundo, de Lucía Gutiérrez Vázquez. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA En busca del sueño, de Clara Rodríguez Azagra. Madrid
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El Cuentacuentos 2011 1º PREMIO 1º, 2º, 3º PRIMARIA El viaje de maría, de María Monje Calvo. Madrid 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA A Rodrigo no le gusta la comida, de Santi Mira Almendro. Madrid 1º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA Cinco historias antes de morir, de Irene García Carrera. Madrid 2º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA El amigo invisible de Jaime Olivé Palacios. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Conjugar la vida de Paula Cuesta Urquía. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA 1939, de Daniel Fernández Iglesias. Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Estalactita, Santiago D´Ors Silva. Madrid 2º PREMIO BACHILLERATO En un edificio de sombra azul, de Marta González González. Ourense PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La naranja asesina, de Rodrigo Parente Carrasco El odioso suspenso, de Joan Llorca Albareda 2012 1º PREMIO 1º, 2º, 3º PRIMARIA La pelota roja, de Tomás Villar Lozano. Madrid 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA Dentro del cajón, de Jorge Lázaro Mesa. Madrid 1º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA El maravilloso cuento de Juana, de Jorge García Arroyo y Patricia Delgado del Castillo. Madrid 2º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA Mi caballo anda y yo relincho, de Paula Anaya Hernández. Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Historia de una vida, de Lucía Morato Cordero. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA Te he echado de menos, de Raquel Cruz García. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Dos meses, de Marta González González. Ourense 2º PREMIO BACHILLERATO Intocable, de Lorena Morato Cordero. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Bienvenidos, de Claudia Álvarez Varela. Madrid 2013 1º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA El sol ha desaparecido, de Carla Delgado Vique. Sevilla 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA La niña que vivía en un calabozo, de Alicia Dissanayake Jorge. Madrid 1º PREMIO 4º,5º,6º, de PRIMARIA El tenedor aprensivo, de Mª Luján Fonseca de la Serna. Las Rozas, Madrid
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El Cuentacuentos 2º PREMIO 4º,5º,6º de PRIMARIA El año del abuelo, de Clara Rivadulla Duró. Lleida 1º PREMIO SECUNDARIA Manías y obsesiones, de Christian Espadas Ruiz. Ciudad Real 2º PREMIO SECUNDARIA Como lágrimas en la lluvia, de Irene Reyes Noguerol. Sevilla 1º PREMIO BACHILLERATO Resucitar como el ave fénix, de Daniel Espadas Ruiz. Ciudad Real 2º PREMIO BACHILLERATO Cartas desde Okinawa, de Gonzalo Linares Matas. Murcia PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Chemin de fer, de Ricardo de Vega. Madrid 2014 1º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA Juanito el despistado, de Carla Delgado Vique. Sevilla 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA El arco iris que no podía brillar, de Alberto González Lanau. Huesca 1º PREMIO 4º,5º,6º, de PRIMARIA El eje de la vida, de Marta Ramírez Jiménez. Alcalá la Real, Jaén 2º PREMIO 4º,5º,6º de PRIMARIA El objeto que cambió mi vida, de Covadonga Fonseca de la Serna. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Cuando vuelvan las mariposas, de Alejandro González Anievas. Ponferrada, León 2º PREMIO SECUNDARIA Trece cuentos a razón de menos cinco, de Julia Flórez García. Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Ílome, de Raquel Mena Marcos. Madrid 2º PREMIO BACHILLERATO El último viaje, de Irene Reyes Noguerol. Sevilla PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La fiesta nocturna, de Amelia Sánchez Vega. Madrid
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